Convencionalmente, en la mayoría de las políticas económicas subyace alguna teoría, que como tal es una simple conjetura, sustentada en supuestos y circunstancias específicas. De allí que muchas veces las políticas económicas no rindan las frutos esperados y terminen por significar un gran desencanto para la sociedad. Mientras más frecuente sea este proceso, más escéptica será la sociedad a la propuesta de cambio que les proponga el gobierno, pero también más impredecible la acción gubernamental.
Para sorpresa de los legos, en el siglo pasado se utilizaba la circunstancia de Robinson Crusoe para contextualizar el estudio simplificado de la enseñanza de la economía. Ello permitía abordar la compleja realidad económica, asumiendo que el comportamiento “racional” de un individuo podría extrapolarse a todos los individuos y agentes económicos. Creado así el modelo explicativo, a partir del homo economicus, se estudiaba inicialmente el comportamiento del consumidor, el comportamiento del productor y el equilibrio producción-consumo, como parte de la microeconomía.
Obviamente, en la isla de Robinson Crusoe existían dos individuos; además de éste se contaba con la presencia activa de Viernes, en su papel de subordinación, para la definición de las actividades económicas a ser realizadas. Bajo tal contexto, Crusoe debía elegir la combinación óptima de tiempo dedicado a la producción y al ocio. A su vez, debía “elegir qué cosas producir en el tiempo que dedica a la producción (usualmente las alternativas consisten en recolectar cocos o elaborar herramientas de caza y pesca)”. El estudio de esta manera de la microeconomía terminaba siendo insular y de un mundo irreal. Mundo que debería instrumentalmente acercarse a la realidad, conforme los supuestos originalmente asumidos fueran suprimidos.
El mundo Robinsoniano dio paso a la saga de que los economistas normalmente parten de supuestos irreales para explicar la realidad, por lo que sus conjeturas son normalmente equivocadas y sus propuestas irrelevantes. Opinión que cada vez más se diluye socialmente, pero que ha dado paso al principio de que los economistas normalmente no se ponen de acuerdo, por lo que, se dice, de la discusión de dos economistas normalmente surgen tres opiniones.
La microeconomía, referida al estudio de la producción y la distribución, se sigue enseñando como hace casi cien años y el artilugio de Robinson Crusoe en su isla ha sido empleado para el estudio de la macroeconomía, la economía del desarrollo, así como para el caso de las finanzas públicas. Todo ello a sabiendas de que se vive en un mundo cada día más complejo y de los avances teóricos de la economía, por ejemplo en materia de economía de la conducta. La realidad económica es muy necia, y a veces pareciera que más necios son los que pretenden explicarla y aquellos que aspiran a transformarla sin entenderla.
De allí la necesidad de hacer explícitos los supuestos de las teorías y de que estos sean realistas. Esta necesidad se torna atingente para el marco que subyacer en la definición de las políticas económicas. Por lo que es probable que un mundo más allá de la realidad sea el que mueva las decisiones en materia económica, generándose, de esta forma, resultados perversos a los perseguidos.
Ronald Coase, Nobel de Economía de la Universidad de Chicago, señaló que normalmente los economistas no hacen explícitos sus supuestos y que éstos deberían ser realistas, si queremos saber cómo opera la economía y porque da los resultados que da. De no hacer explícitos los supuestos sobre lo que se basan las políticas económicas, difícilmente podremos estar ciertos que los objetivos perseguidos serán alcanzados. Pero, además, si los supuestos sobre los que se basan las decisiones económicas no son realistas, se estará bordando sobre un mundo irreal o que sólo existe en la mente de los gobernantes. De esta manera, la isla de Robinson Crusoe se asumirá como realidad permanente.
Buena parte de las reformas económicas emprendidas por Enrique Peña Nieto (EPN) parten de supuestos no explícitos y, hasta donde se logra entender, no realistas. En primer lugar, se ha asumido un automatismo en las decisiones de las empresas, pensándose que en el muy corto plazo comenzaran a fluir las inversiones, especialmente en materia del sector de energía. Se asume que los inversionistas, especialmente extranjeros, no considerarán el riesgo regulatorio, político y de seguridad en la definición de sus acciones; riesgo que de manera objetiva se ha ido acrecentando en el país. Ejemplo de ello son los estudios en materia de estado de derecho que se vive en los estados, cuyas condiciones adversas han sido documentadas, por el CIDE, el ITAM, la ITESM, entre otras instituciones académicas.
De igual manera, el gobierno actual ha partido del supuesto de que se cuenta con un sin número de proyectos listos para ser ejecutados con la gran ampliación de los recursos presupuestales programados para este 2014, situación muy alejada de la realidad. En el mismo sentido, el gobierno actual ha partido de que cuenta con una burocracia eficiente lista para actuar en aras de la eficiencia y el mejor de los servicios públicos, conductas que en los doce años del Panismo fueron avasalladas por el simple interés patrimonialista de los funcionarios públicos, en un ambiente creciente de impunidad.
Frente a un voluminoso presupuesto público para 2014 y la intensión de promover el crecimiento económico, lo más grave en materia de financiamiento es que México no cuenta con un sistema bancario, ni público ni privado, que posibilite la canalización del crédito hacia la producción. A pesar de que la reforma financiera pretenda hacer más flexible el crédito.
La realidad económica del país debería inducir a pensar, definir y ejecutar políticas económicas más realistas, más acordes al sistema económico que se ha sido fraguando desde 1995, ya sea que se desee perpetúalo o cambiarlo. Sólo partiendo de la necia realidad podremos saber lo que es posible realizar y lograr.
Aunque desde el poder se ha asumido históricamente que México es una isla, ajena a todo aliento o convulsión externa, desde la instancia gubernamental se han ido configurando las tormentas que han arrasado la economía nacional. Ni el mercado opera inmediatistamente, ni está en ninguna parte del mundo totalmente desregulado, ni los agentes económicos actúan con la racionalidad del homo economicus.
Comienza un año en el que habrá de crecer la economía nacional, ya sea de manera productiva o por simple derroche; demos la oportunidad a la pequeña inversión sobre el dispendio. Atajemos el patrimonialismo gubernamental y no olvidemos que la inflación habrá de tocar la puerta de los más necesitados. Asumamos, de una vez por todas, que Robinson Crusoe dejó la Isla y que Viernes se emancipó para integrase a una sociedad en la que los intereses individuales deben ser acotados para poder vivir productivamente en sociedad.