Una nueva muchedumbre se ha organizado a través de la comunicación digital de redes sociales y ha partido de Honduras el reciente 14 de enero, con destino a Estados Unidos. De acuerdo con Miroslava Cerpas, del Centro de Investigación y Promoción de los Derechos Humanos (Ciprodeh), unos 300 nacionales emigran diariamente del país. Con la bandera nacional, pequeñas mochilas y un mar de ilusiones marchan a sabiendas de que en todo el camino habrá adversidades de todo tipo.
Sin lugar a duda, esta situación “enciende” las alarmas sobre la situación en la que pervive la gente en el pequeño país centroamericano, pues da la impresión de que se puede en una “peligrosa” rutina que ensombrece la imagen del país. Pienso que el hecho de que las autoridades de gobierno desestimen la magnitud de esta situación, al calificarla de movilización con “tintes políticos”, es una clara negación de una condición de pobreza e inseguridad en la que sobreviven miles de hondureños. Ejemplo de lo anterior es que empresarios hondureños, como Juan Bendeck, admitan que la situación se vuelve “más preocupante” cuando en esta nueva caravana viajan ciudadanos que tienen empleos y aluden al alto costo de la vida.
Según datos socializados por la oficina del Banco Mundial, en el país, para 2016, había un aproximado de 60.9 hondureños viviendo en la pobreza. Por su parte, el Observatorio de la Violencia de la Universidad Nacional Autónoma de Honduras, aunque reconoce que en los últimos años ha habido una reducción de la tasa de homicidios, a 43.6 por cada cien mil habitantes, en cada informe alienta a mejorar.
Para continuar, creo que los obstáculos a los que se exponen en el camino masas como estas, es un hecho que tiene diversos rostros. Va desde las políticas migratorias restrictivas de gobiernos de destino (en este caso Estados Unidos); redes del crimen organizado que buscan aprovechar la vulnerabilidad migrante para ejecutar sus fechorías; y, la conspiración propagandística de los tres países del triángulo del norte de Centroamérica que sufren los embates de la emigración en mayor proporción (Honduras, Guatemala y el Salvador). Estas regiones llaman reiterativamente a sus connacionales a “frenar” la migración, pero no se palpa un interés genuino desde estos países para potenciar el combate frontal contra la desigualdad social y la corrupción (caso reciente de Guatemala, al querer desmantelar a la Comisión Internacional Contra la Impunidad en Guatemala, CICIG); también están los últimos eventos desafortunados de ese flagelo en Honduras, que a lo único que contribuyen es al florecimiento de la desesperanza y al irrespeto al cuerpo de leyes que rigen en estas naciones.
Creo que el reciente Pacto Mundial para la Migración Segura, Ordenada y Regular, aprobado en el pasado diciembre, debe servir como herramienta central en la rearticulación de las políticas nacionales, a fin de enfocar toda la energía en la contención de aquellas personas que buscan emigrar, lo cual pasa necesariamente por una mayor inversión comunitaria, pues de acuerdo a datos proporcionados en diciembre por la Agencia de la ONU para la Alimentación y la Agricultura (FAO), en el caso de Honduras, por ejemplo, la mayoría de emigrantes “salen de zonas rurales marcadas por una fuerte presencia de empleo agrícola” y añaden la estructural ausencia de escolaridad. Lo anterior requiere necesariamente de una “vibrante” implicación de los liderazgos locales en el empuje del desarrollo comunitario, para la detección y promoción del talento nacional.
En conclusión, esta nueva caravana -que incluye ancianos y niños- debe servir para movilizar a todo el cuerpo social del estado para buscar la “medicina” desde lo micro (como retener a los migrantes en las comunidades), hasta lo macro (como generar oportunidades para la sociedad en igualdad de condiciones, desde el estado) en la búsqueda del bienestar común o el llamado “estado de bienestar” (concepto político-económico) para construir lo que algunos llaman el “sueño hondureño”.