psicología

El yo duplicado: el doble y el doppelgänger en el cine

El cine copia a la vida de manera más cercana a la experiencia que la pintura o la literatura, pues, si bien estas artes elaboran y proporcionan mundos paralelos, la primera al fijar una escena o figura en el tiempo y la segunda al relatar una historia ficticia que necesita ser imaginada; el cine logra ambos cometidos a la vez. En la proyección y contemplación de una película, la pantalla obra como un espejo pues lo que allí se mira es el duplicado de una realidad que rezuma a través del vidrio o de la tela. Edgar Morin afirmaría que el cine es una fábrica de dobles espectrales, no sólo de humanos vivientes, sino de las demás cosas que han sido capturadas en película y que adquieren una vida sustituta y fantasmal como proyecciones en una pantalla. Por su parte, bajo el hipnótico trance de suspender la credibilidad, el espectador tiene una vivencia doble: el saber que ve una película y al mismo tiempo vivir lo que se representa en ella. El espectador de cine redime plenamente esas proyecciones en su conciencia y para mayor demostración bastará preguntarle si en su adolescencia o más adelante, no se ha prendado de la imagen de alguna estrella o astro cinematográfico. Confieso que a mediados del siglo fui seducido por apariciones encantadoras de Audrey Hepburn que escudriñé en pantallas de cines ya derruidos.

kagemusha
La primera escena de “Kagemusha” (Kurosawa, 1980) presenta a tres personajes idénticos (fotografía tomada de: Taste of Cinema).

Dadas estas características, no sorprende que el cine haya estado infectado de origen por el tema del doble y que hayan surgido varios tipos de historias al respecto: (1) sujetos que son idénticos a reyes, políticos y jefes de estado, que son utilizados para suplantarlos (ejemplos: Kagemusha de Kurosawa en 1980; Dave de Ivan Reitman en 1993); (2) gemelos idénticos que no logran diferenciarse y alguno hace cosas lamentables (El espejo oscuro de Robert Siodmak en 1946; La otra, de Roberto Gavaldón en 1946; Dead ringers de David Cronenberg en 1988); (3) extraterrestres que sin necesidad de conquistar la tierra de manera violenta y costosa,  invaden el cuerpo de buenas personas y las suplantan (cinco versiones de The body snatchers); (4) avatares virtuales que se desempeñan en una realidad que deja de ser por completo real al estar invadida por una imitación, un duplicado, una copia fotostática de la persona (Avatar de James Cameron en 2009). Tampoco sería sorprendente si el progreso de los efectos especiales en el cine se relatara en términos de las técnicas de montaje usadas para lograr que el actor o actriz se encuentre con su doble en la misma escena, lo cual ha llegado a ser impecable con las tecnologías digitales. Por ejemplo, en la divertida comedia Multiplicity (Harold Ramis, 1996), el protagonista (Michael Keaton) se hace de varios clones que en una escena de antología tecnológica discuten y deambulan unos delante de otros.

la otra doble
Cartel y fotogramas de “La Otra” (1947) de Roberto Gavaldón, donde Dolores del Río hace los papeles de la sustitución de una gemela por otra (tomado de: Alegato Revista).

Además de estas historias, el tema del doble ha dado lugar a varias obras maestras del cine que, por su difícil y oscuro planteamiento, se han prestado a múltiples interpretaciones. Refiero algunas de las más memorables. En Persona (1966) de Ingmar Bergman, una actriz que ha quedado muda y su enfermera, parecidas físicamente pero de diferente personalidad, conviven en una cabaña aislada hasta fundirse en un solo rostro. En Ese obscuro objeto del deseo (1977), la última película de Luis Buñuel, la protagonista Conchita, obsesión de un maduro, elegante y obsesionado caballero (Fernando Rey), está interpretada por dos actrices que encarnan personajes dispares: una carnal y ardiente, la otra distante y fría. En La doble vida de Verónica (1991) de Krzysztof Kieslowsky, dos mujeres del mismo nombre en Berlín y Varsovia tienen una vida conectada de manera inexplicable de tal forma que cuando muere una de ellas, la otra cae en una desintegración irreversible. En Enemy o el hombre duplicado (2014) de Denis Villeneuve, basada en la novela de José Saramago, un reservado profesor de historia encuentra a un impulsivo actor que es idéntico a él hasta el punto de tener las mismas cicatrices. Sus vidas se engarzan y confunden hasta terminar en una pelea en apariencia mortal. En el curso de la película acechan pavorosas tarántulas.

Carteles de Persona
Carteles de Persona (1966) de Ingmar Bergman (tomado de: Rock the best Music).

Vértigo o De entre los muertos (Hitchcock, 1958) me provoca un comentario más detallado, pues ha sido considerada la mejor película de todos los tiempos por varios críticos y publicaciones especializadas y presenta la falsa y repetida duplicidad de una mujer. (Advertencia: spoiler) El policía retirado John “Scottie” Ferguson (James Stewart) padece de acrofobia y vértigo luego de que un compañero suyo muriera para salvarlo durante una persecución. Scottie vigila de lejos a Madeleine (Kim Novak) por contrato de su marido. Ella es una rubia hermosa, elegante y misteriosa quien al parecer se identifica con su bisabuela Carlota Valdés, retratada en un cuadro del museo que frecuenta. Se revela que Carlota fuera rechazada por su marido, quien le arrebató a su hijo pequeño, lo cual la llevó al suicidio. Scottie se obsesiona con la remota Madeleine y cuando ella trata de suicidarse arrojándose a mar, la salva y la lleva a su casa. Scottie y Madeleine viven un idilio apasionado, pero cuando visitan la misión donde aconteció el suicidio de Carlota, Madeleine sube al campanario y se arroja al vacío ante la impotencia de Scottie, quien no puede salvarla por vértigo. El protagonista se hunde en la desesperación, pero, pasado un tiempo, por la calle divisa a una mujer de rasgos muy parecidos a Madeleine pero de pelo obscuro y actitud diligente. Se trata de Judy, una empleada con ambiciones de mejor vida que se deja conquistar y va aceptando con reservas las exigencias de un febril Scottie para transformarla en el doble exacto de Madeleine. Atosigada por el engaño y la culpa, Judy revela que aceptó suplantar a Madeleine por un pago del marido para encubrir el asesinato de su verdadera esposa, cuyo cadáver arrojó del campanario. Scottie lleva a Judy a la siniestra misión para librarse de su vértigo y su fantasma, pero ella cae al vacío cuando aparece la sombra de una monja en el campanario.

doble vertigo
Fotografía publicitaria de la película Vértigo (1958) de Hitchcock con James Stewart y Kim Novak, quien hace un papel doble (tomada de Cine Didyme-Dome).

Conforme avanza, la trama se torna en un mosaico de duplicaciones y despersonalizaciones: Madeleine está poseída por una muerta, pero no es real puesto que Judy renunció a su identidad para representarla, y luego Judy vuelve a renunciar a ella para satisfacer el deseo de Scottie. Cabe anotar que el actor James Stewart funge como alter ego de Alfred Hitchcock en esta película donde se vuelcan las obsesiones del director por mujeres rubias y enigmáticas, como las actrices que solía asediar durante los rodajes.

