Ocio y cultura

Paco Camino, ídolo del toreo mexicano

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Si algún torero español atrapó la atención a José Luis Carazo Arenero –después de Domingo Ortega y Manolete–, rotundamente fue Paco Camino; era muy niño su servilleta cuando el camero vino a México en 1962 a sumar partidarios.

Arenero me decía que la sabiduría de su interpretación del toreo era a veces comparable con quien fue su inspiración para hacerse torero, Fermín Espinosa Armillita.

Con el transcurrir del tiempo y ya más maduro Paco, lo vimos actuar en mano a mano con Manolo Martínez, en Querétaro el 18 de diciembre de 1977 cuando la famosa faena que instrumentó a “Navideño” de Garfias, toro que por cierto brindó a Lorenzo Garza.

He tenido el lujo de charlar con Paco en especial cuando con Julio Téllez lo entrevistamos para el programa “Toros y Toreros”; su desparpajo y gracia son únicas, su pasión le lleva a expresarse sin tapujos, y recientemente en una entrevista en España dio muestra de ello, comentó: “Que corren tiempos de adoptar perros y abandonar a los padres en las residencias de ancianos”.

paco camino torero
Francisco Camino Sánchez, torero español retirado (Fotografía: El día digital).

El próximo diciembre cumplirá 80 años el Mozart del toreo y siempre será oportuno recordar momentos inolvidables de su gran carrera, como uno de los toreros más importantes que el mundo ha tenido, nació en Camas el 14 de diciembre de 1940 y debutó de chiquillo, como él mismo dice, a los 14 años en 1954.

Recién cumplió sesenta y un años de alternativa, fue el 17 de abril de 1960 en Valencia, España, llevando como padrino al maestro Jaime Ostos, mientras que como testigo fungió Juan García “Mondeño”, con el toro “Mandarín”, de la ganadería de Carlos y Antonio Urquijo. Esa tarde de su lote obtuvo un trofeo de cada uno.

Es conveniente recordar que de octubre de 1957 a 1961, las relaciones taurinas entre México y España se suspendieron como represalia de los toreros españoles que no veían con buenos ojos que Carlos Arruza, ya torero a caballo, lo hiciera conjuntamente a pie.

Una vez resuelta la suspensión, Alfonso Gaona, empresario de La México y El Toreo de Cuatro Caminos (hoy plaza comercial), lo contrató, y así fue cuando el lunes 1 de enero de 1962 partieron plaza Alfonso RamírezEl Calesero”, Antonio del Olivar y Paco Camino con toros de Pastejé, dejando grata impresión en su debut mexicano.

Paco Camino en su carrera como torero (Fotogrfía: Toros y Toreros).

En La México rayó a máxima altura la tarde del 27 de enero de 1963 con una grandiosa faena al toro “Novato” de Mariano Ramírez. Máximos trofeos tras brindar al entonces presidente de México, el Lic. Adolfo López Mateos, a través del sabio micrófono de Pepe Alameda, recordando que en aquella época era tradición ver los festejos taurinos por el Canal 2 en todo el país, por lo que la audiencia fue muy alta.

Tal vez la tarde más representativa en su trayectoria mexicana fue la de los berrendos de Santo Domingo, en el Toreo de Cuatro Caminos el 31 de marzo de 1963. Faenas vibrantes que se pueden apreciar en las imágenes que existen en las redes sociales, con la voz emocionada de Pepe Alameda, celebrando la manera de interpretar el toreo del andaluz y del “romance” con la afición mexicana.

“¡Torero, torero!”. Retumbó con gran fuerza en el abarrotado coso mexiquense.

Y un dato que no es menor resaltar es que esa tarde era en la que decía adiós de su campaña mexicana, la faena de su segundo, “Traguito”, un toro al principio complicado pero muy emotivo –como ninguna otra vez antes o después–, y fue aderezada por la banda de música con Las Golondrinas cuando reiteró que él acababa su campaña mexicana pero no se retiraba de los ruedos.

toros
Fotografía: Manuel C.

Tal obra de arte fue merecedora de máximos trofeos y de siete vueltas al ruedo en hombros de la afición; sus compañeros de cartel fueron Juan Silveti y José Ramón Tirado.

“Recordar es vivir” y por eso lo traigo a cuento, cierro con una frase que nos dijo a Julio Téllez y un servidor hace ya varios años: “Hay que ponerle más alma al toreo, que aquí ya van todos de maestros y eso no es bueno para la Fiesta”.

Genio y figura del que siempre es una alegría recordar, sabiendo que actualmente goza de cabal salud en tiempo de coronavirus. Paco Camino es y será uno de los ídolos más importantes de la historia del toreo de México, como también lo fue en su país y en todo el planeta taurino. Dios lo bendiga.


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Fui a la India y me recorrió en cinco días…

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Fui a India y me recorrió en cinco días. Desde una habitación minúscula, atada a una camilla con la venoclisis que me conectaba a ese enorme país. Sabía que cuando un sentido deja de funcionar, los otros se encargan de compensar, pero nunca antes lo había experimentado. 

Llegué a la India sin expectativas. Estaba abierta a lo que me regalaran. Esperaba ver los lugares a los que van los paseantes y observar lo que apareciera. Formarme impresiones y empacarlas en una maleta de historias que contar. Lo que nunca se me ocurrió, es que los ojos se iban a doblegar cómplices de mi debilidad física. 

Resultó ser un viaje con otros sentidos; aún no logro transcribir las palabras que me permitan narrarlo. Dice Octavio Paz que es más fácil delinear a la India que describirla, yo todavía me encuentro perdida en la reflexión. 

La India es un país enorme, con diversos sistemas solares completos. Convive su población a pesar de que hablan 170 idiomas y 544 dialectos. Realmente son numerosas naciones en una sola, cada una con distintas identidades conformadas por sus territorios, orígenes y costumbres. Sus sabores y olores incluyen muchas culturas además del Islam, están los budistas, shiks, cristianos, judíos y, por supuesto, los hindúes, que veneran  a más de 40,000 dioses. 

India
Fotografía: Sylwia Bartyzel.

