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La identidad temporal y el ser duradero

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El prefijo auto– en español se emplea en múltiples conceptos duales que se escriben con un guion intermedio, como auto-referencia, auto-imagen o auto-estima, equivalentes de aquellos que en inglés ostentan el prefijo self-, como self-reference, self-image, self-esteem. En todas estas nociones el problema es a qué se refiere el auto- o el self-, pues el guion necesariamente implica una relación sujeto-predicado. A través de los tiempos se han propuesto varios candidatos para concretar a ese sujeto o ese self: en estos escritos hemos referido, entre otros, a un self narrativo y autobiográfico, a un self cognitivo y afectivo, a un self sináptico y cerebral, a un self social y cultural. En buena medida la validez de estos conceptos depende de si sus proponentes o sus receptores habitan el ámbito literario, el psicológico, el neurobiológico o los de las ciencias sociales y humanas. Una plataforma transdisciplinaria posiblemente permita una concepción más acabada y específica de un ser de naturaleza compleja, dinámica y cambiante.

El multifacético self usualmente se ha traducido al español como “sujeto” o como “sí mismo”, aunque cada vez se utiliza más la palabra inglesa porque no se encuentra su versión exacta en nuestra lengua. Me parece que en ocasiones la traducción adecuada al castellano de self es la palabra ser, en su forma de sustantivo, para indicar una entidad temporal que tiene existencia, vida y conciencia propias. Por ejemplo: ¿cómo se justifica la creencia de que una persona particular es la misma con el paso del tiempo, a pesar de que sus componentes cambian y sus propiedades se transforman? El criterio tradicional es la continuidad espaciotemporal de un individuo, la duración que define a su self o a su ser. En un extenso trabajo al respecto, Stanley Klein, psicólogo de la Universidad de California en Santa Bárbara, llama “diacronicidad personal” a esta continuidad y para ello aplica el término “diacrónico” en su significado preciso: la evolución de un objeto, fenómeno o circunstancia a través del tiempo. Esta diacronicidad personal sería lo que mejor define y constituye el self.

Portada del libo “Los dos yoes” y su autor Stanley Klein.

Un problema central del self concebido como una entidad es que, además de no ser algo objetivo, la persona no la localiza en sí misma, tal y como lo relató de manera célebre David Hume en una autoexploración de su mente relatada hacia 1739 y en la que detecta sensaciones, emociones o pensamientos, pero ningún self. Esto ha llevado a varios pensadores a afirmar que el self es una ilusión o a otros, desde Kant hasta quienes proponen una autoconciencia mínima en la actualidad, a sostener que se requiere una forma elemental de subjetividad para que la experiencia consciente tenga lugar. A partir de William James a finales del siglo XIX, se han planteado dos aspectos del self o del ser, una de ellas es el autoconocimiento en el sentido de la representación que tiene un individuo o una persona de sí misma (de ahí el “sí mismo”), y la otra es la subjetividad en sí, el qué se siente ser esa persona. Kline defiende que estos dos aspectos interactúan, y que su interacción constituye el prerrequisito de la experiencia de uno mismo, es decir, de la autoconciencia. El mismo autor dice que esta propuesta coincide con la idea original de Johann Fichte de que no puede haber objeto sin sujeto ni sujeto sin objeto y que revisamos al inicio de esta obra.

Una de las razones que se han esgrimido para defender la continuidad de la misma persona en el tiempo es decididamente objetiva y corporal. Como el resto de los objetos del mundo, el cuerpo viviente es un objeto espaciotemporal que permanece siendo el mismo por cierto tiempo, a pesar de cambios en su composición y en su forma. Sin embargo, el criterio naufraga si los cambios son demasiado rápidos o modifican la estructura de manera importante o definitiva. Si bien partes de mi cuerpo se pueden perder o ser reemplazadas sin que pierda mi identidad, una de ellas parece crucial para mantenerla y esa parte es, desde luego, mi cerebro. Si se me hace un trasplante de riñón o de corazón sigo siendo yo, pero ya no si se trasplanta mi cerebro, algo imposible de realizar o concebir como técnica quirúrgica. Dado el caso en la ficción o la fantasía, se ha dicho que se trasplanta un cuerpo a un cerebro, pero aún así, estoy seguro de que en otro cuerpo no sería yo porque el yo no es trasplantable y porque mi cuerpo es integrante fundamental de mi identidad.

Fotograma de la comedia “Young Frankenstein” (Mel Brooks, 1974) donde se realiza un transplante de cerebro para crear un ser humano vivo. En este caso el monstruo tiene gracia a pesar de que el cerebro estaba en una jarra que previene su uso por ser “anormal.”

En la neurociencia cognitiva se han realizado progresos sustanciales para definir zonas, redes y mecanismos cerebrales correlacionados con operaciones cognitivas de auto-reflexión y auto-referencia: se trata de aspectos objetivos del self estudiado y considerado en su nivel reflexivo y de auto-representación. ¿Constituyen estas partes funcionales mi self o mi ser? Si bien el cerebro parece ser una fracción fundamental de la identidad personal, se ha dicho que su actividad es más definitiva que su morfología y se ha destacado a la información manejada y procesada por este órgano como la función identitaria. Esta idea conduce a la identificación del self o del ser con sus funciones cognitivas, en particular con la memoria, llanamente expresada por Borges como “somos nuestra memoria”. Sin embargo, al ponderar esto, pronto caemos en un razonamiento circular: si la memoria episódica presupone que el objeto del recuerdo es la propia persona, entonces decir que la identidad es la memoria de la persona no lleva a ninguna lucidez. Sin embargo… no puedo negar que mis recuerdos constituyen piedras miliares que identifican mi trayecto vital y por ello a mi ser.

Portada del libro sobre la memoria autobiográfica y el self, de Soljana Cili y Lusia Stopa. El tema se trata desde la plataforma de la terapia cognitivo-conductual.

Aparte de mis recuerdos, hay otras características que me hacen sentir el mismo a través del tiempo. Los conocimientos que he aprendido y utilizo en mi vida también son parte de mi ser e indican que mi identidad no se restringe a la memoria episódica e incluye a la memoria semántica. Pero no sólo esto: siento que soy el mismo porque si bien mi carácter y personalidad han variado, los reconozco diacrónica o históricamente como propios: yo he cambiado y sigo cambiando. Por ejemplo: mi rostro ha variado bastante a lo largo de mi vida, pero me identifico precisamente con esa evolución que mantiene un patrón reconocible. En el trabajo mencionado arriba, Klein describe casos clínicos de pacientes que han perdido su memoria episódica y semántica, pero mantienen un sentido de ser las mismas personas en el tiempo.

