Sinopsis:
En Nueva Orleans, Stella recibe la visita de su hermana, Blanche DuBois, sin imaginar todos los problemas personales y económicos que la han llevado a sufrir una fuerte crisis. El marido de Stella, Stanley Kowalski, sin ningún miramiento, establece una rivalidad con Blanche para ejercer poder sobre Stella. Estos tres personajes se enfrascan en una dinámica autodestructiva donde tendrán que enfrentarse a los infortunios de Blanche y las contradictorias visiones de vida de las hermanas.
Cuando encuentras el título de “Un Tranvía llamado Deseo” de Tennessee Williams en la cartelera debes correr a comprar un boleto. No sólo porque el autor es un emblema de la dramaturgia estadounidense después de la Segunda Guerra Mundial, sino porque la historia se convirtió en una obra de culto, en gran medida, por el impacto del primer montaje en la década de los cuarenta, las condiciones sociales de la primera mitad del siglo XX en Occidente y, por qué no, por el marketing de la cultura estadounidense (a modo de ejemplo basta ver la versión cinematográfica dirigida por Elia Kazan con Marlon Brando).
En México el “…Tranvía…” se ha montado múltiples veces con repartos de antología (recuerdo uno donde la mismísima Diana Bracho era la protagonista). Para muchos fans de Williams y expertos en el teatro, la mayoría de los proyectos se ha quedado en “promesas sin cumplir” porque la premisa de la obra se reduce a pálidos esbozos.
Y entiendo perfectamente esta decepción cuando el texto es sumamente problemático. Pongo referencias para ahondar en el punto: Tennessee Williams escribió “Un Tranvía llamado Deseo” en 1947 y se enmarca en un período juvenil de su producción dramática que está determinado por el melodrama gracias al estilo de los treinta (tal vez el término “moda” vendría mejor). De hecho, el otro gran contemporáneo de Williams, Arthur Miller, en sus primeros textos también tiende a este género.
Por otro lado, la obra tuvo impacto con las audiencias de los cuarenta y trascendió en el tiempo por sus personajes entrañables y una extraordinaria capacidad de dialogación (de hecho se hizo célebre la frase con la que la protagonista, Blanche DuBois, cierra la obra: “I´ve always depended on the kindness of strangers”). A decir verdad, la estructura todavía tiene indicios de búsqueda creativa y se centra en darle lucimiento a las obsesiones temáticas del autor.
Muchos me van odiar con esta afirmación pero técnicamente la obra donde Williams se muestra como un virtuoso de la dramaturgia es “La Gata sobre el Tejado Caliente”. No tiene este carácter entrañable pero la precisión, síntesis y efectividad para empezar y rematar cada escena es de no dar crédito. Entonces el problema de “Un Tranvía llamado Deseo” es confiar en la construcción (carismática) de los personajes sin atender la estructura que tiene más compromisos con los temas que con la acción dramática.
Y el problema se agudiza cuando en este país, en los últimos veinte años, hemos desvirtuado la definición y funcionalidad del melodrama. Para una gran facción del gremio teatral hacer una obra inscrita en el género es deleznable (entiendo las ronchas que causa cuando las telenovelas no le han hecho nada de justicia), o se hace con un enorme desdén por considerarlo algo menor o con tal de “no ensuciarse las manos” se traiciona sus principios y reglas de construcción.
El montaje de “Un Tranvía llamado Deseo” que se presenta en el Teatro Helénico este año tiene dos debilidades evidentes: 1) todo el tiempo le da la vuelta a las líneas melodramáticas del texto y 2) los actores trabajan sólo desde los atributos que el marketing de la obra ha resaltado de los personajes. Sobre el primer punto, hay un enorme temor por entrar de lleno a los episodios más melodramáticos y, en cambio, se opta por una modificación de tono; a veces quiere emular una tragedia, algunas otras una pieza y unas cuantas una tragicomedia: la dirección se vuelve desconcertante. Me fue muy difícil seguir el montaje a pesar de conocer el texto, de haber visto diferentes puestas y, por supuesto, de ser fan de la versión cinematográfica de Elia Kazan.
