A pesar de ser un país con herencia multicultural y una historia con muchas injusticias sociales, la sociedad mexicana no ha aprendido de su pasado y hoy vive con muchos prejuicios hacia lo que es diferente o fuera de ciertos “estereotipos”. Se trata de una actitud social negativa que debe dejar de permear el modo en que nos relacionamos con el otro.
México (elsemanario.com).- El prejuicio es uno de los grandes males de la humanidad, sin embargo, después de milenios acumulados de historia aún no se puede superar, por el contrario, parece que cada vez surgen nuevas formas de expresarlo.
Tal vez, el prejuicio racial o étnico fue una de las primeras manifestaciones del prejuicio humano; con el paso del tiempo fuimos agregando tal variedad que, pareciera que constantemente buscamos cualquier forma de disimilitud: raza, religión, género, preferencia sexual, condición cultural, social, económica o incluso estética, son algunas de las manifestadas en las sociedades contemporáneas.
Esta actitud social, casi siempre aprendida, está definida como “una predisposición categórica para aceptar o rechazar a las personas pos sus características sociales reales o imaginarias”, por los sociólogos Donald Light, Suzanne Keller y Craig Calhoun.
En ese sentido, podemos decir que es una predisposición para responder a un estímulo que represente una condición diferente a la personal y que en su mayoría resultan promover una respuesta negativa -aunque existen respuestas positiva, son las menos-.
México, lamentablemente no se excluye de esta condición que inevitablemente deriva en formas de discriminación y, pese a tener una herencia mestiza y multicultural, parece que no ha superado el miedo o el rechazo a la diferencia por lo que el prejuicio está muy arraigado en el comportamiento sociocultural del mexicano.
Basta con salir a la calle y poner atención en el comportamiento de las personas. Viajar en metro, en taxi, en el transporte colectivo pasando por el trabajo, la escuela e incluso el hogar. No hay escenario social en el que no encontremos alguna manifestación del prejuicio.
Desafortunadamente, el estímulo que genera el prejuicio generalmente es negativo derivando en otra cuestión igual de terrible como la discriminación. Tan sólo en lo que va de 2015, el Consejo Nacional para Prevenir la Discriminación (Conapred) ha emitido cinco resoluciones por disposición a instancias particulares, obligando a las instituciones y establecimientos (bares y restaurantes) a resarcir el daño moral a las personas afectadas.
De acuerdo con la Encuesta Nacional de Discriminación, realizada por el Conapred con el apoyo de la UNAM con datos que refieren a 2010, en México, las personas más propensas a sufrir algún tipo de prejuicio o discriminación son las de origen indígena o afrodescendiente.
Los resultados de ese estudio indica que más de la mitad de los consultados dijeron que el color de piel es motivo suficiente para que una persona sea insultada en la calle, por lo que entre sus conclusiones señala que esto evidencia que en México hay personas que son discriminadas y se les niegan derechos por motivos relacionados con prejuicios basados en una visión de “superioridad de razas”, las más ligadas a características europeas o norteamericanas.
El rechazo por las personas indígenas, las mujeres, los y las homosexuales, las personas con tatuajes, las de la tercera edad, los “morenos” o los “feos”, los pobres y los indigentes. Estas son sólo algunas de las más marcadas formas de prejuicio presentes en nuestra sociedad, una que parece enfermarse cada vez más de este mal, en lugar de superarlo.
Hasta aquí la primera entrega de una serie de cuatro en las que El Semanario abordará temas relacionados con el prejuicio y la discriminación. Son muchos, pero se intentará hacer un acercamiento por los que consideramos los más presentes: el racial o étnico, la diversidad sexual, las personas de la tercera edad y las que tienen tatuajes.
Por I. Nava