Sobre la antidieta, o cómo comer bien para vivir mejor

El Guadalupe-Reyes ha llegado a su fin, dejando a su paso muchos buenos recuerdos pero seguramente también varios malestares: dolor en la cabeza, dolor en la cartera, y sobre todo, unos “extraños” bultos alrededor de nuestras cinturas –que quién sabe cómo aparecieron ahí-.

En esos días de despreocupación y fiesta no importaba lucir unos kilitos de más –al fin y al cabo, todos andaban igual- pero el nuevo año también llegó y con él los propósitos de renovación y cambio. Entre estos, uno de los más populares es deshacerse de los resultados de platos y platos de pavo, pierna, romeritos, ensaladas dulces, y un laaaargo etcétera, que desfilaron por nuestras bocas durante todo diciembre.

Y es cuando empezamos a escuchar frases como:

“Ya pagué la membresía del gimnasio, por seis meses para obligarme a ir”;

“Me estoy parando a las cinco de la mañana –con el frío invernal y todo- a correr  con mi perro”;

“No, gracias, estoy comiendo sólo proteínas”;

“No puedo comer a estas horas, comencé apenas la dieta de la Luna”;

O el clásico “Nada más que pasen los tamales de la Candelaria, ya le bajo a la comida.”…

…Entre tantos y tantos otros intentos que tenemos para liberarnos de esas incómodas pancitas y lonjitas que hacen su aparición al intentar vestirnos, o que nos deprimen en los probadores de ropa.

Gimnasio Maitena

Sin embargo, mantenerse firme en estos propósitos es realmente difícil, pues la excusa primordial para no comer bien es el tener que renunciar a algún alimento favorito. Cerca del 95% de las personas que comienzan una dieta recuperan, y hasta sobrepasan, los kilos perdidos al cabo de un tiempo. Esto sucede porque los regímenes son tan estrictos, que al poco tiempo de empezar se recurre a los cigarros y a los productos dietéticos para camuflar el hambre.

Con las dietas estrictas, las personas cambian el gozo de sentarse a comer una comida de verdad por barritas de régimen o batidos sin ningún valor nutritivo. O se someten a la compra y preparación de comidas que no les son familiares, con ingredientes apenas reconocibles que además tienen que pesarse y medirse para consumir el cálculo exacto de calorías, grasas o hidratos de carbono.

Algunas de las dietas más populares, como la anabólica, que concentra la alimentación en el consumo primordial de proteínas –pues es la más utilizada por los fisicoculturistas, esos hombres y mujeres irrealmente musculosos que aparecen por doquier en las paredes de los gimnasios y tiendas de nutrición- lo único que logra es dejar a los que la usan estreñidos, con mal aliento y una ligera sensación de abatimiento, al poner al cuerpo a trabajar muy duro para digerir esas extremosas cantidades de carne sin la ayuda de la preciosa fibra de las frutas y verduras.

Otra de las más recurridas –sobre todo por las mujeres- es la alta en carbohidratos, cuyo efecto sobre el metabolismo es de relajación y lentitud, y hacen que el metabolismo trabaje más pausadamente dejando una sensación de pesadez y apatía, con hambre ligera y constante, y resulta deprimente pues la flacidez de los músculos persiste.

Así, aquellos valientes que se someten a esos complicados platillos tres veces al día –cuando hay tiempo y suerte- se descubren comiendo más de la cuenta, ya que no consiguen quedar satisfechos. Se atiborran de pan a palo seco y platos de pasta sin condimento, mientras continúan ansiando un helado, muriendo por una grasosa rebanada de pizza, una suculenta torta o un delicioso huarache, y toda esa comida que engorda que durante años el cuerpo se ha habituado a consumir.

Comida triste

Nuestra poca o nula educación alimenticia nos lleva a no medir el riesgo que corre la salud ante una mala alimentación. Siempre estamos corriendo de un lado a otro, y entre una ocupación y otra se nos hace muy fácil consumir cualquier cosa que nos encontremos en la calle. Me atrevería a decir que la dieta habitual de un ciudadano medio consiste en:

Desayunosi es que nos levantamos a tiempo-: Una taza de café negro o con leche, con un pan de dulce, un tamal –solo o en torta- o un paquete de galletas.

Almuerzosi es que no hay mucho trabajo encima-: Otras galletas o algún dulce de la máquina; quizá un refresco porque ya nos está dando “el bajón”, o si hay posibilidad, una segunda taza de café.

Comida esa sí, imperdonable-: Aquí el menú amplía sus posibilidades, pero a menos que llevemos guisados de nuestras casas, suele consistir en tacos –de bistec, pastor, cecina, chorizo, con queso, papas y nopales-, garnachas, tortas, comidas corridas –de las opciones más “sanas” en la calle-, pizzas, hot dogs, hamburguesas o cualquier alimento que tengamos a la mano.