En cuanto a los actores les conviene abrir su campo de creación más allá de lo que se conoce de la obra y, de forma más específica, de la película del director antes mencionado protagonizada por Vivian Leigh y Marlon Brando. Sí quiero hacer hincapié en la fama de esta versión porque las características entrañables de los personajes (esa escena donde Brando como Stanley Kowalski bajo la lluvia grita “¡Stella!” es memorable) se hizo famosa por las figuras quienes los interpretaban pero, sobre todo, porque responden a un estilo de actuación de la escuela estadounidense de la primera mitad del siglo XX (que ya se superó). Ahora, si queremos emular la interpretación, se puede caer en una pálida sombra o en una caricatura.
Este montaje se hace para audiencias mexicanas del 2017 no para estadounidenses de los cuarenta. Los actores se ven ligeramente perdidos (sobre todo el ensamble); todavía no encuentran los impulsos necesarios para llevar el montaje y la dirección que no se compromete con un tono no los ayuda a elegir rumbo. Si abren las posibilidades interpretativas podrán enriquecer el trabajo hecho y acertar en la premisa del texto: ante la violencia y hostilidad del mundo real el único refugio que queda es la fantasía, la simulación, la mentira.
Como una primera lectura la energía sexual es un elemento indispensable en la construcción de los personajes pero ésta es el reflejo de fuerzas autodestructivas al no encontrar ningún aliciente en la cotidianidad. En la obra no sentí esa complejidad. El deseo no sólo es la pulsión de la vida sino de la muerte, la desaparición, del exterminio.
Las hermanas Blanche DuBois y Stella, en términos dramáticos, se convierten en el eje temático: la primera no soporta la realidad, la segunda se ha resignado a verla tal cual es. La fama del personaje de Blanche entre los teatreros y las audiencias ha sobrepasado el tiempo y las modas (ya sea por su histrionismo o amaneramiento) pero ella no tendría ningún sentido sin Stella. En el montaje mexicano se necesita una relación mucho más pareja entre las dos mujeres sin caer en la atención exclusiva a Blanche.
Por eso en la versión del “…Tranvía…” de Woody Allen, “Blue Jasmine”, donde Cate Blanchett hace una Blanche con el nombre de Jasmine, él le hace justicia al personaje de Stella (aquí llamada “Ginger”) al poner el acento en la oposición de fuerzas de las dos mujeres. Por eso el final, en el texto de Williams, se vuelve tan estremecedor (no voy a quemar la trama) porque las hermanas reconocen su contradicción en una situación de vida o muerte; cuando una espejea a la otra.
En el caso específico del caso mexicano, con el triángulo dramático Blanche DuBois-Stella-Stanley, Mónica Dionne (Blanche) y María Aura (Stella) hacen un trabajo actoral mucho más conveniente en el segundo acto, a diferencia de Marcus Ornellas (Stanley), quien tiene los impulsos mucho más claros en el primero. Es notable el trabajo de Rodrigo Murray (Mitch) quien hace un trabajo de contención ante la ambigüedad del montaje.
Cuando acabó la función sólo pensaba en el gran problema de montar “Un Tranvía llamado Deseo” con una lejanía de toda la fama de la película (ya convertida en ícono de la cultura pop). Tal vez éste sea el texto más difícil de Williams debido a todo lo que le rodea más allá del papel.
Traspunte:
Ésta sí no la veía venir: nuevo teatro en la Ciudad de México llamado Teatro Royal Pedregal en Periférico Sur 4363. ¿Es remodelación? ¿Es la primera apertura? Ahí se presenta la obra de teatro “Jugadores” con Héctor Bonilla, José Alonso, Patricio Castillo y Juan Carlos Colombo.
“Un Tranvía llamado Deseo”
De: Tennessee Williams
Dirección: Iona Weissberg y Aline De La Cruz
Teatro Helénico (Avenida Revolución 1500, Colonia Guadalupe Inn)
Viernes 20:30 hrs., sábados 18:00 y 20:30 hrs., domingos 18:00 hrs.
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