Mis reflexiones del año 2020 (Segunda parte)

#Reflexiones2020

Como les adelanté en mi artículo anterior –Mis reflexiones del año 2020. (Primera parte)– en esta segunda parte hablo de lo que el 2020, el Covid y la crisis sanitaria, nos dejan en lo intrínseco, en lo íntimo, en el ser con el que nos dormimos y levantamos todos los días. En ese ser que vemos en el espejo. Aquí, me parece, que el resultado es sin duda mucho más positivo (o debería serlo).

Nunca antes, la humanidad había sido tan consciente de su fragilidad. La muerte es algo que todos sabemos que existe, que es lo único que sabemos con total certeza en la vida que va a pasar (aunque nunca estamos listos para ella) y que a todos nos llegará algún día. Lo que el 2020 dejó al descubierto es que la mayoría, por instinto, naturaleza, o por lo que cada quien quiera, valora la vida y su salud. Esa fragilidad nos hizo, espero que a una buena parte de la población mundial, mucho más empáticos, solidarios y compasivos. Vimos a los demás como iguales, porque esta crisis sanitaria no distinguió entre ricos y pobres, entre letrados e iletrados o entre género o raza. Sin duda, nos pegó a todos y con todo. Nos hizo más reflexivos y más pacientes.

El confinamiento nos hizo creativos. ¿Cuántos han aprendido a cocinar, un nuevo idioma o incluso hasta a barrer? Nos hizo ser más participativos. En muchas de las casas, todos ayudaban más y tenían que combinar el trabajo remoto, el estudio y los deberes de casa porque todos compartían el mismo techo (aunque antes también lo hacían, pero no de forma tan intensiva). Aprendimos tecnología porque no nos quedó de otra. En el momento más álgido de la pandemia, la tecnología se convirtió en la forma más efectiva de comunicarse y, en muchos casos, de trabajar.

Le dimos más valor a nuestras relaciones, quizás porque ahora no podíamos estar cerca de nuestras querencias y a veces de nuestros amores. Los padres mayores estaban lejos de sus hijos, los hermanos se dejaron de ver y con los amigos se dialogaba en pantallas frías y sin el calor de un abrazo.

El 2020 nos hizo más organizados, más ahorrativos, menos superfluos. Nos hizo valorar nuestra libertad y nuestras relaciones. Sentirnos vulnerables nos hizo más humildes y eso, definitivamente, nos hace ser mejores seres humanos.

La generosidad brotó ya que nos cuidamos nosotros mismos, para estar bien, pero también para que los demás estuvieran bien. Cuando no sólo piensas en ti, eres generoso; y en la medida en que estuvimos atentos a los cuidados que debíamos tener y que sí tuvimos, nos volvimos seres mucho más cercanos a los otros (aunque estuviéramos lejos).

Entendimos que somos más fuertes unidos que desunidos y que, si de forma consciente más personas respetaban los protocolos, menor sería el contagio y los muertos.

El convivir en confinamiento con otras personas es difícil. Si en verdad aprendimos a ser tolerantes, entonces el 2020 nos dejó algo que podremos usar el resto de nuestras vidas. La tolerancia es un elemento de buen trato entre las personas y las naciones, y siempre construye.

Nos volvimos más simples. Gozamos cosas que antes dábamos por sentadas y que ya ni apreciábamos, como sentir el aire fresco en la cara, admirar un atardecer o disfrutar de una salida a caminar.

Comprendimos que todos somos iguales y agradecimos todos los privilegios que tenemos unos pocos y que muchos no tienen: una casa, la posibilidad de resguardarnos y trabajar desde el hogar, una familia que nos quiere. Sin duda eso nos hizo mucho más agradecidos.

En tiempos de crisis, si aprendemos, somos agradecidos y sensibles con los demás. Saldremos mucho más fortalecidos, con mayor grandeza y con los corazones llenos de amor, entusiasmo por la vida, y atentos por el bienestar de los demás.

A mí el 2020 me llenó el corazón de cosas buenas y me enseñó a filtrar lo que realmente vale la pena y lo que nos hace perder el tiempo. Entendí que las envidias, el resentimiento y las culpas, lo único que hacen es envenenarnos el alma. Entendí que el perdón es el mejor aliado para tener paz, y que sin amor, la vida misma no tiene sentido.

No podemos ser los mismos después de esta pandemia, no pueden volver a estar las cosas como estaban antes del 2020; sería un tiempo precioso desperdiciado, un vacío de aprendizaje cuando cada día teníamos una lección que aprender. Sería, en pocas palabras, pasar de noche por la vida misma.

Que el 2020 aleccionador nos haya preparado para ser mejores seres humanos en los años posteriores, es mi mejor deseo en estas fiestas decembrinas.

Mucha salud, mucho amor y mucha sabiduría.

¡Felicidades!


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