La Ciencia Lúgubre y las Profecías Deseadas

La crisis internacional ha hecho sustancialmente visibles ante los medios de comunicación y la sociedad a los economistas.  De esta manera, la llamada ciencia lúgubre y las profecías de sus acólitos han pasado a ocupar el centro de la atención pública, y aún más las controversias técnicas que han evidenciado, así como el alineamiento político que han desatado.

 

Tal visibilidad se debe, probablemente entre otras causas, a que los economistas han tenido que responder y justificar públicamente porqué la crisis ha sido de tan larga duración y pareciera no menguar.  De igual forma, porqué sus conjeturas testadas ante los hechos han terminado por cubrir la arena política, especialmente entre los conservadores y los liberales.  En tanto los primeros abogan por una austeridad del gasto, como causa de todos los males sufridos, los segundos proponen políticas de mayor gasto público.

 

Recientemente, en la pasada campaña electoral de estados Unidos (USA), el candidato Republicano, argumentó que la elevada deuda pública era la razón del retraso de la recuperación económica y de la generación de empleos.  Por lo que habría que reducir el gasto y bajar los impuestos; posicionamiento que ha ocupado realmente el debate político del vecino país, desde el primer periodo de gobierno del Presidente Barack Obama.

 

Obviamente la aceptación de las conclusiones de Reinhart y Rogoff se dio en el contexto de sus reconocidas credenciales académicas y de investigación, amén de sus trayectorias profesionales.  Ambos especialistas surgieron a la palestra pública internacional con un “paper” inicial sobre las crisis financieras, que después se convertiría casi en un best seller mundial denominado “This Time Is Different: Eight Centuries of Financial Folly,” (Esta Vez Es Diferente: Ocho Siglos de Disparate Financiero).  Con el análisis de ocho siglos de datos históricos se obtuvieron conclusiones sobre los orígenes y naturaleza de las crisis financieras y el tiempo que lleva para su recuperación.

 

En el debate de la posible relación entre el gasto público y el crecimiento económico ha aflorado recientemente una crítica al análisis hecho por Carmen M. Reinhart y Kenneth Rogoff, publicado académicamente en 2010, Growth in a Time of Debt, (Crecimiento en un Tiempo de Deuda).  El trabajo, esencialmente académico, tuvo como objetivo estimar “en varios niveles de deuda una relación con el producto económico, desde 1800”.

 

Reinhart y Rogoff (R&R), economistas de Harvard y anteriormente funcionarios del Fondo Monetario Internacional (FMI), encontraron una relación significativa entre deuda y crecimiento.  Sin embargo, encontraron que más allá de 90% de deuda con relación al Producto Interno Bruto (PIB) el crecimiento económico tendía a disminuir.  Es decir habría una relación de desaceleración económica conforme la deuda aumentara.

 

Los “findings” obtenidos por R&R recibieron gran aceptación pública desde el inicio de su difusión y sirvieron como argumento “científico” para justificar las políticas de austeridad y saneamiento de las finanzas públicas.  Las autoridades de la Unión Europea (UE) conjeturaron que el peso de la deuda entre 80% y 90% del PIB era contraproducente para el crecimiento económico.

 

El análisis numérico de la relación entre deuda y crecimiento, los autores básicamente lo realizaron a partir de la estadística descriptiva (media, moda y mediana), para lo cual usaron la hoja de cálculo de “Excel”.  A pesar del tiempo transcurrido desde su difusión, otros académicos no habían analizado al detalle los datos y su análisis que llevaron a las conclusiones de la relación relativamente adversa de alta deuda y crecimiento económico.  Cosa que hicieron hasta recientemente Robert Pollin y Michael Ash, de la Universidad Amherst, participando como coautor Thomas Herndon, estudiante de doctorado en economíaLa participación de este último, abolló las credenciales académicas de (R&R).

 

En esencia, las críticas sobre el trabajo de (R&R) fue por el inadecuado manejo de los datos y, aún más grave, porque se hayan dejado fuera ciertas cifras históricas, de algunos países, ente ellos Australia y Nueva Zelandia, hoy desarrollados, en los que la relación de deuda más allá de 90% del PIB con bajo crecimiento no se confirma.  En este último caso, se difundió casi la existencia de un complot de (R&R) para el manejo de datos, a fin de obtener resultados a modo.  El casi linchamiento público llevó a los autores criticados a realizar las aclaraciones públicas pertinentes (The NYT, April 25, 2013).

