Candidatos en el Espejo Negro de Tezcatlipoca

Tengo ganas de no escribir acerca de las campañas, pero me es difícil no hacerlo. Ocurre lo que ese extraordinario semanario que es el New Yorker llama The Talk of The Town. El país, como nunca, está hablando de los temas vinculados al proceso electoral y asume como propias las discusiones que se animan a partir de declaraciones, resbalones, estrategias y discursos de los candidatos y sus más cercanos colaboradores.

Las siglas AMLO, por razones estadísticas y de incumbencia, aparece con la mayor frecuencia y se hace el blanco, en mi esfera perceptiva, donde sin quererlo confluyen un sinnúmero de mensajes, hechos llegar en función de la inteligencia de la data-mining que a nivel microscópico me tiene observado.

Andrés y Venezuela, Andrés y su financiamiento espurio, Andrés y su lenguaje descontextualizado, Andrés y la influencia de los rusos, Andrés… En los memes circulantes están en campaña contra Andrés, Oprah Winfrey (los candidatos no cambian se llama su partitura), la actriz venezolana que histérica suplica no votar por ya saben quién, Aristóteles Sandoval, ciudadano modelo quien ya lo condenó al fracaso después de su éxito en las elecciones, los milaños, digo, “los milenials”, vaya, lo que quiero decir es que los del milenio ya se le echaron encima como hienas y los malosos de quién-sabe-quién le editaron un video canalla y primario. El respetable Carlos Elizondo puntualiza sobre su revocación de mandato, Andrés Oppenheimer lo denostó, los chats entre banqueros después de la reunión de Acapulco se viralizaron para propagar su miedo, Jorge Fernández Menéndez se ha declarado abierto opositor, El güero Castañeda, más sofisticado, pone algunos puntos sobre “las íes” pero no se querella y en su campo Tatiana Clouthier revela diferencias con su representado, y aunque Paco-Taibo II no le ayuda con su radicalismo maoísta y emocional,  cual ave del poema de Díaz Mirón, López Obrador pasa las pruebas con limpio plumaje y cosechando un puntito acá y otro allá.

                        ¡Deja que me persigan los abyectos!

                        ¡Quiero atraer la envidia, aunque me abrume!

                        La flor en que se posan los insectos

                        Es rica de matiz y de perfume…

En todos los partidos hay migraciones hacia MORENA. Reconozcámoslo, para este país es un gran nombre/lema/slogan a la vez, “Morena como la mía, como mi piel, como yo”… Y en el lenguaje Andrés ha encontrado el tono, el ritmo, la cadencia y el contenido de la comunicación que gusta a los más que sienten no tener la “estatura”, la forma y el contenido necesarios para plantear una oposición.

Me llamó la atención la forma asertiva en que René Delgado toma por un hecho en su entrevista a Clouthier, que el lenguaje de Andrés Manuel es uno que no conviene a los debates. Y es que no se trata de ejercer la consabida fórmula del “pregunta lo que quieras que yo te responderé lo que se me dé la gana”, sino de cambiar el ritmo r-a-p-i-d-i-t-o, por uno más pausado, quizá más reflexivo, menos mediático y más interpersonal. No parece haber caído-ese-veinte en quienes ven en sus alocuciones una lentitud que acusan de torpeza cuando resulta siempre en inaprehensible habilidad. Hay una madurez en el uso del discurso y una experiencia en el abordaje de los temas.

En estas circunstancias, ya para no perderme en interpretaciones sesgadas, suelo recurrir al Micromegas, de Voltaire, ese personaje extraterrestre del planeta Sirus, concebido en la primera mitad del XVIII, quien después de recorrer varios planetas llega a la tierra acompañado de un pretencioso saturnino. Al observar Micromegas a navegantes terrícolas, concluye que son a la distancia que objetiva y en la cercanía que hace pertinentes las cosas, seres pensantes, inteligentes, que filosofan, calculan y producen ideas abstractas… No son brutos ninguno de los candidatos y Andrés intelige bien, ha tomado distancia y sigue siendo cercano, ha alcanzado ese grado de abstracción que evita la equivocación fácil. Mientras, los otros o se acercan demasiado a los temas y se pierden o se alejan y desvanecen.

Los rivales políticos de Andrés Manuel, en cambio, como el saturnino de Voltaire, siguen ponderando sus “verdades” angulares hasta sobrevenderlas, las bondades de José Antonio Meade, bondades sin toma de riesgo, bondades de statu-quo, abusan de un lenguaje que no alcanza para vacunar y remediar carencias de esos años pasados en oficinas donde alambicó discursos preparados por terceros.

Meade no tiene el street-wiseness de López Obrador, se siente incómodo en diversas situaciones, sus dichos son lugares comunes, repetidos por quienes usan la lengua muerta de una política anquilosada en formas de gobernanza verticales. Fórmulas que se repiten hasta la ignorancia y que legan una política sebosa, pastosa, vacía. El tigre que refirió AMLO no es el del zoológico que conoce José Antonio, ni es el balero que piensa José, el que jugó Andrés.

A muchos chapulines fácticos o potenciales del PRI y del PAN habría gustado votar por Meade, porque parece sólido en lo académico, con cierta humanidad de trato, frío cuando necesario, eficaz y sin escándalos ni boatos innecesarios. Pero, aceptémoslo, ha decepcionado su falta de calle, su falta de refractariedad a formas obtusas y angulares del poder tradicional que parecen imponérsele. Sus ideas sólo hacen sentido en las capas igualmente formadas y desde luego en las cúpulas empresariales que poco a poco lo fueron destapando. Meade sin duda seguirá profesionalmente dialogando con estos interlocutores allende las elecciones y seguramente obtendrá una posición destacada desde donde habrá de demostrar su sapiencia técnica y pondrá en valor su Weltanschauung, pero como candidato, hasta el momento, no parece estar haciendo lo que debe hacer para gobernar el México bronco, algo más inteligente, menos dispuesto al maiceo y mejor informado que ya despertó. José Antonio Meade no ha demostrado ser un buen socionauta.

