Que AMLO se haya erigido como el candidato de la izquierda para las elecciones presidenciales de 2012 es algo que la democracia mexicana debe celebrar. Y lo es porque AMLO, le pese a quien le pese y cinco años después de que el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación (TEPJF) declarara vencedor a Felipe Calderón, sigue siendo el principal referente de la política mexicana, sin distinción de bandos.
Lo es así porque a él se remite la ciudadanía a la hora de buscar un referente moral, de honestidad, en el sentido de decir y hacer las cosas de buena voluntad y de dirigirse a la ciudadanía buscando y hablando con la verdad. Bajo ese concepto se ha de entender la “honestidad valiente” que tanto se autoproclama, y que tan necearia es en estos días en los que escasea la honradez en la vida pública.
Lo es también como referente de coherencia, con un discurso social y económico que en esencia ha permanecido invariable, de fuerte oposición a las políticas “neoliberales” impulsadas por el PRI y el PAN, y con una exigencia sin concesiones de acabar con los privilegios de una clase oligárquica para promover una mejor distribución de la riqueza y una mayor equidad social. Ahí está el lema de su anterior campaña, tan rawlsiano, de “por el bien de todos, primero los pobres”. Y sí, es la rampante pobreza el mayor mal que asola a este México.
Es referente de lucha, que tuvo que enfrentar, cuando todo pintaba a su favor rumbo a las elecciones de 2006, un injusto proceso de desafuero, sostenido en una acusación muy endeble, para sacarlo de la carrera presidencial; que tuvo que soportar una total opacidad y un macabro juego político en el “voto por voto, casilla por casilla”; y que, finalmente, pese a los hechos de 2006, rehusó a postrarse, y que en un sistema diseñado para que el perdedor de una elección presidencial desaparezca del mapa político (donde quedó Labastida o Roberto Madrazo), haya seguido combatiendo, organizando a la ciudadanía y movilizando a la izquierda hasta lograr volver a contender por la presidencia.
Es un referente de esperanza, y sólo basta con repasar en la memoria el fervor de sus mítines, el entusiasmo que emanaba su proyecto entre la ciudadanía, desde los más desfavorecidos hasta la más selecta intelectualidad, las plazas llenas, y el apoyo, abrumador, que la ciudadanía de México DF, la más cercana a Obrador, dio a su proyecto político de nación en las elecciones de 2006. Finalmente, es el mejor referente de la izquierda, su mejor activo, el que tiene el mejor diagnóstico de los problemas de México y el modelo económico más definido, claro y alternativo al neoliberalismo, el que de verdad puede representar un cambio profundo para México.
Y por lo mismo, le temen sus potenciales contrincantes para el 2012. Saben que tiene carisma, que fue capaz de amasar un gran apoyo en el 2006, y que tiene tirón electoral. Viene mejor preparado, mejor organizado, con un discurso muy claro y menos crispado, pero sin perder su esencia. Además, y quizás sea una ventaja, parte abajo en las encuestas, lo que le permitirá explicar su proyecto sin que sea zancadilleado antes siquiera de empezar.
AMLO, por tanto, como gran referente, tenía que estar en las boletas presidenciales para el año que viene. Su sola presencia da calidad a la elección. Ahí está, para votarlo o hasta para no, pero ahí está. Justo y necesario era que así fuera.
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