La conformación del Estado mexicano ha sido ardua desde sus inicios y por demás complicada, inclusive, una vez determinada su estructura y forma de gobierno. Luego de 500 años, quienes forjaron nuestro país concibieron que nunca más habría de gobernar un régimen monárquico. Por ello, desde un principio, como nación independiente, se pactó la forma republicana.
La consagración de nuestra forma de gobierno está señalada en el artículo 40 de nuestra Constitución General al establecer la voluntad de pueblo mexicano para constituirse en una República representativa, democrática, laica y federal.
Herencia del constitucionalismo norteamericano, el régimen presidencial y el federalismo se determinaron desde los inicios del México independiente. Se advirtió, tras varios siglos del dominio y abuso de la corona española, que los gobernantes de nuestro país tendrían que legitimarse con el voto universal y periódico, procedente del pueblo y no por la imposición de un derecho divino, sanguíneo o de casta.
Aunque a la mexicana, el federalismo ciertamente se comprendió como una forma de gobierno más democrática, pues la división del poder a lo horizontal en ejecutivo, legislativo y judicial, así como en lo vertical para limitar y respetar la distribución de competencias de la federación, los estados y los municipios significan, por lo menos en la teoría, una mayor repartición en el ejercicio del poder público y, con ello, la posibilidad de evitar los abusos que se generan por la concentración de éste. Aunado a lo anterior, con el federalismo se busca, también, respetar y preservar las diferencias derivadas de regionalismos y localismos de nuestra población.
La idea de república representativa manifiesta en la letra una avanzada concepción de la democracia, ya que su gobierno habrá de elegirse periódicamente mediante elección popular. Esto nos lleva a la reflexión de dos conceptos básicos en este campo: representación y representatividad. El primero de ellos se materializa por medio de la designación de candidatos y su posterior elección popular para actuar en nombre del pueblo. El segundo concepto habría de hacerse efectivo a través de la legitimación ante su electorado, lo cual, en lo hechos, lamentablemente no se cumple. ¿Es el pueblo quien puede designar a los candidatos? ¿La ciudadanía conoce a sus representantes una vez electos? ¿Diputados o senadores vuelven a las comunidades, colonias o pueblos ya cuando están en el encargo para dar seguimientos a sus propuestas de campaña?…
El sistema de partidos políticos tendrá una prueba muy difícil el próximo año en la que habrá de constatarse no sólo su legitimidad ante la ciudadanía, sino también, su eficacia como mecanismos de concentración del poder público y promotores de la participación ciudadana y la vida democrática.
En 2018 tendremos la opción de votar en favor de las candidaturas ciudadanas inclusive a Presidente de la República. Dicho fenómeno me parece que, en primer término, se debe a una nueva forma de concentración del poder político de las élites de siempre a las que lo mismo da si lo ostentan a través de partidos políticos no importando su color e ideología o, ahora, de las llamadas candidaturas ciudadanas. En definitiva, estas candidaturas se deben no a una proliferación de la democracia y cultura de la legalidad en nuestro país, sino más bien a una nueva forma de preservación del poder y la riqueza de aquellas élites.
Es cierto, habrá las que verdaderamente pretendan el interés general y la reivindicación en el ejercicio del poder público. Sin embargo, esas verdaderas candidaturas ciudadanas tendrán una inequitativa y por demás difícil precampaña y campaña electoral; primero, porque será una verdadera proeza lograr su registro y, segundo, será imposible competir contra las demás candidaturas oficialistas.
Por lo antes expuesto, habrá que reflexionar si realmente las candidaturas ciudadanas son la mejor opción o por lo menos percatarnos cuáles de ellas verdaderamente son ajenas a los intereses de las élites que por siempre en nuestro país han concentrado el poder y la riqueza.
@marcialmanuel3
Una muy interesante reflexion