Después de conocer Delhi viajamos a Varanasi, la ciudad más antigua del mundo. Tiene 4,000 años de existir a un lado del río Ganges, un lugar sagrado. Si mueres junto al río, se resuelve tu Karma, ya no es necesario volver a reencarnar. Por esto, de todos los confines del país llegan personas solas, o con su allegados, a morir en Varanasi. Allí, hay morideros, casas enormes con gente agonizando, y mujeres, viudas repudiadas por la familia del difunto, que por comida y techo asisten a la muerte y la acompañan en sus labores, mientras los familiares hacen los arreglos para la ceremonia. 

 ¿Será casualidad? En México se celebra el Día de los Muertos. Adornan los altares con esa misma flor naranja, el cempaxúchitl, color fuego, el mismo tono sagrado del hindú, simboliza el calor del sol. 

El cuerpo que ya descansa sobre la pira funeraria es tapizado con estas flores, velas, el ungüento mezcla de clavos, azúcar, alcanfor y cardamomo, que además del agua bendita del Ganges, purifica el alma. Como último atavío, la madera de sándalo viste al cuerpo en la cremación y lo impulsa a convertirse en humo y polvo. 

tradiciones de india
Fotografía: AFP.

El  Ganges como testigo, absorbe taciturno esta ceremonia. Aparecen fuegos simultáneos y cenizas de cuerpos, mientras las almas esperan con ilusión la eternidad. El río también recibe infinitos cuerpos vivos, que intentan purificarse con rezos, cánticos, mantras, lavado de ropa, dientes, uñas y cabellos. Sucede al mismo tiempo que otros tiran su basura y algunos muchachos en las escalinatas conocidos como “Ghats”, yacen esperando algún sentido a la vida, el que quizás yo, con mi educación occidental, pensando en la productividad, no alcanzo a vislumbrar. Las multitudes indias se mezclan con las multitudes blancas. Extranjeros con anteojos negros, shorts y sombreros de playa, con curiosidad, buscan confrontarse o revolcar la inercia de su existencia. Se considera a esta ciudad, la más espiritual de India. 

La mugre, el polvo, el ruido de las motos y bocinas, la mierda de las vacas, los gritos de la gente que parece estar discutiendo todo el tiempo, algunos mutilados pidiendo limosna, se convierten en una forma constante de contaminación. Las llamadas del brahmán para rezar cinco veces al día desde el amanecer, invitan a la gente a rogar a Dios, el mismo que los tiene abandonados, alejados de sus manos. 

En este contexto me enfermé, se cerraron mis ojos y, a partir de entonces, no sólo la enfermedad los mantenía cerrados. Abrirlos representaba un doble esfuerzo, pues temía mirar tantas, tantas penurias. 

rio en la india
Fotografía: Paul Jeffrey.

Horas después de hospitalizarme, mi oído se afinó. Esperaba fervientemente captar los sonidos para interpretarlos. De pronto adquirieron una importancia vital. Unos eran premonitorios de la llegada de las jeringas, que entrarían a mi piel mal orientadas, a buscar problemas. El ruido de las pisadas fuertes y seguras de los doctores, intensivistas, nefrólogos, cardiólogos, y el internista,  anunciaban una sentencia. Otros sonidos, casi imperceptibles, provenían de los pies descalzos, cuyos cuerpos venían a traer comida o a barrer. Muchas veces simplemente eran los sonidos de los pies que, atraídos por la curiosidad, entraban a mi habitación. Siempre venían en grupos. Algunos eran los familiares de otros enfermos, generalmente hombres que se colaban entre los doctores, para escuchar las noticias, o ver a la mujer postrada. 

Los ruidos empezaron a organizarse. El golpeteo de los motores de las bombas de agua se encargó de la percusión. Los gritos o quejidos junto con la trompeta de los autos se convirtieron en el coro. Yo escuchaba una melodía. Voces, percusión, guitarras, trompetas, saxofones, todos abandonaban el caos y se transformaban en una ópera. No soy aficionada a ese género musical, pero en ese momento el susurro me arrulló, acompañándome para darme paz. 

Con el olfato no me fue tan bien. Se afinó, pero no para darme la armonía tan necesitada. Percibía los olores al instante, colaboraban para incrementar el malestar; el sudor de la gente, el  limpiador corriente de pisos con un intenso aroma a pino, el olor a comida saturada con especies y curry que venía de las habitaciones de los vecinos, la peste a caño; el polvo de la calle y de todas las superficies del mobiliario; finalmente, mis propios olores me provocaban náusea. Convertían ese espacio en un lugar abrumador. 

También el sentido del tacto contribuyó a mi malestar. El cobertor con su textura áspera, me remontó a la cobija de mi infancia. Sus caricias, que salvaban las horas estancadas, auxiliaron el retorno a casa. Era algo familiar dentro de todo lo ajeno que estaba experimentando. 

hospital
Fotografía: TN8.

Una mañana me regresaron a urgencias para tomarme una radiografía de tórax. El suero debía quedarse en el cuarto, pues no tenían esos tubos con rueditas para llevarlo. Era tal mi debilidad, que la silla de ruedas caminaba lentamente por mí. Mi vista se clavó en las paredes manchadas de mugre ancestral, combinando manchas rojas de sangre, con escupitajos que habían lanzado los que acababan de pasar por ahí. El calor era insoportable. La energía eléctrica también huía de este infierno dantesco, los ventiladores del techo no servían. Tuvimos que esperar a que llegara la electricidad, que se compartía con los hoteles y toda la ciudad.

Ahí, en el corredor, reviví la llegada al hospital. La entrada sin puerta permitía que quien quisiera irrumpiera. Montones de chanclas de plástico y cuero viejo en el piso fangoso nos dieron la bienvenida. Los estetoscopios y los medidores de presión no servían; tampoco funcionaba bien la válvula del tanque con oxígeno. El tanque, el cómodo y el reloj en la pared, estaban corroídos por el óxido. De los hombres que entraban, no distinguía al médico del curioso que se acercaba a verme. Me tocaban sin haberse lavado las manos, y discutían en hindi, sin que yo entendiera qué estaba pasando. 

