Se le conoce como el mayor de los males para la humanidad y al parecer también para el organismo ¿de qué va toda esa indiferencia?
Nadie sabe cuándo o cómo comenzó. La indiferencia probablemente es la historia de aquel que tiro la primera piedra, golpeó a uno de sus compatriotas homínidos y se fue sin exaltarse en lo más mínimo por el tremendo moretón y las lágrimas que dejó a su paso.
Ya lo decía el máximo poeta y dramaturgo ingles “la esencia de la humanidad recae en la indiferencia” y no sólo eso, Shakespeare además afirmaba que el peor pecado hacia nuestros semejantes no era odiarlos, sino tratarlos con indiferencia.
¿Es cierto que estamos todos dotados con una carga considerable de indiferencia? Si, es así… ¿resulta selectiva? ¿de verdad se usa como un mecanismo de defensa? y ¿podemos luchar para disiparla?
Viene del latín indifferentĭa y es el estado de ánimo en el que una persona no siente inclinación ni rechazo hacia otro sujeto, objeto o asunto determinado. Es decir, el total aplanamiento. No existe aquí un punto donde positivo o negativo converjan por lo que la indiferencia termina posicionándose como una habitación oscura en la que todo podría pasar… pero nada sucede.
Insensibles, fríos, poco cordiales… los indiferentes adquieren muchos títulos y, usualmente, son concebidos como personas con problemas sociales. Hay quienes dicen que la indiferencia no es la falta de sensibilidad sino la adquisición de un tipo especial de ella. Bajo esta premisa, el indiferente es aquel ser hipersensible y frágil que opta por hacer uso de esta arma letal para protegerse y evitar las posibles heridas (o dolores) que conlleva el contacto con el mundo y las personas… ¿será?

Existen otros que afirman que la indiferencia es más bien contagiosa. Un estudio publicado en el Journal of Personality and Social Psychology sugiere que la indiferencia se presenta en personas poco comprometidas con la meta final y en aquellas que son expuestas a la apatía.
Con el fin de obtener los datos, se les pidió a los participantes realizar una prueba aritmética complicada. Antes de dejar que comenzaran sus cálculos tuvieron una breve ‘introducción’ en forma de vídeo. Los participantes desconocían las imágenes subliminales que se encontraban en el vídeo y que fundamentarían la premisa básica de la prueba ¿es posible contagiarnos de indiferencia?
El resultado demostró que aquellos a los que se les mostraron imágenes de personas apáticas concluían que la prueba resultaba en extremo difícil y la abandonaban. En cambio, a aquellos a quienes las imágenes les mostraban sujetos comprometidos con su labor lograron terminar la tarea en tiempo récord. Demostrando así que un indiferente crea a otro -siempre y cuando, ese otro no encuentre convicción en sus actos-.
La indiferencia no sólo actúa en forma de plaga sino que también puede llegar a enfermar a la gente. Según la Universidad de California la indiferencia puede ser la causante de enfermedades cardiovasculares, artritis y asma. Tras solicitar a 124 voluntarios que pronunciaran discursos frente a un auditorio indiferente y hostil (que recibieron la orden explicita de excluir al orador), los análisis mostraron que la situación de rechazo social aumentaba la actividad inflamatoria de sus organismos. Si esta inflamación se vuelve crónica, concluyen los expertos, puede desencadenar artritis reumatoide, cáncer, enfermedades cardiovasculares y depresión, entre otros problemas de salud.
Después de todo “no es el mal lo que terminará por destruir el mundo, sino las personas que le miran directamente a la cara y deciden no hacer nada”, o al menos eso augura Einstein.
Por Diana Caballero