El factor de mayor peso en la identidad racial asumida y asignada es el color de la piel, un hecho biológico que repercute de múltiples maneras en la autoconciencia y las relaciones sociales. Es así que esa identidad con frecuencia se ve sometida a prejuicios racistas que suelen engendrar sufrimiento, discriminación, violencia o incluso genocidio. El tema es vasto y presenta múltiples aristas. En esta ocasión intentaré abordar algunas características de la identidad y la identificación racial como parte de la conciencia de uno mismo y de los demás.
Es conveniente revisar el libro “Unidad y variedad de la especie humana” de 1967, obra del maestro Juan Comas, antropólogo físico del exilio español ubicado por muchos años en la UNAM. En esta obra ya se demostraba que la humanidad pertenece a una sola especie y tiene un mismo origen: el tronco común proveniente de África. Citando múltiples evidencias biológicas, Comas rebatió allí mismo la tesis de que hay tres o cuatro razas humanas, en especial las llamadas en una época caucasoide, negroide o mongoloide, que fueron utilizadas para afirmar una supremacía blanca. En los seres humanos ciertamente existen variaciones poblacionales dentro de la especie Homo sapiens sapiens que por esta razón se califica de politípica (que presenta muchos tipos) y polimórfica (muchas formas corporales). Estas variaciones incluyen apariencias o fenotipos diversos a las que se aplica el término de raza, sustantivo utilizado para denominar a subpoblaciones humanas que se pueden distinguir con facilidad. De esta forma no sólo se identifican personas “blancas” o “negras”, sino se distinguen “orientales” de “árabes” o “escandinavos” de “mediterráneos”. A pesar de lo impreciso que puedan resultar estos y otros términos, el hecho es que se emplean para asignar o atribuir apariencias supuestamente comunes a grupos e individuos humanos.
La variación genética está estructurada geográficamente debido a las pautas de migración humana que establecen una ascendencia particular. Esta variación tiene cierta relación con la “raza” concebida en términos tradicionales, pero no separa grupos de individuos, sino detecta poblaciones que se distribuyen ampliamente y se sobrelapan de manera continua. Comas refiere, además, abundante evidencia en contra de que existan “razas superiores”, en términos de inteligencia, comportamiento o cerebro, creencia que, basada en los espurios conceptos de “raza aria” o “raza judía” durante el régimen nazi llegó al absurdo científico, al implacable antisemitismo y al holocausto de millones de seres humanos.
El amplio y preciso conocimiento derivado del Proyecto Genoma Humano ha confirmado desde 2003 una variación que no concuerda ni admite la clasificación en razas humanas, pues la diversidad genética de la especie es continua, compleja y cambiante. Esto quiere decir que, si bien la raza no es un factor biológico definible, la variación genética sí lo es y se usa para explicar hechos como una diferente susceptibilidad a las enfermedades. Se sigue aplicando el término raza no sólo en la población general, sino también para inferir el riesgo a diversas enfermedades entre grupos humanos clasificados de esta forma en publicaciones médicas. Ahora bien, aunque la categoría de raza aparece con alguna frecuencia, la manera de identificarla suele ser ambigua o vaga, lo cual es de esperarse porque no existe un indicador biológico o somático para clasificar razas humanas. En muchos artículos médicos no se especifica la manera en la que se determinó la raza y usualmente se basa en la atribución del entrevistador, o bien, en la autodefinición por parte del o la paciente en términos del color de su piel y su identidad racial asumida.
Como se puede colegir, la palabra “raza” aún es polémica pues, aunque ya no existe mucho debate en las ciencias biológicas sobre la inutilidad del concepto, es indudable que constituye un constructo social que influye de manera dramática en la vida diaria, en los procesos sociales y en la historia. En efecto: los significados del término “raza” son de gran relevancia cultural y socioeconómica porque moldean o intervienen en casi todos los niveles y aspectos de la vida social, desde las interacciones cara a cara, hasta los movimientos políticos. La discriminación histórica y geográfica hace muy patente el color de la piel en los individuos y éste juega un papel determinante en las relaciones sociales, sobre todo en países donde conviven personas de diferentes ascendencias y tonalidades de piel, como sucede en Estados Unidos o Brasil. Un racismo soslayado reptante contra los indígenas sigue operando en los países hispanoamericanos a pesar de su proclamado mestizaje.
Muchas personas se identifican a sí mismas e identifican a los otros en términos de colores, usualmente cuatro: negro, blanco, amarillo y rojo que son inadecuados para nombrar los tintes de la piel pero que clasifican a la gente no sólo por un tono sino también por su supuesto origen continental: África, Europa, Asia y América precolombina, respectivamente. Esta diferenciación, que podría ser simplemente indicativa y aún enriquecedora por la variedad humana que implica, conlleva un siniestro bagaje de discriminación basado en la creencia injustificada de una superioridad o inferioridad inherentes a la etiqueta cromática, cuya base corporal es una simple variable bioquímica: la cantidad de melanina en la piel.
En este sentido, es muy relevante citar el proyecto Humanae de Angélica Dass, fotógrafa brasileña nacida en 1979 en el seno de una familia con orígenes geográficos diversos y actualmente residente en Madrid. Humanae pone de manifiesto el rango cromático de la piel humana en un mosaico de retratos fotográficos del rostro y parte superior del pecho, y los hombros de miles de seres humanos voluntarios mirando de frente y sin expresión emocional. El acervo incluye hasta el momento a más de 4 mil voluntarios de 17 países. La taxonomía del color de la piel se basó en clasificar una zona de 11 por 11 pixeles de la nariz en el formato del sistema PANTONE® Guide usado a nivel industrial, el cual emplea un algoritmo matemático para clasificar todos los colores.
Las fotografías se presentan de modo que el fondo corresponda con el color de la piel y debajo de cada imagen se imprime el número oficial de Pantone. El proyecto muestra de manera espléndida y contundente el amplio rango de coloración de los seres humanos y verifica que no hay razas en el sentido de encontrar subgrupos homogéneos y de coloraciones clasificables en conjuntos delimitados, sino un amplio inventario cromático. El catálogo visual presentado ya despliega un continuo de tintes que se antoja calificar con una rica paleta de sabores terrenales: castaños, cremas, caramelos, vainillas, cafés, mieles, mostazas, duraznos, avellanas, chocolates, naranjas, canelas, aceitunas… No es necesario mencionar que ninguna de las 4,000 personas retratadas es realmente roja, amarilla, negra o blanca.
Por todo lo mencionado, conviene cuestionar códigos y casillas raciales, preguntarse cómo nos vemos a nosotros mismos o a otros en esa diversidad cromática y qué nos significa tener determinado color de piel. La tarea es grave porque, a pesar de que han pasado ya casi 60 años de proclamado el sueño de Martin Luther King, no se vislumbra la hora de “elevarnos del oscuro y desolado valle de la segregación hacia el luminoso camino de la justicia racial”.
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