La intimidad se ve trastocada en un medio hospitalario, pero en India, esto se acentúa. Se borran los espacios corporales, entonces amalgamados a ti, se acreditan tus derechos. Hacen como quieren, sin previo aviso. Yo sabía que si me enojaba, responderían con enojo; si peleaba, pelearían. Su trabajo no tendría por qué ser afectuoso. Ignoraba cuánto tiempo iba a quedarme y, con la hostilidad del entorno, aguantaría poco: “decidí ejercitar mi práctica terapéutica”. Sería un ejercicio de investigador, desde lo sistémico, la narrativa, la hipnosis o cualquier idea que me llegara a la cabeza, pues sólo contaba con eso: mis ideas.

De la misma manera, mi habitación era una romería. Entraba mucha gente que quería tocarme: la frente, las manos, una caricia del cabello, acomodar la venoclisis que con frecuencia se tapaba. Yo gemía: “pain, pain”, y como respuesta me daban un sermón en hindi que yo no comprendía. Mi única opción era sonreír y soltar un “namasté”.

sanatorio
Fotografía: The Week.

Venían aquellas mujeres humildes, de la casta de “los intocables”. Vestidas con saris descoloridos y corroídos, eran las encargadas de atender las necesidades físicas, tocando mis partes más íntimas. Ninguna otra casta en India se encargaría de esto. Con sus caras hinchadas, testimonio de lo denigrante de su trabajo, sus ojos oscuros parecían hundidos en la cavidad ósea: ojos y miradas sin vida, acostumbrados a estar muertos y sin expresión alguna. No limpiaban, hacían como si… Me daban miedo; eran sombras fantasmagóricas que no pedían permiso. Entraban y salían a su gusto, buscando comida. Cuando la obtenían, desaparecían dejando en montoncitos el polvo barrido, los platos sucios tirados, o la mesa que,  resignada como yo, apilaba capas de telarañas y mugre, como si fuese parte de su morfología. 

Entonces, ocurrió la transformación maravillosa. El ejercicio funcionó.

Las enfermeras de manos torpes empezaron a regalarme sus sonrisas. Sus brazos fuertes y miradas endurecidas fueron transformándose. Si decía: “pain, pain”, llegaba su caricia. “Slow, slow”, e introducían el líquido frío que me hacía arder los brazos, con lentitud, mientras que nos mirábamos de manera distinta.

Piyali, la joven que nos trajo del hotel, me protegió. Parecía un remolino, traducía al inglés, compraba las medicinas, desconfiaba o se enojaba de quien fuera necesario, me traía comida limpia, peinaba, aseaba y, mientras platicábamos largas horas compartiendo el catre, corrió la voz de que yo daba consejos y bendiciones. Venían a contarme sus vidas, sus sueños, entraban a pedir mi opinión. Me invitaban a cenar a sus casas, a conocer a los novios que, de acuerdo a su tradición, sus padres habían seleccionado para ellas. Me mostraban sus tatuajes. Me pedían que rezara con ellas para que sus suegras las trataran bien. Querían que hablara con sus novios para saber si eran los adecuados. Me mostraban sus fotos y veían las mías. Me traían gente para hacer Reiki y espantar los dolores y la enfermedad de mi cuerpo. 

Vi sus caras transformarse en expresiones de amor, picardía y risas. El vínculo íntimo rompió las barreras que hasta ese momento existían en el espacio en el que nos encontrábamos. Todas dejamos de ser extranjeras y ajenas para sentirnos en casa. 

grupo de mujeres
Fotografía: Takepart.

Sonu venía en las tardes. A diferencia de las otras, sus facciones eran toscas. Su cabello corto con la raya en el centro, tenía un mechón rebelde que se asomaba despeinado, a pesar de la plasta de gel que debía mantenerlo gobernado. Sus ojos negros mostraban una mirada dura e inquisitiva, buscando pleito antes del rechazo inminente que provocaba. Su rostro, como fachada, contrastaba con las miradas femeninas de las demás. Sus pómulos salientes eran testimonio de experiencias rotas, y su cuerpo masculinizado relataba la lucha cotidiana por reafirmarse.

Lo supe después de horas de convivencia. Sonu miraba fijo a la ventana. Hablando y hablando llenaba mis oídos con palabras que yo no entendía, pero me traducían. Ella también tenía que curarse. Las enfermeras a pesar de ser sus compañeras, no eran sus escuchas; pero yo la paciente abandonada en las prolongadas horas del amanecer, me convertí en su oyente. Sonu me necesitaba y también sentí su transformación. Cuando entró a mi habitación por primera vez, me maltrató de manera tosca buscando las aterradas venas colapsadas por la deshidratación. Me golpeaba con palmadas en los brazos, ahuyentando a mis venas y a mí. Ella pretendía definir su identidad masculina y yo, quería llorar.

La homosexualidad no se veía con buenos ojos en su comunidad, entre los campesinos o en el resto de la India. Desde pequeña se había dado cuenta que nació en el cuerpo equivocado de una mujer. Vestirse con un sari y estar con otras niñas no era lo suyo. Cuando tenía 12 años murió su padre y ella aprovechó el pretexto de tener que sacar a la familia adelante. Se fajó los pechos, se cortó el cabello y, desde entonces, se vistió como hombre para salir a trabajar con sus hermanos al campo. Decidió ser enfermera porque podría ayudar a sus compañeras con los trabajos rudos; pero eso no funcionó: no la habían aceptado. 

Una mañana me dijeron que me harían un ultrasonido para revisar mis riñones. Vinieron por mí en una silla de ruedas, me desconectaron, pues teníamos que dejar el suero en la habitación. Entré con Roberto, mi esposo, al elevador y, al salir, estábamos directo en la calle. Como siempre, nos hablaban en hindi, como si entendiéramos. La alternativa era interpretar sus gestos, y descubrir sobre la marcha lo que sucedía. Nos subieron a una ambulancia destartalada y diminuta, en la que no cabía sentada. Tuve que acostarme en la camilla, que en realidad era un catre sucio, y nos dirigimos a un punto desconocido. 

India
Fotografía: Breaththedream.

En el trayecto de la ambulancia nos rodearon los rickshaws, algunos llenos con familias enteras. Esquivamos varias vacas recostadas en la calle. Había policías sentados, tomando té detrás de sus barricadas de hierro, interrumpiendo el tráfico. En el cielo volaban pájaros negros; en la tierra una mujer abandonada, a un lado de la carretera, esperaba morir. 

