Amigos queridos:
Las últimas cuatro semanas he recibido varios currícula vitarum de personas que se han quedado sin empleo, con pena veo que las grandes corporaciones están realizando recortes de personal.
No me considero una experta en la materia, pero los datos macroeconómicos del país pintan bien, de hecho pintan excelente. En promedio se espera un crecimiento del 3.5% en el Producto Interno Bruto, que es muy superior al de las grandes economías; se inicia un nuevo gobierno del que se esperan reformas estructurales y por primera vez volvemos a ser competitivos frente a los asiáticos en costos de producción, no por nada están llegando plantas internacionales que buscan exportar a Estados Unidos.
La crisis que se originó en el 2008 aún deja secuelas en las grandes potencias, pero hemos aprendido a vivir con ellas, la volatilidad ha disminuido y ya nadie cree que se va a acabar el mundo (me refiero al financiero). Las bolsas han dado magníficos resultados alcanzando máximos históricos.
Entonces me pregunto ¿Qué pasa? La respuesta es simple: los accionistas quieren aumentar sus utilidades. Para ello las empresas tienen dos vías: incrementar ventas y/o disminuir costos. Uno de los más rápidos de bajar, es el de la nómina. Ciertamente en muchos casos se mejoran los procesos, se implementa nueva tecnología o lo que hacían dos ahora lo hace uno. Cuando el incremento en la demanda realmente les requiere recontratan, usualmente con sueldos más bajos. Hemos visto este ciclo repetirse una y otra vez. Financieramente suena bien, pero nos hemos preguntado ¿Cuáles son los costos verdaderos?
Por el lado práctico, contratar, capacitar y tolerar la curva de aprendizaje de un nuevo empleado es elevado, por el otro, tenemos el costo social (a mi parecer el más grave y quizás el más difícil de cuantificar). Si el desempleado no encuentra un empleo formal rápido, en el mejor de los casos entra a la economía informal, por lo tanto deja de pagar impuestos (al menos los directos, porque de los del consumo, IVA, nadie nos salvamos) o empieza a delinquir, al final del día tiene que comer. En ambos casos hay un costo social elevado, que tarde o temprano vuelve a repercutir en lo económico, convirtiéndose en un alud difícil de contener.
Entiendo que todos buscamos el mejor rendimiento bajo el menor riesgo posible al realizar cualquier inversión, pero ¿cuál es la frontera entre un porcentaje justo de utilidad y la codicia? ¿Hasta qué punto somos cómplices en este sistema capitalista o meros testigos sin poder de decisión? No lo sé, pero las preguntas rondan en mi cabeza y la falta de respuesta despierta frustración e impotencia.
Hace unos años me impresionó mucho la historia que contó un querido maestro. Decía que los tarahumaras, pese a su pobreza aparente, eran abundantes pues, al dividir un pan, en vez de ser un hombre con un pan, se convertían en un hombre al que le sobraba medio pan. Creo que es cierto, la verdadera abundancia no radica en lo que tienes, sino en lo que puedes dar. Ojalá algún día emulemos a esta sabia tribu y comprendamos que el bien del otro es el mío propio, llegar a esta convicción ya no por humanitarismo, ni por bondad, simplemente por pragmatismo.
Les mando un fuerte y apretado abrazo,
Claudia