“Sonata de otoño” es la obra perfecta para celebrar a las madres. Este trabajo, inspirado en la película de Ingmar Bergman con el mismo nombre, es la manera más políticamente incorrecta para rendir un homenaje a todas aquellas mujeres quienes nos trajeron a esta vida pero también una gran manera para reflexionar sobre la relación que tenemos con ellas.
La historia trata de cómo una madre horrenda castra emocionalmente a su hija. Charlotte, una pianista venida a menos, busca por todos los medios posibles alejarse de sus hijas Eva y Helena porque está discapacitada para amar. Todos los esfuerzos para sentir alguna emoción son en vano y la única manera de cumplir su papel de madre es sustituir el cariño y la ternura por una educación demandante y competitiva.
Charlotte es impenetrable; todo lo racionaliza, todo lo sofistica. E, irónicamente, sus pequeños impulsos por dejar salir la emoción siempre hieren a sus hijas. Hiere no porque quiera sino porque no sabe otra manera de vincularse con el otro. La maternidad se efectúa desde el protocolo; la madre cría con rabia y las niñas viven este hecho como la mejor manera de demostrar el amor.
La infancia se convierte en destino. Eva lleva un matrimonio atropellado por la monotonía y la costumbre; ella se comporta como su madre cuando está con su marido y obstaculiza cualquier camino para llegar a la intimidad. Charlotte sufre una enfermedad degenerativa que afecta el habla y el movimiento; observa el mundo desde una silla de ruedas y, poco a poco, se aleja de la realidad.
Lo más alucinante de Eva y Charlotte es que son unas niñas dentro de un cuerpo de adultas. Todos los requiebros con su madre no han sido superados y en todas sus relaciones exigen, de forma muy sigilosa, el afecto no recibido. A partir de este juego, Bergman habla sobre el gran mito del amor: todo el mundo lo desea pero nadie sabe qué es, cómo es, qué se siente.
La obra arranca cuando Charlotte y Eva se reencuentran después de siete años. La madre, con un gran empeño por seguir en la carrera musical, y la hija, dedicada con todas sus energías a cuidar a su hermana, son unas completamente desconocidas cuando se vuelven a ver. Lo único que queda son todas las carencias y las promesas sin cumplir; el odio hace enfrentar a esta familia para destruirse de una vez por todas.
Ignacio Ortíz Cruz es valiente en montar esta historia en una cultura como la nuestra, demasiado hipócrita y demasiada preocupada por cumplir los requisitos sociales. La adaptación del mismo Ortíz Cruz no pierde nada del trabajo cinematográfico de Bergman; con un profundo estremecimiento, se da voz a las madres que odian a sus hijos y a los hijos quienes devuelven este sentimiento.
Todo se esconde bajo la sombra del amor que dice la cultura se debe tener entre los miembros de una familia sin importar los daños colaterales. La fachada, el mito, la ilusión del amor nos mantiene unidos como sociedad aunque, poco a poco, no haya vida, la frustración lo aplaste todo y la soledad se haga mayor.
Es increíble cómo Ortíz Cruz entiende de una forma muy efectiva el lenguaje teatral. Todo lo hace depender de la palabra y la actoralidad para llevarlas hasta sus últimas consecuencias con muy pocos recursos escenográficos. El ritmo es lento pero necesario para crear las atmósferas oscuras. El tono se sostiene con sorpresa, debido a la complejidad técnica y poética, de principio a fin.
“Sonata de Otoño” depende de dos actrices poderosas capaces de resistir todas las transiciones y generar dificilísimos estados de ánimo. Aída López, como Eva, hace el mejor trabajo que le he visto en los últimos años; la sutileza y el manejo de tensión dramática son memorables. Patricia Marrero, quien interpreta a Charlotte, hace gala de una enorme destreza técnica para lograr construir y mantener a un “hoyo negro” como personaje; su trabajo de contención (implosión energética) es admirable.
La participación de José Carlos Rodríguez, como el esposo de Eva, y Diana Ávalos, como Helena, destaca por sólidas intervenciones donde impera el dominio del ritmo y un gran entrenamiento corporal. Cabe mencionar el diseño de iluminación de Patricia Gutiérrez porque reviste de manera funcional el trabajo de los actores y ayuda a construir las atmósferas necesarias en cada escena.
El público sale profundamente conmovido; en la butaca se logra empatía por la madre y las hijas, se siente su dolor. Acabamos hechos pedazos al final de la función. No se pierdan esta obra; su discurso es importante en nuestros días y abre la llave de una emotividad censurada. Por último, sólo me queda decirles: feliz día de las madres.
“Sonata de otoño”
De: Ingmar Bergman
Adaptación y dirección: Ignacio Ortíz Cruz
Teatro El Granero (Centro Cultural del Bosque, Reforma y Campo Marte s/n, metro Auditorio)
Hasta el 15 de junio
Jueves y viernes 20:00 hrs., sábados 19:00 hrs., domingos 18:00 hrs.