Evolución de un rostro humano de los 35 a los 90 años. Los cambios son ostensibles pero no impiden el reconocimiento de la misma persona. (Figura tomada de: One Library).

Debe haber algo central y básico para mantener la identidad personal y parece inescapable concluir que la conciencia es ese fundamento temporal porque a pesar de que cambien el cuerpo, las creencias, los objetivos o las circunstancias objetivas se mantiene una identidad subjetiva. No necesito razonar o deducir que soy el mismo, simplemente lo siento así, es algo dado por mi experiencia en todo momento y que últimamente se ha denominado “autoconciencia mínima”. Hace poco más de 300 años, en el libro II, capítulo 29, sección 9 de su Ensayo sobre el entendimiento humano, John Locke lo formuló de esta manera: “consciousness alone (…) constitutes the inseparable self” y que traslado de esta manera: “la conciencia por sí misma constituye el ser inseparable”. Entonces, cuando digo que ahora y antes soy yo mismo, me baso en un sentir directo, intuitivo y pre-reflexivo: no tengo dudas de que me siento subjetivamente el mismo: mi self o mi ser se basa en ese sentir y no necesariamente en una representación o saber proposicional.

identidad y diferencia
Portada del libro “Identidad y diferencia. John Locke y la invención de la conciencia” de Étienne Balibar. La imagen de la portada es el rostro de Locke figurado en varias posiciones.

La identidad temporal de ser uno mismo es una sensación vital básica o primaria y por eso es sólida y segura; es algo fenoménicamente dado, una certeza inmediata y subjetiva sobre la que se construyen representaciones, ideas y creencias sobre uno mismo. Este sentimiento prereflexivo de existir es lo que determina la intuición de que el self o el ser tiene una duración temporal; un sentimiento que no requiere evidencias. El ser o el self no es un contenido de la experiencia, sino una experiencia elemental. Revisaremos ahora que las tradiciones budista en Oriente y fenomenológica en Occidente afirman que existen estados de conciencia sin objeto.


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Urgen soluciones políticas a los conflictos

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Por supuesto que el gobierno de Andrés Manuel López Obrador tiene adversarios, y muy poderosos, a quienes desde el primer momento les quiso dejar en claro que el poder político, el que supuestamente ve por el bien común, debía estar por encima del poder económico que se había acostumbrado a moldear normas y decisiones del Estado a su antojo.

Ese primer acto reivindicativo fue la insignificante (mientras más ridícula mejor) consulta popular que le “mandó” al Ejecutivo cancelar el nuevo aeropuerto internacional de la Ciudad de México. Los destinatarios del mensaje advirtieron de inmediato el daño a la confianza empresarial en el gobierno.

Ciertamente, el poder económico se había impuesto al poder político del Estado mexicano y era necesario separar uno del otro como primera condición para avanzar en el más ambicioso proyecto de gobierno que ha tenido algún presidente.

conflictos aeropuerto
Imagen: M. Guerrero.

Pero una vez establecida la división de poderes, debía dar paso a la política para resolver conflictos, sin rupturas, y para sumar apoyos.

El ambicioso proyecto transformador conviene a la inmensa mayoría de los empresarios, a todas la diversidad de las clases medias, a los trabajadores, exceptuando quizás algunos líderes sindicales; combatir la corrupción, la impunidad y el privilegio de unos cuantos, y obtener de ello mayor capacidad del Estado para ejercer una política social efectiva, abatir la pobreza y fortalecer el mercado interno, serían logros históricos.

La corrupción no sólo agravia a la sociedad, sino que es una enorme traba a las inversiones productivas y al desarrollo porque las empresas participantes en actos ilícitos, como sobre facturación o elusión del pago de impuestos, logran ventajas con las que no pueden competir las miles de empresas que quedan fuera del contubernio.

Lamentablemente, al propósito políticamente justo de separar el poder económico del político, el presidente no ha ejercido el arte de la negociación ni sumado mayor respaldo ante los adversarios irreconciliables a corto plazo (obligados a pagar sus impuestos, por ejemplo), sino que ha puesto en el mismo rasero a empresarios de todos tamaños, a clases medias entre las que figuran lo mismo investigadores que mandos medios y superiores de la burocracia a los que bajó salarios y prestaciones, a todas las ONG’s a las que cortó apoyos, igual que a más de veinte programas en beneficio de las mujeres, siempre con el argumento de la corrupción generalizada.

conflictos economicos
Imagen: Norte Digital.

Por cierto, esas generalizaciones sobre la corrupción generan también el mensaje de que quien tiene dinero lo ha mal habido, y va sembrando resentimientos por las lacerantes desigualdades entre quienes tienen poco o nada de lo indispensable.

En contra de aciertos del gobierno, como el impulso a reformas a las leyes laborales para facilitar la democracia sindical, el mejoramiento de 30 por ciento en el salario mínimo o el propósito de impulsar el desarrollo del sureste olvidado, domina la polarización ideológica y política con consecuencias, como el freno a las inversiones productivas y al crecimiento. En 2019, antes de la pandemia, la formación bruta de capital bajó de 20.3 a 19.3% del PIB y seguramente será menor en 2020, cuando la meta que se había propuesto el gobierno era subirla a 25%.

Urgen soluciones políticas de los conflictos, y atemperar la polarización que retrasa proyectos de inversión y confunde e inquieta a las clases medias, porque les sugiere inestabilidad e incertidumbres múltiples en su vida, siempre anhelante de un mejor futuro; la gobernanza de toda sociedad moderna, vale recordarlo, se apoya en las certezas que ofrezca el poder político y en la empatía de las clases medias con el gobierno.


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Malcolm Lowry: ¡no vuelvo a beber mezcal con lava de volcán!

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Eres como el mezcal, nomás animas pero no ayudas.
Refrán mexicano.

Ninguna novela del siglo XX refleja mejor el descenso al infierno de la mano del alcohol como Bajo el Volcán (1947), reescrita infinidad de veces durante diez años por su sufrido autor y donde, ¡claro!, México es el ambiente perfecto que cobija la espeluznante caída en desgraciada de su protagonista.

Se trata de una novela compleja y difícil de leer, por lo que ha tenido más comentaristas que lectores. Aun así, su autor, el inglés Malcolm Lowry, se manifiesta como uno de los pocos escritores que supo darle a su agonía etílica una fuerza poética al ver entre el alcohol y la escritura una correspondencia casi chamánica, llena de coincidencias misteriosas:

“Bajo la influencia del mezcal —escribió—, aquellos que en la vida normal son los mejores amigos harán lo posible por asesinarse uno al otro; pero una amistad nacida del mezcal, lo sobrevive, sobrevivirá a cualquier cosa.”

