Independientemente de la movilización gremial de los maestros por la llamada Reforma Educativa, es claro que siguen pendientes temas que, de no abordarse a tiempo, pueden llevar a la autoridad y al país a una victoria pírrica en materia educativa. Tal riesgo está presente por que más allá del sindicato de maestros (SNTE), quedan sin tratarse el tema del rezago y certificación, el método, los contenidos y los medios de la educación. Aspectos en los que radica sustancialmente las flaquezas del sistema educativo nacional, y que, de no atenderse, pueden perpetuar las condiciones adversas de la instrucción pública. Con el atrevimiento que da ser economista de origen y haber trabajado en los temas del financiamiento para la educación, bien vale la pena abordar una parte que se antoja necesaria para una reforma educativa más sustantiva y menos caciquil.
El país enfrenta, de acuerdo a la Secretaría de Educación Pública (SEP) un rezago educativo de magnitudes insospechadas. Entre 32 a 34 millones de mexicanos de 14 años y más no cuentan con la educación básica completa, es decir, que tengan terminada hasta la educación secundaria. De allí que surja la pregunta de saber cual nivel educativo debe ser privilegiado, ante la disyuntiva de la asignación de los recursos públicos cada vez más escasos. Esta pregunta crece en importancia si se toma en cuenta que recientemente se tuvo la ocurrencia de hacer obligatoria la educación media superior, es decir el bachillerato, a partir de los próximos años.
El dilema de las prioridades educativas y la asignación de recursos públicos se agrava si se toma en consideración el desperdicio escolar que se va generando desde la educación primaria hasta la educación superior, es decir de los estudiantes que reprueban y de aquellos otros que dejan de estudiar. Estudiantes repetidores, y desertores, por las razones que sean en cada caso, imponen recursos públicos que terminan siendo desperdiciados.
En la actualidad existe un gran número de desertores, que aun habiendo realizado estudios en diversos sistemas de un mismo nivel educativo, no cuentan con opciones válidas para integrar o empaquetar sus calificaciones acumuladas para optar por alguna opción de certificación escolar. Este tipo de desertores huérfanos son básicamente identificados con el nivel medio superior. A este tipo de desperdicio escolar, que se podría llamar estructural, se agrega un desperdicio social tradicionalmente no considerado, que es el de los egresados universitarios que laboran o se desempeñan en actividades ajenas a una calificación universitaria. Es decir sus estudios universitarios no son base para su desempeño laboral.
Por lo que hace a la certificación educativa, tradicionalmente un alto porcentaje de egresados de la educación superior no alcanzan la titulación de sus estudios, por lo que ingresan al mercado de trabajo en condiciones salariales de desventaja. Esta situación se debe en mucho a una pretensión altamente científica que el sistema educativo nacional no tiene. Pretender llegar al nivel de elaboración de tesis para cumplir con un examen profesional u obligar a un examen general sobre estudios profesionales es una exigencia ingenua, que más parece un ardid burocrático que un paso lógico de la educación superior.
Frente al problema tradicional de la certificación en general, en la actualidad se vive una certificación sin calidad y/o exprés, particularmente de la educación media superior y superior, que realizan un buen número de instituciones privadas, a lo largo y ancho del país. Así, ya sea en los tiempos esperados o en unos cuantos meses, los egresados de estas instituciones consiguen sus certificados y hasta títulos universitarios que amparan sus estudios, por poner un ejemplo, de derecho, contaduría, administración; encontrándose algunas instituciones en vías de “formar” médicos cirujanos.
Lo sorprendente es que la SEP, ante su señalamiento de que buena parte de las instituciones no cuentan con el Reconocimiento de la Validez Oficial de Estudios (Revoe), extiende en muchos casos la cédula profesional a los egresados universitarios correspondientes. Obviamente en este caso hay una clara falta al deber por parte de los funcionarios de la SEP y un claro fraude económico de la supuesta institución educativa hacia los alumnos y sus familias.
El rezago y el desperdicio escolar tienen una relación directa con el método educativo seguido, así como con los contenidos y medios aplicados para la educación en México. En todo caso rezago y desperdicio pueden ser vistos como el resultado no sólo de maestros y alumnos, sino de aquello, en calidad y cantidad, que los amalgama. Por ello los temas de métodos, contenidos y medios se vuelven indispensables en cualquier sistema de enseñanza.
Bien se dice que el método educativo en México, si es que hay en la realidad alguno, más allá de lo formalmente enunciado, se sustenta en la memorización y en un proceso repetitivo que impide la exploración y creación del conocimiento por parte del educando. Independientemente de las capacidades o conocimientos del maestro, al estudiante no se le induce a que investigue, descubra o cree conocimiento. Lo que convencionalmente se denomina constructivismo posibilita al estudiante a que recurra a la biblioteca, ahora más fácilmente vía internet, investigue, o lea diversos escritos sobre un tema.
El método constructivista, entiendo, también alienta que se escriba lo que se investiga o se descubre, obligando a la claridad del pensamiento, para diferenciar entre el lenguaje oral y el lenguaje escrito. Los estudiantes mexicanos, en general, en ese sentido, se encuentran a años luz de estudiantes de los países desarrollados, especialmente de los países europeos, sobresaliendo los países escandinavos e inclusive el Reino Unido (UK).