La recurrencia del tema del doble en la literatura y en el cine debe responder a tendencias de la mente y la autoconciencia. La aparición de los términos doble y doppelgänger en las artes surgieron en la obra del pensador romántico alemán Jean Paul Richter, quien abordó el tema en referencia a las ideas filosóficas sobre el yo de Fichte. El saber de seres idénticos a uno implica la pérdida de identidad como ser único y diferente, y de la originalidad que significa ser yo. Pero también se puede plantear si en la fascinación del doble interviene una pulsión de signo contrario: el deseo de ser otro, de rebasar la realidad que nos aprisiona. El psicoanalista Otto Rank refirió una película muda heredera del romanticismo alemán, El estudiante de Praga de 1913, en la cual el protagonista es asediado y acechado por un destructivo doble, para proponer que el doble genera angustia y terror porque muestra a un yo oculto que pone de manifiesto elementos inconscientes de índole negativa. Esta idea está emparentada con la del arquetipo de “La Sombra” para Jung, una personificación de todo aquello que el sujeto consciente rechaza y desconoce de sí mismo. Ahora bien, cuando la sombra se plasma en la literatura o en el cine, no es precisamente un doble exacto: el señor Hyde dista de parecerse al doctor Jekyll y el retrato de Dorian Gray se aleja cada vez más del guapo original. En “la vida real” se han documentado casos de dobles idénticos en apariencia y sin relación genética inmediata, es decir, de verdaderos doppelgängers, pero que tienen diferentes personalidades.


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El yo alterno en la poesía: otredad y espejismo del ser

La noción de un yo o de un ser personal desgajado, múltiple y cambiante o, en última instancia, ilusorio y falso, ha sido planteada por varios poetas de nuestra lengua para sustentar la idea en apariencia absurda —o al menos extraña— de que el yo es otro, o acaso es un espectro. Intentaré hilvanar sobre esta despersonalización de índole activa y lúcida, en contraste con la despersonalización pasiva y angustiosa que ocurre en las alteraciones mentales referidas en secciones previas sobre el yo multiplicado y el yo desligado.

Antonio Machado
Antonio Machado. Figura tomada de: Zenda Libros.

Una forma de vislumbrar esta despersonalización sagaz y penetrante es en términos de la alteridad, en el sentido de que el yo poético, y por extensión el del ser humano, no es una función aislada, independiente y autónoma, porque está invadida o compenetrada de otros prójimos en una red de intersubjetividades. En el ensayo titulado “Los Complementarios” de 1924, el célebre escritor español Antonio Machado afirmaba que el sentimiento poético no es una creación exclusiva de un sujeto individual, porque se asiste de otros sujetos. El sentimiento poético no sería entonces mío (propio del poeta), sino nuestro. Esta colaboración implícita entre el yo y el tú surge en la expresión poética de los sentimientos y las ideas en apariencia tan personales porque se realiza mediante el lenguaje, un recurso de comunicación que pertenece a una comunidad: es un don compartido. Es cierto que el poeta usa el lenguaje como una herramienta personal para expresar su sentir y lo hace con una maestría y una creatividad que le son propias, pero también es indudable que su expresión abreva de quienes le enseñaron, de quienes ha leído o con quienes ha compartido su quehacer, y está destinada a otros hablantes para que lo lean, lo reciten y lo comprendan; es decir: para que hagan suya tal expresión. Por ejemplo, el conocido verso machadiano “caminante no hay camino, se hace camino al andar” se constituye en un patrimonio comunal al abarcar una red intersubjetiva que Joan Manuel Serrat contribuyó a difundir.

Mijail Bajtin
Mijaíl Bajtín y portada de la traducción al español de “Las fronteras del discurso”.

La noción poética y filosófica de Machado de la otredad coincide en cierta medida con las propuestas académicas del lingüista ruso Mijaíl Bajtín, formuladas desde los años 30 y que enfocan el contexto social de la comunicación como el meollo del lenguaje. Los enunciados que empleamos para expresarnos son por antonomasia piezas de un diálogo que adquiere sentido y significado no sólo por las reglas gramaticales, las cuales son convenciones sociales emanadas de una matriz evolutiva, sino porque los tonos y los contenidos son pautas de comunicación compartida. Bajtín acuñó el término de heteroglosia (la lengua del otro) para implicar que, en el discurso humano, en cada enunciado proferido, participan varias voces. La soledad no es absoluta: cuando uno está sólo suele estar en diálogo consigo mismo, un consigo que se manifiesta como un contigo, o como un nosotros.

 Hemos visto ya que un elenco de voces interiores dialoga en los episodios de autorreflexión, pero mucho antes de su tratamiento académico por la filosofía de la mente y la psicología, Machado y otros poetas que revisamos ahora abordaron el tema con claridad y profundidad. Más aún: la crítica a la preponderancia del sujeto como centro del conocimiento, tan característica del siglo XX, fue precedida por los poetas franceses Rimbaud o Mallarmé y, en especial, por Fernando Pessoa y Antonio Machado. En efecto, Machado afirma que el yo del lenguaje es ilusorio y por lo tanto apócrifo en el sentido de que no es propio de la persona que lo pronuncia. Como ilustración de esto recordemos que el poeta español refiere a Abel Marín y a su discípulo Juan de Mairena, severos pero gentiles maestros de retórica con los que sostiene largas conversaciones sobre la identidad. Pero sucede que estos personajes son inventados, alter egos o “complementarios” de Machado, yoes accesorios que acompañan al poeta en una congregación ilusoria que se forja y desenvuelve en su autoconciencia y la complementa, o la completa.

En sus Proverbios y Cantares Machado aconseja “Mas busca en tu espejo al otro,/ al otro que va contigo”. La percepción cabal de uno mismo revela al Otro, o bien, dicho de otra forma: el ser consciente de sí mismo se visualiza como otro: “No es el yo fundamental/ eso que busca el poeta,/ sino el tú esencial”. Otro gran poeta español y premio Nobel de la literatura, Juan Ramón Jiménez, expresa en un poema: “Soy este/ que va a mi lado sin yo verlo;/ que, a veces, voy a ver/ y que, a veces, olvido”. Estamos en el ámbito del alter ego, de las identidades alternas o secretas, del personaje de ficción que representa al autor; del otro yo que revela la insubstancialidad del yo original: ese otro Borges del relato “Borges y yo”.

multiples yoes
Figura ilustrativa de los múltiples yoes que intervienen en la escritura. Tomada de una página sobre “¿Cómo escribió Borges El Aleph?”. A la derecha doble viñeta de Borges publicada en “Letras Libres”.

Jorge Luis Borges fue sin duda otro cruzado contra la hegemonía del yo. En su colección de Inquisiciones, incluye un ensayo expresamente titulado “La nadería de la personalidad” donde arremete contra la preeminencia que se adjudica al yo argumentando que la personalidad es una construcción ilusoria sin realidad concreta y sostenida por el engreimiento y el hábito. El párrafo extraído de su cuento “El inmortal” y que he utilizado como epígrafe del presente capítulo es explícito de esta militancia: “nadie es alguien”. Para Borges la irrealidad del yo no sólo es una alteridad u otredad finalmente afirmativa y complementaria, sino un laberinto de espejos, un espejismo de falsos reflejos que multiplican la imagen de un yo ilusorio.