Llegamos a un edificio milenario, en cuya sala de espera había una muestra completa de etnias. Nos encontramos con una interminable gama de colores que transforma el paisaje sucio y muerto, en seres vivientes. Tirados en la esquina se apilaban trapos y botellas vacías. Un hombrecito descalzo repartía té. 

Las mujeres, coquetas, con lunares rojos entre sus cejas y largas trenzas negras, vestían pantalones coordinados con sus saris, dejando entrever barrigas y pieles color humo. Los ojos de las mujeres expresaban tristeza, los de los niños pequeños estaban maquillados. Algunas mujeres con burkas oscuras cargaban a sus bebés, había niños usando tenis con marcas comerciales, monjes budistas vestidos de naranja, el mismo que usaba el Buda para concentrarse en la meditación y ahuyentar a los moscos. Dos sikhs con sus turbantes elegantes. Había hombres abrazados o tomados de la mano mostrando camaradería: “estamos juntos en este camino”.

Mientras esperaba a que nos atendieran, abrí los ojos, brincaban de un lado a otro haciendo contacto visual y provocando intercambios de sonrisas. Si hubiéramos continuado con este diálogo habríamos terminado por inventar un idioma común. 

¡Namasté, mi vista había regresado!


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Morir de amor

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En El Lencero, muy cerca de Xalapa, se encuentra el casco de una hacienda que fue de Santa Anna. Es una casona bella y fresca, rodeada de jardines y un lago en el que se deslizan cisnes negros altivos y ausentes. A un costado, la capilla que El Generalísimo levantó para una de sus bodas.

El visitante que pasea por los prados o toma asiento a la sombra de una higuera centenaria, si es sensible y de espíritu abierto, puede escuchar el murmullo de voces del pasado y sentir cómo, en pequeñas pulsaciones, un efluvio de cantos apenas perceptibles le penetra e ilumina.

La alegría resultante no se explica bien a bien, pues difícilmente esa magia podría conectarse con el “seductor de la Patria”. Se sigue, entonces, que otra presencia hay entre la verdura de la comarca. Y esa otra presencia, señoras y señores, es nada menos que la de Gabriela Mistral, cuya efigie en bronce se alza al oriente del conjunto como un sentinela en perpetua contemplación de un paisaje que amó profundamente.

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Gabriela Mistral, poeta chilena (Fotografía: Milenio).

Muy pocos mexicanos serán los que no hayan oído hablar de Gabriela Mistral y disfrutado su deliciosa poesía. Quizá no tantos sepan que nació en Chile como Lucila Godoy Alcayaga, quien fue la primera latinoamericana en recibir el Premio Nobel, que se sentía mexicana y que, en un sentido poético, murió de amor. Los veracruzanos y en particular los xalapeños deben celebrar que la efigie de la poeta vigile su comarca y su mirada esté siempre en ellos.

Su fama como poeta comenzó en 1914 con un premio en los Juegos Florales de Santiago por sus Sonetos de la muerte, inspirados, se dice, en el suicidio de Romelio Urieta, su primer amor. En el concurso se presentó con el seudónimo que desde entonces la acompañaría y que es un homenaje a Gabrielle d’Annunzio y Frédéric Mistral, por quienes tenía una profunda devoción. (Eso de adoptar un nom de plume es algo maravilloso, pero asusta a los espíritus chatos y a las almas pequeñas. El enorme compatriota de la Mistral, quince años menor que ella, Pablo Neruda, de quien fue mentora, había nacido como Ricardo Eliécer Neftalí Reyes Basoalto y adoptó el apellido de Jan Neruda, uno de los fundadores de la lengua literaria checa, entre cuya obra se encuentra el delicioso tomo Historias de la Malá Strana, publicado en español allá por los años setenta en la desaparecida Editorial Sudamérica.)

La vida de la Mistral fue de una intensidad alucinante. A los catorce años comenzó a publicar en periódicos de su natal Vicuña, como El Coquimbo, La Voz de Elqui y La Reforma y desde el principio de su carrera se refugió en distintos seudónimos. “Alma”, “Soledad” y “Alguien”, fueron algunos con que la niña Lucía firmaba sus colaboraciones y que hoy nos hablan de la naturaleza de aquellos primeros artículos, pues esta mujer fue desde siempre un ser que vivía en y para el amor.

El padre de Gabriela era un modesto profesor rural y su hija a los 18 años abrazó esa profesión. Fue directora de varias escuelas y obtuvo reconocimiento como educadora.

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Imagen: FM2.

Las aulas dejaron muchas cosas a la joven: el amor a los niños, traducido en una vasta obra poética que hoy continúa recitándose en salones de todo el continente. El amor a la educación y el amor por Romelio Urieta. Romelio se suicidó y la leyenda dice que Gabriela vivió el suicidio como una pérdida irreparable. Su propia obra sugiere tal cosa, aunque ella misma lo desestimó.

En “Ausencia” creemos adivinar el dolor profundo de la mujer que ha perdido el amor y la razón de vivir. Un fragmento:

Se va de ti mi cuerpo gota a gota. / Se va mi cara en un óleo sordo; / se van mis manos en azogue suelto; / se van mis pies en dos tiempos de polvo. // ¡Se te va todo, se nos va todo! // Se va mi voz, que te hacía campana / cerrada a cuanto no somos nosotros. / Se van mis gestos, que se devanaban, / en lanzaderas, delante de tus ojos. / Y se te va la mirada que entrega, / cuando te mira, el enebro y el olmo. // Me voy de ti con tus mismos alientos: / como humedad de tu cuerpo evaporo. / Me voy de ti con vigilia y con sueño, / y en tu recuerdo más fiel ya me borro. / Y en tu memoria me vuelvo como esos / que no nacieron ni en llanos ni en sotos. // (…) ¡Se nos va todo, se nos va todo!

