Mis estudiantas

La vida te lleva por senderos inimaginables, por allá de mis 12 años de edad falleció mi padre y mi vida tomó un vuelco inesperado. A partir de ese momento y visto en retrospectiva, por el resto de mis días ha habido una cosa en común, mi cercanía con las mujeres.

Al fallecer mi padre, quedé en una familia integrada por tres mujeres, mis dos hermanas, mi madre y yo. Muy joven me casé con mi esposa y procreamos tres hijos, dos de las cuales son mujeres.

Luego, también muy joven (apenas a los 16 años), el destino me llevó a trabajar en una dependencia de la Universidad Autónoma de Nuevo León, en donde la mayoría de mis compañeros eran compañeras, después a los 18, entré a trabajar en la misma universidad pero ahora en la Facultad de Trabajo Social, en donde –desde siempre‒ la mayoría abrumadora han sido mujeres.

Recuerdo que en más de una ocasión, algunos de mis amigos me han preguntado que si no me sentía mal al tener una jefa, una mujer que, precisamente en su posición de jefa, estuviera jerárquicamente por encima de mí y peor aún (pecado capital) que me ordenara cosas que hacer. Realmente jamás sentí problema alguno con ello, en realidad a mis compañeras y mis jefas siempre las he visto como mis amigas, hasta la fecha.

Mi mundo entonces, ha estado rodeado por mujeres, y me parece, también visto en retrospectiva, que es uno de esos privilegios que la vida me ha otorgado gratuitamente.

Hoy como maestro (ya desde hace muchos años), el grueso de mis estudiantes son ‒como diría Fox‒ “estudiantas”, y salvo la mejor opinión que puedan dar, mi relación con ellas es excelente, al menos así la percibo yo (espero sinceramente, no estar equivocado).

Mi vida con las mujeres pues, siempre ha sido positiva, siempre he encontrado en ellas aprecio y apoyo sincero. Amo a las mujeres, y como no, si mi propia madre es mujer, al igual que mi esposa, que mis hijas y que mis entrañables amigas y no entiendo cómo es que, a estas alturas del partido, puedan existir en mi sociedad prejuicios misóginos. No entiendo cómo, en pleno siglo XXI, todavía existan hombres (e incluso mujeres) que piensen que existen, por ejemplo, diferencias intelectuales o de cualquier otra índole, entre hombres y mujeres.

Creo sinceramente que mi relación con las mujeres me ha enseñado a ser más sensible ante la cotidianidad de la vida, en el trato del día a día, también he podido comprobar, que sí es posible tener amigas, que es posible hablar con una mujer sin necesidad de incomodarla con la mirada o de escanearla cuando se voltea.

En toda relación humana, el respeto es algo fundamental y cuando existe una relación hombre-mujer (o mujer-hombre, para que no se enojen mis amigas feministas), las cosas no tienen por qué ser diferentes.

He tenido y tengo, amigas y compañeras guapísimas, pero jamás he sentido que esa circunstancia sea algo determinante ni para el trato que les debo dar, ni para el que ellas me dispensan.

En concreto, el respeto por el otro y en este caso por “la otra”, no debe estar condicionado a nada. A las personas se les respeta y punto.