En sus “Criptomemorias” —literalmente los recuerdos personales escondidos y enigmáticos— el poeta gallego José Ángel Valente hace un llamado a disolver la memoria personal de la siguiente manera: “Deberíamos tal vez/ reescribir despacio nuestras vidas, /hacer de ellas cambios de latitud y fechas, /borrar de nuestros rostros en el álbum materno/ toda noticia de nosotros mismos.// Deberíamos dejar falsos testigos, perfiles maquillados, huellas rotas, irredentas partidas bautismales./ O por toda memoria, una partida abierta, un bastidor vacío, un fondo/ irremediablemente blanco para el juego infinito/ del proyector de sombras./ Nada./ De ser posible, nada”. Influido por la tradición mística española y por el budismo, Valente afirma sobre la creación poética:

El creador tiene que ir acostumbrándose a la aniquilación del “yo” que es el proceso de purificación espiritual. Toda creación literaria auténtica, poética, tiene que ir acompañada de una experiencia espiritual, si no, no vale nada. Eso lleva a una aniquilación del “yo” y probablemente a una visión de la nada, aunque positiva. Quizás nuestro cometido sea la fusión con el cosmos en el seno de la nada, volver a la nada de donde hemos venido.

yo jose angel valente
Portadas de la “Antología Poética” de José Ángel Valente y del libro sobre su correspondencia con sus contemporáneos de la generación española del 50.

Una visión positiva de la nada… ¿Es una paradoja o un absurdo? Depende de la interpretación que se haga. Por ejemplo, a partir de El Ser y la Nada de Jean Paul Sartre, es posible plantear que la negación de una esencia personal estable y permanente mediante la toma de conciencia de sí no necesariamente desemboca en un vacío existencial, sino que abre la perspectiva de vivir plenamente en un mundo cambiante y en compañía de los otros. La persona humana depurada por esta realización se comprende como un ser dinámico, recíproco, comprometido con los demás y unido con el mundo.


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El yo disfrazado: actuación, caracterización y personaje

La mayoría de las personas actúa diversos roles en su vida. Una mujer puede adoptar el papel de empleada en su trabajo, de hija mayor con sus padres y hermanos, de madre o esposa en su casa, de anfitriona entre sus amistades, de moderadora en su gremio. Son facetas del yo asumidas en diversos grados desde la primera persona, desplegadas y actuadas en la arena pública; máscaras que el sujeto porta para cumplir con faenas de su vida y que suelen cambiar con las situaciones, con la edad o la experiencia.

Los actores profesionales encumbran esta polifacética capacidad humana al representar a personajes imaginarios adoptando sus supuestas acciones, emociones, expresiones faciales y vocales. Se trata de una primera persona ficcional, donde las expresiones verbales y corporales no surgen del yo habitual y cotidiano, sino de un yo adquirido y ficticio. Un punto medio entre estos dos tipos de actuación ocurre durante el juego infantil en el que una niña o un niño asumen un rol. En la actuación profesional ocurre una pretensión más resuelta, porque al “entrar en personaje” (play a role en inglés), acontece una sustitución de identidad de cara a un público, es decir, dirigida a espectadores actuales o potenciales.

personaje
Grabado de Utagawa Kunimasa sobre el Teatro Kabuki, 1856 (Imagen: Banrepcultural) y el mimo francés Marcel Marceau.

Una de las capacidades cognitivas necesarias para esta sustitución de un yo por otro es la “teoría de la mente”, la habilidad de decodificar lo que otros piensan, sienten o intentan hacer al percibir sus acciones. Pero en este caso el otro no es alguien en la vida cotidiana, sino alguien narrado, un personaje a quien hay que recrear. Así como un músico interpreta una pieza compuesta tiempo atrás y la hace sonar en el presente, el actor interpreta a un personaje ficticio inventado por un dramaturgo y encarna su personalidad y sus vivencias modulando su propia apariencia y sus actos. En la interpretación actoral surgen dos planos: la realidad cotidiana, propia del yo del actor o de la actriz, y la realidad ilusoria, que corresponde al yo del personaje. Esta dicotomía es general en las artes y no significa que el segundo plano sea una falsedad –como sería el fingir una expresión facial de furia o miedo sin sentir la emoción correspondiente–, sino una realidad alterna puesta en escena gracias a la interpretación del actor y al reclutamiento del espectador.

En las diversas técnicas de actuación el énfasis se pone en que la interpretación sea lo más hábil y genuina posible para que quien actúa encarne al personaje de forma verosímil. Los métodos de actuación pueden ser resumidos en dos: de afuera hacia adentro o de adentro hacia afuera. Los primeros sistemas se basan en la adopción esmerada de gestos y expresiones de conducta mediante los cuales el actor o la actriz son capaces de imitar las del personaje y con ello derivar y provocar las emociones correspondientes. Son ejemplos de estas técnicas la pantomima, de una tradición europea que culmina con Marcel Marceau, o el teatro No y el Kabuki en Japón. El sistema de dentro hacia afuera se basa en la identificación del actor con el personaje, para que le ocurran sus vivencias y se expresen en sus actos. La más conocida de estas técnicas es la de Stanislavski, acarreada al Actor’s Studio de Nueva York en la Segunda Guerra Mundial y muy utilizada a partir del trabajo de Montgomery Clift, Marlon Brando y James Dean, los originales “actores del Método” en los años 50. Dotados de una expresividad insólita y una ruda sensibilidad, estos trágicos galanes cinematográficos encarnaron cabalmente a personajes jóvenes, conflictivos y vehementes que tuvieron un intenso impacto entre quienes en ese tiempo empezábamos a padecer una revoltosa adolescencia.

Marlon Brando, James Dean y Montgomery Clift
Marlon Brando, James Dean y Montgomery Clift, los originales “Actores del Método” derivado de las enseñanzas de Stanislavski en el Actor’s Studio de Nueva York (imágenes: Minessota Playlist).

La innovación metódica de Konstantin Stanislavski (1863-1938) se llevó a cabo durante sus múltiples puestas en escena a principios del siglo XX en el Teatro de Arte de Moscú. Consistió en romper el artificio de fingir el comportamiento de un personaje por parte del actor y de encarnarlo veraz y plenamente a través del sentir para lograr “la construcción real de otra persona”. Se trata de recrear a otro yo, un auténtico proceso forjador que eleva al actor o a la actriz al nivel de los demás creadores de arte.

La creación actoral en esta escuela implica técnicas mentales y corporales muy exigentes. Una de ellas consiste en que el intérprete debe olvidarse de los posibles espectadores y centrarse en la vivencia de su personaje en las circunstancias que le asigna la trama. Para ello se requiere una concentración en las sensaciones, emociones y conductas que vive el intérprete, en espacial de trabajar la propia voz para encontrar la dicción y acentuación propias del personaje, algo que el maestro ruso denominó “el arte del decir” y que remite a la noción grecolatina del logos.

La labor creativa del actor empieza con su lectura de la obra, el análisis meticuloso del texto y la visualización progresiva del personaje. La personalidad ficticia deberá empezar a tomar cuerpo en la imaginación del actor, quien deberá relacionar las vivencias supuestas del personaje con las suyas propias mediante la empatía y la memoria emocional. Este punto es la clave de esa escuela: el actor o la actriz deberán empatizar con el personaje no en el sentido de comprender e imitar sus acciones, sino de “ponerse en sus zapatos”, como sucede al sentir un dolor ajeno en uno mismo. El trabajo de empatía consistiría en la búsqueda de las vivencias propias en similares circunstancias, en su recuerdo y en su recreación.

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Fotografía tomada del libro de Darwin (1872) sobre la expresión emocional que utilizó Stanislavski para su método de actuación, de tal forma que las expresiones emocionales fueran auténticas y no fingidas. En esta fotografía un actor asume la expresión facial y corporal de disgusto (Wikipedia).

