“Puras cosas maravillosas”: “El descubrimiento de Georgia (por Pablo Perroni)”

La honestidad de Perroni hace de Puras cosas maravillosas un golpe certero a la sensación y conciencia.

 

Aunque no es de su autoría, Ray Charles popularizó Georgia on my mind en 1960. Rápidamente llegó al número uno en la lista de Billboard, fue adoptada como himno del estado de Georgia y sirvió de instrumento pacificador en conflictos civiles de los sesenta. Más allá de su simbolismo, más impuesto y menos orgánico, esta canción es un verdadero poema que conmueve a cualquiera.

Other arms reach out to me, other eyes smile tenderly, still in peaceful dreams i see the road leads back to you” canta Ray con una voz que está en la frontera de la dulzura y nostalgia. “Georgia” es el hogar, el lugar donde se toca base para volver, una verdadera casa que protege.

Así como Ray encontró su canción que lo inmortalizó, sin temor a equivocarme, Pablo Perroni descubrió en Puras cosas maravillosas esa obra capaz de darle un lugar de por vida en la historia del teatro mexicano. No sólo como un actor comprometido y arriesgado, sino por convertir un montaje en un “hogar donde se puede tocar base”.

Puras cosas maravillosas es un reto para un solo actor quien interpreta a un hombre que desde un principio, al ser sobreviviente de una depresión, añora la infancia. Desde niño, al saber que su madre intentó suicidarse, comenzó a hacer una lista de las razones por las cuales vale la pena vivir para ayudarla en su recuperación. Así como en “Georgia” de Ray Charles, el personaje de Perroni está al borde de perderse.

En el escenario vemos a un adulto que narra su primer encuentro con la muerte pero, en realidad, escuchamos la voz de un niño asustado. La muerte mata la inocencia; el miedo se apodera de la realidad. Los autores, Duncan Macmillan y Jonny Donahoe, no caen en la obviedad de hablar sobre la muerte sino del miedo a vivir; hay una clara intención de cuestionar a una sociedad donde la felicidad se confunde con la realización de TODOS nuestros deseos. Libre de cualquier dolor.

El “niño” de Puras cosas maravillosas nos da tremendas sacudidas al desmitificar la felicidad reiterada en los anhelos individuales, los medios de información y el inconsciente colectivo. La vida también es muerte, dolor, duda, fragilidad. ¿Y esto con qué se come cuando siempre aspiramos a vivir la mejor versión de la realidad? Puras cosas maravillosas es un canto a la vida real-real, aquélla con seres de carne y hueso, a la oscura, a la luminosa.

El conflicto de este hombre está en digerir el miedo y aceptar la vida como viene. Por cada sombra, hay luz, hay algo maravilloso por lo que seguir. A veces, y en la mayoría de los casos, se esconde en las sutilezas. Esta necesidad de creer en lo extraordinario se vuelve absurda frente a lo ordinario y cotidiano; ahí transcurre la verdadera vida, ahí, en lo pequeño, en lo imperceptible por ser tan cercano y común. El texto es una proeza por ser contundente y manejar una poética sutil en este sentido.

El mayor acierto de la historia es nunca caer en maniqueísmos o en discursos de superación personal sino centrarse en la acción del personaje por escapar del miedo a la muerte y, en cierta manera, de él mismo. La adaptación de Pilar Ixquic Mata es congruente con nuestra semántica y logra empatía con el espectador en cada palabra.

La dirección de Sebastián Sánchez Amunátegui es un experimento porque orilla a Pablo Perroni a romper la barrera que hay con el escenario. Somos el interlocutor, el consejero, el padre, el amigo, el hermano; la experimentación resulta en integrar al ejercicio escénico las respuestas del espectador.

Nunca se violenta a los observadores ni mucho menos se les pone en una situación de ridículo; hay un cuerpo teatral entre el actor y sus testigos; se transgrede esa solemnidad teatral para jugar a ser un “niño con miedo”, un “adulto perseguido por la muerte”.

Desde el acomodo y el número de butacas se nota el interés de convertir toda la sala en el escenario. La cercanía del actor con los espectadores le da volumen a las palabras y a la anécdota. Hay un interés que crece cada minuto; una sensación de peligro como ver el acto principal de un malabarista en un circo y aplaudirle porque nunca se cae a los quién-sabe-cuántos metros de altura.

Para Pablo Perroni es su prueba de fuego como actor. Siempre valoro en un intérprete, amén de su técnica y el perfeccionamiento de la misma, su capacidad de arriesgarse. Nunca había visto a Pablo Perroni en el borde. Siempre está al servicio de la historia y el público; sus niveles de concentración son altísimos por las improvisaciones que hace con los espectadores. Las transiciones son orgánicas y aplaudo de pie que Perroni nunca empuje la acción dramática (evidencia de su crecimiento actoral).

Esto es lo que Sánchez Amunátegui sabe hacer con gran pericia: desnudar al actor para que pueda pasar la historia por él; contar una obra en corto sin artificios ni obstáculos. La honestidad de Perroni hace de Puras cosas maravillosas un golpe certero a la sensación y conciencia. El personaje, las palabras y la anécdota aparecen como moretones días después para cuestionarnos nuestra fragilidad y necesidad de vivir.

En alguna parte del montaje se puede escuchar alguna canción de Ray Charles como un testigo de lo que sucede entre Pablo Perroni y esta obra. Es indudable lo que le pasa al público: esa conmoción, esas vibraciones; sin embargo, lo que se lleva Pablo cada noche es un tesoro que vivirá de manera insospechada (y brillante) en su corazón. Tal vez haya encontrado ese hogar invisible al que siempre se regresa. Tal vez haya llegado a “Georgia”.

Puras Cosas Maravillosas. Foro Lucerna
Puras Cosas Maravillosas. Foro Lucerna

Traspunte

¡Qué mejor que celebrar estos tiempos políticos con “¡Silencio, pollos pelones, ya les van a echar su máiz!” de Emilio Carballido!

Puras cosas maravillosas

De: Duncan Macmillan y Jonny Donahoe

Dirección: Sebastián Sánchez Amunátegui

Foro Lucerna (Lucerna 64, colonia Juárez)

Martes a las 20:45 p.m.

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