En una “autobiografía” publicada en la revista Mapocho en 1988, Gabriela se encargaría de precisar el tono de su amor con Romelio:

[…] digo con la franqueza ruda con que hablo a los propios, que me cuesta un mundo entrar en un comentario amoroso de mí misma. […] se han hecho disparates tan descomunales a este respecto, que esta vez tengo que hablar y no por mí sino por la honra de un hombre muerto. […] Romelio Ureta no era nada parecido, ni siquiera era próximo a un tunante cuando yo le conocí. Nos encontramos en la aldea de El Molle cuando yo tenía sólo catorce años y él dieciocho. […] Había en él mucha compostura, hasta cierta gravedad de carácter bastante decoro. Por tener decoro se mató.

El joven trabajaba con un hermano que era el jefe de los ferrocarriles. En su ausencia, Romelio tomó un ingreso fiscal, “suma infeliz”, diría Gabriela, con la idea de restituirlo en breve. Pero…  

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Fotografía: Duna.

 […] vino un arqueo impensado de caja: el hermano andaba en Ovalle o en otro punto de la provincia y no pudieron comunicarse de ningún modo. Romelio Ureta era hombre tan pundonoroso como para matarse, antes de sufrir vivo una vergüenza. […]

Gabriela Mistral llegó a ser directora de varios liceos. Fue una destacada educadora y desde muy joven visitó México, país al que amó al grado de sentirse mexicana. Aquí fue una decidida militante de la reforma educativa de José Vasconcelos. En Estados Unidos y Europa estudió las escuelas y métodos educativos. A partir de 1933, y durante veinte años, desempeñó el cargo de cónsul de su país en ciudades como Madrid, Lisboa y Los Ángeles, entre otras.

Los poemas para niños de la Mistral se recitan y cantan en muchos países. En 1945 se convirtió en la primera latinoamericana en recibir el Premio Nobel de Literatura. Posteriormente, en 1951, se le concedió el Premio Nacional de Literatura de su país.

A su primer libro de poemas, Desolación (1922), le siguieron Ternura (1924), Tala (1938), Lagar (1954) y otros. Su poesía, llena de calidez, emoción y marcado misticismo, ha sido traducida al inglés, francés, italiano, alemán y sueco, e influyó en la obra de muchos escritores latinoamericanos posteriores, como Pablo Neruda y Octavio Paz.

Se le ha llamado escritora modernista, pero como la verdad no tengo idea de qué sea eso o cómo se lea, transcribo lo que de su obra leí en algún texto académico: su modernismo no es el de Rubén Darío o Amado Nervo, ya que ella no canta ambientes exóticos de lejanos lugares, sino que se sirve de su estética y musicalidad para poetizar la vida cotidiana, para “hacer sentir el hogar”.

Pero yo, sentado a la sombra de la higuera en El Lencero y muy cerca de su efigie en bronce, lo único que siento es que haya muerto de amor.

Juego de ojos.

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Saludos Bardianos, recordando charlas con El Bardo de la Taurina

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En una columna reciente, El Bardo de la Taurina tuvo la amabilidad de mencionar la fraternal charla en los salones taurinos de su casa, con la muy agradable compañía de la cantante Magia.

Como no será posible repetir la visita pronto –hasta que la pandemia lo permita– seguiré el hilo de la conversación, incluyéndote a ti, que te tomas el tiempo de leerme y sabes bien, que lo agradezco.

Ahí me comentó El Bardo que recién había tenido una opípara comida con varios colegas, entre otros, Julio Téllez, impulsor del inolvidable programa de Toros y Toreros de Canal 11, en el que por muchos años mi señor padre José Luis CarazoArenero”, participó y su menda también, en épocas más recientes, bueno, a finales del siglo anterior y a principios del que corre.

Pero siguiendo la conversación con base en su colaboración que tituló “¡A leer!”, mencionó en la misma a Fernando Vinyes Riera, autor del libro de la colección Espasa Calpe, “México, diez veces llanto”, que junto con las caricaturas que ilustran el libro “Torerías”  de Camilo José Cela, son obras maestras de la bibliografía taurina.

estampas

Con Fernando tuve el gusto de compartir una deliciosa comida en Madrid –como hoy no se puede hacer– en compañía de Miguel Ángel Moncholi y Heriberto Murrieta, en 1993 durante la Feria de San Isidro.

Época aquella de la empresa de los hermanos Lozano, en la que actuaron por México en diferentes carteles: Miguel Espinosa Armillita y Mariano Ramos, el primero precedido por una salida en hombros de Las Ventas a finales de 1992, por su gran actuación en el festival benéfico, para Julio Robles.

Entendí en aquella comida memorable el amor por México de Fernando, nos relató que vivió un tiempo en nuestro país y sus aficiones por el circo, así como la lucha libre y el box, recordando entre muchos otros nombres como “El Santo” y “El Cavernario Galindo”, le comenté que el asistente de El Santo, Carlos Suárez, intentó ser novillero y de ahí la plática se enderezó un buen rato hacia ese tema, con el entusiasmo de Fernando por conocer más datos.

Fernando se nos adelantó en el paseíllo de la vida, el 8 de Octubre de 1999 y al recomendar su libro, El Bardo, aquella charla se me vino a la memoria, como ahora que escribo me ocurre, había trabajado en Radio Miramar de Barcelona y colaboró en TVE, RNE y Canal Plus.

Su gran amigo Fernando del Arco me contactó desde Barcelona y me hizo el favor de enviarme una baraja de la autoría de su tocayo.

Me comentó con admiración: A Fernando, no le costaba ningún trabajo, le salía fácil, dibujar a las personas y describir la idiosincrasia de cada una de ellas. Fueron dos grandes cualidades que desarrolló a lo largo y ancho de su vida artística. Afirmó también: De existir un Premio Nobel para Caricatos, seguro que se lo hubieran concedido a él.

el bardo
El Bardo (Fotografía: Al Toro México).

Hizo muy buenas amistades con toreros mexicanos, que encontraron en él a un amigo y un admirador, lo que le llevó a explorar entrañas del toreo de México, que culminó con la publicación en 1991 de su libro y al que El Bardo sabiamente nos recomienda leerlo en tiempos de aislamiento.

Sus dibujos y escritos se imprimieron en la revista francesa “Corrida”, cuyo director fue Simón Casas.

En la revista “6 Toros 6” que generosamente hoy se ofrece sin costo en Internet, colaboró Vinyes asiduamente durante toda la década de los noventa, escribiendo la crónica de los festejos celebrados en Barcelona desde hace varios años sin toros, firmando “Kabaretero”.