Hijo de un acaudalado magnate de la industria algodonera (puritano y abstemio terco, un pesado), Malcolm fue un niño gordo, torpe y mimado. Pero al terminar la preparatoria puso como condición que si lo querían ver entrar a la Universidad de Cambridge lo debían dejar hacer un viaje como cualquier otra persona de a pie, sin lujos.

Para darle realismo a su aventura se reclutó a bordo de la fragata S.S. Phyrrhus en una travesía de seis meses por los mares de oriente. El día que zarpó, Malcolm llegó al muelle a bordo de la limusina Roll Royce de papá. Cuestión de imaginar la burla de la curtida pandilla marinera cuando vieron subir a bordo a un señorito rechoncho con su maleta y un instrumento un tanto ridículo al hombro: su inseparable ukulele, con el que componía foxtrots y charlestones.

Malcolm Lowry
Malcolm Lowry, poeta, novelista y cuentista inglés (Imagen: Zenda Libros).

Sin embargo, Malcolm no tardó en sorprenderlos: el chico bebía como náufrago y era poseedor de un aguante de fondo, por lo que comenzó a tumbarlos uno a uno. De esta experiencia, descrita en su libro Ultramarina (1933), obtuvo la sabiduría que le dio una sífilis galopante que cauterizó a tiempo y el certificado que lo avalaría el resto de sus días como un chupador democrático, pues el joven ukulelista bebía desde un finísimo Château Lafite Rothschild hasta tónico para el cabello (sin soda, por favor).

En la universidad Malcolm fue aplaudido como golfista (ganó varios torneos), un nadador imbatible (como su padre), nene maravilla en el pingpong, popular animador de fiestas con su alegre ukulele y un chico con un don especial para vaciar garrafas y garrafas, pero nunca como buen estudiante. A pesar de todo jamás se pudo negar su enorme talento y sensibilidad para la poesía y la escritura.

En ese tiempo sufrió un hecho que lo marcó profundamente: su compañero de cuarto, Paul Frite, estaba enamorado de él y al no ser correspondido se suicidó. Malcolm se responsabilizó de su muerte y el trauma, según sus biógrafos (que por cierto dos de ellos se suicidaron), le aguzó su obsesión por el alcohol. Durante toda su vida Malcolm ejerció una gran atracción sobre los homosexuales, hecho que su primera esposa, Jan Gabrial, no soportaba y de alguna manera se lo hacía saber a base de floreros y ceniceros que volaban en dirección de la cabeza del escritor en ciernes.

No obstante, las juergas del carismático y talentoso joven, promesa literaria, comenzaron a dejar de ser diversión: a los 27 años fue ingresado al hospital psiquiátrico de Bellevue a causa del exceso de trago y comportamiento errático. El vuelo al averno había comenzado.

Sería México el escenario mágico-infernal donde Lowry encuentra el nutrimiento etílico perfecto para su imaginación:

“(…) arena secular de conflictos raciales y políticos (…), donde un pintoresco pueblo indígena genial profesa una religión que podemos describir como de la muerte (…). Podemos considerarlo como un mundo mismo, o un jardín del Edén (…). Es paradisíaco; es indiscutiblemente infernal. Es México el lugar del pulque y de las chinches”.

Malcolm Lowry
Malcolm Lowry en una imagen de “Volcano: An inquiry into the Life of Malcolm Lowry”, John Springer Collection Corbis via Getty Images (tomado de El País).

Para darle un toque pesadillesco, Lowry llegó a nuestro país el Día de Muertos de 1936. Inmediatamente se identificó con el ethos mezcalero de esta tierra de extremos surrealistas (en una carta cuenta su encuentro con una mujer indígena jugando dominó con una gallina) y la afición de un pueblo que espera la muerte como los aztecas: bailando rocanrol a todo trapo.

La ironía hiriente de ese México lleno de contradicciones se le mete en la piel y le inspira comentarios sublimes como: “¿Qué belleza se puede comparar a la de una cantina en las primeras horas de la mañana?”. ¡Óle!

Durante los veinte meses que vivió en Cuernavaca con su primera esposa (noviembre 1936-junio 1938), Lowry no dejó de aprender sobre la maravillosa y excéntrica historia del país, y lo vemos en la novela, donde hay referencias al pasado precortesiano, al porfiriato, a la recién finalizada Revolución mexicana y a la expropiación petrolera, con la que el escritor inglés se solidarizaba:

“Gustaba de la comida mexicana; empero, curiosamente, en ningún pasaje de la novela habla de las botanas de las cantinas. Son las bebidas alcohólicas las que acapararon su atención; su leyenda está íntimamente ligada al mezcal. Alababa la belleza de la raza de bronce, en particular la de sus niños; encontraba a los indígenas dignos de admiración, al tiempo que advertía su pobreza, cometa”, narra el periodista Carlos Paul (aquí). Cosa curiosa, Lowry nunca se interesó ni en la literatura, ni en la pintura mexicana, y menos en sus  autores.

Ya afincados en Cuernavaca (calle Humboldt), su esposa Jan comenzó a racionarle el alcohol a un litro al día. Pero al mes Malcolm deja la dieta y comienza el trajín de sus frecuentes “paseítos”, como él los llamaba, expediciones etílicas donde desaparecía por días sin saberse su paradero. Jan le pone un ultimátum: la bebida o yo… Risas. No hace falta decir la decisión de Lowry. Ella lo abandona, no sin antes sorrajarle nuevamente en la cabeza el florero en turno y de pasada embarrarle en la cara el amante que ya traía de tiempo atrás (cierto, la dama era más fácil que conquistar Polonia).

Solo y abandonado a su suerte, Lowry le da un empujón a su llameante aventura yéndose nada menos que a la cuna del mezcal y la hechicería milenaria: Oaxaca. Se ha hablado y comentado mucho de las andanzas borrachas en solitario de Lowry por aquellas tierras, en donde deambuló por las calles sucio, enajenado, con la mirada ensatanada, como quien busca un cielo perdido. Al verlo las autoridades lo primero que les vino a la cabeza fue “¡un comunista!”, la amenaza de moda. Así que lo refunden tras las rejas, donde pasa navidad con una temblorina de maraca epiléptica y tratando de evitar, como le escribe a un amigo, “ser castrado por los colegas de celda”.

Malcolm Lowry
Imagen: Wikimedia.

Una vez más el padre tuvo que salir al rescate y lo saca de la cárcel y del país, si bien en calidad de deportado. De México pasa a Estados Unidos de donde también lo deportan por malportadés, por lo que termina en Canadá.