Es importante señalar que esta transposición de emociones propias al personaje en construcción ocurre supuestamente de manera refleja, lo cual es una derivación de la ciencia de su tiempo. En efecto, la identificación refleja se emparenta, por una parte, con los conceptos de Pavlov, el fisiólogo y premio Nobel ruso, contemporáneo de Stanislavski, y por otra, con el trabajo de Darwin sobre los gestos de la emoción como dotación evolutiva de la especie humana, en el cual se analizaron las diferencias entre gestos fingidos y auténticos. El maestro ruso fue concibiendo entonces maneras de adquirir un gesto genuino y verídico en oposición al fingimiento de la actuación habitual. La base fisiológica y cerebral de la actuación hoy forma parte de la interdisciplina llamada neuroestética, un puente creativo entre las artes y las ciencias que enriquece a las dos. Como ejemplo de esto referiré una investigación realizada en la Universidad McMaster de Ontario, en 2019.

En este estudio de imágenes cerebrales se solicitó a jóvenes actores profesionales que respondieran a una serie de preguntas adoptando un personaje dramático, el de Romeo de Shakespeare en el caso de los varones, o el de Julieta en el caso de las actrices. Se compararon estas instancias con las imágenes del cerebro cuando las mismas personas respondían a las preguntas desde su punto de vista usual, sin entrar en el personaje. Al responder como el personaje, en comparación con las respuestas emitidas sin actuar, se encontró una reducción global de la actividad cerebral, en especial de la red cortical medial del lóbulo frontal, que hemos visto está involucrada en las actividades de autorreflexión como nodo del procesamiento de información sobre uno mismo. Los autores interpretan este resultado de una desactivación del circuito de la autoconciencia, como un signo cerebral de la pérdida del yo habitual.

personajes de shakespeare
“Escena del balcón de Romeo y Julieta”, pintura de 1884 de Frank Dicksee (Wikimedia). La actividad cerebral de la red de autoconciencia se abate durante la actuación como estos personajes de Shakespeare (véase el texto).

Vemos así que, en una actuación convincente, el Yo actor da lugar al Yo personaje, otra más de las evidencias de la mutabilidad del yo que exploramos en este capítulo.


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El yo subyugado: adicción, voluntad y autocontrol

En la década de los años 60, Walter Mischel, reconocido psicólogo especializado en la personalidad, desarrolló una prueba psicométrica conocida como “prueba del malvavisco” que evalúa si un infante preescolar puede resistir el antojo y no comerse un malvavisco que se colca a su alcance, con la oferta de comerse dos o más si espera un rato. Se conoce que los infantes que logran esperar ponen su atención en otra cosa que no sea el malvavisco o bloquean sus movimientos para coger el premio y llevárselo a la boca. Los estudios a lo largo de décadas de quienes pueden o no resistir la tentación del malvavisco han revelado una notable coherencia de origen cognitivo, conductual y económico en términos mesurables de autocontrol. Si bien la prueba del malvavisco provee de una medida de conflicto, no se han dilucidado las funciones cognitivas y emocionales que subyacen esta conducta aparentemente sencilla.

Walter Mischel
Walter Mischel y la prueba del malvavisco (Imagen: The Star).

A pesar de una patente diferencia de circunstancias, cabe preguntar si los adictos a una droga tan poderosa como la heroína pueden o no pueden resistir el intenso deseo de administrarse la sustancia. Esta resistencia a una poderosa pulsión depende de un cúmulo de circunstancias y facultades, como el arraigo de creencias referentes a la naturaleza de la adicción o en un poder espiritual o transpersonal en el que apoyarse. Se conoce que si el sujeto cree que la adicción es una enfermedad que suprime el poder de decisión, en efecto esta creencia resultará en una disminución o abatimiento de la resistencia.

Se ha debatido mucho si las adicciones constituyen una enfermedad neuro-psiquiátrica o una degradación moral y ésta constituye una polémica relevante a la autoconciencia y la conformación del yo. El nodo del dilema se refiere a si los adictos son responsables de sus acciones y su dependencia o no lo son. Si se tratara de una enfermedad, se suele deducir que no lo son porque los mecanismos cerebrales de la toma de decisiones y del ejercicio de la voluntad están dañados. Ahora bien, aunque sabemos que la adicción es una enfermedad porque ocurre una modificación funcional del cerebro que afecta el control sobre la propia conducta, esto no parece tan determinante como lo que acontece en ciertas enfermedades neurológicas. Por ejemplo, aunque un enfermo del mal de Parkinson quiere hacerlo, no puede controlar su temblor, lentitud de movimiento y rigidez porque ha degenerado un importante sistema cerebral responsable de la modulación motora: el sistema dopaminérgico nigro-estriado. De hecho, el intentar moverse voluntariamente agrava los síntomas mencionados.

adiccion
Cartel de un simposio sobre adicciones del Ayuntamiento de Cádiz.

La disyuntiva sobre la adicción no parece ser entre una enfermedad y una condición moral, pues ambos términos son aplicables a esta condición neuropsicológica con ciertos criterios. Es patente que los adictos sufren un deterioro en su capacidad de autocontrol y se les dificulta tomar decisiones correctas sobre su consumo e implementarlas; pero también que muchos logran un autocontrol suficiente para atenuar o abolir su comportamiento adictivo. Es decir, los adictos tienen una voluntad deteriorada, pero potencialmente suficiente para mediar entre la necesidad del consumo y la consideración de sus consecuencias. Esto no sólo ocurre en los trastornos adictivos que generan conductas compulsivas y trastornan la vida del sujeto y sus allegados, sino también en la difícil y prolongada lucha que muchas personas experimentan entre el placer de la comida y una vida sana o una apariencia estética. De hecho, las decisiones y elecciones de la vida diaria se debaten y dirimen entre los deseos de disfrutar los efectos placenteros de ciertas conductas y los razonamientos sobre sus efectos indeseables, para no mencionar la disyuntiva ética entre la satisfacción de tomar venganza y el sentido de justicia. ¡Cuántas batallas de la vida se dirimen en estas movedizas arenas!

Dado que la afectación de la voluntad y de la agencia es el dilema por considerar, es necesario referir al sistema cerebral de la recompensa, una red de núcleos involucrados en las exquisitas y cautivadoras sensaciones de placer. Este circuito ligado al gozo se sitúa en zonas antero-basales del cerebro que están inervadas o acometidas por abundantes terminales de neuronas de estirpe dopaminérgica, es decir, que utilizan dopamina como neurotransmisor, y cuyos cuerpos celulares se ubican en un núcleo del tallo cerebral. Varios fármacos y muchas conductas compulsivas que producen habituación, dependencia y adicción tienen un efecto intenso en los núcleos del circuito de la recompensa que se relacionan con el placer de su ejercicio y con la avidez de su carencia. Los mecanismos celulares y moleculares de la adicción sobre este circuito están bien dilucidados y corresponden a adaptaciones moleculares de los receptores a los neurotransmisores operantes, en particular a la dopamina y a los opioides endógenos como las endorfinas y las encefalinas.

adiccion al opio
Representación de un fumadero de opio en el Londres de 1874 (Imagen tomada de Wikipedia).