Todo eso seguramente hubiera surgido en la charla con El Bardo, pero mientras lo escribo; ya surgirá la ocasión para platicar en vivo, así que cierro entonces con el deseo para cada uno de poseer el más valioso tesoro de la vida, la salud. “Visto lo visto, lo demás, es lo de menos”.


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El bosque imaginario

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¿Qué es más real, lo que está adentro de tu mente o lo que está afuera?

Imagina que te hallas en un bosque, un lugar en el que nunca has estado antes. El sol está por desaparecer, pero aún hay luz de día suficiente para que puedas ver todo con claridad.

Te encuentras rodeado de todo tipo de animales salvajes (osos, jaguares, tigres, gorilas…), así como de cazadores que tienen pistolas, rifles, bayonetas y cuchillos, y que odian a los intrusos que aparecen en su bosque.

No sabes qué hacer para salir de allí, y muy dentro de ti, algo te dice que no vas a poder escapar.

Una manada de tigres camina de frente lentamente hacia ti, al mismo tiempo que dos jaguares avanzan y se acercan por tu espalda. Por tu lado derecho están una familia de osos y gorilas, y por el izquierdo los cazadores, que te observan fijamente mientras preparan sus armas y se alistan para atacar.

bestias del bosque
Imagen: British Museum.

¿Qué harías para no morir en ese lugar?

¿Intentarías correr? No hay a dónde correr.

¿Pelearías contra los animales? No les puedes ganar.

¿Tratarías de convencer a los cazadores para que te dejen ir? No los puedes convencer, ni siquiera entienden lo que dices, no hablan tu idioma.

¿No harías nada y esperarías a que los animales y los cazadores se cansaran y se fueran del bosque? No se van a ir.

Te quedan unos segundos para escapar antes de que te maten. ¿Qué haces para no morir? (busca la respuesta al final del artículo).

¿Qué pasaría si nada fuera real, si todo lo que creemos que existe es sólo un estado de la mente que lo refleja?

¿Puedes asegurar que lo que estás viviendo en este momento es real?  

¿Qué tal si nada de lo que creemos existe, o peor aún, existe?


Respuesta: Para escapar y no morir, sólo tienes que dejar de imaginar que estás en el bosque.


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Es momento de Re-Humanizarnos

Lectura: 3 minutos

Nos hemos encargado de buscar la respuesta a nuestras preguntas en el exterior, cuando todas las respuestas vienen de nuestro interior. Nos hemos “Des-Humanizado”.

No nos damos cuenta de que las situaciones que están acabando con la humanidad han sido creadas por nosotros en la búsqueda de la felicidad por el apego a las cosas, personas y experiencias del ego. Hemos perdido la brújula consciente de nuestra evolución hasta el punto en que estamos acabando con todo lo que nos da vida en este planeta.

El ser humano, a lo largo de su experiencia en la sociedad, ha sido autor principal de grandes cambios en la historia: económicos, políticos, sociales, educativos y tecnológicos. En estas circunstancias ha dejado a un lado su humanidad hacia él mismo y hacia los demás, originando una sociedad donde priman intereses personales mas no colectivos. El objetivo del ser humano se volvió egoísta, buscando sólo el bienestar individual.

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Ilustración: Jim Pavlidis.

Vivimos en una sociedad inconsciente a la que se le dificulta discernir entre lo bueno o lo malo. Las personas únicamente actúan sin pensar y cuando toman conciencia del daño, ya es demasiado tarde. Es ahí donde la educación tiene un papel fundamental en esta carrera contra el tiempo y la humanidad. Desde este punto de vista debemos descubrir nuestra capacidad de estar conscientes de la realidad que se vive, sus causas y consecuencias.

Hoy el ser humano se enfrenta a una crisis de valores. Afrontar esta crisis de valores es centrar nuestra reflexión sobre la persona humana en la cual se encuentra la raíz fundamental de esta degradación moral. Es imprescindible que todos los valores adquieran un rostro humano. En la persona y, particularmente en su conciencia, se asume su verdadera dimensión ética y moral. Fuera de esto, no tiene ningún sentido hablar de desarrollo social, político, económico, jurídico y educativo.

Es momento de no perder más la brújula humana. Empezar a educar de forma diferente a las nuevas generaciones, usar la tecnología para humanizar en vez de des-humanizar y crear nuevos liderazgos que puedan llevar este reto humano a otro nivel de consciencia, nos permitirá Re-Humanizarnos.

¿Qué vamos a hacer en el momento en que nos alcance por completo la Inteligencia Artificial y desvalorice aún más a un gran porcentaje de personas? ¿Hay alguien creando industria de trabajo o educación para los humanos? ¿Estamos realmente atentos a los retos que esto traerá consigo aunado a todo lo que hoy vivimos?

re-humanizarnos
Ilustración: Comfama.

El futurista Gerd Leonhard nos dice que: Es momento de transcender a la tecnología, no a la humanidad. Por eso la educación del futuro debe incluir el desarrollo de mejores humanos, más allá del conocimiento como base para la creación y aprovechamiento de la ciencia y la tecnología que seguirá evolucionando constantemente.

Podemos atender las situaciones que hoy enfrentamos a nivel social, económico y político. Será muy importante que en esta nueva década construyamos el futuro que permita Re-Humanizarnos y, por lo tanto, obtener una sociedad que colabore por el sostenimiento de la raza humana y los seres vivos que habitan con nosotros.

No es machismo ni feminismo; es humanismo. Si no nos vemos todos incluidos, no habrá forma de resolver lo que hoy tenemos enfrente y lo que viene mañana. La oportunidad está en recuperar la confianza en nosotros mismos. Darnos cuenta de que hacerlo separados sólo nos pone a competir sin permitirnos llegar a todos al mismo sitio. Si no lo hacemos conscientes esto acabará, por mucho, con la calidad de vida en nuestra sociedad, haciendo evidente que cada día se encuentra más separada.

