¡Venga la sentencia, oink!

En diciembre de 1457, una cerda y sus seis lechones fueron arrestados en Savigny, Francia, por el “asesinato” de un niño de cinco años. Junto con su dueño, Jean Bailly, fueron llevados a la cárcel. Un mes después, fueron juzgados ante el juez local. Según los registros judiciales, estaban presentes tres abogados, dos por parte del fiscal y uno quizás para la defensa de los porcinos. Nueve testigos fueron citados por su nombre, además de varios otros cuyas identidades se han perdido. Basándose en el testimonio, el juez decidió que, si bien Bailly debería haber vigilado mucho más a sus animales, la responsabilidad del asesinato del niño recaía directamente en los cerdos, siendo la cerda claramente la cabecilla de la banda. Tras consultar con expertos en derecho tradicional local, el juez sentenció a la cerdilla a muerte, estipulando que debía ser colgada de un árbol por las patas traseras para ser desagrada. Sin embargo, los lechones eran un asunto diferente. Dado que no existían pruebas directas de que hubieran participado en el asesinato, el juez decidió dejarlos salir con la “promesa” de buen comportamiento.

¿Así, o más surrealista? Aunque parezca mentira, se trata de un hecho verídico, además frecuente a través de la historia de Europa: desde los topos que fueron excomulgados en el Valle de Aosta, Italia, en el 824, hasta el perro que fue sentenciado a muerte en Suiza, ya en 1906, los animales han sido frecuentemente llevados a juicio, ya sea la mula por “sodomitas” (obvio) o el perro por robo, en un ejemplo de la siempre latente idea del antropomorfismo (atribuir cualidades humanas a los animales) entre nosotros.

El primer “tratadista”, un tanto rarito, en inventariar y reunir este tipo de juicios contra animales fue el historiador E. P. Evans, reunidos en su libro Juicios criminales y pena capital de los animales (1906). En él hace una distinción entre los Thierstrafen y los Thierprocesse: “Los primeros conciernen las penas capitales infligidas por tribunales laicos a cerdos, vacas, caballos y todo otro animal doméstico en general como castigo por homicidio; los segundos reagrupan los procedimientos judiciales iniciados por tribunales eclesiásticos contra ratas, grillos, gorgojos y otras plagas para impedirles devorar las cosechas y mantenerlas alejadas de los huertos, viñedos y campos cultivados a través del exorcismo y la excomunión”. En pocas palabras: los animales que se almorzaran a un cristiano eran llevados a cortes civiles y sentenciados, mientras los bichos menores que dañaban las cosechas eran atendidos por autoridades eclesiásticas y excomulgados o exorcizados (cuestión de imaginar al cura echando agua bendita a la zarigüeyota levitada con el pescuezo al revés y blasfemando en latín).

sentencia al cerdo
Imagen: Pinterest.

Sin embargo, a través de la historia de estos juicios, que no eran pocos, un personaje parecía llevar siempre las de perder, sobre todo en el norte de Francia: el cerdo. El juicio porcino más antiguo registrado tuvo lugar en Fontenay-aux-Roses, en las afueras de París, en 1266. No obstante, a principios del siglo XV, ya se habían convertido en una práctica establecida en Normandía e Île-de-France. De ahí se extendió a Italia, para pasar a Alemania y los Países Bajos.

Los procedimientos generalmente siguieron un patrón fijo: después de que se redactaban los cargos formales (a menudo usando un léxico extremadamente preciso para describir el presunto delito), el caso era escuchado por un juez. Los abogados presentaban argumentos, se examinaban pruebas y se convocaba a testigos. Como era de esperarse, en la mayoría casos el acusado era declarado culpable y condenado a muerte, siendo el método de ejecución preferido la horca, si bien había otros métodos, como cuando en 1266 un cerdo en Fontenay-aux-Roses fue quemado vivo o cuando en 1557, un “criminal porcino”, en Saint-Quentin, fue enterrado vivo.

La responsabilidad de ejecutar la sentencia era confiada al verdugo local, pues obviamente tenía experiencia en el asunto. Si una ciudad era demasiado pequeña para tener su verdugo propio, se traía a otro, pagándole el viaje y los viáticos. En marzo de 1403, por ejemplo, un verdugo viajó más de 50 km desde París hasta Meillant para “hacer justicia” a una cerda que había matado y devorado a un bebé. Como parte de su remuneración, los verdugos recibían un nuevo par de guantes, como lo hacían después de colgar a un humano. Se trataba de un símbolo de que no incurrió en ningún pecado al cargarse al sentenciado.

sentencia al cerdo
Imagen: BBC.

