Viejas ideas y “A Manifesto for Economic Sense”

 

 

A la crisis que ha golpeado a la economía mundial desde hace casi cinco años se le ha tratado de explicar desde diversos ángulos financieros y económicos. Ello ha abierto un amplio debate teórico y prescriptivo, confundiendo la mayoría de las veces causas y efectos. Además, en un buen número de casos, se han embrollado las medidas de corto plazo con las acciones institucionales de emergencia provocando que, en una suerte de círculo vicioso, la visión de la crisis haya mudado hacia nuevas consecuencias que han terminado por ser juzgadas como las causas y el origen inicial de la propia crisis. 

En tal devenir, ha reemergido un debate teórico y, consecuentemente, de política económica que se estimaba haber sido ya superado desde hace casi 80 años. Tal como ello se asume desde los manuales de economía actuales, hasta en los cursos profesionales iniciales que se dictan en casi todas las universidades Urbi et Orbi. Así, han resurgido las viejas ideas que hundieron por un largo periodo a la economía mundial a partir de 1929, en lo que fue denominada la Gran Depresión.

Hoy, como entonces, esas viejas ideas han mantenido elevados niveles de desempleo y muy bajos niveles de producción, especialmente en Estados Unidos y en la Unión Europea, acrecentando la amenaza de una recesión económica en el viejo continente. Ello, con todas las consecuencias adversas en los países emergentes, como sucede en la pérdida de dinamismo en China, India y Brasil.

En el contexto de este debate ha surgido a nivel global “A Manifesto for Economic Sense” (Un Manifiesto por el Sentido Económico) promovido primariamente por respetables y notables economistas. Dentro de este conjunto de académicos, investigadores, maestros y profesionales de la apelada ciencia triste, como la definió Thomas Carlyle, sobresalen: Alan S. Blinder, de Princeton University y ex-Vice Presidente de la Reserva Federal de USA; J. Bradford DeLong, U.C. Berkeley, ex-Subsecretario del Tesoro de USA; Jeffrey Frankel, de Harvard University y miembro del Consejo de Asesores Económicos del Presidente Clinton; Paul Krugman, Princeton University, Premio Nobel de economía; Richard Layard, de la LSE Centre for Economic Performance, reconocido mundialmente por su libro la Economía de la Felicidad; y Robert Skidelsky, de Warwick University, gran biógrafo de J. M. Keynes; y Tony Venables, University of Oxford, pionero de la nueva geografía económica; entre otros miles de suscriptores más del Manifiesto.

Por la importancia pública del Manifiesto es importante conocer su contenido. En su primera parte se dice que las viejas ideas se han “enraizado en la conciencia pública proporcionando argumentos para la excesiva austeridad de las políticas fiscales en muchos países”. Por lo que es el momento, se argumenta, “ya maduro para un manifiesto en el que los economistas ofrezcan al público un análisis basado en la evidencia de nuestros problemas”.

Para explicar las causas de la actual crisis se dice que “Muchos políticos insisten en que la crisis fue causada por irresponsables políticas de endeudamiento público. Con muy pocas excepciones-tales como Grecia- esto es falso. Ocurrió al revés, las condiciones que propiciaron la crisis fueron el excesivo endeudamiento del sector privado y el apalancamiento de los bancos. El estallido de esta burbuja condujo a la fuerte caída de la producción y consecuentemente de los ingresos fiscales.” Por lo que se concluye que “En estos momentos los déficits de los gobiernos son la consecuencia de la crisis, y no la causa.”

Para advertir la naturaleza de la crisis, se indica que “Cuando la burbuja inmobiliaria explotó a ambos lados del Atlántico, muchos agentes privados redujeron el gasto en un intento de pagar sus deudas pasadas.” Pero esta respuesta racional privada ha demostrado ser colectivamente autodestructiva, porque, se resalta, “el gasto de una persona es el ingreso de otra”, por lo que se han empeorado las condiciones de las personas con recortes en el gasto público o con el incremento de los impuestos.

En el Manifiesto se señala que el gran error, hasta ahora, ha sido que “Después de una buena respuesta en el primer momento de la fase aguda de la crisis (con la expansión de gasto público) las políticas tomaron un enfoque equivocado sobre los déficits de los gobiernos, argumentando que el sector público debería de tratar de reducir sus deudas al unísono con el sector privado.” Por ello, se indica, “En lugar de jugar un papel estabilizador, la política fiscal acabó reforzando los efectos depresivos de los recortes de gastos del sector privado.” Se agrega que la política monetaria con tipos de interés cercanos a cero, no pudo hacer el relevo de la economía fiscal o de gasto.

Admitiéndose en el Manifiesto que en el mediano plazo hay que hacer una reducción de los déficits públicos, se puntualiza que si es demasiado intenso puede ser fácilmente autodestructivo, abortando entonces la recuperación. Por lo que una “prioridad fundamental es la reducción del desempleo antes de que se torne endémico, haciendo la recuperación y la futura reducción del déficit incluso más dificultosa.”

