Es un lugar común acudir a diferentes artistas que de variadas maneras han plasmado lo que les significa el toreo, y honestamente hablando y por rotundo que parezca, son argumentos que siendo útiles pudieran provocar el que le contesten como lo hacen algunos: “¡A mí que me importa que a fulano o a mengano hayan sido o sea, taurinos!”. Así se trate de García Lorca o de quienes ustedes gusten y manden.
En mi opinión, el argumento más claro es que el toreo es parte intrínseca de nuestra cultura; en el caso mexicano a punto de cumplir 500 años, en 2026, con o sin sana distancia de que se celebró un festejo taurino en la antigua Tenochtitlán, hoy en día Ciudad de México. Seguramente Cuba ya los habría cumplido, de no haberse suspendido desde hace muchos años los festejos al ayudar Estados Unidos al país antillano a independizarse de España, hacia finales del siglo diecinueve. Lo arrancó de su cultura y quedan ya, desafortunadamente, pocos resabios.
Los antropólogos, la gente que estudia la cultura, las distintas formas de ser, de sentir y de pensar, llevan más de un siglo en este debate sobre qué es; y siguen en ello. Si bien no hay claridad de que se resuelva pronto, hay algo en lo que están de acuerdo: no hay una cultura, sino que hay varias culturas. De hecho, hay muchas… ¡muchísimas!, pues si hay algo que caracteriza a la cultura es precisamente su diversidad. Constitutivamente la cultura es diversa. Cada uno de nosotros la utiliza para vivir de forma original y genuina.
Alguna vez leí que la cultura es la manifestación de los pueblos frente a su existencia y por ello afirmo con el derecho que me asiste de hacerlo: ¡El toreo es cultura! Porque quienes lo practican y quienes lo disfrutamos, lo tenemos arraigado en nuestra forma de ser y es un valor de muchos que lo tenemos tatuado.
En ocasiones hablamos de cultura nombrando a la dimensión artística de algo –el mundo de la cultura, por ejemplo–, y así solemos referirnos a ella en términos de sustancia, diciendo que alguien es muy culto, o que tiene mucha cultura.
En otro sentido, la palabra cultura se utiliza, sin embargo, para describir un todo que parece determinar el comportamiento de la persona, utilizándose para aclararnos que eso que no comprendemos es normal en “su cultura”. Tal fue el caso de Renato Leduc, el gran escritor mexicano cuando afirmó hace años: “No me explico qué hacen los domingos por la tarde las personas en los países en los que no tienen toros, deben de aburrirse como ostras”. Desdeñando por ejemplo a los deportes, al teatro o al cine, por poner ejemplos. Para él nada como un domingo de toros que para muchos, sin ellos, no es domingo.
Cantando, pensando, jugando, rezando, comiendo o toreando o haciendo cualquier cosa, estamos expresando nuestras formas de ser, de sentir y de pensar: estamos expresando nuestra cultura. ¿Cómo la expresamos? Poniendo en juego una serie de formas culturales escogidas a las que les damos uso y con las que nos identificamos: nos vamos haciendo a nosotros mismos en la práctica de las acciones del día a día.
Por eso afirmo que acudir a tantos personajes que han amado y hemos amado el toreo –por más prestigiosos que sean– no me parece el argumento principal de su existencia. En mi entender, el que sea parte de la cultura de varios países es un hecho rotundo, por más que algunos pretendan borrarlo de un solo golpe.
Cuando las ponemos en práctica nos identificamos no sólo con nosotros mismos -para reconocernos–, sino con los otros. Este acto de identificación y de construcción de uno mismo no es un camino que se recorra sólo en un sentido, pues nos hacemos a nosotros relacionándonos con los demás, pero los demás también se hacen relacionándose con nosotros, y eso es los que hacemos los taurinos en el mundo. Hoy que está en receso la tauromaquia, me pareció muy importante, recordarlo.
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