Reputación y evenemencialidad mexicanas

Coinciden los expertos en señalar que evento, es una variación perceptible en un medio ambiente estable. La reputación de un país se construye precisamente a partir de los eventos que lo refieren. Los eventos pueden, preverse, estructurarse y programarse, pero en la evenemencialidad juega un papel importante el grado de imprevisibilidad.

Si consideramos la visita del Presidente de la República a un país cualquiera, como un evento, debemos entender que en ese país hay propensión a recibir Visitas de Estado y que estas están más o menos programadas. De esta forma, la llegada de un mandatario se considerará un evento en la medida que existan elementos sorpresa que sean capaces de rebasar el umbral de percepción de las personas más o menos orientadas a percibir las visitas de estado como un suceso natural. Visitas de Estado en Francia, sí, más o menos unas 10 al año, igual que las realizadas a México por Jefes de Estado extranjeros.

Intente, amable lector, recordar las últimas tres visitas de Jefes de Estado a México. A menos que usted trabaje en protocolo de la cancillería, le será difícil como a mí, recordar quienes y cuándo. Si no fuera por “san Google”, salvo la de Merkel en junio, me habría topado con la pared para hacer memoria de la visita del Presidente de Portugal Marcelo Rebelo de Sousa y el de la República de Polonia, Andrzej Duda. Me apetece señalar a estos dos últimos como no-eventos. Su masa, su estridencia, su repercusión no produjeron variaciones significativas en la estabilidad política del país. Si bien con Merkel las cosas fueron algo diferentes, tampoco nos sería fácil recordar más allá de la cuestión del, por cierto, poco promocionado año dual, cuáles fueron las consecuencias o los señalamientos hechos durante este viaje.

Sin embargo, cada uno de nosotros tiene una idea de la reputación de Portugal y de Polonia. Sus esfuerzos en promoción turística, su estabilidad social y económica, su infraestructura, detalles de sus añosas historias, todo ello se pone en juego cuando hurgamos en sus connotaciones. Sí, tal vez recordemos algún acto de corrupción en Polonia, alguna anécdota negativa del Portugal, pero sus reputaciones no están hechas de esos detalles.

La reputación de México, en cambio, está basada en las notas que, aunque coyunturales, se agolpan constantemente por su estridencia y pareciera que la cultura contemporánea en la nación no logra imponerse a los detalles asociados con esas connotaciones que primero vienen a la cabeza cuando en el extranjero, sobre todo en Europa, Canadá y Estados Unidos, en Medio Oriente y en las grandes ciudades de Japón, la Federación Rusa o China se menciona al país.

Según un estudio reciente entre universitarios franceses la palabra primera asociada a México es CHAPO. No entienden “chaparro”, no entienden “zar de la droga”. Entienden bandido mexicano como en los años 30 o 40 del siglo pasado y las últimas décadas del XIX.  Mexicano bandido, mexicano narco, mexicano chueco, mexicano huevón, mexicano poco confiable, mexicano corrupción, mexicano gordo, impune, mata-periodistas, desparecidos, fosas, decapitados. He allí algunos de los vectores que definen nuestra reputación en el extranjero.

Muchos analistas de imagen, expertos consultores, sabios de la publicidad y la promoción, grandes fotógrafos, han hecho su agosto en diciembre vendiendo prevaricaciones y haciendo intentonas para cambiar la imagen de México. Las campañas se suceden unas a otras, visit mexico, live it to believe it, sí, pero también, la Visit México, País de impunidad (esa campaña que el gobierno no quiere que veas).

José Antonio Guevara Bermúdez, Director Ejecutivo de la Comisión Mexicana de Defensa y Promoción de los Derechos Humanos, es contundente cuando pide a los turistas gozar de las bellezas del país, pero llevarse también una imagen clara de la triste situación del país en materia de derechos humanos, de crimen organizado, de desapariciones forzadas de crímenes de lesa humanidad.

La evenemencialidad del país se vive también al interior. Aunque el potencial de sorpresa (Überraschungspotenzial) ha disminuido, los crímenes se suceden sin respiro y las imágenes de violencia parecen no tener parangón. Nos hemos hecho duros los mexicanos, para matar y para vernos al espejo. No hay malos y buenos, hay una cultura del crimen para todos y de la impunidad que reina para unos cuantos que se protegen y se cuidan entre sí.

Las narco-series terminan por enseñarle a la población que sí hay acuerdos, que sí hay componendas con el crimen, que la injusticia se maneja desde merito arriba. Que sólo hay buenos y malos en circunstancia y que en lo general se vive un estado de inseguridad galopante en que los márgenes de libertad se reducen significativamente.