El siglo XXI, ya bien adelantado, es el tiempo de la pos-verdad, donde vale más la forma que el fondo, lo simbólico. El mundo nuevo es mundo gestáltico, donde en una forma clara, reconocible, cabe un orden igualmente diáfano y funcional. Andrés no es el diablo venezolano ni el dictador cubano, es el populista sí, del siglo veintiuno mexicano con sus virtudes y defectos, con su pequeñez y su grandeza. Ya veremos si este anunciado ganador tiene la capacidad de un diálogo sostenido y eficaz con su único alter ego que es la sociedad civil, la que deberá ponerle altos, hacerle ver otras cosas, ilustrarle y orientarlo.

La votación por AMLO será probablemente contundente y le dará quizá, buen margen para reformas profundas, incluso la constitucional. Saldrán del clóset muchos de sus viejos opositores quienes deseosos de ese cambio de paradigma tan anunciado y tan necesario buscarán un huesito para roer.

Anaya tiene una lengua rápida, es la antítesis de López Obrador en ese aspecto. Habla de corridito de manera clara y es asertivo. Rapado se le mira limpio, moderno. Su agresividad tiene, sin embargo, algo de teatral, se mira en el espejo y se gusta. Está aún en una etapa narcisista, quizá debiera mirarse e invitar a sus rivales políticos a hacerlo también, en el espejo negro de Tezcatlipoca que obliga a aguzar la mirada.

El equipo que compuso Anaya, aunque bueno, llega tarde. La densidad existencial, la bonhomía, y la experiencia de Agustín Basave, la inteligencia ágil de Jorge Castañeda, las redes y buenos modos de Romero Hicks, el lenguaje leperito de Xóchitl, en circunstancia, le aporta la sorna contundencia y eficacia discreta de Raúl Padilla, le hacen bien, la disciplina de Aguilar la necesita. Le restan Miguel Ángel Mancera sin retórica, Josefina Vázquez Mota y sus fracasos esculpidos, Jesús Ortega y sus chucherías. Un equipo que tiene entrenamiento y al que le falta el depurarse es, sin embargo, en la brega cotidiana y el trabajo armonizado, mucha cabeza de león. Auguro un crecimiento importante de su posicionamiento, pero no veo cómo los números le pueden dar para superar los de AMLO.

En materia de lenguaje, Anaya, “el Steve Jobs región cuatro”, quiere confundir en su logotipo “Anaya con Avaya” y pasar de la tecnología a la política a través de un pasadizo estrecho que le queda incómodo. Más ensayo que contenido, se desborda en esa vía, no se contiene. En entrevistas y bajo presión responde bien, lo demostró con Jorge Ramos y Carmen Aristegui. Tiene memoria discursiva de corto plazo y estructura correctamente. Tiene carácter y se ven dilatar sus pupilas ante los shocks de adrenalina que se descargan cuando se lo cuestiona sobre los embates del gobierno. Aparece siempre vestido de la misma manera, sus camisas claras, sus sacos oscuros o sus chalecos a la medida, su rapado, sus cuellos bien planchados. Está siempre vestido para la ocasión, lo cual acusa planeación. Adolece de una falta de espontaneidad, sin embargo, hasta en las escenas que pudieran dar lugar a actitudes más sueltas como tocar la guitarra con el jovencito huichol que entona bien, aunque no entiende su “movimiento naranja”. Entrar en su intimidad es un reto.

Llegar a leer en las hendiduras de su frente reflexiva es una tarea por emprender. Igual que Meade, parece sentirse cómodo sólo cuando domina la situación, le hace falta país, verse en el México difícil, el huachicolero, el serrano, el étnico, el bronco.

Los cónyuges de los candidatos, ellas sí, en el caso de los tres de caballeros son extraordinarias en su propia especificidad, Beatriz, Juana y Carolina. La primera es sin duda la más experimentada en el rol de primera dama y lo ha hecho con discreción, aunque también ha demostrado que puede cuando se le requiere, ser protagónica. Juana, ganosa y emocionada atiende sus compromisos políticos con entereza y una sonrisa generosa, y Carolina más discreta sabe hacer sus tareas, viaja menos y sabe mostrarse solidaria.

Sí, ya sé que hay un cuarto candidato, la entrañable que cuenta de menos en menos; Margarita es encantadora, busca inteligir y lo logra, es sincera, franca, buena leona para defender a su familia, pero no tiene peso en su discurso. Sus frases son predecibles o demasiado hechas en lugares comunes y eso sin tomar en cuenta que, en su caso, el cónyuge le resta y mucho.

En los meses por venir, entonces, nos queda esperar que de la contienda emerja un México mejor. El llamado presidencial a los Pinos en la circunstancia estadounidense es una buena señal de unidad de sentido nacional, de mexicanidad irrenunciable.

En el fondo, que no se nos olvide, entre candidatos, queda la obligación mexicana de mirarse en el espejo negro de Tezcatlipoca,[1] el espejo de humo, el de obsidiana, el que mira los espíritus profundos, el de las adivinaciones estelares, el que hace cortos todos los tiempos. Uno, en el que todo, todos, también, desaparecen. Porque todos “como una pintura, nos iremos borrando” (Nezahualcóyotl, dixit). Dejemos país en el camino.

[1] Del náhuatl, tezcatl, “espejo”; tliltic, “negro”; poctli, “humo”; literal, “espejo negro que humea”.

espejo negro
Espejo negro de Tezcatlipoca.
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