Para cuando se casa por segunda ocasión, en 1940, con Margerie Bonner, actriz y escritora, ángel protector cuyo soporte y consejos fueron clave para que Bajo el Volcán viera la luz, la preocupante autodestrucción de Malcolm comenzaba a mostrar tanto inclinaciones suicidas como criminales (trató de estrangular a Margerie en dos ocasiones). Para 1949 su dosis etílica era la increíble cantidad de tres litros de vino y dos de ron al día… ¡qué aguante!

Finalmente, el 26 de junio de 1957, después de otra riña violenta, Malcolm rompe una botella de ginebra y corretea a su esposa con la finalidad de degollarla. Margarie logra huir (no sin antes ser mordida en la calle por un perro feroz que le dejó graves heridas). Esa noche no regresó y el escritor, que no recordaba nada de lo sucedido, se hizo un coctelín de ginebra y barbitúricos, ahogándose más tarde en su propio vómito. Muere a los 48 años.

Malcolm Lowry y su esposa Margerie Bonner Lowry
Malcolm Lowry y su esposa Margerie Bonner Lowry (Fotografía: book flight).

Eso sí, le dio tiempo para escribir su epitafio:

Malcolm Lowry
Difunto de Bowery
Su prosa era florida
Y a veces reñía
Vivió de noche
Bebió de día
Y murió tocando el ukulele.

Genio mal entendido de la literatura, Lowry provocó que muchos grandes escritores vinieran a conocer México para tratar de perderse en su mágica catástrofe. Uno de ellos fue García Márquez, quien era parte de esos seguidores del autor de Bajo el volcán que componían casi una secta:

“El autor de Cien años de soledad obtuvo de alguna manera influencia narrativa derivada de la obra de Malcolm Lowry, específicamente en elaboración de tramas, escenas o personajes de Macondo. Y la inquietud viene indudablemente de que este autor inglés influyó en muchos de los novelistas latinoamericanos y españoles, y hoy sigue siendo indiscutiblemente uno de los grandes escritores del siglo XX” (leer aquí).

Enrique Vila-Matas comentó en alguna ocasión: “Lowry escribía para no beber del mismo modo que bebía para no escribir”.

Moraleja: ¡no le sirvan otra!


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En defensa del periodismo

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En memoria de José Antonio Meyer.
Notable académico. Amigo entrañable.

Nada hay tan poderoso como una idea cuyo tiempo ha llegado, dice la sentencia que nos legó el gran Víctor Hugo. En un memorable ensayo de 1938, Archibald MacLeish habla de cómo la poesía y la revolución política encuentran terreno común en un mundo cambiante. En 1949, Peter Hinzen inició su ensayo sobre el rearme moral con la reflexión de que “el mundo nunca conoció un ritmo tan acelerado como el actual. Y este ritmo se vuelve cada año más veloz. No conseguimos mantenernos al tanto. A menudo queremos escapar del exceso de publicaciones que continuamente nos causan impacto, pero no es posible. Tampoco logramos protegernos de las contradicciones del mundo moderno. Todo esto nos hace sentirnos inseguros y amenazados”.

Ante el cambio, espíritu abierto. Las líneas Maginot (mentales) del statu quo, las murallas chinas (mentales) del establishment y los muros de Berlín (mentales) del no se vale, sólo tranquilizan a la clase política que tan bien caracterizó Jesús Hernández Toyo. Entiéndase por “clase política” a la que tiene un grado de representación: la empresarial, la eclesial, la sindical, la electoral y la burocrática.

Uno de los “muros” edificados por esa clase tiene que ver con el rol de los medios de comunicación. Culpar al mensajero es un cómodo ejercicio. Preocupa registrar que en el discurso público cotidiano hay un lavamanos de fallas propias y un traslado de responsabilidad a los medios que no ayudan, que no están con los buenos.

“Si lo que publico es información de la carpa es porque el circo, con pésimos actores, está ahí en la realidad”, dice un personaje de Gore Vidal en Los años dorados. A fines de los treinta, el semanario Rotofoto publicó en portada una imagen de Vicente Lombardo Toledano (el demócrata) con el brazo derecho extendido, la palma hacia la cámara, y la leyenda: “El licenciado Lombardo Toledano intenta detener la circulación de Rotofoto”. Unos días después, huestes de la CTM, en legítima defensa de la clase trabajadora, destruyeron el taller en donde se imprimía la revista.

periodismo rotofoto
Imagen: Arizona-edu.

La mano extendida de Lombardo es hoy una metáfora que aplica a la relación entre [casi todos] los medios y el Estado mexicano, aunque no es privativa de la atribulada nación. En Rusia –antigua URSS– la prensa y la televisión son chivos expiatorios. En Estados Unidos la clase política cree que no ha logrado instaurar la felicidad universal a causa de las injustas críticas impresas y radiadas. John F. Kennedy (el demócrata) exigió a una convención de editores en 1961 una mayor “dosis de patriotismo” a la hora de ir a prensas.

Hace 300 años el Parlamento inglés prohibió a los gacetilleros transcribir sus sesiones. A mediados del siglo XVIII, en la naciente república del norte, las tensiones entre la política y la prensa eran de tal magnitud que Benjamín Franklin publicó en The Pennsylvania Gazette el 27 de mayo de 1731, An Apology for Printers (En defensa de los impresores –hoy periodistas–), proclama que por su ejemplaridad y vigencia a continuación reproduzco en sus partes centrales:


“Por ser frecuentemente censurado y condenado por diferentes personas al publicar cosas que según ellos no deben ser difundidas, he considerado en algunas ocasiones ofrecer una defensa y publicarla una vez al año para que se lea en todas esas ocasiones. […] Les pido a todos los que están enojados conmigo por las publicaciones que no les agradan, que consideren detenidamente estos detalles:

Las opiniones de los hombres son tan variadas como sus rostros; una observación bastante general como para ser un proverbio: hay tantos hombres como ideas.
El negocio del periodista tiene que ver sobre todo con la opinión de los hombres; la mayoría de las publicaciones tienden a promover a algunos y oponerse a otros.
He ahí la peculiar desdicha de este negocio. Los editores apenas pueden ganarse la vida con una actividad que probablemente no ofenda a algunos o quizás ofenda a muchos, mientras que el herrero, el zapatero, el carpintero, o el hombre de cualquier otro oficio puede trabajar de modo indiferente para personas de cualquier religión sin provocar ofensa alguna: el comerciante puede comprar y vender a los judíos, a los turcos, a los herejes e infieles de todo tipo y obtener dinero de ellos, sin ofender de modo alguno al más ortodoxo, o sufrir censuras u hostilidades.
Es tan ilógico para cualquier hombre o grupo de hombres, esperar sentirse satisfecho con todo lo que se publica, como pensar que nadie debe sentirse satisfecho sino el que lo imprime.
Los editores son formados en la creencia que cuando los hombres difieren en sus opiniones, ambas partes deben tener la misma oportunidad de ser escuchados, y que cuando la verdad y el error están en igualdad de condiciones, la primera es siempre superior al segundo […].
No es razonable pensar que los editores deban aprobar cada cosa que publican, y por lo tanto censurarlos por cualquiera de esas cosas […] Del mismo modo es ilógico lo que algunas personas afirman, que los editores sólo deberían publicar lo que ellos aprueban, ya que si se tomara tal resolución, y se pusiera en práctica, sería el fin de la libertad de escribir y el mundo no tendría nada que leer, salvo la opinión del editor […].

defensa del periodismo
Imagen: Medium.

