Cada vez y con mayor frecuencia, vemos cómo el internet se convierte en un medio para difundir casos de incidencia bioética y biojurídica. Plataformas como youtube o facebook, son las más utilizadas para este tipo de situaciones.
En mi primera aportación de esta columna, hablamos de dos casos de carácter bioético de incidencia jurídica [o mejor dicho biojurídica] que se hicieron virales, el primero fue el referido a una falsa noticia sobre el entubamiento del ex presidente venezolano Hugo Chávez, y el segundo de una estudiante de medicina que necesitaba un trasplante de médula ósea, Laura Herrera.
Ahora hablaremos de Valentina Maureira, una jovencita chilena que falleció en mayo de 2015 a causa de diversas complicaciones médicas derivadas de una enfermedad incurable, la fibrosis quística. Valentina se hizo famosa por un video en el que decía estar cansada de su enfermedad y tratamientos, en un breve mensaje subido a redes sociales dijo: “Soy Valentina Maureira, tengo 14 años, sufro de fibrosis quística, solicito hablar urgente con la presidenta, porque estoy cansada de vivir con esta enfermedad y ella me puede autorizar la inyección para quedarme dormida para siempre…”.
El lenguaje utilizado por Valentina era claro, sencillo y directo, propio de alguien muy consciente de su estado de salud. Sus catorce años no impidieron que tuviera una clara visión de la situación en la que se encontraba, Valentina no pidió que la ayudaran, que rezaran por ella, que la mandaran a un mejor hospital en el extranjero, ella simplemente pedía que le inyectaran “algo” que le permitiera quedarse dormida para ya no despertar. De hecho, el video concluye con una frase lapidaria que reflejaba su nivel de conciencia sobre las cosas: “…ya se me murió mi hermano mayor, Mike, de la misma enfermedad”, dijo.
Si bien en la mayoría de las sociedades la muerte es un tema tabú, hablar de eutanasia es aún peor. Arrastrados por dogmas, a muchas personas les parece inadmisible que alguien piense y pida que le ayuden a morir, se cree que no podemos ir en contra de la propia vida y peor aún de la vida propia. Este tipo de dogmas generalmente son de carácter religioso, pero existen otros, los médicos, por ejemplo, que argumentan que es su obligación “luchar contra la muerte”, lucha que cabe decir es infructuosa, pues se sabe que nadie, hasta la fecha, le ha podido ganar a la muerte.
En el discurso feminista sobre el aborto, uno de los principales argumentos esgrimidos es el derecho de las mujeres a decidir sobre su cuerpo. En el fondo, de lo que verdaderamente se habla es de hasta dónde nuestro cuerpo y el control sobre el mismo nos pertenece. En el caso de la eutanasia se da un paso más y el debate que se pone sobre la mesa es, hasta donde puedo decidir, no solamente sobre mi cuerpo, sino sobre mi vida misma.
Desde el derecho, el caso de Valentina es sumamente ilustrativo por varios elementos, primero porque se trata de una joven menor de edad y segundo porque se trata de una persona con una enfermedad en etapa terminal.
En cuanto a la parte jurídica, hay que destacar que casos como el de Valentina nos exhiben como sociedades deshumanizadas, parece que nos importa más “la legalidad” que la humanidad, el derecho se asume también como un elemento dogmático, el sufrimiento del otro no importa. Y no importa, simplemente porque al legislador se le olvidó o no quiso legislar en la materia.
Porque cuando se hicieron las leyes no se consideró que hay actos que, aunque fuertes, son actos de amor, y ayudar a alguien a morir cuando su sufrimiento es evidente y cuando ese alguien no desea pasar por ese trance, no es un despiadado homicidio, es o debería ser visto, como un acto de amor hacia el prójimo.