Se explica en el Manifiesto que la vieja respuesta ortodoxa se basa en dos argumentos contra la visión del sentido económico. El argumento de la confianza parte de “que los déficits de los gobiernos incrementarán los tipos de interés e impedirán la recuperación” por lo que la austeridad aumentará la confianza e impulsará la economía. Sin embargo, en el Manifiesto se señala que no hay ninguna evidencia en favor de este argumento, dado que a pesar de los elevadísimos déficits, los tipos de interés permanecen inusualmente reducidos en los países avanzados donde existen bancos centrales de comportamiento normal, no así en países de la eurozona donde el Banco Central Europeo no actúa como prestamista de última instancia.

Por otra parte, se explica que “La experiencia muestra que no hay casos relevantes en los que los recortes presupuestarios hayan generado realmente incremento de la actividad económica. El Fondo Monetario Internacional (FMI) ha estudiado 173 casos de recortes presupuestarios en países concretos y encontró que los resultados consecuentes son los de la contracción económica.” Así, lo que ocurrió fue que los países con mayores recortes terminaron experimentando las mayores caídas del Producto Interno Bruto (PIB). Por lo que se concluye, que “los recortes presupuestarios no infunden confianza en el mundo de los negocios. Las empresas sólo invierten cuando esperan suficientes clientes, con suficientes ingresos. La austeridad desanima la inversión.”

Un segundo argumento contra las políticas de expansión de la demanda, identificado en el Manifiesto “es que la producción se encuentra constreñida del lado de la oferta por razones estructurales. Pero si esta teoría fuese cierta alguna parte de nuestras economías, o de algunas ocupaciones deberían de estar en muchos países a pleno rendimiento, lo que no es el caso. De modo que el problema debe de ser una debilidad general del consumo y de la demanda”, tal como sucedió cuando el gasto se incrementó en los Estados Unidos entre 1940 y 1942 y el PIB creció en un 20%.

En definitiva se establece que como resultado de las ideas equivocadas “muchos políticos occidentales están infligiendo sufrimientos masivos a sus ciudadanos, aunque estas ideas que ellos abrazan para gestionar las recesiones, fueron rechazadas por casi todos los economistas después de los desastres de los 1930. Es trágico que, (se concluye) en estos momentos, las viejas ideas hayan vuelto a enraizar.”

Por último, en el Manifiesto se enfatiza que las políticas de un país a otro precisan de muchos debates y que deben estar basadas en un análisis correcto del problema porque “El mundo sufre cuando los hombres y las mujeres responden con el silencio a lo que ellos creen que está equivocado.” En efecto, cada país deberá definir caudal y factualmente sus políticas, de acuerdo a sus circunstancias, pero es obvio que la importancia económica de los países en el contexto internacional guardan una relación directamente proporcional con las consecuencias que sus políticas equivocadas pueden infligir al resto del mundo.

Por ello, es urgente que Estados Unidos y Europa desechen las viejas políticas y responsablemente transiten hacia las ideas que salvaron al mundo capitalista después de 1929, para que no suceda, como entonces, que el radicalismo político termine salvando al mundo a partir de la destrucción masiva que generó la Segunda Guerra Mundial. Tal radicalismo está agudamente presente en Grecia, España, Irlanda, Portugal, Italia, España, Alemania, sólo por listar países emblemáticos en donde el racismo y chauvinismo ha dado paso a las actitudes francamente neonazis.

La visión económica del Manifiesto es circunstancial por que responde a causas y problemas específicos de economías determinadas. El exceso actual de capacidad de Estados Unidos y Europa hace posible la expansión de la demanda, pero ello es tan sólo el principio de un fin que puede tener aún larga duración. Por ejemplo, además de ser necesario el aumento de la productividad en buena parte de Europa, es indispensable cambiar la arquitectura institucional de la Unión Europea y particularmente de la Zona Euro, aspecto que cae en el realm de la economía política. Únicamente con la fuerza política demócrata será posible que el partido republicano acepte expandir el gasto público y balancear el déficit presupuestal gravando al 1% de la población más rica de esa nación.

Como lo he comentado con algunos colegas, relevantemente del diario el Financiero de México, el problema técnico tiene siempre solución, pero el problema político sólo puede ser resuelto en la arena de la real politik; aunque para ello antes vayan de por medio sufrimientos y lágrimas para los más desposeídos y las menguantes clases medias de nuestros empobrecidos países.

Si hay una lección extraíble del Manifiesto del Sentido Económico es la necesidad de entender las causas y la naturaleza de una crisis, para evitar grandes errores y dar apropiadas respuestas para superarla. Ese es el reto actual que hoy también enfrenta México, en donde las viejas ideas del falso equilibrio fiscal han impuesto una economía zombi que ha llenado de sangre y corrupción al país. Evitemos el dogma y a los doctores de la fe, mientras si estamos de acuerdo con el Manifiesto por el Sentido Económico suscribámoslo y propalémoslo, que ya habrá tiempo suficiente para elaborar nativamente para nuestras circunstanciales tribulaciones uno propio.www.manifestoforeconomicsense.org

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