Necesitamos creer en los gobernantes

La corrupción, asociada para colmo al cinismo e impunidad de la clase política, ha llevado a tal desprestigio del gobierno, de los partidos y de los legisladores que según los encuestadores de opinión pública, todos los candidatos a la Presidencia de la República le parecen lo mismo a la mayor parte del electorado (aunque obviamente no lo son).

La desconfianza en la clase política es uno de los aspectos severos de las crisis del país y es tan profunda que es de las más altas del mundo: en comparaciones internacionales de la confianza del público en los políticos, como las que hace el World Economic Forum, México cae hasta la posición 127 de 137 naciones.

La sociedad necesita creer en su gobierno, necesita tener certezas para su tranquilidad y confianza en el futuro y para ello, los gobernantes tendrían que ser unos cuyo poder parezca una consecuencia necesaria de problemas y soluciones reconocidos por las mayorías. ¿Lo ve usted en Meade, Anaya o López Obrador?

Además de la corrupción, impunidad y cinismo, lastiman a la sociedad el descrédito que los gobernantes han hecho de nuestra nacionalidad (en relación con E.U.A.) y la riqueza que a la mayoría sólo le queda contemplar en otras manos; las soluciones consecuentes tendrían que ver con el restablecimiento de tramos de soberanía y del prestigio internacional de México, y con el impulso del progreso material acompañado de la equitativa distribución de la riqueza.

Es mi parecer que José Antonio Meade es un buen técnico y que como tal sólo cree en sus propios dogmas y experiencia por haber participado en la política económica de libre comercio, Estado mínimo e integración a Estados Unidos; él, como los últimos gobiernos que hemos tenido, piensa en México como parte de la región norteamericana y no tiene un plan B para lidiar con Trump en la Casa Blanca, quien seguirá elevando los costos de la pretendida integración en soberanía y prestigio de nuestro país.

Ricardo Anaya es más inteligente que Vicente Fox y que Felipe Calderón y demostró gran habilidad para llevar a cabo sus ambiciones; aunque causó hondas fracturas en el PAN, se deshizo del calderonismo y otros adversarios. No se inclina por la democracia, ni por la transparencia en el manejo de recursos, ni por la justicia social, aunque pudiera intentar actualizar el régimen político conforme al conservadurismo de derecha que profesa.

López Obrador conoce el país mejor que sus adversarios y tiene un discurso que empata con valores de los mexicanos menos favorecidos, pero las clases medias, fuera de la Ciudad de México, no le creen y ése puede ser uno de sus puntos vulnerables, aunado al rechazo de E.U.A. y del priismo en el poder.

Estamos ante la disyuntiva de reafirmar principios y depurar la clase política en las elecciones de julio próximo conforme a nuestra propia historia, valores y tradiciones, o permitir que se sigan imponiendo los cambios que nos vienen de Estados Unidos.

En toda sociedad siempre habrá gobernantes, pero el tipo de dominación que ejerzan no tiene por qué ser siempre el mismo; como escribió el politólogo italiano Norberto Bobbio: “En la transición de una época a la otra no cambia el hecho de que exista una clase política, pero sí cambia su calidad, su modo de composición y de formación, su organización”.

http://estadoysociedad.com

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