[Sin embargo] los editores continuamente rechazan buen número de cosas malas […]. Yo mismo me he negado a publicar lo que justifique el vicio o promueva la inmoralidad, aunque dando satisfacción al gusto corrupto de la mayoría, pude haber ganado mucho dinero.

También me he negado a publicar algo que pueda causar daño real a cualquier persona, sin importar cuánto me hayan tentado con ofertas de buena paga, y sin importar cuánta enemistad me he ganado con aquellos que me hubieran podido contratar.

Muchos hoy me ven con resentimiento por haberme negado a publicar sus reflexiones personales o partidistas. En este asunto he hecho muchos enemigos, y la fatiga constante de negarme a sus peticiones es casi insoportable. Sin embargo, el público que no está al tanto de todo esto, cuando el pobre editor llega a hacer algo, ya sea por  ignorancia o persuasión, que amerite ser culpado, no lo recibe con solidaridad o aceptación, como si no hubiera mérito alguno en su trabajo.

periodismo
Imagen: Douglas Jones.

Concluyo con una fábula: Un hombre justo y su hijo viajaban al mercado de la ciudad para vender un asno. El camino estaba en malas condiciones, por lo que el señor iba montado en el asno pero su hijo marchaba a pie. El primer viajero que encontraron en el camino le preguntó al señor si no se avergonzaba de ir cabalgando y hacer sufrir al pobre chico caminando en el lodo; esto lo hizo subir al chico en la montura con él. No habían andado mucho cuando se encontraron con otro viajero que les dijo que eran dos tontos malagradecidos por montarse sobre aquel pobre asno en un camino tan malo. Después de esto el señor se bajó y dejó a su hijo cabalgar solo. El siguiente viajero que encontraron le dijo al chico que era un desvergonzado ventajoso por cabalgar de ese modo, y dejar a su padre andar a pie, y dijo además que el señor era un tonto por permitirlo. Entonces el señor le pidió a su hijo que se bajara y que caminaran juntos, y así continuaron hasta que encontraron a otro viajero que los llamó imbéciles por ir los dos caminando en un camino tan malo cuando llevaban con ellos un asno que podían montar. El señor ya no pudo más y le dijo a su hijo: ‘Hijo, siento mucho que no podamos complacer a todas estas personas. Lanzaremos al asno por el próximo puente y ya no nos causará más problemas.’

Si el señor hubiera llevado a cabo su decisión, probablemente lo hubieran llamado tonto por molestarse con las diferentes opiniones de aquellos que alegremente lo criticaban. Por tanto, aunque creo tener un carácter tan amable como el suyo, no pretendo imitarlo. Si bien respeto la variedad de temperamentos entre los hombres, y lejos estoy de tener la esperanza de complacer a todo mundo, aún así no dejaré de publicar. Continuaré mi negocio. No quemaré mi imprenta ni fundiré mis tipos”.

Juego de ojos.


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Legado de gigantes en la península de Baja California

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En las alturas de la Sierra de San Francisco, se pueden ver hoy miles de metros de muros de piedra que ostentan los soberbios testimonios de una antiquísima y enigmática civilización.

Esas extraordinarias pinturas manifiestan la forma de vida de un grupo humano envuelto en misterio del que sabemos muy poco.

En el pasado ultralejano no existía la Península de Baja California; esa cenefa de tierra estaba adherida al continente, era una extensión del mismo.

Los geólogos estiman que hace aproximadamente cinco millones de años, las aguas del Océano Pacífico subieron dramáticamente de nivel y cercenaron la parte occidental de lo que hoy es nuestro país.

sierra california
Imagen: INAH.

Este proceso separó una franja de tierra que mide aproximadamente 144,000 Km². Así surgió la península de Baja California y como resultado de lo anterior también el mar de Cortés.

La Península de Baja California, además de su muy particular estructura geológica, cuenta con características ecológicas y restos arqueológicos que la hacen particularmente relevante.

Durante administraciones anteriores, gracias al enorme esfuerzo del gobierno federal, a través de la Comisión Nacional de Áreas Naturales Protegidas (CONANP), se crearon en Baja California 19 Áreas Naturales Protegidas, 3 Parques Nacionales, 2 Áreas de Protección de Flora y Fauna, 4 Reservas de la Biósfera y 10 áreas destinadas a la conservación.

El reconocimiento internacional por el valor natural y cultural de Baja California, lo demuestra el hecho de que allí existen dos Reservas de la Biósfera designadas “Patrimonio de la Humanidad” por la UNESCO: “El Vizcaíno” y “Las Islas y Áreas Protegidas del Mar de Cortés”.

En la Sierra de San Francisco, la cual forma parte de la Reserva “El Vizcaíno”, se encuentra uno de los tesoros arqueológicos y artísticos más extraordinarios de México y del mundo; se trata de las inauditas pinturas rupestres.

reserva vizcaino
Imagen: SEGOB.

Algunos de estos frescos pertenecen al estilo denominado “Gran Mural”; éstas son composiciones pictóricas de enorme formato. Su preeminencia se debe a sus dimensiones, la calidad de la ejecución, y la gran extensión geográfica en la que están presentes, dado que se localizan en numerosos sitios; además, por si lo anterior fuera poco, en excelente estado de preservación.

Los estudiosos piensan que su origen se remonta a los antiguos californianos, quienes habitaron la zona antes del pueblo Cochimi o Guachimi.

Los Cochimi pensaban que los creadores de aquellas enormes pinturas habían sido individuos de gran tamaño, auténticos gigantes venidos del norte para ocupar las sierras centrales de la península; los cuales habían desaparecido debido a conflictos internos.

Las luchas armadas que aparecen en las paredes de las cuevas dan pie a esta suposición.