Dado que la evidencia indica que este circuito constituye el principal fundamento orgánico de las más intensas experiencias de placer, como la euforia producida por los opiáceos o la cocaína, el estremecimiento del orgasmo, o el gozoso escalofrío que produce un cierto tipo de música para cada sujeto, el sistema participa crucialmente en la toma de las decisiones que muchas veces van contra lo que la persona considera adecuado, sano, deseable o justo. Pero se debe decir que la voluntad no sólo implica el circuito de recompensa, sino una red más amplia que enlaza múltiples actividades cognitivas, afectivas y volitivas. Sin duda el trastorno del sistema de recompensa afecta la toma de decisiones porque la avidez de disfrutar el beneficio del consumo o el deseo y la necesidad de resolver la abstinencia son compulsiones tan intensas como contrapuestas. Ahora bien, a diferencia de la degeneración del sistema dopaminérgico en el Parkinson, la alteración adquirida por la adicción en el sistema de recompensa es funcional reversible y recuperable, aunque la pulsión persista, como bien lo saben quienes han abandonado el consumo de alcohol por años, pero se siguen considerando “alcohólicos”.

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El cerebro de los adictos a metanfetamina (derecha) muestran una disminución de los receptores a la dopamina en el núcleo caudado (en rojo y amarillo) en comparación con el cerebro sano (izquierda). Fuente: American Journal of Psychiatry.

El punto es que, si bien la adicción es una enfermedad neuropsiquiátrica adquirida por ciertas prácticas, los afectados pueden ejercer autocontrol, aunque enfrentan una dificultad enorme, grandes sufrimientos, y requieren de una voluntad muy robusta para lograrlo. Esto implica a ese factor llamado “fuerza de voluntad” que podemos identificar y valorar en nuestra experiencia cotidiana y que en parte puede ser la expresión de un hecho neurofisiológico: el polo frontal de la corteza cerebral es capaz de inhibir la actividad de los núcleos clave del sistema de recompensa. En su aspecto psicológico, la fuerza de voluntad se manifiesta o coincide con el grado de determinación, firmeza y resolución con los que un sujeto es capaz de llevar a cabo sus decisiones, intenciones o deseos. El factor varía de acuerdo con múltiples circunstancias y posibilidades, como la constancia, la perseverancia, la paciencia, la iniciativa, el autodominio, el temple o la disciplina, valores que requieren especificación tanto conceptual como cognitiva y fisiológica.

El carácter interviene también y en el lenguaje popular se reconoce que varía en grados que van desde “pusilánime”, “débil” o “inseguro”, cuando escasea; pasa por “confiado”, “seguro” o “firme” cuando es prudente y eficiente, pero puede llegar al exceso en personas llamadas “tenaces”, “férreas” e “implacables”. La fuerza de voluntad implica la posibilidad de resistir la pulsión de llevar a cabo acciones que redundan en una satisfacción inmediata y postergarlas en aras de una recompensa mayor a largo plazo.


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El yo desligado: experiencias fuera del cuerpo

En vista de que la corporalidad parece ser literalmente sustancial para la autoconciencia, las experiencias de estar fuera del cuerpo, de ver el propio cuerpo desde fuera (autoscopia) o de verse a sí mismo en el mundo extrapersonal (heautoscopia) son relevantes para analizar la autoconciencia y la naturaleza del yo en referencia al cuerpo. Durante una experiencia fuera del cuerpo el sujeto siente que sale o se encuentra fuera de su cuerpo y puede verlo desde una ubicación externa. En las publicaciones neurológicas y psiquiátricas se describen episodios de este tipo durante los efectos de psicofármacos disociativos, en experimentos de deprivación sensorial, en las parálisis del sueño, en ciertas lesiones de la corteza cerebral, o en situaciones cercanas a la muerte. En muchas tradiciones y culturas se registra la creencia de que una parte sutil se desliga temporalmente del cuerpo en ciertos estados de conciencia, como los sueños, la embriaguez, el orgasmo o el trance chamánico.

experiencia fuera del cuerpo
Ilustración de Robert Blair al poema La Tumba del alma abandonando el cuerpo, una creencia religiosa generalizada y compatible con la idea de que algo similar y transitorio ocurre con las experiencias de fuera del cuerpo (Ilustración tomada de Wikimedia).

El concepto de “experiencia fuera del cuerpo” fue propuesto como out of body experience en 1943 en el libro Aparitions del matemático, ingeniero y parapsicólogo George Tyrrell. Desde entonces ha sido tema de fuerte controversia entre dos enfoques que sostienen premisas opuestas. Por un lado, la tradición ocultista y esotérica, apoyada a mediados del siglo XX por la parapsicología, supuso que un elemento sutil o espiritual concebido como “cuerpo astral” o “proyección anímica” puede separarse del “cuerpo físico”, observarlo desde afuera y moverse a distancia o en otras dimensiones. Por otro lado, la mayoría de los científicos, clínicos y filósofos actuales considera a estas experiencias estados especiales o alterados de conciencia de tipo alucinatorio relacionados al sueño pero que pueden suceder en la vigilia y tienen en común una disfunción cerebral.

proyeccion astral
Ilustración de una experiencia fuera del cuerpo en una página sobre el hinduismo.

Ésta es una querella entre dos posiciones filosóficas aparentemente incompatibles: el dualismo de los primeros que plantea una conciencia descarnada, un ámbito espiritual separable de otro material, y el monismo de los segundos que supone un materialismo incompatible con un alma o una entidad consciente separable del cuerpo, particularmente porque la actividad cerebral se perfila como necesaria para que ocurra la conciencia en general y la conciencia de sí en particular. Algunos académicos que en las últimas décadas del siglo pasado admitían una entidad consciente separable del cuerpo realizaron experimentos en los que durante una experiencia fuera del cuerpo, el sujeto describía objetos distantes. Sin embargo, estos experimentos no llegaron a ser probatorios porque no se utilizaron controles adecuados o porque no ha sido posible replicarlos.

En la neurociencia cognitiva se ha acumulado evidencia de que varios fenómenos autoscópicos, trastornos en la propiedad del cuerpo y experiencias fuera del cuerpo, parecen deberse a una falla para integrar la información sensorial proveniente de los sentidos y la que procede del propio cuerpo en forma de señales táctiles, propioceptivas, viscerales y vestibulares. Esta integración requiere de  la activación de la zona del cerebro conocida como unión temporo-parietal, situada entre los lóbulos parietal y temporal.

Olaf Blanke
El neurocientífico cognitivo suizo Olaf Blanke, en una página que lo califica como “cazafantasmas”.

Uno de los investigadores más conocedores y activos sobre el fundamento cerebral de las experiencias fuera del cuerpo es el neurocientífico suizo Olaf Blanke. En un reconocido experimento del año 2002 su grupo de trabajo demostró que es posible inducir experiencias fuera del cuerpo mediante la estimulación de la coyuntura temporo-parietal de la corteza cerebral. Poco después, el mismo grupo revisó en detalle los fenómenos autoscópicos descritos en 41 pacientes referidos en la literatura neurológica y psiquiátrica del siglo XX y concluyó que ocurre una alteración en el procesamiento de la conciencia de sí atribuible a la unión temporo-parietal de la corteza cerebral.

En otro detallado análisis que incluyó datos fenomenológicos, neuropsicológicos y de imágenes cerebrales de 6 casos de experiencias de fuera del cuerpo, el equipo de Blanke presentó evidencias de que tales experiencias se asocian a sensaciones anormales de posición, movimiento y autoimagen corporal. Las experiencias incluyeron fenómenos o sensaciones de tipo vestibular, como las de volar, flotar o rotar; sensaciones ilusorias del cuerpo, como acortamientos, transformaciones o movimientos extraños de las extremidades, y sensaciones de ver el propio cuerpo desde afuera. En los 6 casos volvieron a encontrar evidencias de daño o disfunción de la unión temporo-parietal y concluyeron que la desintegración en los mecanismos que unifican las sensaciones es un mecanismo decisivo para explicar las experiencias fuera del cuerpo.

lobulos
La zona de unión de los lóbulos temporal y parietal (en el círculo rojo) recibe e integra información de todos los sentidos, tanto del mundo externo como del propio cuerpo, para integrar una representación de uno mismo. Las alteraciones en su funcionamiento se relacionan a experiencias fuera del cuerpo (Ilustración tomada de Wikimedia).

