La Organización de las Naciones Unidas declaró el 2012 como el Año Internacional de las Cooperativas, afirmando así la importantísima contribución que tienen estas empresas sociales en el fortalecimiento de un desarrollo económico integral, la equitativa distribución de la riqueza, la multiplicación de empleos y la generación de ahorro para la economía de las familias. Se trata pues de un merecido reconocimiento a este modelo de desarrollo económico y social justo, donde se privilegia el reparto democrático de las responsabilidades y los beneficios bajo criterios de solidaridad y generosidad humanas.
Esta decisión de la ONU no es fortuita, responde al incesante e intenso desarrollo del cooperativismo a nivel mundial en las últimas tres décadas, con alcances visiblemente positivos en inversión, empleos e ingresos en más de 100 países. Las cifras son contundentes: actualmente 14% de la población mundial trabaja en una organización cooperativa y mutualista que atiende diversas necesidades económicas, sociales y culturales. Tan sólo en la India existe un océano de cooperativas con más de medio millón de sociedades y una membresía que asciende a 210 millones de asociados, casi dos veces la población total de México; en Italia existen 11,000 asociaciones que generan el 6% del producto interno bruto; Argentina posee alrededor de 20,000 cooperativas integradas por más de nueve millones de socios y que generan casi 10% de su producto interno. En Noruega, Nueva Zelanda y los Estados Unidos de América las cooperativas agrícolas representan entre 80% y 99% de la producción láctea; 71% de la producción pesquera en la República de Corea, y 40% de la agricultura en Brasil. Las cooperativas eléctricas prestan importantes servicios en las zonas rurales: en Bangladesh atienden a 28 millones de personas y, en Estados Unidos, 900 cooperativas eléctricas rurales dan servicio a 37 millones de personas, siendo propietarias de casi la mitad de las líneas de distribución eléctrica del país; 49,000 cooperativas de ahorros y préstamos ofrecen servicios a 177 millones de miembros en 96 países; 4,200 bancos cooperativos europeos prestan servicios a 149 millones de clientes, incluidas pequeñas y medianas empresas.
Los números anteriores sirven para constatar que si bien en nuestro país no hemos apostado por el cooperativismo, incentivando a la población socialmente organizada para que se constituya en agente transformador de cambios, en funciones como la producción y el consumo, la promoción del ahorro y el crédito cooperativo nacional,
el resto del mundo si lo ha sabido hacer, y con muy buenos resultados de por medio.
Resulta inconcebible que en México, a pesar de contar con ejemplos de éxito, tales como Sociedad Cooperativa de Trabajadores de Pascual, la Cementera Cruz Azul, la Sociedad Cooperativa de Trabajadores Democráticos de Occidente, el Grupo de Alijadores de Tampico, por nombrar algunos, no nos aboquemos a la implementación de una estrategia social que no solamente protege las fuentes de empleo existentes y facilita la creación de nuevas, incrementando la demanda de bienes y servicios, así como fortaleciendo el mercado interno, sino que además, y muy especialmente, genera formas autogestivas de producción, consumo y financiamiento. Factores tan esenciales en una época en que los recursos son limitados y deben usarse con inteligencia y mesura.
Para quienes creemos fervientemente en el fomento a la libre asociación de los seres humanos, con fines económicos y sociales, apoyados en los valores de solidaridad, iniciativa y responsabilidad, es apremiante encomiar la franca y resuelta postura de la ONU, alertando además sobre la importancia que esta oportunidad representa para nuestro país. Consentir que México se mantenga al margen de esta celebración mundial no sólo significaría resignarnos a la pauta del bajo crecimiento económico y la profundización de la desigualdad, sino que además entrañaría una afrenta para las 15 mil cooperativas que operan en el país, conformadas por más de 5 millones de mexicanos.