Las pinturas fueron ejecutadas en distintas épocas, a lo largo de más de 7000 años. Recientemente se logró determinar que la más antigua es una figura humana que se encuentra en la cueva San Borjitas, y data de hace 7500 años, por ende, es también la pintura rupestre más arcaica del continente.

Estas extraordinarias manifestaciones plásticas fueron plasmadas sobre la piedra por grupos de cazadores, pescadores y recolectores, los cuales, para nuestro beneficio, también eran artistas.

Aquellos legendarios pintores emplearon pigmentos minerales para trazar esas enormes imágenes, principalmente en el interior de las cuevas.

Los frescos describen escenas de interacción entre el hombre y la naturaleza, también ceremonias religiosas. Hay quienes piensan que algunas de esas composiciones se podrían interpretar como un intento por manifestar la existencia de fuerzas energéticas o mágicas.

Las figuras son muy variadas, aunque predomina el ser humano (hombres mujeres y niños). Además aparecen distintos tipos de armas ya sea mientras eran empleadas para la cacería o cuando se utilizaban para la guerra y, por supuesto, los animales de la región: conejo, puma, lince, venado, cabra salvaje y el gallardo borrego cimarrón.

sierra baja california
Imagen: Más México.

No es de sorprender encontrar también pintadas en las rocas, imágenes de tortugas, atunes, sardinas y pulpos, entre las aves están presentes: el águila y el pelícano.

Aquellos anónimos artistas plásticos de antaño, agregaron al arte figurativo, elementos abstractos: círculos, triángulos y soles policromados que a veces se yuxtaponen; plagando aún más de interrogantes a las pinturas.

En los murales se logra apreciar una enorme gama de colores, si bien, predominan el negro, el rojo el amarillo y el blanco.

El descubrimiento de este tesoro pictórico, se debe al jesuita Francisco Javier en el siglo XVIII. La Sierra de San Francisco es la zona con mayor concentración de arte prehispánico en la península de Baja California. En 1993 la UNESCO concedió a estas pinturas rupestres la nominación de “Patrimonio Cultural de la Humanidad”.

Enrique Hambleton (fotógrafo autor y conservacionista) captó con su lente imágenes extraordinarias de estas pinturas rupestres; esas célebres fotografías fueron una piedra angular en la designación de la UNESCO.

Este extraordinario legado pictórico es un auténtico rompecabezas que abre una enorme ventana hacia el pasado. Pertenece al pueblo de México, su estudio y preservación deben ser prioritarios para salvaguardar este patrimonio de inimaginable valor.


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La importancia de la sedación en la pandemia

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Asunción Álvarez del Río y Julieta Gómez Ávalos.*

En la atención médica se recurre a la sedación del paciente con diversos fines. Sedar significa proporcionar medicamentos para disminuir la conciencia del paciente y esto se debe hacer con la intensidad y duración que requiera el caso particular. Aquí nos interesa hablar de dos situaciones en que se requiere sedar a los pacientes y que son especialmente relevantes en la época de pandemia por COVID-19 que estamos viviendo. Por un lado, la de los pacientes que presentan falla respiratoria y requieren asistencia mecánica ventilatoria. Si bien muchos de estos pacientes padecen la enfermedad grave de COVID-19, también pueden necesitarla pacientes con otras enfermedades, entre las cuales podemos mencionar neumonía, padecimientos neurológicos y cardiacos. Por otro lado, está la situación de algunos de los pacientes de COVID-19 o de otras enfermedades terminales, que no van a poder recuperarse, cuya muerte no va a poder evitarse y que presentan un sufrimiento extremo, por lo que necesitan una sedación profunda y continua hasta la muerte.

Antes de realizar una intubación es necesario sedar al paciente porque intubar es una intervención muy traumática para el cuerpo; además, la sedación se debe mantener mientras se requiera la asistencia ventilatoria para que el paciente no ejerza resistencia y el ventilador pueda hacer por completo el trabajo respiratorio por el enfermo. Es probable que una parte de los pacientes con COVID-19 requiera una sedación prolongada, esto es, más de dos semanas.

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Imagen: Depositphotos.

Por su parte, el objetivo de la sedación profunda y continua (también llamada sedación paliativa o terminal), es que, al no poder aliviar los síntomas que presenta el paciente (es lo que se conoce como síntomas refractarios a tratamiento), se disminuya por completo su conciencia para que no experimente el sufrimiento que le causan. Ejemplos de síntomas graves y refractarios son algunos tipos de dolor, asfixia y hemorragia masiva.

La sedación paliativa es una intervención que forma parte de los cuidados paliativos, los cuales hay que entender como una atención especializada e interdisciplinaria dirigida a pacientes y a sus familiares con el fin de responder a sus necesidades físicas, psicológicas, sociales y espirituales, sobre todo cuando los enfermos se encuentran en la etapa final de su vida; pero no se limitan a ellos, cualquier paciente que la necesite debe recibir esta atención. Existen diferentes tipos de sedación en la atención paliativa según las necesidades del paciente, de manera que puede ser superficial, media o profunda, en cuanto a intensidad, así como intermitente o continua, en cuanto a duración. Uno de los criterios para aplicar la sedación profunda y continua es que se prevea que la muerte del paciente sucederá en un corto tiempo (no mayor a dos semanas) y que presente, como ya mencionamos, un sufrimiento que no pueda aliviarse. Al mismo tiempo que se realiza la sedación, se retiran la alimentación y la hidratación (o se disminuye esta última al máximo), pero sí se mantienen los analgésicos en caso de que se estuvieran aplicando. 

Es muy importante que se entienda que la sedación profunda y continua es una intervención diferente a la eutanasia, pues hay personas (entre las que se incluyen algunas que son parte del personal médico) que se oponen a ella por suponer que son equivalentes. La sedación, permitida legalmente en nuestro país, no busca la muerte del paciente, únicamente busca que el paciente encuentre la muerte, ya próxima, estando inconsciente para que no experimente el sufrimiento que viene padeciendo. La eutanasia, prohibida en nuestro país, sí busca la muerte del paciente, respondiendo a su solicitud, y puede aplicarse (donde está permitida) siempre que se cumplan los criterios legales que se han establecido en los diferentes países, el primero de los cuales es que el enfermo pueda hacer un pedido voluntario. Así como en la eutanasia es indispensable que sea el paciente quien la pida, porque está consciente y competente, en la sedación también lo ideal es discutir esta opción con el paciente cuando aún la muerte no es inminente, pero los médicos paliativistas pueden anticipar el sufrimiento que se va a presentar, basándose en datos clínicos.

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Imagen: The Guardian.