El tema que nos ocupa quedaría trunco si no mencionamos la larga indagación de Susan Blackmore, escritora graduada como psicóloga en Oxford y con un doctorado en parapsicología. En su juventud tuvo una experiencia fuera del cuerpo muy intensa y dramática que la convenció de la existencia de un cuerpo sutil o astral separable del cuerpo físico. A partir de entonces se dedicó a investigar el fenómeno y se convirtió en una especialista muy acuciosa de los relatos, las investigaciones y las controversias teóricas y filosóficas. El hallazgo de Blanke de que es posible inducir este tipo de experiencias mediante estimulación cerebral, la convenció de que no se deben a un espíritu separado del cuerpo material, sino a que el modelo o imagen que el cerebro crea del cuerpo puede modificarse y producir toda una gama de ilusiones y alucinaciones autoscópicas. Es así que su posición ha variado desde un dualismo mente-cuerpo hasta una visión más acorde con la neurociencia actual, aunque actualmente sostiene que estas experiencias cuestionan una visión realista ortodoxa porque el yo habitual se revela como una ficción de ser alguien localizado y fijo que en estos episodios se remplaza por “una vista de pájaro.” Afirma Susan Blackmore:

…tenemos investigación que liga las experiencias fuera del cuerpo con procesos cerebrales medibles, con otras experiencias y con investigaciones sobre el misterio de la conciencia. (…) las experiencias fuera del cuerpo realmente suceden, cambian la vida de la gente y son temas fascinantes de estudio. Pero más que decirnos algo sobre espíritus, almas o cuerpos astrales, revelan algo mucho más interesante sobre la ilusión de ser yo.

Susan Blackmore
Susan Blackmore y portada de su libro sobre experiencias fuera del cuerpo.

Normalmente las personas tienen su imagen corporal integrada como una unidad estable y coherente, “el modelo de la realidad” que parece verdadero porque es funcional y coherente. Pero ese modelo puede debilitarse o ser remplazado por otros en diversas situaciones. Por ejemplo, la experiencia de percibir el propio cuerpo “desde afuera” ocurre con regularidad en los sueños. Ese yo onírico implica que el cerebro tiene la capacidad de representar el propio cuerpo. La representación que ocurre durante la fase neurofisiológica de movimientos oculares rápidos (MOR) es similar a la vigila, en tanto que la que sucede en otras fases suele ser autoscópica.


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En la psiquiatría actual, la personalidad múltiple se denomina trastorno disociativo de identidad y se caracteriza por la expresión de dos o más identidades en un individuo. Se describe que cada una de estas personalidades vive una historia diferente y con nombres distintos de tal manera que, cuando una de ellas aflora, controla la conducta y no guarda memoria de la otra, un punto muy debatido. Las personalidades pueden ser diferentes u opuestas, como una rebelde, traviesa e irresponsable, en oposición a otra madura y convencional. La naturaleza de este trastorno no está clara; en una revisión se dice que afecta a un 1% de la población general, se presenta como una emergencia psiquiátrica y se asocia a traumas intensos durante la infancia y a estrés postraumático. Sin embargo, otros especialistas opinan que no es una patología definida que se vea en la práctica, sino una actuación más o menos deliberada. Para la neurociencia, también resulta difícil asimilar y demostrar que varias identidades psicológicamente distintas puedan aflorar en el mismo cerebro.

A pesar de esta incertidumbre, la personalidad múltiple ha sido un tema frecuente en la novela y aún más en el cine. Aparece inicialmente en El doctor Jekyll y Mr. Hyde (1886), célebre novela gótica del escocés Robert Louis Stevenson que relata la disociación entre Jekyll, afamado y respetable médico inglés, y su alter ego, Hyde, siniestro personaje cuyo deterioro moral lo lleva hasta el crimen. La novela ha dado lugar a más de una docena de adaptaciones cinematográficas, entre las que destaca la protagonizada por John Barrymore en 1925, lo cual habla del hechizo que ejerce un alter ego oculto y siniestro, el arquetipo de la sombra postulado por Carl Jung como una faceta oscura de la personalidad.

Jekyll y Hyde
John Barrymore como Jekyll y Hyde en la película de 1925 (imágenes tomadas de: C’mon Murcia).

Muchas de las películas sobre personalidad múltiple están bien elaboradas pero presentan el trastorno de manera errónea y confusa, como lo detalla Beatriz Vera Poseck, psicóloga clínica de la Universidad Complutense de Madrid en una detallada revisión del tema. Por ejemplo, a pesar de que hay muy pocos casos de asesinatos cometidos por pacientes, la mayoría de las películas suelen desplegar personajes violentos, lúgubres o criminales. Además, el cine no permite representar los estados subjetivos de la doble personalidad, la esquizofrenia, la psicopatía o la epilepsia del lóbulo temporal, aunque una buena película sí puede sugerir en los actos visibles de los personajes algo de sus mundos interiores.

Dada mi larga afición al cine y a la neuropsiquiatría, recuerdo y comento ahora varias películas sobre personalidad múltiple. La primera es Las tres caras de Eva (1957), escrita por su director Nunnally Johnson, con la colaboración de dos psiquiatras que conocieron el padecimiento de Chris Sizemore, una tímida joven que acudió a consulta por dolores de cabeza. Dado que en las sesiones y en su vida cotidiana surgía otra personalidad muy distinta, revoltosa y descarada, los terapeutas indujeron una tercera para intentar la curación de la paciente. La excelente actriz Joanne Woodward encarnó a la enferma en esta película que se elaboró sin inventar o explotar semblantes tétricos o actos patibularios.

personalidad multiple
Cartel de “Las tres caras de Eva” (1957).

La personalidad múltiple no se restringió al thriller o al terror, sino que pronto incluyó una ingeniosa comedia escrita, producida, dirigida y actuada por Jerry Lewis, desaforado y talentoso comediante norteamericano. El profesor chiflado (1963) trata de un maestro de química torpe y ridículo pero bondadoso, quien, harto de ser objeto de exclusión y burla, desarrolla un brebaje mágico. Al revés de lo que acontece con Jekyll y Hyde, al beber la pócima el profesor se convierte en un guapo, asertivo y aclamado seductor que canta como un forzado crooner, pero resulta un ególatra e insoportable patán. La película contiene gags surrealistas que, a diferencia de los thrillers que supuestamente presentan historias basadas en hechos clínicos, subrayan la naturaleza tan absurda como emblemática de la doble personalidad.

El profesor chiflado
Jerry Lewis como el profesor Julius Kelp y su alter ego Buddy Love en su película ”El profesor chiflado” de 1963.

El caso más famoso de personalidad múltiple en la cultura estadounidense fue el de la joven Shirley Mason, quien en 1954 acudió a la consulta de la psicoanalista freudiana Cornelia Wilbur por padecer pesadillas y alucinaciones. Durante una década de terapia, que incluyó hipnosis y pentotal, la paciente desarrolló una docena de personalidades de diferentes sexos y razas y recordó que su madre la sometió a humillaciones y abusos sexuales. En 1973 la escritora Flora Schreiber publicó el libro Sybil basado en esta terapia relatada por la doctora Wilbur que llegó a ser un best seller y fue filmado en 1976 con Sally Field como la paciente y Joanne Woodward como la terapeuta. La personalidad múltiple, un trastorno muy raro, pasó a ser una moda de consulta en Estados Unidos. Posteriormente, el diagnóstico fue puesto en duda por algunos especialistas arguyendo que la paciente no había presentado otras personalidades antes de entrar en tratamiento y que la terapeuta y la autora exageraron o inventaron incidentes de manera sensacionalista.

