Lula, el populista

Luiz Inácio Lula da Silva competía en la elección presidencial de Brasil con todas las posibilidades de ganar; por eso está en la cárcel, no porque se le hubieran probado las acusaciones de corrupción pasiva que le armó la fiscalía y que le bastaron al juez Moro para sentenciar “por convicción”.

Está en la cárcel porque intentó volver a gobernar con su política populista, según la cual, para que la economía crezca hay que distribuir y darle a los pobres acceso al crédito para comprar una casa, para tener energía eléctrica, agua potable y mejores niveles educativos.

Para ganar las elecciones de 2002 (en el cuarto intento como candidato), Lula tuvo que convencer a las élites brasileñas de que no representaba una amenaza para sus intereses (como AMLO está tratando de hacer en México) y de que su programa incluyente, distributivo de la riqueza, sería beneficioso para todos en el país.

Durante sus ocho años de gobierno —del 1 de enero de 2003 al 1 de enero de 2011— lo cumplió: pobres y ricos ganaron. Como ha documentado Pablo Gentili, secretario ejecutivo del Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales, durante ese periodo, los sectores de altos ingresos ganaron 23% más, pero los pobres tuvieron 84% más de ingresos.

Lula
21/09/2016
Foto: Ricardo Stuckert

Es cierto, durante los dos periodos que gobernó Lula, Brasil se benefició de ingresos extraordinarios por el alza de precios internacionales que alcanzaron las materias primas; México, con Calderón en la presidencia, también recibía ingresos sin precedente por la venta de petróleo, arriba de 100 dólares cada barril, recursos que no tuvieron utilidad económica ni social alguna.

A partir de 2012, bajaron los precios de las materias primas y, con ello, los ingresos extraordinarios de Brasil, lo que metió en problemas fiscales al gobierno de Dilma Russeff, a los que se sumaron acusaciones de corrupción nunca comprobadas y razones políticas que llevaron a su destitución.

“¿Por qué el juez Moro encarcela a Lula sin otra prueba que su propia convicción?”, pregunta Gentili, y responde: “Porque ha sido la estrategia que el poder financiero (…), el gran monopolio comunicacional que es la Red Globo, y sectores políticos conservadores han encontrado para acabar con lo que creen ser un antecedente inaceptable”, es decir, el de un gobierno con sentido populista y resultados que le dan fuerza social.

El gobierno de Michel Temer, que asumió tras la destitución de Russeff, se parece a los que han sucedido a otros gobiernos populistas, como el de Argentina con Mauricio Macri: no tienen pretensiones totalitarias, sino más bien las de desarticular a la sociedad apabullada por problemas de inseguridad en todos los órdenes.

Temer y Macri son presidentes sin carisma, torpes, repetidores de frases hechas por asesores de imagen pensando en proyectar la de alguien bien preparado, “moderno”, que piensa globalmente y es grato para Estados Unidos.

http://estadoysociedad.com

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