Los 3,185 kilómetros que formalmente compartimos con Estados Unidos, son nuestra frontera más estratégica. Para algunos, ese límite es nuestra primera línea de defensa para contener el expansionismo estadounidense y para otros, es escenario de tres guerras simultáneas: contra la inmigración indocumentada, contra el tráfico de drogas y contra el trasiego de armas, como observa el director del Centro México del Instituto Baker, Tony Payán. En síntesis, en ese espacio se define la relación multidimensional de dos países desiguales que protagonizan un proceso de integración tan intenso que algunos lo llaman “Améxica”.
En esa frontera geoestratégica México y Estados Unidos proyectan sus intereses geopolíticos. Además, ahí confluyen los intereses federales y estatales de cuatro entidades estadounidenses (Arizona, California, Nuevo México y Texas) y seis mexicanas (Baja California, Coahuila, Chihuahua, Nuevo León, Sonora y Tamaulipas). Además, Améxica se extiende al océano Pacífico y al Golfo de México al tiempo que acoge dos cuerpos de agua sustantivos para la vida regional: el Río Grande (Río Bravo para nosotros) y el Río Colorado.
El muro que Donald John Trump quiere levantar del lado estadounidense de Améxica, encontraría vallas de lámina, alambradas y cercos en distintos tramos, ordenados por sus antecesores en el cargo y con idéntica intención. No obstante, el magnate-presidente afirma que su muro sería igual al de la Gran Muralla china, pues tendría 17 metros de altitud y una “grande, gruesa y bonita puerta” por la que sólo accedan inmigrantes con documentos.
Más allá de la grosera ironía imperial, esa eventual barrera en Améxica supondría efectos graves como profundizar la separación de los 26 pueblos indígenas, todos con profundos vínculos culturales y familiares con los mexicanos de la región. Es de notar que tanto la superpotencia mundial como México, mantienen a sus respectivos indígenas de la región con altos índices de pobreza, desempleo y agudos problemas de vivienda. Debido a las restricciones migratorias de años recientes, todos ellos han perdido su ancestral libertad de tránsito para visitar a sus familiares del otro lado de la frontera. Tal es el caso de los kikapus (cucapas) repartidos entre Sonora y Arizona, unos 80 mil miembros de los o’odham y quechanes entre Arizona y California, los yaqui de Pascua Nueva en Tucson, Arizona o los kumiai de la reservación Campo cerca de San Diego.
A la par, vale citar que unos 20.5 millones de personas habitan Améxica ‒casi el total de la población conjunta de Guatemala, Panamá y Belice, el doble de la población de Portugal o Cuba‒ y es el lindero terrestre más transitado del planeta. Se estima que las transacciones comerciales de esa frontera ascienden a 1,4 mil millones de dólares, con lo que es de las más valiosas en términos económicos según el Departamento de Estado y el Congreso estadounidenses. Por ello, es evidente que esa región sea un tema de negocio “que propuestas demagógicas no cambiarán necesariamente”, considera el investigador del Colegio de la Frontera Norte, José María Ramos.
Hasta ahora se ignora qué política aplicará Donald Trump en Améxica. “No tenemos alcance de la complejidad de todos sus pensamientos y desconocemos sus valores básicos, pues le gusta ser impredecible”, expresaba en diciembre pasado el vicepresidente del Centro Wilson, Andrew Selee. Aun así, para consumar ese muro tendría que apoderarse de tierra privada ‒casi el 66 por ciento‒ de las miles de hectáreas de parques nacionales, reservaciones indígenas y rancherías (en Arizona y Texas, cuyo ganado depende de su acceso al río Bravo y pastizales de la región).
A esa cuestión territorial se suma la posición de Trump de retirarse del Tratado de Libre Comercio con América del Norte (TLCAN). Ante ello, es bueno saber que el 115º Congreso estadounidense estima “prioritarias las estrechas relaciones comerciales y de inversión con México”, y estudia el eventual efecto de un retiro o reforma de ese acuerdo, en la economía estadounidense. Así lo apunta la especialista M. Ángeles Villarreal en su análisis del pasado 27 de abril “Relaciones Económicas México-E.U. Tendencias, Asuntos e Implicaciones” para el Servicio de Investigación del Congreso.
Y mientras se dirime el porvenir de ese pacto comercial, mexicanólogos de universidades en ambos países han encontrado una posible clave legal para frenar la Muralla China de Trump. Se trata de un párrafo del vigente Tratado Limítrofe binacional de 1970, que prohíbe a ambos países “construir cualquier estructura que perturbe el flujo de los ríos Grande y Colorado”; en términos de derecho internacional, ese Tratado es vigente y aplicable.
De estos asuntos sustantivos se nutre la inquietud que hoy compartimos con usted: ¿Qué hacer con Améxica?
En relación al párrafo del Tratado Limítrofe Binacional que prohibe “construir cualquier estructura que perturbe el flujo de los ríos Grande y Colorado” quiero mencionar que una valla como la que pretende construir el gringo loco no perturbaría el flujo de los ríos mencionados ya que dicha valla se construiría tierra adentro de USA, en todo caso afecta a ganaderos y agricultores de ese País y a la fauna silvestre que que necesitan de agua para su sostenimiento