La Tierra es un altar que se alimenta con sangre y corazones humanos, se fertiliza con sacrificios, de la violenta unión amorosa surgen los seres humanos, el maíz y la vida. En la inmolación los dioses reencarnan en sus hijos terrenales. En el ritual del dios Xipe Tótec “nuestro señor el desollado” sucedía un combate con guerreros cautivos, el “sacrificio gladiatorio”, los vencidos eran desollados y los personajes importantes vestían con la piel de cada uno de los cuerpos, poseedores de la imagen del dios. El sacrificio humano era parte de la religión y la cosmogonía de las culturas prehispánicas, en un contexto filosófico y estético, la muerte ceremonial daba al cuerpo noción metafísica. La exposición Xipe Tótec y la regeneración de la vida, en el Museo del Templo Mayor, es una investigación reveladora sobre el ritual del desollamiento propiciatorio de la fertilidad. Lo que habita en el Universo habita en la Tierra y en el cuerpo humano, la representación los atributos divinos era una experiencia carnal y estética. Los materiales para el arte nacen de la Tierra: barro, piedra, pigmentos, papel, el artista creador ofrendaba su obra. El cuerpo es un ente religioso, el valor sagrado del individuo lo hacía propicio a la inmolación, la piel era un recubrimiento pensante y sensible, el corazón como el motor orgánico de la vida, se ofrendaban en el rito que armonizaba el Universo sagrado con el ser. El arte participaba del ritual, la belleza de los códices, las esculturas y los templos manifestaban una mística tangible y sensible. Esculpir una piedra del sacrificio, modelar con barro las capas superpuestas de piel, las plumas, las hojas de zapote blanco materializaban la adoración más allá del acto ritual, la estricta iconografía, la unificación absoluta del estilo, desterraba la interpretación que podría desvirtuar el significado. Las esculturas son dos cuerpos, el sacrificador está cubierto por la fina dermis del desollado, el rostro recibía una máscara sangrienta, los artistas repetían el sacrificio, ellos mismos desollaban al barro y a la piedra. En las complejas pinturas, la obsesión descriptiva de las características de los dioses, el “realismo” está en la documentación detallada de los elementos de cada dios, en el vestuario, armas, dentro de ubicaciones abstractas, son mapas trazados con elementos simbólicos, que vigilaban la integridad de la ceremonia, dirigidos a que el ritual trascendiera en cada generación. No hay metáforas, Xipe Tótec estaba racionalizado con sacrificios, literatura, escultura, pintura. Durante la ceremonia se prohibía la nixtamalización, la acción de retirar la cascarilla del grano del maíz. Desollar es como nixtamalizar al guerrero, despojarlo de su “cascarilla” fertilizaba a la Tierra. No hay dicotomía, el triunfo es fundirse con el enemigo que propicia la unión con el dios, Xipe es la eternidad cíclica de lo que nace y muere, el arte perpetuó su voraz apetito. Nuestros dioses y nuestras raíces.