 

Los autores aceptaron los posibles errores en el análisis de datos, cuya hoja de cálculo ellos mismos habían proporcionado a sus críticos, y el hecho de que los datos omitidos no estaban a su disposición en el momento de la realización de su análisis.  Sin embargo, enfatizaron que, en esencia, los errores encontrados no modificaban mayormente la tendencia de los resultados obtenidos.  Por lo que la caída en el crecimiento arriba de una deuda en el umbral del 90% del PIB era sostenible y que únicamente se modificaba en su grado.

 

Después del debate específico que desataron las observaciones de Pollin y Ash, finalmente éstos en el New Time replicaron con el artículo (April 29, 2013) “Debt and Growth: A Response to Reinhart and Rogoff” (Deuda y Crecimiento: Una Respuesta a Reinhart y Rogoff).  Los autores señalaron que el debate había sido constructivo, para clarificar las ideas que están definiendo las políticas de austeridad en la UE y en USA.

 

Para ellos, lo más importante y reconocido por (R&R) “es que no hay evidencia que soporte que los países consistentemente experimentan una aguda declinación en su crecimiento económico una vez que los niveles de la deuda pública exceden el 90% del PIB”.  Sin embargo, R&R han seguido sosteniendo que arriba de ese nivel de deuda el crecimiento cae el orden del 1% y no 0.4% como lo demostraron sus críticos.

 

Independientemente de la naturaleza del debate.  La técnica de análisis seguida por R&R, que se denomina en “paramétrica”, presenta una importante limitación de posible causalidad.  Así, es posible pensar que el bajo crecimiento económico sea producto de la contención de la deuda pública más allá del nivel de 90% del PIB.  Por ello P. Krugman (The NYT, April 26, 2013) ha encontrado que hay una clara correlación negativa entre deuda y crecimiento.

 

Lo que enfatiza Krugman es que una menor deuda pública históricamente afecta el crecimiento, de manera causal, según lo evidencia el análisis econométrico, más robusto que el realizado por R&R, y no al revés.  El análisis econométrico puede arrojar visos claros de causalidad.  Indica, por otra parte, que no es lo mismo tener deuda pública denominada en la propia moneda de un país, que en monedas extranjeras.  Es decir, no es lo mismo que USA tenga una deuda pública en su propia moneda, es decir dólares, igual que el Reino Unido (UK) en libras, que en otra moneda.  Tal como sucede en muchos otros países.

 

Esta última consideración es crucial para entender realmente la naturaleza de la deuda y su efecto sobre la economía de un país.  Así, aún cuando la deuda de USA sea relativamente elevada, al final del día, debe en su propia moneda, por lo que su manejo y administración queda mayormente en su esfera económica nacional.  Situación que parece ser el caso de Japón pero que no es totalmente cierto para el caso de la UE.

Este hecho que tiene grandes implicaciones para países como México, en los que la deuda pública está en una alta proporción denominada en moneda extranjera.  Por lo que su pago o amortización dependerá de las disponibilidades monetarias externas.  Obviamente, el contar con moneda propia posibilita que, vía una devaluación, se pueda apoyar el saneamiento de la economía y la promoción de la producción nacional y las exportaciones, hechos que no pueden asumir los países de la Zona Euro (ZE).

 

Con los análisis económicos agregados de largas series de tiempo se corre el riesgo de obviar cambios económicos estructurales importantes.  Por ejemplo, no es lo mismo una deuda pública elevada producto de una reconstrucción necesaria después de una guerra, que una elevada deuda como consecuencia de una sobrevaluación.  De igual forma, resulta perverso equiparar una elevada deuda pública producto de crecientes inversiones públicas, que aquella que resulte de un gasto público corriente, que haya elevado artificialmente el consumo.

 

Sin duda, las causas, es decir el origen y el objeto de la deuda pública, así como su denominación, son elementos básicos para evaluar su sostenibilidad y pertinencia.  De otra manera, se pueden asumir recetas que agraven la salud del enfermo.  El no crecer por falta de inversiones puede ser tan malo para un país, como el deber elevados montos del PIB por tener un creciente gasto improductivo.  La crisis actual y las políticas aplicadas para paliarla llevarán a nuevas visiones y conjeturas sobre el origen y causalidad de la deuda pública, como ya acontece.

 

Es tan malo deber y deber mucho, como no deber y no reproducir los “talentos” de un país, aunque políticamente parece que cada país se afana en alcanzar sus profecías deseadas.

 

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