Cena –opcional, también-: Si llegamos a cenar a casa, esta dependerá del “aguante” de nuestros sistemas digestivos. Si no sufrimos tantos malestares, podremos cenar lo que hicieron para la comida e ir a dormir con cierta pesadez, pero muy a gusto. Si somos un poco más “delicados”, la cena consistirá en algo más ligero como yogurt o cereal, o de plano será inexistente.

Lo que no entendemos es lo malo que resulta para nuestro cuerpo el brindarle una alimentación tan deficiente. Desgraciadamente, caemos en cuenta de esto hasta que la enfermedad comienza a aquejarnos. La industria farmacéutica cuenta con cientos de remedios para males como el estreñimiento, las agruras, la acidez, incluso para los bajones de energía, pero de lo que no se habla es de que todas estas medicinas no servirán de nada mientras le sigamos dando basura a nuestro cuerpo para funcionar. Tristemente, nos hemos acostumbrado a vivir enfermos.

Para entender las implicaciones de esto, resulta útil comparar nuestro cuerpo con una casa. Ambos están integrados por una serie de sistemas que con su trabajo individual contribuyen al buen funcionamiento del todo, es decir, del organismo. Así, como en el cuerpo humano contamos con sistemas como el nervioso, el respiratorio, el digestivo, el cardiovascular o el linfático, que hacen que todo funcione, en una casa tenemos que contar con electricidad, agua, combustibles, muebles, y diversos artículos que nos ayuden a mantenerla habitable y funcionando.

Suele pasar que, con las prisas de nuestra vida, salimos de casa muy temprano y regresamos muy tarde, concentrados en trabajar para justamente mantener los suministros de la casa. Esto conlleva a que releguemos ciertas labores, tales como la limpieza y el mantenimiento, a cuando tengamos tiempo. Dependiendo de nuestra tolerancia al desorden o del nivel de despreocupación por esas cuestiones, el desorden que se va acumulando puede llegar a puntos bastante notables, por lo que tendremos que ocupar un tiempo considerable en deshacernos de tanta suciedad.

Pasa lo mismo con nuestro cuerpo; la alimentación se traduce en un concepto muy importante en el funcionamiento de cualquier máquina: la energía. Si lo que comemos no le brinda al cuerpo la energía suficiente, los sistemas que lo integran son tan eficientes que se concentran siempre en mantenernos vivos. Así, si al despertar sólo consumimos una taza de café, quizá con un pan, el cuerpo utilizará los escasos nutrientes obtenidos de ello para mantener funcionando al cerebro, el corazón y los pulmones, y a marchas forzadas el sistema motor y los demás –por eso es que nos sentimos tan cansados a lo largo del día-, dejando de lado lo mismo que dejamos en una casa para después: la limpieza.

Aunque es difícil admitirlo, cuando no comemos adecuadamente presentamos problemas de estreñimiento. La alta ingesta de azúcares, carne, harinas, grasas y demás acompañado de una muy baja de frutas, verduras y cereales integrales, hacen trabajar de más al sistema digestivo, quedando muy poca energía para que pueda encargarse de desechar los residuos.

Así, los vientres abultados no son otra cosa que el exceso de carga en los intestinos y el colon, que si permanecen mucho tiempo en nuestro cuerpo pueden acarrear complicaciones graves como el cáncer y la colitis, además de la tan temida obesidad: la grasa se acumula en la cintura, caderas y extremidades, el nivel de energía cae en picado y a menudo se tienen malestares estomacales. Los continuos cambios hormonales generan oscilaciones en el estado de ánimo, por lo que pensar se vuelve sumamente difícil.  Eso sin hablar de la presión social que representa ser percibido por los demás como un “gordo”.

Gordo

Somos lo que comemos: si sólo consumimos “comida rápida”, comenzamos a morir más rápido. Así mismo, nuestros desagradables hábitos como fumar y consumir alcohol en grandes cantidades sólo contribuyen a empeorar todo. Hay que tomar en cuenta que nuestra sangre en primordialmente agua, y que al detectar sustancias nocivas, se torna ácida para prevenir que muramos envenenados. Lo mismo pasa con los alimentos pesados, dejan una gran cantidad de acidez que sólo implican un gasto mayor de energía, envolviéndonos en un círculo vicioso.  Sólo se trata de entender que es nuestra responsabilidad tratar bien a nuestro cuerpo para conservarlo sano.

Afortunadamente, comer bien no es tan complicado como nos lo plantean en todos lados. Prestemos un poco de atención a los animales: comen todos los días lo mismo y no se enferman tanto como nosotros. Nuestra amplia cultura gastronómica nos ha llevado a pensar que la comida tiene que estar exquisitamente cocinada para poder ser un manjar, pero nos olvidamos de que así pierde la mayor parte de sus nutrientes.

