Vestuario de morbo

Una obra de teatro funciona por la historia que cuenta. Algunos atribuyen la solidez escénica a la actuación, a la dirección, a la escenografía, al vestuario o a la mezcla de los anteriores; no niego la importancia de los elementos mencionados pero estos obedecen a una necesidad mayor, a un orden superior concentrado en el texto. El argumento lo es todo; Pez de Oro siempre dedica un apartado especial para analizar el rubro y, sin duda, no es para menos: con una buena historia, se gana más de la mitad de terreno para crear una obra capaz de conectarse con el público; con una mala historia, ningún director, actor, escenografía o vestuario logra un gran montaje.

En los últimos tres meses, se ha comentado mucho en la comunidad teatral sobre la obra Vestuario de hombres. Ha llamado la atención no sólo por todas las funciones agotadas, sino por una exitosa estrategia de difusión en las redes sociales debido a un bajo presupuesto para invertir en la publicidad formal. La plataforma de internet brinca a la recomendación de boca en boca; por ser un proyecto con bajas inversiones no creo que el éxito se traduzca en ganancias financieras, más bien en un teatro lleno cada función.

El fenómeno es más interesante cuando se analiza de qué historia se trata. “Vestuario de hombres” es una adaptación de una obra argentina escrita por Javier Daulte; cuenta el momento previo y posterior que vive un equipo mexicano de lacrosse cuando se enfrenta a una final en el extranjero; pretende (sí, pretende) ser un tratado sobre la derrota: de todas las expectativas generadas en torno al triunfo y la frustración que surge cuando no se logra. El fenómeno es digno de analizar cuando todo se queda en pretensiones y la historia contada no se sostiene por sí misma. ¿Por qué “Vestuario de Hombres” tiene localidades agotadas con un argumento tan débil? ¿Cómo se pudo dar una recomendación de boca en boca de un espectáculo con poca solidez? ¿Si la historia no llama la atención, qué sí lo logra para generar funciones agotadas? Vamos por partes: la adaptación es débil. El primer problema radica en la ausencia de un personaje que logre empatizar con el público. Todo el argumento se apoya en jóvenes ansiosos de ganar el torneo en el extranjero, el entrenador y el coordinador del partido; ninguno de ellos da una muestra clara de sus motivaciones, necesidades y deseos.

Todos se drogan y no entiendes por qué lo hacen; todos son violentos y no entiendes por qué se comportan así; todos son maliciosos y no hay razón aparente para comportarse de esta forma; parecen más niños esquizofrénicos y rabiosos que repiten y repiten la idea de querer ganar sin una convicción. Frente a esta construcción tan débil ningún personaje produce interés, al contrario, causa aversión. Y esto se aleja de un asunto moralino; podrían hablar de la drogadicción, violencia y maldad pero de una manera más ordenada, más profunda. De hecho, en esto consiste la dramaturgia.

Otro gran problema: si no existen intenciones claras, no existe una forma de hablar característica para cada joven. Da la sensación que el mismo personaje se repite pero con diferentes nombres; de una manera muy fácil te puedes perder para saber quién es quién. La esquizofrenia se multiplica y todo se convierte en un lodazal. Esta situación aleja al espectador de comprometerse con la historia, de interesarse.

La estructura dramática es inexistente. Todo el argumento parece recopilaciones de anécdotas un poco simpáticas, un poco aterradoras, sobre el deseo de ganar. No existe un conflicto claro y mucho menos un desarrollo de conflicto verosímil.

Hago la misma pregunta: ¿si la historia no llama la atención, qué sí lo logra para generar funciones agotadas? La respuesta está en un montaje exhibicionista. Se nota que el director quiere provocar de cualquier manera y a toda costa. El argumento, eje rector del espectáculo, no puede sostener actos excesivos y espontáneos. Todos los actores gritan, atropellan su voz con la del compañero, se desgarran la voz en cada parlamento; así es imposible escuchar lo que dicen; hay momentos donde todo es ruido.

Todos los actores manejan una corporalidad excesiva, burda, poco cuidada; hay escenas de golpes donde, de forma muy clara, se puede ver que no están controladas por los actores, de tal modo que se lastiman de manera real. No lo actúan, lo viven. Algunos han calificado a la obra como impactante; sin duda coincido con ellos porque en un foro tan pequeño, como en el que se presentan, ver a dos actores que se pelean, más no la representación de ese pelea, causa impacto. El espectador se desconecta de la ficción y le preocupa más cómo el daño y el descontrol se producen entre los actores.

El exceso físico, en el cuerpo y en la voz, no hace un mejor trabajo actoral, de hecho, lo entorpece. Los actores son sometidos a un burdo experimento escénico; están vulnerables en su técnica. Tal vez este método para abordar la actoralidad funciona para medios como el cine y la televisión pero no para el teatro. El intérprete en el escenario NO tiene que vivir la situación del personaje; la representa, en todo caso la encarna, pero jamás llega a estímulos reales. Un trabajo actoral siempre implica procesos psicológicos y físicos más sutiles.

Todo esto se adereza por desnudos de los jóvenes. El escenario simula ser el vestidor del equipo; tiene regaderas que cada cinco minutos se usan para justificar la desnudez de los actores. Pero esto hace a la historia más inverosímil y alejada de un estilo claro. En ningún momento hay una intención erótica o simbólica con esta decisión.

La escenografía, el vestuario y la iluminación quedan empobrecidos ante el exhibicionismo. En un balance final, estos tres elementos resultan menos urgentes a tratar en comparación de los anteriores. El final es inverosímil e incomprensible. No me gustaría ahondar en él porque sería quemar el gran truco del montaje; lo único que puedo decir es que con éste se confirma el exceso.

La historia lo es todo. Vestuario de hombres confirma la regla: de una historia débil no puede surgir un sólido montaje. Los desnudos, las agresiones y la violencia en un sentido real hacen del espectáculo un exquisito platillo para el morbo. El impacto surge de la realidad y no de la misión del teatro: el retrato de esa realidad.

 

“Vestuario de hombres”
De: Javier Daulte
Dirección: Eric Morales
Foro del Círculo Teatral Contemporáneo (Veracruz 107, colonia Condesa)
Lunes y martes a las 20:30 hrs.

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