Sin embargo, con frecuencia sucede que se determina la necesidad de aplicar la sedación cuando el paciente ha perdido la capacidad para decidir, por lo que son los familiares quienes dan el consentimiento para esta intervención. En realidad, sería deseable que tanto la eutanasia como la sedación fueran legales en México, pues hay situaciones en que los pacientes desean poner fin a su vida sin pasar por un estado de inconsciencia antes de morir, además de que muchos no cumplirían los criterios bajo los cuales se permite aplicar la sedación. Por el momento, nos parece importante subrayar que pacientes, familiares y personal de salud deben entender que la sedación es una intervención ética y legal en nuestro país y que hace una enorme diferencia en la forma en que mueren los pacientes. Esto permitirá que los médicos, cuando esté indicada, la apliquen con la tranquilidad de que es una actuación ética con la que respaldan el derecho del paciente a tener un mejor final de vida.

Actualmente, tanto los médicos que deben intubar como los que deben aplicar una sedación paliativa están utilizando los medicamentos de acuerdo con su experiencia y disponibilidad. En ambos casos, los medicamentos de primera opción son las benzodiacepinas, y dentro de éstas, el midazolam es la de elección. También se utilizan anestésicos que a la vez son sedantes como el propofol y la dexmedetomidina. Dependiendo de la situación, la indicación es aplicarlos individualmente o en conjunto. Hay que recordar que la función de estos medicamentos en los pacientes intubados es eliminar la ansiedad, agitación, sufrimiento y favorecer el buen funcionamiento de la ventilación asistida. Por esta razón, es muy grave cuando no hay suficiente disponibilidad de los medicamentos utilizados en la sedación, pues, como consecuencia, los pacientes empiezan a recuperar cierto nivel de consciencia cuando deberían de continuar completamente sedados.

Lamentablemente, hay una escasez intermitente de los medicamentos de primera opción para las diferentes sedaciones, por lo que se han tenido que ocupar otras alternativas de medicamentos que no son igual de eficaces y ha habido casos de pacientes intubados que se empiezan a agitar con el riesgo de extubación, desestabilización y complicaciones graves. Igualmente es muy delicado que un paciente al que se ha decidido dar sedación paliativa recupere cierto nivel de conciencia, cuando seguramente ya se despidió o se despidieron de él sus familiares, porque se entiende que se iba mantener inconsciente hasta su muerte, la cual se esperaba en un periodo corto, entre unas horas a unos días.

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Imagen: Daniel Lievano.

La pandemia de COVID-19 ha traído consigo extraordinarios desafíos éticos y nos recuerda que un pensamiento claro y cuidadoso es fundamental para la toma de decisiones en la práctica médica. La escasez de sedantes que se ha presentado por la alta demanda de los pacientes con COVID-19 que requieren asistencia ventilatoria representa una situación crítica para los médicos, quienes deben buscar lo mejor para sus pacientes, a pesar de no contar con los recursos suficientes.

Una de las decisiones más difíciles que se deben tomar en la práctica médica es identificar a los pacientes en quienes, de acuerdo con los datos clínicos, se puede prever que no van a poder recuperarse y la continuación de su tratamiento se consideraría fútil, por lo que lo más indicado es suspenderlo; es lo que se conoce como limitación del esfuerzo terapéutico. En lugar de buscar inútilmente la curación de esos pacientes, se debe cambiar el objetivo de la atención médica para ofrecerles que tengan el mejor final de vida posible; sus familiares tendrán el consuelo de saber que se les procuró una muerte digna, lo que también favorecerá que ellos tengan un mejor duelo. Por otro lado, la limitación del esfuerzo terapéutico, en tanto evita los tratamientos fútiles, también impide que se usen inadecuadamente medicamentos que escasean. Esto, que es de la mayor importancia en la situación que estamos viviendo, en realidad debería ser la práctica a seguir con y sin pandemia. 


* Julieta Gómez es médica y actualmente cursa la subespecialidad de oncología médica en el Centro Médico Nacional 20 de Noviembre del ISSSTE. Es miembro del Colegio de Bioética.


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La epidemia de la falsedad

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Es entendible que ante una situación tan inusitada como la de la pandemia actual, sea difícil comunicar en todo momento información precisa que le permita entender a la sociedad lo que ocurre. La complejidad de un fenómeno como el que nos ha tocado vivir en el último año, ha supuesto un reto gigante, no sólo para los gobernantes, sino incluso para los médicos y científicos que se han enfrentado a una realidad en constante cambio. Sin embargo, aquellos gobiernos que han preferido escuchar a quienes están más capacitados para saber, han tenido mejores resultados que quienes han preferido el discurso fácil, la propaganda y la falsedad.

En el libro tres de La República de Platón, Sócrates le pregunta a su interlocutor si no será necesario que, en aras de fomentar la lealtad y devoción de los guardias a su ciudad, se les eduque desde pequeños partiendo de algún mito que asegure lo anterior. En otras palabras, Sócrates plantea que el bien de la ciudad, a veces requiere que la verdad permanezca de cierta manera velada, de tal suerte que la armonía y estabilidad de las estructuras que la sustentan, no se vean comprometidas. Es de este pasaje del que surge la famosa idea de la “mentira noble” que, para algunos, prueba que la concepción platónica de la política, a pesar de su supuesta promoción de la búsqueda de la verdad como la base de la vida buena, necesita de cierta habilidad del gobernante para echar mano del engaño cuando el bienestar general lo requiera.

Supera al alcance de esta columna argumentar detalladamente que, en realidad, el compromiso de Platón con la verdad es un compromiso inequívoco si se ve este segmento en el conjunto de la obra del autor griego. Sin embargo, cabe decir, que incluso en el ejemplo de la mentira noble, existe una condición que precede a dicha acción para que esta sea válida o deseable: el gobernante siempre tiene un compromiso sólido con la verdad, y ante todo, ve por el bien de la sociedad a su cargo (de toda). Es decir, el supuesto recurso del engaño o subterfugio nunca se justifica en función del interés personal de quien gobierna: más bien, hace alusión a una especie de prudencia que permita a la sociedad alcanzar su bien, incluso cuando ésta no sea capaz de comprender la realidad en su totalidad.

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Imagen: R. Sasikumar.

Este fragmento, que en sí es parte de un trabajo que tiene un carácter más utópico sobre cómo ha de organizarse una ciudad para garantizar la vida buena de sus habitantes, nos muestra que la cuestión de la relación que debe existir entre verdad y política, siempre ha sido una relación complicada. Y dicha complicación podríamos decir que surge de la natural dificultad que conlleva, por un lado, conocer la verdad de las cosas y, por otro, comunicar adecuadamente dicha verdad a las demás personas. Sin embargo, no todo es complejo de la misma manera: hoy en día, con el avance de la ciencia y la tecnología, tenemos una posibilidad más real de comprender ciertos fenómenos, cuando dichos fenómenos pueden ser explicados con base en datos y conocimientos técnicos.

