Tres relatos suaves de mi vida

El mundo está lleno

El mundo también está lleno de pibitos[1] que tocan el timbre de una casa cualquiera y dicen: “Señora, yo le rompí el vidrio de la ventana”. Debe haber miles de esos pibitos por la ciudad. Y lleno de señoras que le dicen al kiosquero “me está dando el vuelto de más” –¡millones de esas señoras!–. Y está plagado el mundo de adolescentes que vuelven a la casa con el boletín lleno de aplazos[2] y se lo dan a los padres con la espalda derecha y la cabeza en alto pensando que mañana comenzarán a estudiar mejor. También en el mundo se hallan un montón de señores que ahora son grandes, pero cuando fueron pibitos volvieron algún día al quiosco del barrio a devolverle una golosina al kiosquero y decirle: “Tome, yo se la robe”. Se les puede ver porque brillan en la calle por la noche y en los pensamientos.

El mundo está lleno de personas que se levantan en una reunión de alcohólicos anónimos y dicen: “Soy alcohólico”. De restaurantes donde el cocinero le pone a la porción un poco más de lo que lleva como un regalo. Lleno de perros debajo de los pies de sus dueños porque los sienten tristes. Y de dueños que aprecian el gesto. El mundo está lleno de secretos defensores que se dejan pasar una vez por el delantero porque a éste le salen todas mal. Y de pibitos que, con el compañero más olvidado del curso, comparten la mitad de algo.

El mundo también está repleto de ellos, de quienes viven pero callan. El mundo tiene un silencio tan lindo que se deja oír más que las palabras.

juego de ninos
Imagen: Esther Gómez Madrid.

Todos los días tienen esos momentos en que patean el tablero

Todos los días surgen esos momentos en que se patea un tablero. En que el perro está persiguiendo a un gato, de repente lo acorrala en una esquina, se da media vuelta, se va y lo deja ahí, como diciéndose a sí mismo: “¿Qué estoy haciendo?”. Esos momentos que caen como una evolución de la situación, que son momentos que la situación que había estado madurando se desprende, momentos en que el señor que está en la esquina tocándole bocina a todo el mundo y alterando a todo el barrio, usando la bocina como un bombardeo sonoro de decibeles que van cayendo en momentos irregulares, deja de hacerlo, y no vuelve a tocar.

Esos momentos donde se calman los instantes, se dejan de mover para todos lados, y se van acomodando como adormeciéndose en la sucesión de los hechos en su justo espacio. En que el diez que va a jugar al campito y tiene a sus compañeros solos, y nunca da un pase a nadie pero de repente en vez de patear al arco, le pasa la pelota a un compañero y descubre que se siente mejor de ese modo, y también descubre que juega para eso. Encuentra, además, y de manera significativa, que hay otros en la cancha, no sólo él mismo, y sólo así descubre que hay otros en el mundo.

Una película

“Si uno mira la vida entiende que es una sucesión de escenas de películas”, dice la tía Marina. La vida está formada por retazos de fragmentos de muchas escenas de diferentes películas. Y de personajes de películas. Y agrega con entusiasmo, en el momento en que se le posa una vaquita de San Antonio[3] en el brazo: “Esta vaquita de San Antonio es un personaje de Pixar”. Y el grillo que hoy más temprano cantaba, escondido entre las cajas, es otro personaje quizás de Disney; hasta puede ser un personaje de Tim Burton, callado, sin cantar para que no lo encontremos escondido de nosotros.

vida
Imagen: Lisk Feng.

Una trama semioscura que termina mal, pero que en el fondo está bien. Ni hablar del colibrí, que baja siempre más allá en el jardín, revolotea entre las plantas: ¡es un personaje de Disney!, de alguna película de hadas para niños muy pequeños. Así también el gato que nos mira desde el tapial con la cola moviéndose nerviosamente, y un búho vigilando desde arriba de un árbol, que como toda escena nos ignora, a lo mejor son dos personajes de alguna de las películas de Harry Potter. Y el señor Picollo, el diariero que entrega los periódicos casa por casa montado en su alegría como un escudo, es un personaje de alguna comedia italiana, sin duda, o sacado de alguna película de Marcello Mastroianni. Y el vendedor de helados pasa como un actor de reparto del comienzo de alguna película taquillera de verano que transcurre en una playa.

“Sin duda, la vida es una serie de escenas de películas que se habita a sí misma en los detalles y está despoblada en los barullos de los extremos”. Decía la tía Marina esa tarde mientras tomábamos sol en su jardín.


Notas:
[1] “Niño” en Argentina.
[2] Nota reprobatoria en un examen (Argentina).
[3] También llamada “catarina” en México.


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Edith Esquivel Eguiguren

Qué hermosa prosa. ¿Dónde más escribes? ¿Qué tienes publicado?

Saludos

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