Las evaluaciones estandarizadas e internacionales hoy hacen olvidar que el resultado final del proceso educativo va más allá de los exámenes, la forma de crear nuestro conocimiento, nuestros juicios y toma de decisiones puede ser más trascendente que pasar de manera sobresaliente un examen si el conocimiento no lo hemos hecho nuestro, si no hemos creado valores para enfrentar un mundo cambiante y retos individuales y colectivos más complejos.
Con el riesgo de decir anatemas, aún los resultados emblemáticos de las evaluaciones de ciertos países del sureste asiático llevan a uno a preguntarse si la obediencia y aceptación ciega de las jerarquías, la repetición mecánica de lo aprendido, beneficia finalmente más a una sociedad que la innovación, la creación de conocimiento, la especulación científica. Bien dijo Mark Blaugh, pionero en el tema de la formación de recursos humanos como capital, “lo que los empleadores realmente valúan a cerca de la educación no es cuanto mucho saben los trabajadores educados, sino cómo se comportan los trabajadores educados” (Not only an economist – autobiographical reflections of a historian of economic thought). Este aserto, con una amplia licencia, bien se puede hacer en términos de la sociedad.
Algunos economistas han dicho que la crisis económica y financiera japonesa, que parece ya ser secular, se puede explicar más por la espera jerárquica de la toma de decisiones que nunca se agota, que por la probable falta de conocimiento de sus raíces. En un atrevido contraste, bien se dice que, a pesar de todo, parece que la ciencia sigue siendo anglosajona o al menos se escribe y desarrolla en inglés.
Obviamente los contenidos van de la mano también del método. Los contenidos educativos de la educación pública básica son de cartilla; sólo se sabe y se aprende lo que los libros de texto gratuito contienen, o aquellos otros autorizados oficializados. Teóricamente nadie se puede salir de sus contenidos, ni maestros, ni alumnos. Abrir otras ventanas del saber o países al conocimiento está casi prohibido. Todo incentivo a la exploración es, entonces, cancelado, implicando una severa sanción. Bien podría haber textos básicos y complementarios al buen saber y entender de la junta de maestros. Finalmente tal posible sanción parece ser ajena a la educación privada.
Siempre los medios educativos, más allá de lo convencionalmente entendido, han tratado de ser modernizados en México. Los medios electrónicos más modernos han estado en apoyo a la educación pública desde los 1960’s, con la televisión y las computadoras. En el primer caso, México es referencia mundial por la telesecundaria, que cuenta con más de 14 000 escuelas, y por el sistema de transmisión satelital EDUSAT. Las computadoras prácticamente comenzaron a entrar en la educación media a partir de los 1980’s. Sin embargo, el uso de los medios ha terminado por convertirse en un fin y en algunos casos el Frankenstein de varias administraciones federales, amén que ha significado un enorme desperdicio de recursos públicos.
En materia de televisión educativa, la capacidad de trasmisión mexicana, probablemente única en el mundo, es de casi 20 canales, con una cobertura continental. Cuando fue conocida en 2001 por la Open University, de UK, provocó asombro, dado que siendo la universidad abierta más grande del mundo y de mayor cobertura en ese país dispone únicamente de dos canales de transmisión de contenidos educativos. BBC 1 y BBC 2, después de las 11-12 de la noche, hasta las seis de la mañana.
Educativamente EDUSAT, bajo control del Instituto Latinoamericano de la Comunicación Educativa (ILCE), organismo internacional, prácticamente sólo se usa para la telesecundaria, que es enseñada inclusive en Nueva York, especialmente para la población latina, y ha sido adaptada en Centro América. La capacidad de transmisión educativa podría potenciar en cantidad y calidad los servicios educativos, más allá de los de la telesecundaria, incluidos los de capacitación.
Por lo que hace al uso de las computadoras, y más recientemente el uso del pizarrón electrónico, su uso y aplicación sistemáticamente han sido fallidos y generado un amplio desperdicio de recursos, por no decir de corrupción. Se ha tratado de enseñar computación, sin que los maestros tengan conocimientos en la materia. Se ha buscado su uso para contenidos, sin cambiar los programas educativos.
Y se ha llegado al extremo de buscar la conexión y uso de internet cuando miles de escuelas no cuentan con energía eléctrica o con recursos para el pago del servicio. En fin, se ha pretendido hacer lo que no han logrado ni los países ricos, por ejemplo usar pizarrones electrónicos. En medios hay que comenzar con lo básico y para la educación no básica buscar la aplicación de los medios electrónicos; hay millones de mexicanos esperando oportunidades educativas pertinentes. Baste saber que en un país donde el 90% de la demanda para acceso a la Universidad Nacional no es atendida, en mucho por falta de capacidad física, no existe de manera formal y extensiva una Universidad Nacional abierta y a Distancia. Como contraste y contradicción, cuando surgió la telesecundaria surgió en UK la Open University. Cuando México obtuvo su capacidad satelital para la transmisión de la telesecundaria, la Open se volvió una universidad de cobertura mundial.
Más allá del SNTE, el CNTE y de los demás sindicatos de los servicios educativos de todo el país, que han jugado un papel básico en el nivel de la calidad de la educación en México, el rezago y el desperdicio educativo debe ser atendido pertinentemente y el mejoramiento de la educación debe asumirse que pasa por los métodos, los contenidos y los medios educativos. Bien vale el resultado esperado con la reforma educativa mover a la SEP hacia el “cambio”, aunque se corra el riesgo que decía Don Jesús Reyes Heroles, al señalar que la Secretaría era como un paquidermo reumático que tardaba en moverse, pero cuando lo hacía podría generar un estropicio.
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