Soltería: política y praxis del bienestar

Son dueños de su vida, son millones y practican todas las disciplinas repartidos por el planeta: son los solteros. Hace tiempo rebasaron la medieval definición del Diccionario de la Real Academia Española, que con el vocablo en latín solitarius les confiere el carácter de ‘solitario, aislado’. Y a pesar de que hoy esa población protagoniza de forma silenciosa y global, un inédito proceso de autodeterminación, independencia y soberanía socio-político-económico-cultural, se insiste en asociarla con la falta de afecto de una pareja o amante. Y aunque se les endilga el estigma de la soledad, el prejuicio de la irresponsabilidad o de una supuesta licenciosa sexualidad, ya son la avanzada de quienes han elegido perseguir su vida sin que nada les sea impuesto.

Sin embargo, al decidir cada día cómo usar sus capacidades, su libertad y espacio sin depender de otra persona, consorte o cónyuge, los no-casados practican – quizá sin saberlo o estar conscientes – lo que se definiría como “ideología del celibato”. La soltería ha merecido su propio glosario internacional: célibataire, single, célibe, scapolo, ficar solteiro, ledig, холостяк. Y así fueron designados, en su momento, solteros célebres como Leonardo Da Vinci, Simone de Beauvoir, Ludwig van Beethoven o Nikola Tesla. Del siglo XVIII queda la huella de Mary Wollstonecraft, costurera y directora de escuela que por su independencia económica logró desempeñarse como filósofa. Es claro que hubo solteros entre los bolcheviques, partisanos, astronautas, que participan en expediciones científicas en el Ártico o la Antártida y que diseñan fármacos y alimentos para el futuro.

Pese a ello, la historia ha sido avara en recoger el prolífico y gratificante aporte de miles de mujeres y hombres célibes cuya imaginación, dedicación, esfuerzo y economía, contribuyó al florecimiento de sus familias y prosperidad de su comunidad. Y en un inexcusable rasgo de envidia y celos o mezquindad, se los agravia con el epíteto spinster: solterona o solterón.

La buena noticia es que ya nada justifica que se los condene a la oscuridad doméstica y ostracismo social. Hoy sorprende que, de los 7,324 mil millones de habitantes en la Tierra que consigna el World Demographics Profile 2017, en todos los países sea sin precedente el número de solteros. En México habría que formalizar los estudios y estadísticas de cuántos son, qué hacen, dónde están y qué piensan. Entretanto, valga la frase: ¡Solteros por decisión, no por resignación! Pues sociólogos, científicos sociales, antropólogos, mercadólogos y politólogos coinciden en que esta es la Era de la Soltería.

En 2014 el Informe Pew estimaba que uno de cuatro jóvenes de entonces, llegarían a los 50 años sin casarse; pero también ese año el US News & World Report revelaba que una causa de preocupación de los estadounidenses fue que los valores morales del país eran malos y “empeoraban por el gran número de personas solteras”. Pero en lugar de inquietarse hay que celebrar, estima la científica social Bella DePaulo. Ella encontró que el aumento de quienes eligen vivir solos es una “bendición” para ciudades, poblados y comunidades, así como para sus familias, amigos y vecinos.

DePaulo observa que los solteros se interesan más en visitar, apoyar, aconsejar y estar en contacto con parientes, vecinos y amigos; además, tienden a participar más en actos cívicos y ya sea que vivan solos o con otros, son más voluntarios de organizaciones sociales, grupos educativos, hospitales, que los casados. Es relevante también, la participación política y multidisciplinariedad de la mayoría de célibes.

Y aunque aún se les estigmatiza como personas que no tienen a quien los “ame” y se afirma que mueren más pronto, solos y tristes, Rachel Guillet escribía en The Independent que estudios recientes confirman que ellos tienen una diversa agenda de relaciones y tienden a estar muy satisfechos con sus vidas. De igual forma, a los solteros se les reconoce su sociabilidad y tan pronto se ubican en un entorno, construyen buena relación de vecindad y amistad. En cambio, las parejas que viven juntas o se casan, pueden tener una salud mental más vulnerable y tienden a volverse más aisladas incluso aunque no tengan hijos.

Es claro que en este siglo XXI, el mundo se ha convertido en algo más amplio por conocer, y no es requisito hacerlo con alguien. Hoy la independencia domina la interacción social, por ello concluimos con lo que sugieren las más recientes investigaciones: que los solteros tienden a ser más generosos, a trabajar en actividades más cualitativas que los casados, a tener menos problemas legales, a reportar más logros personales, a pasar más tiempo en actividades recreativas, a tener más tiempo para sí mismos, a dormir mejor.

En este tiempo donde lo simbólico le gana la partida a lo real, cuando la proclamación de soberanía e independencia trasciende a Estados y comunidades, los solteros constituyen un sector estratégico que los ubica como grandes actores de su tiempo.

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