Como seres humanos, nadie es más importante que otro, ninguno tiene más que otro. Sólo tenemos que quitarnos las máscaras que hemos acumulado para navegar por la vida, para encontrar el verdadero propósito dentro de nosotros. El único rol que tenemos es el de “ser humanos”, y eso se logra siendo libres del ego que nos separa de todo y de todos. Es momento de observarnos en autoreferencia para descubrir que detrás de cada uno de nuestros pensamientos y de lo que creemos que somos, hay un ser humano que espera vivir al máximo siendo parte del entorno y de quienes lo rodean. ¿No quieres al menos intentarlo?


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Uno para cada uno

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La tarde lluviosa del 19 de enero de 2020 en La México era evidente el agradecimiento del bigotón Emiliano Gamero para Diego Ventura, cuya segunda actuación en la temporada grande fue como nunca antes lo había hecho algún rejoneador europeo, en mano a mano con un mexicano.

En diferentes situaciones durante previas actuaciones, ambos rejoneadores habían realizado faenas de indulto en su ruedo, Diego ante un toro de Enrique Fraga en 2018 y Emiliano ante uno de Vistahermosa, en 2019.

Por ello, varios opinamos que era necesaria la confrontación de los toreros a caballo nacionales y extranjeros y la empresa recogió el guante y así anunció por primera vez en La México –en sus casi 74 años de historia– el magno acontecimiento con el concurso de Diego Ventura y Emiliano Gamero.

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Emiliano Gamero, rejoneador mexicano (Fotografía: Diario de Yucatán).

Con lo que seguramente no contaban, era que el clima fuese lluvioso y frío, provocando una entrada muy diferente a la que teníamos pensada y las pocas personas que asistieron fue un público aficionado al toreo a caballo y muchos que no son usuales en La México. Esto último fue positivo, pues algunos de ellos seguramente se harán aficionados más frecuentes y salimos ganando la batalla de la asistencia tan difícil de conseguir en años recientes.

Esperemos hayan salido satisfechos los asistentes por el esfuerzo de los toreros que se arriesgaron a torear, en una tarde en la que se temió se suspendiera el festejo por la fuerte lluvia que cayó un poco antes de su inicio.

Hubo unos minutos en que parecía que se tomaría tal decisión, pero el ruedo de La México supo estar a la altura del compromiso y no hubo ningún percance motivado por las inclemencias del día.

Hubo motivos para salir contentos de la confrontación en las que tanto Diego como Emiliano –cada uno dentro de su estilo– pudieron lucir con sus cabalgaduras y emocionar al público, en el primero se le concedió un trofeo para el luso-hispano, en el sexto de Julio Delgado fue motivo de trofeo para el capitalino. Ambos se brindaron un astado.

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Diego Ventura, rejoneador y ganadero de toros bravos de origen hispano-portugués (Fotografía: De Toros).

Taurinamente hablando, la faena del primero de Diego, “Notario” fue la más rematada de la tarde, me parece que el juez de plaza Jorge Ramos no consintió en otorgar un segundo trofeo, porque la suerte suprema provocó que el toro se descordará y por ello se abstuvo de mostrar un segundo pañuelo.

“Los Encinos” del primero al quinto, fueron de menor trapío al que nos tiene acostumbrado su criador y el de Julio Delgado muy en el tipo de “Garfias”, con clase en su embestida.

En su juego “Los Encinos” tuvieron nobleza pero adolecieron de codicia, que es un sano equilibrio que mantiene la ganadería queretana, pronto en la corrida que cierra la temporada, el 16 de febrero con los Hermoso de Mendoza en el cartel, tendrán la oportunidad del desquite.

Así las cosas en un festejo breve y en espera de la reaparición la próxima semana de un ejemplo de vocación taurina, Arturo Macías, que regresa a los ruedos con Ferrera y Luis David en el cartel, con los toros de Villa Carmela, sea enhorabuena.

Una vida en el karroo

Lectura: 6 minutos

Olive Emilia Albertina Schreiner nació el 24 de marzo del Año del Señor 1855 en una pequeña estación agrícola de Wittenberg –hoy Lesoto– y fue la novena de los doce hijos de Gottlob y Rebeca, una pareja de predicadores calvinistas que escuchó el llamado divino y viajó de Inglaterra a Sudáfrica para evangelizar a los paganos. Tristemente, el matrimonio tuvo más éxito en echar hijos al mundo que en convertir a los idólatras en el vasto territorio del Cabo.

Gottlob quiso combinar el púlpito con el comercio y la alta clerecía imperial lo puso de patitas en la calle. Debió ser un personaje singular. Me lo imagino chaparro, terco, grueso y fuerte; un rubicundo teutón lleno de complejos y enojado con el mundo que lo arrumbó en el confín de la tierra entre salvajes ignorantes. Un paterfamilias que imponía con mano de hierro el temor a Dios en su casa y en la vida fue de fracaso en fracaso hasta su muerte en la bancarrota en 1876.

Fueron años difíciles para los Schreiner. A los 12 años Olive fue enviada con sus hermanos mayores para hacerse cargo de las labores de casa. Después se empleó como institutriz y en 1881 había ahorrado lo suficiente para viajar a Inglaterra con la ilusión de estudiar en la Escuela de Medicina para Mujeres de Elizabeth Garrett Anderson y Sophia Jex-Blake, proyecto frustrado por su mala salud y problemas emocionales. Pero sí consiguió que un editor leyera un manuscrito con el que había viajado desde su pueblo, con el relato amoroso y amargo de un territorio en donde la luna chorrea su luz y el karroo se extiende en su inmensidad salitrosa hasta donde la vista alcanza.

The Karoo of Olive Schreiner
“The Karoo of Olive Schreiner”, Jannie Van Heerden (2012).

Historia de una hacienda africana apareció bajo el sello de Chapman & Hall en 1883 con el seudónimo “Ralph lron” y fue aclamada como una de las grandes obras de la literatura universal. Se le considera la primera novela moderna sudafricana. Hoy, 137 años después, la historia de sus protagonistas, Em y Lyndall, en un rancho en donde nada hay más importante que la Biblia, puede conmover hasta las lágrimas por la fuerza vigente de las emociones y la tragedia de los personajes.

