La semana pasada fuimos testigos de un acontecimiento que definitivamente atrae las miradas del mundo en su totalidad. La muerte de Nelson Mandela.
Y ante desafortunado evento, como cualquier deceso de hombre admirable lo es, hemos advertido un sin número de pláticas, conversaciones, foros, artículos y publicaciones que destacan la trayectoria, vida y obra de un líder excepcional, una persona que llega a este mundo a dejar huella, a marcar el rumbo y la historia de la humanidad a través de un paso en esta vida difícil de borrar, y que sin duda alguna, en lo individual, debería constituir un aspecto o una razón por la cual todo ser humano debe velar por el simple hecho de haber tenido la oportunidad de pertenecer a esta vida.
Cómo explicarle a las nuevas generaciones que un líder de la talla de Mandela, tuvo cerca de casi 3 décadas de encierro por haberse declarado culpable de luchar a favor de los derechos humanos y de las libertades; cómo explicarles que las injusticias siempre comienzan por los actos más pequeños y que somos nosotros los que tenemos el control de esas decisiones. Sin duda alguna, el ejemplo de fortaleza que representa tan afamado líder, es una cualidad que hace a los hombres grandes y libres pese a las adversidades e injusticias de los que, por casualidades del destino llegan al poder.
Urgen líderes morales en nuestro país y en el mundo entero, líderes comprometidos con la justicia contra viento y marea, porque ese es un aspecto que le da racionalidad a nuestra especie. Es triste ver como la evolución en muchas veces es decadente y se torna a retroceso que parece incorporado al ADN de la sociedad; cada día somos testigos de actos irracionales de “hombres” que olvidan que la actuación instintiva es exclusiva de los animales.
“Morir en Paz”, ese fue el primer pensamiento que tuve al leer la noticia, es de grandes poder tener esa satisfacción, y sin duda constituye una inspiración para guiar nuestras vidas en torno a las bondades y acciones que emanan del amor y el respeto hacia los demás; a construir un futuro en el que el día de mañana al llegar nuestro inminente funeral, los nuestros tengan un motivo y una inspiración para hablar de lo que sembramos y lo que profesamos siempre en pro de los demás, sin que haya mediado interés alguno que lo justifique.
Habrá quien predique a favor de las acciones de Mandela, habrá quien lo condene, pero no hay que negar que en cualquiera de las dos aristas, converge la imagen de un hombre que merece el reconocimiento por haberse encontrado en la arena con el rostro manchado de polvo, sudor y sangre, que en su mínimo fracaso, cayó con la frente bien en alto, de manera que su lugar jamás estará entre aquellas almas que, frías y tímidas, no conocen ni victoria ni fracaso[i].