La pandemia y los nuevos límites del consumo cultural

¿A usted le parece que el consumo digital es democrático? Podemos conservar la pregunta sobre la mesa para plantear una serie de cuestiones. Recientemente se presentaron los resultados de la encuesta de consumo cultural que realizó la UNAM y que fue respondida por 8,780 personas. Si bien, el sesgo es claro (principalmente jóvenes, consumidores habituales de contenidos culturales), los resultados permiten reflexionar en las posibles orientaciones de los productos que los miembros del sector podrán tomar, de cara a una recuperación económica de la industria. Ahora bien, ¿cómo plantear la recuperación de un sector cuyos productos se consumen, en mayor medida, si son gratuitos?

La encuesta de consumo cultural durante la pandemia sugiere la posibilidad de diseñar nuevos estudios, más específicos, que arrojen resultados para orientar la toma de decisiones, tanto por parte de los productores que ofrecen contenidos gratuitos, como la propia UNAM o los museos públicos, como por parte de quienes viven de esa producción (artistas en general). El desarrollo de la plataforma Contigo en la distancia permitió la captación de varios usuarios, quienes se buscaron el tiempo para participar en conferencias o cursos en línea, cuando normalmente no lo hubieran podido hacer si se hubieran tenido que desplazar hasta una sede. Algo que debe llamar la atención de los desarrolladores de contenidos es, por un lado, lo que ya sabemos todos: que el Zoom llegó para quedarse y que la producción de videos, recorridos o podcasts que se pueden ver en forma asincrónica permite ampliar el rango de consumidores; por otro lado, que el dispositivo favorito para el consumo cultural en la pandemia es el smartphone. Esto implica desafíos de diseño (engagement, formato, atención) que eventualmente, todos los que nos dedicamos a la producción de contenidos vamos a tener que afrontar.

consumo digital de la cultura
Imagen: Ana Galvañ.

Los retos no son menores: vivimos en un país que ha recortado en grado extremo el presupuesto para el sector cultura. Los recintos públicos se encuentran cada vez más limitados para llevar a cabo producciones ciertamente costosas, como exposiciones internacionales, si no tienen un patronato o asociación civil que los respalde. Estas asociaciones normalmente no acometen con sus donativos los gastos operativos de los recintos, ni tampoco el pago, en forma consuetudinaria, de los colaboradores especializados.

La encuesta de consumo cultural arroja que la mayoría de los participantes no se muestra tan entusiasmada por los recorridos virtuales a museos o a exposiciones en específico, pero sí espera la apertura de actividades para volver a los recintos. La experiencia de visitar una muestra o un sitio arqueológico es insustituible y, pese a que los museos mexicanos no desarrollaron esfuerzos de particular monta para no perder la fidelidad de sus públicos durante la pandemia (los esfuerzos se concentraron en charlas y cursos en línea, como ya dije), el público que habitualmente visitaba museos está ansioso de volver a hacerlo. Hay recintos privados en peligro de desaparición, como Papalote Museo del Niño, quien tuvo que lanzar una campaña desde su sitio web para recaudar 50 millones de pesos, suma que destinará al pago a colaboradores y a los gastos derivados del mantenimiento del museo. No obstante, la producción de contenidos digitales es mucho menos costosa que la de una exposición internacional, por ejemplo, el presupuesto siempre es requerido y resulta muy incómodo operar con los mínimos.

Aunque los recintos permanezcan cerrados, a causa de la crisis de salud que ha dejado la pandemia, los gastos no se interrumpen, como en el caso de las oficinas: las colecciones y los inmuebles siguen ahí y requieren de mantenimiento, limpieza, rotación, procedimientos de conservación preventiva, restauración. Esto quiere decir que hay que seguir operando a pesar del cierre y de la distancia de los públicos, y que el salario de los empleados especializados que se ocupan de las colecciones y recintos sigue y seguirá siendo necesario.

consumo digital
Imagen: The Objective.

Ahora, retomemos la pregunta de inicio: ¿es más democrático el consumo cultural digital? Si bien, sabemos que la oferta asincrónica en diversas plataformas permite un mayor número de visitas, también sabemos que un gran porcentaje de la población no cuenta con internet estable o plan de datos que le permita tener acceso a actividades culturales. También sabemos que hay quienes tienen un smartphone pero no por ello consumirán contenidos culturales, sino comerciales. Ahora bien, hay otro factor a considerar: la oferta gratuita ciertamente es un beneficio para muchos, pero no por eso se debe generalizar la idea de que la cultura “no cuesta”. La producción de lo que se ofrece, la preparación de los conferencistas, los derechos de reproducción de las imágenes, requieren dinero. La única manera de reactivar las industrias culturales es generando derrama económica y haciéndole entender al gobierno federal que, sin impulso presupuestal a la creación, a los espectáculos y a los recintos museísticos, este país está en riesgo de demeritar -hasta perder- sus instituciones culturales.

Más allá de la pregunta por la democratización, lo cierto es que los resultados de la encuesta de consumo cultural permiten detenerse a pensar en cómo será la oferta que preparemos en el futuro. Partiendo de la premisa de que hay experiencias presenciales insustituibles, los museos, por ejemplo, tendrán que comenzar a problematizar sus vocaciones y a abrir el panorama para incluir contenidos para comunidades remotas. Si se le da la vuelta mediante distintos discursos a las mismas piezas, lo más seguro es que la oferta presencial termine por gastarse, ante la imposibilidad de contar con obras u objetos procedentes de otras colecciones que despierten de nuevo el interés. Y aquellos recintos que no poseen piezas en custodia la tienen todavía más difícil.

¿Por qué íbamos al museo o a un espectáculo de danza o teatro? No era solamente para matar el tiempo: estábamos dispuestos a pagar por una experiencia transformadora, trascendente. Quizá el confinamiento le puso a muchos la alternativa de vincularse con la cultura como una manera de pasar los días, pero quizá también les hizo ver que puede ser una experiencia que salva. ¿Tiene el formato digital esa posibilidad de apelar a lo más profundo de la emoción y de la psique de un espectador? El reto está interesante, sobre todo, si se piensa que la vuelta a las actividades presenciales no está a la vuelta de la esquina ni será como antes de los confinamientos.


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