Una de las preocupaciones de los científicos mexicanos es que a pesar de que ya somos demasiados quienes seguimos contribuyendo a la industria nacional con nuevo conocimiento ―lo cual podría traducirse en innovación―, no estamos logrando esta transferencia en la medida que quisiéramos porque no sabemos cómo ponernos de acuerdo.
El problema de la falta de comunicación eficiente entre la ciencia y la industria es multifactorial. En parte, es falta de confianza, pero también, el hecho de que los tiempos de la ciencia sean lentos cuando su prioridad es el avance del conocimiento, la industria al ser un negocio, necesita innovación aplicable a corto plazo. No estamos acostumbrados al fracaso; en sitios donde existen fuertes vínculos entre la ciencia y la industria, las estadísticas muestran que sólo una de cada veinte de nuevas empresas en tecnología son exitosas; a pesar de lo cual, la inversión de riesgo le sigue apostando a las ideas innovadoras.
Ciertamente, en México no estamos habituados a fallar ni aprender de los errores. Los científicos tenemos problemas que dificultan nuestro trabajo cotidiano, las trabas para importar insumos suelen ser kafquianas y no tenemos paciencia con la burocracia que implica sacar una patente. Estoy segura que los industriales están aquejados por problemas enormes, y supongo que algunos provienen de la corrupción en la que estamos inmersos, como los trámites engorrosos e innecesarios que debemos atender pero que desalienta a cualquier emprendedor.
Tal vez una salida al problema es apostarle a los jóvenes. Estadísticas recientes demuestran que el cociente intelectual de los humanos ha aumentado en sitios donde existe suficiente comida de calidad, agua potable y ausencia de plomo en el ambiente. Esto significa que los jóvenes en entornos propicios, sí son más inteligentes que los de hace cien años cuando se inventó la prueba para medir el cociente intelectual. ¡No es sólo que las abuelitas estemos cegadas por el amor y pensemos que nuestros nietos son más listos que nosotras! ¡Es muy probable que sí lo sean! Si aprendemos a comunicarnos con los jóvenes, nos contagiarían con su entusiasmo e inteligencia; si los apoyamos les haríamos un bien, finalmente ellos serán quienes conduzcan el destino de México dentro de algunos años y si cuentan con nuestra retroalimentación, siempre y cuando sea requerida, lo podrán hacer mejor.
Así que, una opción podría ser formar grupos de jóvenes de licenciatura de carreras como: ciencias sociales, economía, ingeniería, robótica y cómputo, para que analicen qué problemas tiene su entorno y piensen juntos cómo lo solucionarían. Ya que tuvieran la “idea genial”, de ser necesario podrían contactar a doctores en las distintas especialidades científicas para asesorarlos, y una vez que estuviera consolidada su innovación, proponérsela a los industriales. Es decir, que los científicos no tuviésemos que ponernos de acuerdo con los industriales y transitar el largo proceso de aprender a hablar un lenguaje común y ganarnos la confianza mutua, sino que los jóvenes emprendedores, con ideas frescas, presentaran sus propuestas ya trabajadas a quienes fueran capaces de traducirlas en nuevos productos modernos y con mejor tecnología que a la larga pudieran beneficiarnos a todos.