“A las arañas les gustan las esquinas porque dan seguridad”.
Máxima anónima y cuestionable
El Ulises de las Tabernas, ese oscuro personaje de Huysmans, oía las conversaciones ajenas sentado en una silla incómoda y apoyando un vaso de un líquido turbio en una mesa descuidada de un cubil digno de olvido.
– ¿Es guapa? – oyó que un estudiante le preguntaba al compañero.
– ¡Qué va! – había contestado el otro. – ¡Si es una araña!
Una araña. Ahí tenemos un paradigma de fealdad despreciable (para el caso de que haya fealdades que no sean despreciables) en el caló urbano de ciertas ciudades. En lo concreto, pongamos por caso, en el argot de la Ciudad de México.
Frente a un palacio de mármol y acero, en una explanada que brilla de más con el sol de mediodía, se yergue magnífica una araña gigantesca. Una araña que no representa necesariamente a la fealdad: una araña que representa, sí, a la madre.
Y aquí entramos entonces en una posible – al menos para muchos – contradicción de conceptos: ¿puede la madre ser un horror despreciable? Para Louise Bourgeois (París 1911 – Nueva York 2010), la respuesta tiende a ser mucho más compleja que sólo un sí o un no escuetos y parcos.

Aracnofilia. Un neologismo. Oímos hablar de aracnofobia y de aracnofóbicos todo el tiempo. Nunca de aracnófilos. Como si no los hubiera. O como si simplemente los seres humanos hubiéramos querido negar una vocación irremediable o un origen ineluctable. Un aracnófilo podría ser alguien que siente pasión por las arañas. Alguien que siente amor o algún tipo de vínculo para con este tipo de bichos. “Filia” es una palabra griega que significa amor o afición. Pero, ¿sería avezado buscarle al sufijo una acepción latina? Podríamos intentarlo con “filius”, que estrictamente se traduciría al castellano como “hijo”. ¿Es forzado? Que lo sea. Tiene que serlo. Con este ejercicio etimológico que se impone podemos alcanzar el punto en que todo cobra sentido. Louise Bourgeois, que es madre e hija, que es fuerte y débil, valiente y temerosa, independiente y no tan eso, es una autoconfesada (otro neologismo) hija de una araña. Como todos nosotros, al final. Los aracnófilos de todos nosotros, seres vulnerables que nos escondemos entre las múltiples patas de un ser inmenso que nos permite guarecernos en una zona de confort.
Louise Bourgeois tiene un historial complejo con la maternidad. Como hija y como madre. Su percepción de la madre como un inmenso arácnido es interesante. La araña no sólo tiene demasiadas patas. La araña de Bourgeois está plagada de significados, a veces contrapuestos: amor, protección, fortaleza, fragilidad, inmensidad, sigilo, odio… Una araña busca cobijo en una esquina. La araña de Bourgeois tiende redes que protegen a los suyos. Unas redes que, al ser tejidas con disciplina, a veces terminan asfixiando e inhabilitando para funcionar en el mundo a quienes pretenden facilitar la existencia.

El desmembramiento y el conflicto paterno-filial son constantes en el trabajo de la artista. La obra de Bourgeois es fuertemente autobiográfica. Marcada en su infancia por las infidelidades del padre, por la muerte de los progenitores y el derrumbamiento paulatino de las columnas familiares, la artista plasma en su obra su experiencia dolorosa en el mundo. El arte de Bourgeois no puede ser más que un relato vivencial.

Louise Bourgeois esculpe en madera, piedra, bronce; genera muñecos incompletos (¿puede estar uno completo estando escindido de la madre?) con plásticos y gomas y telas. Llena con borra muñecos desmembrados. Cuelga autorretratos cercenados de alambres que suspenden al ser en la soledad de un cuarto oscuro.
La dualidad de la protección materna. La dicotomía del rol de la madre. El ser que obsesivamente abraza lo suyo hasta en ocasiones ahogarlo. El complejo del padre en Kafka y en Auster, por hablar tan sólo de un par del almas sensibles que decidieron externar sus complejos familiares, que tuvieron el valor de remangarse para enseñar a los demás las cicatrices de las relaciones paterno-filiales, en Bourgeois viene a ser sustituido por el complejo abrumador respecto de un personaje que hace mucha más sombra, que protege incapacitando, que completa mutilando y que impulsa congelando.

El Ulises de las tabernas reflexionó un momento sobre la nimiedad inconsciente de la aseveración del estudiante que era investigado sin saberlo por un sociólogo cantinero. Pensó en la influencia de la madre en él, en la huella de su padre en su persona, y luego se miró las extremidades a ver si, escindido del hogar, no habría quedado él también, de alguna forma, severamente mutilado.