La pandemia del Covid-19 ha puesto a prueba el compromiso que los gobiernos tienen con la verdad. En este caso, la verdad sobre el Covid, si bien compleja, puede ser comprendida cada vez más si se deja a los especialistas hablar por sí mismos. Es por esto que, en una situación como la actual, no tiene nada de prudente decir que se “está aplanando la curva”, cuando los contagios van en aumento; o que el uso del cubrebocas “depende de cada quien”, cuando cada vez hay más evidencia de que ese instrumento sí contribuye a reducir de manera considerable los contagios.

Para algunos gobiernos –el de este país incluido–, parecería que el manejo de la pandemia se ha dado en función de no contradecir determinados discursos, incluso cuando ello se contrapone al consenso científico sobre el comportamiento del virus. En el caso de México, quien ha estado al frente de los esfuerzos por contener la enfermedad –alguien que, en teoría, debería tener un compromiso inequívoco con la ciencia–, ha preferido acomodar constantemente los datos a la narrativa de la cabeza del gobierno.

pandemia falsedad
Imagen: GettyImages.

Es comprensible que haya cosas que deban permanecer prudentemente salvaguardadas por cuestiones de seguridad o algún otro tipo de consideraciones –en un caso de guerra, por ejemplo, si se revela toda la información que se tiene, se arriesga a que el enemigo la aproveche–. Es también comprensible buscar que se tenga una visión optimista, pero ello no a costa de la realidad. Nada tiene de noble la falta de transparencia, y en este caso, lo único que genera la mentira es sufrimiento y dolor, que, al menos hasta cierto punto, pudo haber sido menor.

En su momento, el ahora expresidente de Estados Unidos, buscó también acallar la voz de quien, por su preparación técnica, estaba autorizado para establecer una política de contención sensible y basada en lo que se sabía. No fue sino hasta la salida de Trump que la visión del Dr. Fauci, alguien ampliamente respetado por su prestigio intelectual, empezó a ser nuevamente tomado en cuenta; algo que en definitiva ha contribuido a los resultados alentadores que hemos visto en las semanas recientes. Y es que está claro que, cuando se habla con claridad y con conocimiento de causa, la gente responde y los prospectos de éxito se multiplican: así lo muestran otros esfuerzos como el que encabeza la primera ministra de Nueva Zelanda, Jacinda Ardern.

La verdad es algo a lo que no debemos renunciar cuando escogemos a quienes nos gobiernan. La debemos exigir. A la hora de decidir, analicemos quienes, durante esta pandemia, han preferido poner su proyecto personal por encima del bien de las personas: por encima de la realidad. En los dos casos que mencionábamos, quienes han tenido la responsabilidad de liderar, no velaron una verdad porque pudiera ser imprudente; la velaron, más bien, porque pensaron que la falsedad convenía más a su proyecto. En las democracias, las decisiones, en última instancia, las toma el pueblo: pero el pueblo pierde autoridad cuando sus líderes tienen una relación comprometida con la verdad.


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En defensa del optimismo

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La resignación y la aceptación son conceptos primos, pero no hermanos. Frente a una pérdida, una situación indeseable o una derrota, el primero supone una actitud indistintamente pasiva –todo está perdido u oposicionista–, no quiero que pase lo que está pasando. 

La aceptación, por otra parte, plantea un pulso distinto, un acto que moviliza, que obliga a un esfuerzo, a veces supremo, para encontrarle sentido y lógica a aquello que no lo tiene. No se trata aquí de elegir qué posición es la correcta, muy por el contrario, ambas son válidas y posibles para cada uno de nosotros dependiendo de la magnitud del dolor que experimentemos, pero también del carácter que cada uno de nosotros posea.

defensa del optimismo
Imagen: Freepik.

Para quienes la aceptación no es una opción, sino una forma de estar en el mundo, de vivir, y por qué no decirlo, aunque parezca algo cursi, de respirar, el optimismo se manifiesta, de modo natural, como proactividad, como una acción cognitiva o experiencial. No hablamos aquí del optimismo voluntarista que distorsiona escenarios adversos; muy por el contrario, se trata del optimismo realista, de aquél que se planta frente al dolor, al cansancio y al abatimiento y les dice: —¡No!, esto no me gusta, esto no es lo que elegí, esto no es lo que quería, pero esto no me la va a ganar. 

De algún modo se trata de una forma de fe, no necesariamente en un Dios o en el destino, sino que en algo profundamente básico y animal. ¿Instinto de supervivencia, eros en lugar de tánatos, tozudez? Podemos llamarlo de distinta manera, pero está ahí, en la historia de la humanidad y por lo tanto en la memoria libidinal de cada uno de nosotros. En momentos cruciales es la fuerza vital que produce las grandes transformaciones individuales y colectivas. 

Pero la aceptación no es un camino sencillo, ni mucho menos gratis. La aceptación implica compromiso, coraje, sacrificio y trabajo, un enorme trabajo. Los cambios verdaderos se dan no porque sean deseables o justos a nuestros ojos, o porque respondan a una concepción filosófica o política que creemos correcta, sino porque tienen mitología y épica; en otras palabras, porque tienen pulsión de vida.

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Imagen: TrendWatching.

Hay tanta oferta en estos días y tan poca rigurosidad para explicitar con claridad el costo, tiempo y sacrificio que requiere alcanzar aquello que se anhela. Soñar hace bien, apostar por mejores tiempos para la humanidad no es hoy tan necesario. Sin embargo, muchas veces el lenguaje nos juega malas pasadas y las palabras dejan de tener valor racional y centran su función en el plano afectivo. “Pienso, luego existo”, es tan cierto como “siento, luego existo”, a ambas premisas habría que agregarle, además: trabajo, me esfuerzo, creo nuevos paradigmas y soluciones y sobrepaso mis límites físicos y psíquicos, luego triunfo. Porque luché, porque no me di por vencido; aunque pierda, el camino elegido habrá valido la pena. En definitiva, acepto mi realidad, pero no me conformo.

“Vivimos en el mejor de los mundos posibles”, afirmaba el filósofo alemán Leibniz; algunos leen en su afirmación una actitud naif, otros ven en su obra un pesimismo subyacente. Karl Popper, ese optimista sobrio, defendería con nosotros la raíz profunda de la aceptación: renunciar a vivir en la ignorancia y en la anestesia psíquica, preferir la consciencia de muerte y de límite, elegir la lucidez y el rigor intelectual siempre, antes que la comodidad de una existencia meramente voluntarista y quejumbrosa. 


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