Sybil
Carátulas del libro “Sybil” de 1973, de la película “Sybil” de 1976 y de Sybil Exposed en el que se rebate la exposición y la interpretación del caso en los dos primeros.

Una disociación espectacular de la personalidad se representó en una de las películas más aclamadas del cine, Psicosis (1960) de Alfred Hitchcock, donde el protagonista Norman Bates (Anthony Perkins) es un enfermo mental que adquiere el atuendo y la personalidad de su madre muerta para apuñalar en la ducha a una aterrada Marion Crane (Janet Leigh). La película es una fantasía gótica fascinante, cuya trama se aclara hasta las últimas escenas, pero no constituye una representación realista de doble personalidad o de esquizofrenia. Algo más enrevesado sucede con Vestida para matar (1980) de Brian de Palma, director hábil y efectista que recarga el estilo de Hitchcock. Trata de un psicoanalista neoyorkino (Michael Caine) que asesina vestido como una de sus pacientes, una mujer transexual que al final ¡resulta ser la otra personalidad del propio psicoanalista! En estas dos películas se ofrece una rebuscada explicación psicoanalítica para darle credibilidad al relato, pero que difícilmente resulta verosímil. 

personalidad multiple Norman Bates
Dos facetas de Norman Bates (Anthony Perkins) en Psicosis (1960) de Alfred Hitchcock, como Norman Bates y como su madre asesina.

El género cinematográfico de la múltiple personalidad culminó de forma genial en Zelig (1983) de Woody Allen, un falso documental convincentemente situado en los años 20 y 30 donde se explotan y caricaturizan los elementos del género. Muestra y relata que Leonard Zelig (Woody Allen), no sólo manifestaba diferentes personalidades, sino era un “camaleón humano” que se metamorfoseaba física y mentalmente en imitación de quienes tenía al lado y podía resultar un nazi o un rabino, un mafioso o un profesor universitario, un republicano o un demócrata, hablar diferentes lenguas y con distintos acentos. No falta la psicoanalista freudiana Eudora Fletcher (Mia Farrow) que lo trata, lo hipnotiza, lo cura al demostrarle que no es quien dice ser, se vuelve famosa con el caso y… termina como su pareja en un final pseudo-feliz. Tampoco faltan escenas de una supuesta película sobre el caso de Zelig y entrevistas a intelectuales conocidos de la “vida real”.

El camaleón humano
El “camaleón humano” que se metamorfoseaba para mimetizarse o camuflajearse con quienes lo rodeaban en el falso documental Zelig de Woody Allen (1983).

Más allá de esta polémica patología, las personas nos comportamos en diversas medidas de acuerdo con quienes tratamos, en un afán de pertenecer y ser aceptados por los otros, y mantenemos tras bambalinas aspectos que nos pondrían en vergüenza si se hicieran públicos.


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El yo perturbado: Despersonalización y esquizofrenia

Cuando la Oruga de aquel insólito País de las Maravillas urdido por Lewis Carroll pregunta con voz lánguida y soñolienta a una Alicia miniaturizada: “¿Quién eres tú?”, ella le contesta: “Apenas sé, señora, lo que soy en este momento… Sí sé quién era al levantarme esta mañana”. Y cuando la Oruga la apremia, “¿Qué quieres decir con eso? ¡explícate!”, ella responde: “No puedo explicarme, señora… porque yo no soy la misma, ya lo ve”. Como la despersonalización de Alicia surgió por haber experimentado mutaciones en su tamaño al beber de una pequeña botella, el fantástico episodio confirma una realidad cotidiana y patente: el auto-reconocimiento y la conciencia de uno mismo dependen, en buena medida, de la corporalidad.

alicia y la oruga
Ilustración del encuentro de Alicia con la Oruga que fuma una pipa de agua en “El País de las Maravillas” de Lewis Carroll, donde ella no puede responder quién es porque se ha encogido y padece una despersonalización (Tomada de: Society6).

En esta ocasión revisaremos brevemente algunos trastornos que cursan con alteraciones del yo. El síndrome de despersonalización es un desorden muy peculiar de la autoconciencia. Se caracteriza por extrañeza del propio cuerpo, distorsiones somato-sensoriales, des-realización y separación de la persona respecto a sus propias sensaciones, emociones o acciones. El síndrome puede sobrevenir en varios padecimientos mentales, usualmente detonado por un estrés severo, episodios de pánico, de depresión profunda o por el efecto de alucinógenos. Al parecer en este síndrome están involucrados sistemas de neurotransmisores que operan a base de serotonina, de opioides y de glutamato, en tanto que las imágenes cerebrales han mostrado alteraciones en la corteza de asociación, la corteza prefrontal e inhibición del sistema límbico. También ocurre una reducción en la actividad en el cíngulo anterior y la corteza de la ínsula, áreas del cerebro involucradas en las sensaciones cardiacas o viscerales y en la conciencia interoceptiva sobre el propio estado fisiológico y de salud.

Dado que los pacientes con despersonalización mantienen una percepción interoceptiva normal, el problema debe ocurrir en la integración de las percepciones viscerales y propioceptivas a la imagen corporal en la que participan estas áreas del cerebro. Es importante distinguir la despersonalización, el sentirse separado del propio cuerpo con pérdida del control sobre las acciones o los pensamientos, de la des-realización en la que se percibe a uno mismo o al mundo externo como irreal. En un estudio con enfermos de epilepsia, se reportó que la despersonalización se asocia a una disfunción del lóbulo frontal y la des-realización al lóbulo temporal del cerebro.

despersonalizacion
Ilustración de Ron Kurniawan de un artículo sobre estados alterados por Oliver Sacks pulicado en la revista The New Yorker en 2012.

Varias drogas psicoactivas con estructuras químicas diferentes pueden evocar un quebranto del sentido del sí mismo y la pérdida de fronteras entre la persona y su mundo circundante. Esta despersonalización farmacológica puede ocurrir ocasionalmente con alucinógenos como la mescalina, la psilocibina y el LSD, pero surge típicamente bajo los efectos de las llamadas drogas disociativas, como el anestésico fenciclidina (PCP o “polvo de ángel), su derivado la ketamina, y la salvinorina A, un diterpeno psicoactivo de la Salvia divinorum, planta sagrada de los mazatecos. Estas tres sustancias producen distorsiones somato-sensoriales, sentimientos de irrealidad y enajenación de uno mismo que se han considerado similares a las que ocurren en la esquizofrenia. Dado que las dos primeras drogas afectan los receptores NMDA al glutamato y la última es un agonista de los receptores kappa a los opioides endógenos, es posible que todas ellas alteren el sistema de integración multimodal del cerebro que subyace en las experiencias de identidad personal.

