La intuición es útil para tomar decisiones personales.
Si se aplica al gobierno puede resultar ruinosa.
El autor.
El arranque de las campañas presidenciales da pauta a que los candidatos se concentren en las expectativas de la sociedad, escuchándola con atención y, en consecuencia, hacer planteamientos que rebasen las promesas surgidas al calor de la contienda.
Es momento de enfatizar en el análisis objetivo de la realidad nacional, donde la inseguridad es un hecho cotidiano extendido en todo el país, acompañada de una violencia inusitada por su crudeza y persistencia. Se argumenta que estos dos flagelos son consecuencia y, a la vez, generan desigualdad, pobreza, déficit de la calidad en la educación, desempleo y falta de oportunidades.
La estabilidad política es posible cuando resuelve los conflictos por la vía pacífica y civilizada, elecciones libres y periódicas. Es insumo de la paz social y es indispensable para alcanzar la estabilidad económica que propicie el bienestar integral de la comunidad.
Además de la problemática interna, es preciso atender la política exterior que se ha visto significada por la violencia, la inseguridad, el narcotráfico, la corrupción, combinadas con otros fenómenos de la globalidad, los vaivenes de los mercados internacionales, tipo de cambio, flujos financieros descontrolados, migración desordenada, terrorismo, etcétera.
Quien acceda a la titularidad del Poder Ejecutivo está obligado a promover un círculo virtuoso que brinde espacio a la competitividad, es decir, el enriquecimiento del capital humano y social necesarios para la sostenibilidad del país.
El elector, con vistas a la toma de su decisión, ya dispone de referentes tales como: la regulación de la justa electoral y las instituciones abocadas a garantizar su cumplimiento; la integración de coaliciones, que lejos de apegarse a una ideología, obedecen a un pragmatismo, a la inmediatez, a la obtención del poder por el poder mismo y hasta a la participación de una candidatura independiente.
Dos referentes más pueden eventualmente influir, mas no determinar el resultado de los comicios. Se trata de las encuestas y el activismo en las redes sociales; aquellas son indicadoras del sentir de algunos segmentos poblacionales, en un momento específico, que suben o bajan a los candidatos conforme a circunstancias coyunturales. En las redes se expresan filias y fobias, utilizan herramientas expuestas a las contingencias de la tecnología (bots, fake news, phishing) y todos esos nuevos recursos que se han incorporado a las campañas electorales, en el mundo y por supuesto en México. Se requiere que cada ciudadano haga un esfuerzo de discernimiento para separar el ruido y la basura mediática, y de este modo esté en condiciones de elegir con madurez política.
El próximo 1º de julio, el elector tiene ante sí tres opciones: la continuidad, el cambio, o la síntesis de ambas: la continuidad con cambio.
Si se elige la continuidad se estará sujeto a persistir en las condiciones presentes sin perspectiva alguna de influir en el futuro inmediato. En el caso de optar por el cambio es necesario asumir los riesgos de la incertidumbre, reconocer la crisis y plantearse periodos de transición. La tercera opción ofrece la posibilidad de responder a las exigencias actuales con transformaciones graduales e incluyentes, sin romper con las estructuras ni menospreciar los logros anteriores: el cambio con estabilidad.
En este escenario, la ciudadanía tiene la oportunidad de sopesar el valor del liderazgo institucional frente al carisma que se les atribuye a los candidatos a la Presidencia de la República.
El liderazgo institucional se conforma por el conocimiento, la experiencia en el servicio público, las habilidades personales, la capacidad de conducción que implica saber planear, organizar, dirigir y controlar; poseer la capacidad política para llegar a acuerdos y cumplir compromisos. Debe contar con el respaldo de las instituciones y de la sociedad civil organizada y estar apoyado por un equipo en el cual el talento prevalezca sobre la visibilidad pública. El líder institucional tiene que evidenciar resultados de su trayectoria profesional y política.
El carisma consiste en un núcleo de atracción encarnado en un individuo cuya actuación corresponde a los intereses del grupo, comunidad o país que pretende guiar. Los seguidores confían y/o entregan su voluntad a quien advierten como el más apto para satisfacer sus expectativas, especialmente cuando propone una ruptura con el sistema o la autoridad preestablecida, que la voz popular descalifica por distintos motivos.
En un clima de desencanto, un líder carismático disfuncional tiende a plantear el cambio sin suficientes lazos con la realidad. Sus propuestas suelen ser confusas y sus posibilidades de ejecución inciertas. Aun así, un líder semejante alcanza a conseguir adeptos, basa su fuerza en un activismo intenso contra enemigos reales o imaginarios, acude a argumentos en busca de inspirar y convencer de su indiscutible liderazgo: “el cambio soy yo”, parafraseando a Luis XIV.
En suma, el inédito proceso electoral que experimentamos efectivamente nos presenta las tres tendencias mencionadas. Cada uno de nosotros podrá hacer su reflexión acerca de cómo ubicar a los candidatos o fraguar combinaciones personales.
Al final del día, el ciudadano tiene, en sus manos, en su mente y en su corazón, la responsabilidad, el derecho y la obligación de determinar en quién deposita la responsabilidad concomitante, la de gobernar a un país que debe ser mayormente institucionalizado. Ello implica desarrollar un andamiaje que equipe mejor a la Federación y a los tres poderes públicos, en correspondencia con la ciudadanía para lograr la satisfacción de las demandas de una sociedad nacional dinámica y creciente.