Es el año de 1860. Las primas Em y Lyndall viven y trabajan en un humilde rancho en la desértica llanura sudafricana llamada karroo. Em es adiposa, dulce y pasiva, un perfecto ejemplar destinado al matrimonio. Lyndall es inteligente, inquieta, bella… y condenada a la infelicidad. Su apacible vida se altera con la aparición de un bombástico irlandés, Bonaparte Blenkins, quien asegura tener parentesco con Wellington y con la reina Victoria y se apodera de la voluntad de la lerda y gorda madrastra de las muchachas. Así, conforme transcurre la vida de las dos mujeres hacia un trágico desenlace, el lector es llevado por los meandros de la condición humana no sólo de aquella retrasada colonia, sino del género mismo.

Olive Schreiner fue catapultada a la fama literaria de inmediato. De vivir en cuartuchos baratos de los barrios pobres de Londres, se le abrieron las puertas de los salones literarios y los círculos intelectuales de vanguardia. Pronto descubrió su segunda vocación, la de activista en favor de los derechos de las mujeres, y se integró a movimientos que en aquella época victoriana, de acuerdo a sus críticos, “no gozaban de la mejor reputación”.

Hoy se le considera una de las madres fundadoras del feminismo. Luchó por el sufragio universal, la educación, la liberación sexual y la igualdad de salarios y publicó un clásico del género, Las mujeres y el trabajo, en el que denuncia el “parasitismo sexual” del hombre sobre la mujer. También fue una activa pacifista durante la Primera Guerra Mundial.

Un estudio fotográfico hecho durante la primera de sus dos estancias en Londres nos muestra a una mujer gruesa, de facciones agradables y aura inteligente, en cuyo semblante nada hay que permita adivinar el alma atormentada y la vida sumida en la tristeza y la depresión.

La existencia de Olive Schreiner fue una de soledad y frustraciones amorosas y sexuales. Dan Jacobson, quien prologó en 1971 la edición de Penguin Classics de Historia de una granja africana, se pregunta si la vida de la escritora en pueblos sudafricanos como Kimberley, Cradock o De Aar habría sido más solitaria que en las casas de huéspedes londinenses que fueron durante tanto tiempo su hogar, “si la convivencia con rancheros bóer y con sudafricanos ignorantes pudo haber sido más dañina a su talento que, digamos, la que tuvo con la Sociedad de la Nueva Vida en Londres (cuya meta era ‘cultivar en todos y cada uno un carácter perfecto’).”

miss schreiner
Fotografía: Imagine Magazine.

Sigue: Havelock Ellis […] autor de estudios sobre la psicología de un acto sexual del que él era incapaz; Edward Carpenter, el delicado homosexual redactor de panfletos sobre los derechos de la mujer y del ‘sexo intermedio’; Leonora, la brillante y trágica hija de Karl Marx quien fue llevada al suicidio por su amante Edward Aveling –conspicuo socialista, revolucionario, estafador y mujeriego–; ésta era la clase de personas entre quienes [Olive] encontró a sus mejores amigos.
Ciertamente es más fácil ser irónico que justo respecto a esos victorianos seculares, progresistas, feministas, traductores de Ibsen e incansables fundadores de organizaciones y sociedades de debate. Que con tanta frecuencia fracasaran en vivir de acuerdo a sus ideales sería en sí algo que difícilmente se les podría echar en cara. ¿De cuántos de nosotros no se podría decir lo mismo?

Olive tenía 26 años cuando llegó a Inglaterra. Además del manuscrito de Historia de una granja africana llevaba en el equipaje otras dos novelas, que habrían de ser póstumas. Su vida entró en un remolino emocional agravado por el represivo ambiente victoriano de la época. Era una mujer fuerte, pues defendió con éxito la trama de su novela (los editores querían que Lyndall, quien muere en el parto, se casara con el padre de la criatura, “para no ofender el pudor de los lectores”) aunque debió utilizar un seudónimo masculino, “Ralph lron”: habían pasado sólo siete años de la muerte de la baronesa Dudevant, Amandina Aurora Lucía Dupin, quien firmara sus libros como “George Sand”.

Creo, por lo que he leído de ella, que nació en el siglo equivocado. La imagino una mujer fogosa, apasionada, poco convencional, que sufría atrapada en los corsés reales e ideológicos que aquella sociedad imponía a sus mujeres. Siempre en busca del amor y la felicidad, tuvo una serie de affaires que fueron el escándalo de las buenas conciencias. Entre ellos uno, al parecer nunca consumado, con Havelock Ellis. De aquella época sobreviven numerosas cartas. El 28 de julio de 1884 le escribió a Ellis una nota conmovedora que ofrezco en traducción libre mía:

Iba a romper el papelito que te mando [destruido] pero no lo haré porque tal vez te gustaría leerlo. No puedo explicar qué quiero decir con este miedo, ni siquiera a mí misma; tal vez tú puedas hacerlo por mí. Tengo mucho miedo de quererte demasiado. Me da una sensación amarga si siento que tal vez lo haga. Creo que eso es. Me siento como alguien que empuja una pequeña bola de nieve por la ladera de una montaña y sabe que en cualquier momento se le saldrá de control y crecerá más y más y se irá… no se sabe a dónde. Sin embargo cuando recibo una carta, incluso como tu indiferente nota de esta mañana, pienso: “Pero eres tú mismo”. En tanto eres mi misma persona, te amo y estoy cerca de ti; en tanto eres un hombre, te temo y me aparto de ti.

En 1899 Olive volvió a Sudáfrica y se casó con Samuel Cronwrigh, un ranchero y activista político que también era otra personalidad fascinante: añadió el apellido de Olive al suyo para quedar Cronwright-Schreiner. ¡Y si eso no fue una muestra de amor, no sé cómo podría calificarse! Fue madre de una niña que murió a las pocas horas de nacida. Su infelicidad se acentuó y regresó a Inglaterra sola. A principios de 1920 Samuel fue por ella para llevarla de regreso a su país. Dicen las crónicas que no la reconoció, tan enferma y consumida estaba, al llegar al miserable cuartucho en donde vivía.

Olive Emilia Albertina Schreiner murió el 10 de diciembre de ese mismo año y fue enterrada junto con los restos de su hija y de su perro favorito en Buffels Kop, en la desértica planicie karroo.

Juego de ojos.