Sé que el tema tiene muchas aristas y que muchos no estarán de acuerdo conmigo, incluso se puede argumentar que la mayoría de las confesiones religiosas dicen estar de acuerdo con la mal llamada eutanasia pasiva. Pues yo discrepo, la llamada eutanasia pasiva no es otra cosa que no ayudar, que no asistir. La eutanasia pasiva, que es dejar que las cosas sigan su rumbo “natural”, en la mayoría de los casos resulta cruel y despiadada, se argumenta que ¿quiénes somos para decidir sobre la vida de otros?, pero yo preguntaría y, ¿quiénes somos para, pudiendo aliviar el dolor y sufrimiento, no lo hacemos?, ¿quiénes somos para decidir que otros “sufran su destino” porque dios así lo quiso? ¿Quién puede afirmar, válidamente, saber qué es lo que quiere dios?
Me parece incluso que ese tipo de interpretaciones nos llevan a un dios cruel, cuando la mayoría de las confesiones religiosas presumen que su dios es un ser compasivo y profundamente amoroso. Creo que un dios compasivo y amoroso, no podría permitir que sus hijos sufran de manera innecesaria. Por prejuicios religiosos, en la mayoría de los casos, lo que terminamos haciendo como fue en el caso de Valentina y como ha sido en muchos más, es que obligamos a que esas personas tengan que pasar por un sufrimiento innecesario, lo que incluso resulta también contradictorio desde los ideales de las propias religiones, pues morir, nos dicen, no es más que transitar a un estadio mejor, es pasar de esta vida terrenal a una vida de gozo espiritual.
Cuando nos oponemos a la eutanasia, terminamos estando a favor de su contraparte, la obstinación terapéutica, convertimos a las personas en simples cuerpos con vida, vida precaria y deficiente, pero vida, al fin y al cabo. Si lo analizamos bien y despacio, en realidad es mucho más cruel no ayudar a morir a quien lo pide de manera seria y consciente, que sí hacerlo.
Adicionalmente, un dato que me parece sumamente importante en el caso de Valentina [que podría ser el caso de cualquiera] es la petición que la niña hace a la Presidenta de la República. Mientras nuestras leyes no nos permitan decidir sobre aspectos tan fundamentales como el control, no sólo de mi cuerpo, sino de mi vida misma, los ciudadanos seguiremos atrapados por legislaciones basadas en concepciones dogmáticas. Insistiremos siempre, la bioética y su contra parte, el bioderecho, deben fundamentarse en la laicidad, la racionabilidad y la ciencia.
En estos y en muchos temas más, las personas creen que el Presidente de la República puede “emitir una autorización” o dejar de hacerlo. Sin embargo, la presidenta Michelle Bachelet, quien acudió a ver a Valentina, le dijo con mucha diplomacia que ella no podía ayudarla, que ella no podía hacer nada. El triste argumento fue, que la ley prohibía la eutanasia.
Estimado Héctor:
Valentina expone con su vida la falta de humanidad que impera por doquier y la feroz dictadura de los dogmas, no sólo religiosos, sino incluso médicos, como muy bien señalas. Hacer patente a través de este medio este tipo de situaciones contribuye a crear la conciencia que acabará derrumbando estas crueles barreras.
Totalmente de acuerdo, mi estimado Luis. Un abrazo.
“La joven se encontraba internada en el Hospital Clínico de la Universidad Católica y su padre, Freddy Maureira, señaló que el fallecimiento se debió a una insuficiencia respiratoria”. Cita tomada de nota en www Cooperativa.cl
Dios nos creó, y así como nos puso en esta tierra nos llama – a su debido momento – a la otra vida.
Nuestra misión: Acompañar “con afecto” y aliviar los padecimientos,hasta el final natural ( como lo fué en este caso la insuficiencia respiratoria ). A mí esto me demuestra que Dios siempre nos protege !
Estimado amigo, no nos corresponderá nunca tomar la muerte en nuestras manos, “eutanasiando”.
Gracias por su comentario Luis.
Y usted sabe como fueron los ultimos meses, las ultimas, semanas, los ultimos días o las ultimas horas de Valentina??? Desde la noche anterior que la Vale estuvo agonizando, agonía que se pudo evitar con su petición… agonía que se le pudo evitar a los padres, a la hermana, a los amigos que la acompañaban… a los amigos que no la pudimos acompañar… hablar de fe es muy fácil cuando no se viven las situaciones que comentan…