Idealmente, nuestra alimentación cotidiana debería incluir:

 • Fruta fresca y verduras en abundancia. Muchas veces no nos gustan o apetecen porque nos hemos acostumbrado a los sabores fuertes; sin embargo, este tipo de alimentos se presta a múltiples y variadas combinaciones, en deliciosas ensaladas a las que sólo es cuestión de darles una oportunidad.

frutas-y-verduras

 • Todos los grupos básicos de alimentos. Necesitamos todos los nutrientes proporcionados por los distintos tipos de comida, sólo es cuestión de aprender a comerlos para sacarles siempre el mayor provecho posible.

Alimentos básicos

 • Pequeñas cantidades de proteína animal, pero conservando una dieta vegetariana a más del 50%.

 • Poder disfrutar sin restricciones de cenas en restaurantes y fuera de casa. Sería tonto pretender que vamos a dejar de comer todas las cosas deliciosas que hay en este mundo. El chiste está en aprender a auto-regularse, y que los alimentos altos en grasas o que sabemos dañinos no sean la constante, sino la excepción.

¿Cómo negarnos a un exquisito pozole, por ejemplo?
¿Cómo negarnos a un exquisito pozole, por ejemplo?

Todo lo anterior sin ser un esclavo de la cocina ni unirse al grupo de trabajos forzados de los gimnasios.

Ante este panorama, en los años 80’s la nutrióloga Marilyn Diamond se entregó a la tarea de buscar el modo en que los ajetreados seres humanos de las ciudades pudieran llevar una dieta sana y fácil de seguir. Fue así como creó “La cocina de la antidieta”, el único libro de esta índole que ha sido éxito de ventas durante cerca de 30 años, colocándolo dentro de los 25 más leídos de la historia, junto a la Biblia y El Principito, lo que nos deja adivinar que no es un programa dietético más, perdido en el mundillo de la industria de la belleza y la felicidad.

El principio fundamental de la llamada “antidieta” es aprender a mezclar los alimentos correctamente en nuestro estómago. El régimen se basa en el descubrimiento de que ciertas combinaciones se digieren más fácil que otras.

Así mismo, el elemento clave es la energía; se trata de ayudarle al sistema digestivo a gastar menos energía para que esta se utilice tanto en los procesos fisiológicos como en la desintoxicación y limpieza del cuerpo, lo que conllevará a la pérdida paulatina de la suciedad, es decir, los kilos que nos sobran.

Lo que se busca a través de esta dieta es que la comida permanezca en el estómago, aproximadamente, sólo tres horas; de esta manera, se evita la fermentación, los gases, la acidez y la indigestión.

Se pretende que los alimentos pasen rápidamente por nuestros intestinos; y la manera más rápida y eficaz de asegurarlo es no consumir más de un tipo de alimento por vez, o si lo hacemos, de asegurarnos de consumir suficientes frutas y verduras para ayudarle a nuestro estómago a hacer su trabajo, pues comer en forma simultánea dos alimentos concentrados (por ejemplo, carne y harinas) causaría que éstos se pudran y no puedan ser asimilados.

Se trata también de evitar las sustancias que resultan muy pesadas o nocivas para la salud, tales como el cigarro o el alcohol, así como reducir todo lo posible el consumo de lácteos derivados de la vaca, sustituyéndolos por soya o lácteos de animales más pequeños, como las cabras.

Siguiendo los sencillos consejos planteados en el siguiente cuadro, veremos cómo poco a poco recobramos la salud, la energía y la vitalidad, al mismo tiempo que perdemos peso y tallas. Lo que parece complicado es más sencillo de lo que parece. Con un poquito de disciplina, podemos aprender por fin a alimentar correctamente a nuestro motor y principal vehículo.

Antidieta

Según datos de la OCDE (Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos) casi un tercio de los adultos mexicanos (32.4%) padecen de obesidad. Esto tiene serias repercusiones en la calidad de vida de los que la padecen, que sufren diversas complicaciones como la diabetes o la hipertensión, generando altos costos para el sistema de salud pública.

Como mencionábamos hace un rato,  nos hemos acostumbrado a vivir enfermos, en malas condiciones, bajo condiciones terribles de estrés e intranquilidad. Las apabullantes cifras de obesidad en México confirman que hoy más que nunca la población está sufriendo los resultados de años y años de mala educación alimenticia, lo que repercute en el resto de los problemas de la sociedad.

Démonos la oportunidad de cambiar, pero que esta vez no quede en uno más de los propósitos que se hacen año con año. Un cambio como este tendrá repercusión en todos los niveles de la vida. Continuamente, nos quejamos de que las cosas nos salen mal, o no resultan como queríamos sin darnos cuenta de que todo en esta vida está conectado, por lo que vale la pena volver a lo básico y elegir la salud como camino.

Más que un régimen, la antidieta es un nuevo modo -en realidad, el modo que siempre debió haber sido- de comer, por lo que no dudemos en aplicarlo, poco a poco, y también en transmitirlo a nuestras familias y nuestros amigos. La sensación de bienestar generalizado seguramente nos llevará a algo muy bueno.

Por Mariana Vega.

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