Desde los años sesenta hemos observado la desarticulación de los sistemas lógicos de autoridad en favor de fratrías perversas y nuevos referentes aglutinadores. Las nuevas generaciones se confunden.

            ―¿Qué tienen los partidos políticos que ofrecernos a los jóvenes para mejorar la oferta que les hace el crimen organizado?

Lo hemos escuchado.  No caigamos en la ociosidad del ejemplo.

Cambiar la cultura nacional no es fácil porque conviene, a quienes detentan cualquier forma de poder, que el statu quo prevalezca.

            ―Ni le muevas compadre, dice el industrial grandote ―nosotros nos vamos a entender con quien llegue al poder y ya sólo buscaremos que sea el menos malo.

Los medianos y pequeños empresarios, en cambio, se duelen de no tener referentes, orientación, de no ser escuchados, de ver cada vez más limitados sus márgenes de competitividad. Sus innovaciones se diluyen en la competencia desleal, contratos a modo y créditos amañados.

México necesita hacerse, construir el país es la tarea, definir sus modos, establecer sus referentes, hacer, surcar cultura de la tierra y extenderla al espíritu. No nueva la cultura, porque nunca la hemos tenido para todos. Pasamos del colonialismo insular, al criollismo continental, de allí al supremacismo racista (el indio como carnada de las gestas de independencia, de reforma y de revolución), al abuso de los militares después de la revolución con sus canonjías y privilegios, luego a los cacicazgos y a la dictadura partidista, a la frustración de la alternancia fallida y a los abusos en las componendas del poder con sus escogidos en tiempos neoliberales y el amasamiento de fortunas extraordinarias y abismos insondables.

México existe sólo a medias; únicamente 50% de los mexicanos contribuye al PIB, de modo que, si esa cifra fuese puntual, de los 160 mil pesos mexicanos que cada mexicano produce en teoría estadística, en realidad la concentración es de 320 mil por habitante, es decir, de unos 18 mil dólares. Esta cifra se acerca al PIB de Portugal fijado en alrededor de 20 mil, 26 mil en España. Si multiplicamos esa mitad de la población mexicana que constituye un mercado de 62 millones de personas, por el valor de ese ingreso, el resultado hace de México un país, con un poder adquisitivo de primer mundo y una de las economías más atractivas del planeta. Así las cosas, quién quiere moverle. ¿El gobierno?, ¿los grandes   industriales?, ¿los inversionistas extranjeros?, ¿las clases favorecidas? Ninguno desde luego.

El gran desafío de México es ser uno, total, incluyente, buscar la incorporación de la población entera a las oportunidades y a la productividad. Para lograrlo se requieren acuerdos mayores: construir una identidad basada en denominadores comunes, resoluciones para la formación y dignificación primero de la relación entre las clases, tender a una ecualización de las posiciones. Establecer un concilio nacional, generar un contrato social que sea respetado por todos y que se sienta así.

Sólo esa forma se puede cambiar la reputación del país. Hacerlo no es acto de publicistas y de imágenes. La tierra entera está llena de bellísimos paisajes, como Yann Arthus-Bertrand, Sebastiao Salgado y NatGeo lo han profusamente demostrado. Fotografiar la belleza es un arte ciertamente, pero fotografiar los clisés de belleza termina por ser costoso, fatigar y poner en competencia las carteras.

El turismo mexicano ha crecido significativamente, pero esta industria –ocupada en proveer satisfacción al cliente‒ no quiere molestar con elementos que prestigien la imagen nacional, a veces porque no los tiene y en muchas otras ocasiones porque no los conoce.

Los industriales del turismo en el país tienen visiones angulares y hacen reclamos puntuales a las autoridades, pasan de las inversiones en México a las inversiones en el Caribe o en las costas del sur norteamericano. Adolecen de una falta de política de desarrollo, de formación, de inclusión y visión de sostenibilidad.

En otras industrias como el agro, las minas, las telecomunicaciones, los contenidos, la energía, el comercio, la salud, ocurre lo mismo, las visiones no son conciliadas sino predatorias, rancheras, caciquiles. La culpa no es de nadie en lo particular, ocurre que no hay cultura nacional, hay culturas en la nación sin duda, pero no una cultura en que nos bañemos todos, ésa es la que es mandatorio construir si se piensa que tener un país es deseable. Comencemos por allí a construir nuestra reputación. La mexicanidad es deseable.

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Jose Aguilar

Excelente reflexión, México no estará en paz consigo mismo hasta que nuestra parte india, nuestra parte negra y nuestra parte que vino del Atlántico (con mucho de árabe aunque la mayoría lo ignora), se unan en un mismo propósito.

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