Existe en Tijuana una zona de cruce fronterizo en la que cada día cientos de miles de autos y peatones transitan de un país al otro. El lenguaje de la frontera es muy geoespacial: está lleno de referencias como “cruzar”, “del otro lado”, “el norte”, y por supuesto “la línea”, esa marcación, a veces física, otras más imaginaria, que separa dos realidades en las que cohabitan seres humanos con una habilidad sorprendente para cambiar su estado mental dependiendo si están “de este lado” o “de aquél lado”.
El uso del espacio es otra característica que nos hace muy diferentes con los vecinos del norte. Basta con abandonar territorio mexicano para que el estrecho camino se transforme en un amplio Freeway 5. De lo apretado pasamos a lo holgado. Esta estructura se repite constantemente en muchos aspectos de la vida norteamericana y es uno de los aspectos que más resaltan al mexicano observador.
De alguna manera, los mexicanos nos sentimos bien teniendo cerca, muy cerca, a otros compatriotas. Nuestros mercados sobre ruedas, por ejemplo, son un ejercicio de tolerancia donde el espacio personal es en ocasiones mínimo, pero no nos ahoga. Muchos norteamericanos se sienten acosados en un tianguis, su distancia personal es distinta. Por cierto, entre las especies animales también hay distancias mínimas de tolerancia.
Me jacto de ser una persona que nunca se metería en una fila. Mucho menos lo haría en otro país. Hago lo que hacen las personas educadas, voy al final de la fila y espero pacientemente mi turno. Pero algunas veces mi código cultural mexicano me jugó una trampa. Como la mayoría de los gringos al hacer fila dejan un espacio bastante amplio para nosotros los mexicanos, asumí que la fila terminaba donde no terminaba y, literalmente, me metí en la fila para sentir el bochorno cuando el tipo de atrás te avisa que la fila está metros atrás. No fue una sino varias veces que esto me sucedió. ¿Cómo explicarle a los gringos que en México la persona que está formada detrás de ti prácticamente está respirándote en la nuca? ¿Cómo decirles que has sido programado con un código cultural donde el roce no es sexual harassment?
El uso del espacio en México tiene una regla fundamental: entren tantos como puedan. Con nuestro vecino del norte alguien ha tenido la ociosidad de establecer el cupo máximo, señales tan extrañas que provocan nuestra incredulidad y nuestra burla, especialmente las expuestas en las albercas. ¿En serio 56 personas es la ocupación máxima? Cualquier mexicano que haya ido a un balneario o haya visto fotos de un balneario en Semana Santa sabe que la ocupación en una alberca es exponencial, el número tiende a infinito y nadie esperaría un pitido preventivo para solicitar que se abandone el área por motivos de sobrecupo.
Algo similar sucede con los avisos gringos que delimitan el cupo máximo en una sala de juntas o, peor aún, en un restaurante. Aquí, las mesas han sido dispuestas meticulosamente y de por medio está una aprobación de protección civil. Para los norteamericanos el restaurante es un espacio fijo, para los mexicanos es flexible. Juntar las mesas, jalar la silla de la mesa contigua, pedirle al que acaba de llegar que se siente en el pasillo, son circunstancias tan mexicanas como un buen guacamole. No para el gringo. Para empezar, si cuando pides una mesa el número es mayo a diez comensales, te miran con cara de que necesitas un servicio de banquetes. No habrá forma de que te junten unas mesas o dispongan una silla extra si estorban aunque sea un poco en el pasillo. Detrás de tanta rigidez está la amenaza de una demanda en caso de algún percance en el lugar.
Tardas en darte cuenta que en la calle, ese espacio que en México “es de todos”, hay reglas no escritas, concernientes al uso del espacio, que más te vale saber. Por ejemplo, si estacionas tu automóvil frente a casa del vecino (sin bloquearle una entrada al garaje), éste lo considerará una invasión a “su espacio”. Si bien todas las culturas humanas son territoriales, hay unas más que otras. Los norteamericanos son más sensibles al territorio que los mexicanos. De ahí que exista tanta intención de construir un muro y evitar los cruces ilegales. Traspasar límites de propiedad entre los gringos es un tema mucho más severo que lo que significa para nosotros los mexicanos.
Acaso la máxima expresión del espacio compartido sea el abrazo. Los mexicanos lo practicamos mucho y con bastante sincronía. Previa orientación lateral del cuerpo anteponiendo el pie izquierdo, el brazo del mismo lado pasa por debajo del brazo de la otra persona, el brazo derecho por arriba del brazo izquierdo del abrazado. Tres palmadas en la espalda y un nuevo apretón de manos. Los gringos, tan afectos al fútbol americano, practican una especie de abrazo que es como captura de mariscal de campo. En encontronazo es frontal, eso sí, con la debida distancia de por medio, mientras los dos brazos, como tenazas, rodean los hombros del otro, una especie de estrangulamiento corporal que a ellos les resulta afectiva.
Nuestros códigos culturales en materia de usos del espacio están contrapunteados con los gringos. No quiere decir que ellos están bien y nosotros mal, o viceversa. Simplemente que hay usos y costumbres no necesariamente escritos que nos hacen ser quienes somos. Del Freeway 5 al Viaducto hay una dimensión desconocida que es fascinante entender. También hay una paradoja visual. El Freeway 5 tiene cinco carriles, el Viaducto capitalino nada más tres. Pero ustedes ya saben donde caben más autos ¿no es cierto?