Históricamente el cerdo ha tenido sus fans y no fans. Para los judíos es símbolo de impureza e inmundicia; Plinio dejó escrito que los árabes musulmanes antiguos también lo consideraban inmundo y Heródoto informó que un egipcio se lavaba inmediatamente si tocaba accidentalmente un cerdo. No para la diosa griega de la fertilidad, Démeter, quien mantuvo un cerdo sagrado que se convirtió en símbolo de la fertilidad en la Grecia Helénica. En la cultura china nuestro porcino amigo es símbolo de suerte en el dinero. En la cultura celta también es un símbolo mágico, y antes de que los cuáqueros exterminaran a los indios norteamericanos, estos lo tenían como un tótem de abundancia y riqueza también. En la iconografía budista, el cerdo representa el deseo en todas sus formas, desde la identificación con el propio cuerpo, a través de un amor común a los bienes materiales, hasta la lujuria para la comida o la satisfacción sexual. En Nepal existe una diosa con cara de jabalí protegiendo varios de los templos antiguos.

Pero ¿por qué enjuiciaban más a los cerdos que a otros animales? Debe tomarse en cuenta lo siguiente: hasta entrado el siglo XVII era normal en pueblos y aldeas que los animales vivieran en la parte baja de las casas, mientras la familia arriba. Esto daba un mejor control de los animales y aseguraba su protección, sobre todo en el largo invierno. Por otra parte, la mayor de las veces los animales domésticos que no necesitaban pastoreo se paseaban sin supervisión por las calles de estos pueblos, entonces: díganle no al marrano que se topa con un niño o bebé solitario en el camino. Por más insípido que estuviera el nene, los cerdos siempre han tenido un sacrosanto respeto al significado del término “botana”.

Por su parte, el cerdo come de todo, es fácil de criar, precoz, prolífico por naturaleza, a los cuatro meses ya está pariendo, se adapta fácilmente a cualquier clima, es inteligentísimo, siempre se ríe de tus chistes y por lo general está de buenas, pero sobre todo posee una gran capacidad para convertir el alimento en carne, por lo mismo es el animal de crianza que más rendimiento produce y un negocio seguro en la producción.

Ahora bien, por supuesto parece absurdo que se lleve a juicio a un animal que de antemano sabemos no es responsable de sus actos. ¿Por qué toda la faramalla a expensas del erario para enjuiciar a un cerdo?, ¿qué llevaba a los franceses del norte a tomarse en serio estos procesos?

sentencia al cerdo
Imagen: Pinterest.

Un principio básico del Derecho Romano, sostén de la jurisprudencia occidental hasta nuestros días, es que los animales no podían ser culpables. Al carecer de razón, eran incapaces de tener intenciones delictivas y, por tanto, no podían ser culpables de un delito. Hasta un cerdo sabía esto, pero en el norte de Francia, el derecho romano en aquella época no tenía valor formal en los tribunales, pues se gobernaban más por las costumbres que por las leyes. Por lo mismo tenían manuales de derecho tradicional local, llamados custumals, basados un tanto en el Corpus iuris civilis (la más importante recopilación de derecho romano), aunque en regiones como Normandía y Borgoña, donde se guardaban celosamente sus propias tradiciones, estaban atascados de creencias y supersticiones, por lo que para ellos los animales no sólo tenían características humanas, sino razón y voluntad. Por ejemplo, según las Costumes et styles de Bourgogne (c.1270), un buey o un caballo que cometiera “uno o más homicidios” no debería ser juzgado, sino simplemente “incautado por el señor en cuya jurisdicción había cometido el crimen”.

“Los juicios porcinos franceses se distinguieron sobre todo por una preocupación ritualista por la propiedad jurídica, de la que formaban parte tanto el castigo como la humanización del acusado”, comenta la historiadora Lesley Bates MacGregor.[1]

Por lo tanto, el cerdo siempre fue acusado de “asesinar”, no de “matar” a un niño. El juicio de la cerda de Jean Bailly fue realizado por el personal “adecuado”, la ejecución se llevó de acuerdo con las más estrictas exigencias de la alta justicia. El “asesinato” de un niño por un cerdo era interpretado como una grave amenaza al legítimo dominio de la humanidad sobre el mundo natural. Al darles “razón” a los cerdos, era posible incluirlos dentro del ámbito de la justicia humana y, por lo tanto, reafirmar el “poder sobre ellos”.  Así, al convertir al cerdo en un “humano”, someterlo a juicio y ejecutarlo en público, todo con la más escrupulosa corrección, el mundo se volvía estable y comprensible una vez más. Además, la imagen un tanto terrorífica de un cerdo colgando de la horca y desangrando, no era para que los puercos del condado vieran lo que les iba a pasar si seguían una vida bandolera y disipada, sino para mostrarles a los padres de que ¡no dejaran solos a sus hijos, coño!

Notas:
[1] Pigs Might Try, en la revista History Today, Volume 70 Issue 11 November 2020.


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Leticia Maria Brabata Pintado

Que horror, es cierto que se puede comer a un bebé????
Sin comentarios mi querido Gerar.Un saludo como siempre con cariño.l

Ernesto Duque

Muy interesante ensayo. Considero que al humanizar a los animales Haciéndolos responsables también se animaliza a las personas juzgando así los “bajos instintos” y conjurando su amenaza

Enrique Obregón

Te felicito Gerardo por estos datos tan interesantes.

Me recordó a la obra en que los cerdos se apoderan de la granja y se vuelven unos tiranos. Si no me equivoco se llama Rebelión en la Granja.

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