En la tradición europea de la psiquiatría fenomenológica que floreció en la primera mitad del siglo XX se puso una atención especial a los trastornos del yo, particularmente la esquizofrenia. Varios autores de esta corriente denominaron a estas alteraciones Ich-Störungen (de Ich = yo, störungen = interferencia, perturbación). La noción señala una falla en el enlace coordinado de elementos que conforman el yo, es decir, una debilidad en la integración o una segregación funcional entre los aspectos cognitivos y afectivos de la mente. Esta divergencia ha prevalecido como el concepto clínico de “disociación ideo-afectiva” que el psiquiatra aplica cuando detecta una falta de correspondencia o coherencia entre lo que el sujeto piensa y siente. Los síntomas disociativos fueron la razón principal para que, en su trascendental libro La demencia precoz o el grupo de las esquizofrenias de 1911, el profesor suizo Eugen Bleuler, figura clave de la psiquiatría del siglo XX, propusiera sustituir el nombre de demenciaprecoz utilizado por Emil Kraepelin, por el de esquizofrenia que significa “mente dividida,” acuñado para enfatizar la escisión o disociación de la personalidad.

Kurt Schneider
Kurt Schneider hacia 1945 y la portada de su Psicopatología clínica traducido al español.
Psicopatología clínica

El concepto alemán Ich-Störungen corresponde a una fisura en la integración de funciones sensoriales, cognitivas, afectivas, volitivas y motrices que le dan a la persona la sensación de ser una unidad personal: un yo. Quizás el término más justo para designar a la capacidad alterada sea ipsiedad, el sentido temporal de ser uno mismo, definido, como hemos visto, por Paul Ricoeur y otros filósofos. A mediados del siglo pasado algunas manifestaciones de Ich-Störungen fueron analizadas y descritas por el psiquiatra alemán Kurt Schneider como síntomas de primer orden del padecimiento o síndrome esquizofrénico. Estos síntomas típicos incluyeron alucinaciones de varias voces conversando, discutiendo o comentando las acciones del sujeto, el experimentar que las ideas o acciones propias están ordenadas o robadas y que el pensamiento es difundido y escuchado. Schneider consideró que estos síntomas característicos revelan una alteración fundamental en la integración del yo:

“Ciertas alteraciones en la experiencia del self son altamente específicas de la esquizofrenia (…) son alteraciones en el sentido de “Yo”, “mí” y “mío” consisten en el sentir que aquello que uno es y hace está bajo la influencia directa de otros (…) en la sensación de robo del pensamiento, y de tener pensamientos, sentimientos, impulsos y voluntades influidos por otros”.

Schneider subrayó también que el paciente esquizofrénico escucha internamente voces que no atribuye a sí mismo y las siente implantadas en su mente. Este extrañamiento del pensamiento, junto con un sentido perturbado del propio cuerpo y de la agencia se han refrendado como indicativos de un trastorno fundamental de la autoconciencia en la esquizofrenia. En un meta-análisis realizado en Corea del Sur por un grupo de neurocientíficos cognitivos y de psiquiatras en 2014 se compararon 690 pacientes diagnosticados como esquizofrénicos con cerca de 1000 controles y en los enfermos se encontraron alteraciones en el sentido de posesión del propio cuerpo, en el esquema o la imagen corporal y una disminución en la autoestima o en el afecto hacia sí mismos.

self despersonalizacion
Portada de “El self en neurociencia y psiquiatría” editado por Tilo Kircher y Anthony David en 2002.

La partición del yo más profunda y categórica se manifiesta en la denominada personalidad múltiple, una patología mental infrecuente y poco comprendida que ha sido extensamente representada (¡y tantas veces deformada!) por la literatura y el cine, como veremos a continuación.


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De lo urgente a lo importante

Existen diversas causas a través de las cuales se puede iniciar una psicoterapia. En muchos casos la existencia de situaciones de crisis de diverso origen (de pareja, familiar, laboral, existencial); la aparición de síntomas psíquicos (ansiedad, angustia, irritabilidad, baja de deseo sexual); trastornos psicológicos o psiquiátricos (de personalidad, depresión, fobias, crisis de pánico) o la búsqueda de un espacio de reflexión, crecimiento y autoconocimiento son los motivos por los que se puede comenzar un proceso psicoterapéutico.

Ahora bien, al iniciar una psicoterapia se debe tener en cuenta que ésta es una disciplina, algunos lo consideramos un arte, que centra su labor en la psique o mente de un individuo, un lugar que no ocupa un espacio físico definido en nuestro cerebro, sino que, más bien, debe entenderse como el conjunto de funciones que dan origen a nuestra naturaleza racional, reflexiva, emotiva y creativa, tanto a nivel consciente como inconsciente. Es decir, se trabaja en un plano “intangible”, en un campo al que se accede por el lenguaje, se define por éste y, en buena medida, se trata o cura a través del mismo. Digámoslo de una vez: a nivel mental y, por ende, emocional y relacional, estamos hechos de palabras. El lenguaje nos constituye en lo que somos.

psicoterapia verbal
Imagen: Dan Bejar.

La psicoterapia accede a la mente a través del lenguaje verbal y no verbal. No trata a un cuerpo, ni a un órgano enfermo, no intenta descifrar a un número de documento de identidad, ni a un apellido; se trabaja con la historia y la memoria de un ser único e irrepetible. Esta unicidad implicará que el ejercicio terapéutico no será nunca igual.  Cada mujer, hombre, niño o niña, cada pareja, cada familia son universos distintos. Por lo tanto, sistematizar u homogeneizar los procesos por los que se transitará a lo largo de un tiempo psicoterapéutico puede llegar a ser absurdo.

Sin embargo, individual, social y económicamente se le exige a pacientes y psicoterapeutas resultados rápidos, eficaces, simples y baratos. Se pretende situar al trabajo analítico en una lógica que a todas luces resulta inadecuada pues, por ejemplo, no se puede tratar un cálculo renal en el mismo plano que a una depresión originada en la muerte de un ser querido. Siendo ambos experiencias muy dolorosas, el diagnóstico, tratamiento y eventuales consecuencias de estos comprenden planos absolutamente diferentes, imposibles de comparar o equiparar. No se trata aquí de establecer competencias entre la mirada médica y la aproximación psicoterapéutica; ambas por lo demás suelen complementarse y pueden trabajar juntas, pero situarlas en un quehacer similar suele producir una serie de dificultades totalmente evitables y previsibles.

psicoterapia
Imagen: Ilaria Urbinati.

Hoy por hoy, la medicina occidental centra su labor básicamente en el plano paliativo, realizando una labor muy significativa en el tratamiento y eventual cura de múltiples patologías. Es indudable que en el plano preventivo y educativo la medicina también ha venido experimentando cambios y avances importantes. Sin embargo, resulta innegable que su trabajo se centra en lo urgente, en lo inmediato, en la extinción de los síntomas y las causas asociadas a una enfermedad en particular e idealmente en la cura definitiva de ésta.

La psicoterapia por otra parte no posee ese espíritu cortafuego, muy por el contrario; sin dejar de lado la cura como meta, su labor se orienta en lo importante, en lo mediato, en la comprensión del origen del síntoma, del sufrimiento, del malestar. De lo urgente a lo importante; ésa es la invitación de la psicoterapia, focalizarse en lo profundo, atravesar el síntoma, verlo como lo que éste es: una señal. Las señales pequeñas o grandes son sólo reflejos de nudos más intrincados. Desatarlos es el desafío.  Desanudarlos con valentía, compasión, amor y paciencia es lo importante.

La praxis psíquica es ante todo una oportunidad de aprendizaje y comprensión. Hacer ese viaje, no siempre sencillo y rectilíneo, supone una aventura que bien vale la pena ser vivida. El premio no es poca cosa: la autonomía, la independencia emocional.


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