James Joyce (1882-1941) considerado por la crítica literaria el mejor escritor del siglo XX, dijo: “la historia es una pesadilla de la que trato de despertarme”. Efectivamente, la historia de la humanidad ha transcurrido entre las más oprobiosas conductas individuales hasta las guerras más horrendas. Basta recordar la batalla de Stalingrado, en la mal llamada Segunda Guerra Mundial, donde perdieron la vida más de 2 millones de jóvenes soldados y que determinó el triunfo total del ejército soviético sobre las tropas hitlerianas. Hoy, la probabilidad de una guerra atómica amenaza a nuestro mundo en cada paso que dan los líderes de las naciones más poderosas y aquellas que cuentan con estas armas de letalidad masiva, que podrían regresarnos a la edad de piedra en caso de producirse.
Esta pesadilla joyceana no termina. Ahora, el planeta se debate en conflagraciones reducidas a batallas entre países, y otras motivadas por intereses internos de algunas naciones, pero también en estallidos de terrorismo por individuos o grupos por razones religiosas, étnicas, ideológicas, etc., que generan la violencia mundial a la que asistimos impávidos cotidianamente, ante las pantallas grandes y pequeñas, que derraman ríos de sangre, horror y temor fundado.
Los llamados crímenes de odio, que caben en los calificados de lesa humanidad por dirigirse a grupos identificados, son parte de la pesadilla que angustia y amedrenta a la sociedad de nuestros días. Uno de ellos, lamentablemente, ocurrido en El Paso, Texas, el sábado 3 del presente mes, afecta gravemente a la comunidad mexicana residente y visitante en Estados Unidos. Un joven de 21 años, de nombre Patrick Crusius, asesinó a mansalva a una veintena de personas en un centro comercial, entre ellos a ocho mexicanos, que eran su objetivo principal, confesado plenamente por el autor material ante las autoridades que le juzgan.
De los numerosos tiroteos habidos en Estados Unidos, solamente en lo que va de este año han ocurrido más de 8,000, según la organización Gun Violence Archive 2019. De ellos llama la atención el cometido por Dylan Roof, joven blanco de 21 años que asesinó arteramente a nueve personas de raza negra en una iglesia de Charleston, Carolina del Sur, y en cuyo capitolio aún ondea la bandera del derrotado ejército confederado de la Guerra de Secesión del siglo XIX, y que en su declaración ante las autoridades expresó “yo vine al mundo a matar negros”.
El gran escritor y acerbo crítico del sistema norteamericano Gore Vidal (1925-2012), advirtió que Estados Unidos ha hecho dos grandes “aportaciones” al mundo: el pay de manzana y la violencia. Ahora se revierte este señalamiento porque la violencia ha llegado a su propio suelo. ¿Cuáles son las causas de ésta en esa nación que presume de su arcaica democracia y respeto a los derechos humanos, y los exige, mediante formas de violencia política y comercial, a varios países del hemisferio occidental? Son múltiples, y los estudios sociológicos se encargan de ello, pero quiero dar relevancia a la educación llevada al interior de los hogares mediante los medios, películas y juegos de video –el 90% llenas de crímenes y conductas antisociales– que implican actos simulados, pero que son solaz para niños, jóvenes y adultos diariamente, inyectando en su conciencia el asesinato como un modelo de conducta válido.
Todo lo anterior validado por los últimos gobiernos del país vecino. Pero el presidido por Donald Trump ha sido inspiracional, al incitar desde su campaña los crímenes de odio, no sólo por su obsesión de construir un muro en la frontera con México, sino por su manifiesta xenofobia que lo llevó a decir: “Tengo a la gente más leal, ¿alguna vez han visto algo así? Podría pararme en mitad de la Quinta Avenida y disparar a gente y no perdería votantes” (fuente: https://elpais.com).
Obsesionado con la supremacía blanca, en un país formado por inmigrantes de muchas razas y nacionalidades, hoy paga ante la opinión pública sus excesos políticos, que será un factor de importancia en su pretendida reelección como presidente de un imperio en decadencia.