El Buen Fin

El viernes de la semana pasada, mi mamá (porque aunque muchos no lo crean, tengo) me invitó a comer y decidimos ir a un restaurante en la zona de Polanco, en donde hay muchos y muy buenos lugares, en los que además de ofrecer buena comida, tienen el encanto del Parque Lincoln.

Lo que en un principio pintaba ser un día apacible, estuvo a punto de convertirse en una revuelta popular dirigida por mí, que si no hubiera sido porque mi cabecita de algodón me jaló la oreja, no sé en qué habría terminado el zafarrancho que por poquito organicé.

El tráfico en la ciudad de México en viernes a la hora de la comida, es algo a lo que los capitalinos nos hemos acostumbrado y quizás fue por esa razón que no me di cuenta que los semáforos estaban mucho más lentos de lo normal, creando un tráfico mayor de lo acostumbrado. Después caí en cuenta, que era el preludio de un plan para desquiciar el tráfico de la zona, para justificar así las acciones de los aguerridos guardianes del orden que más adelante relataré.

En las estrechas calles de Polanco, varias patrullas de la policía capitalina estaban estratégicamente estacionadas en doble fila, creando mayor malestar entre las desesperadas personas que por placer, o negocios, habíamos decidido ir ahí.

A lo largo de cuadras enteras, en las que en teoría, previo pago del parquímetro, se pueden estacionar y dejar los autos, se habían colocado conos de plástico que obligaban a dejar el auto con los choferes de los servicios de valet parking que todos los restaurantes de la zona están obligados a tener.

Resulta que cuando finalmente pudimos llegar al restaurante, mal nos estábamos bajando del coche para dejárselo al valet parking, cuando el muchacho que nos lo estaba recibiendo, me dijo: “-espéreme tantito patrón, porque los policías están deteniendo a mis compañeros-”.

En ese momento, el espíritu del defensor de las causas nobles que llevo dentro, se apoderó de mí y no pude resistir acercarme al comandante de la escuadra de policías, quienes efectivamente ya tenían a dos o tres choferes guardados, para preguntarle qué es lo que estaba pasando y la razón de la arbitraria detención de los jóvenes pilotos de prueba de autos de carreras que se encontraban confinados en las patrullas.

Con un alto grado de prepotencia, contestó: “-los estamos deteniendo para llevarlos ante un Juez Cívico, por hacer mal uso de la vía pública-”

La combinación de hambre y agravio de los oprimidos despertó al Espartaco que todos los abogados tenemos en alguna parte de nuestro ser, por lo que no pude evitar increparle en voz alta, que el mal uso de la vía pública no lo estaban haciendo los choferes del valet parking, quienes estaban trabajando honradamente en beneficio de la ciudadanía, sino los propios policías, quienes con sus patrullas y grúas estacionadas en doble fila, estaban estorbando el tránsito.

En un tono más airado, le cuestioné que porqué no mejor levantaban con ese mismo lujo de fuerza a todos los zánganos acarreados que desde hace ya varias semanas se encuentran acantonados en la Plaza de la República, frente al monumento a la Revolución y que estaban acabando con todos los negocios de la zona.

Como ya se lo imaginarán mis queridos lectores, para ese momento, entre los comensales que empezaban a salir de los restaurantes, a quienes no les entregaban sus autos y los que estábamos llegando, a quienes no nos lo recibían, comenzó a formarse un embotellamiento de tránsito que después supe, duró varias horas.

Viendo la bronca que se avecinaba, decidí hacerle caso a los sabios consejos de mi cabecita de algodón y mejor nos fuimos a otro lado.

En otro restaurante (que sí tiene estacionamiento propio) y ya con los ánimos apaciguados por un par de tequilas, el maquiavélico cerebrito que Dios me dio, comenzó a pensar, que efectivamente, en la mayoría de los casos, las empresas que prestan el servicio de recepción y acomodo de autos, no cuentan con los permisos correspondientes y los choferes no siempre tienen licencia de manejo vigente, lo que los hace presa de las mordidas de la autoridad.

También pensé que al no tener estacionamiento, ni servicio de valet parking, los empresarios restauranteros tampoco se escapan del flagelo de la corrupción.

Le dije a mi Jechu, que así las cosas, la mordida es doble.

Por supuesto, mi cabecita de algodón me dijo que era yo un mal pensado y que la proximidad del Buen Fin, nada tenía que ver con el operativo y que las autoridades estaban cumpliendo estrictamente con su deber y que de ninguna manera pretendían morder a nadie para hacerse de un ahorrito para las ofertas. “-Eso solo sucede en otros países mijito…-”

Como diría Don Agustín Barrios Gómez, ¿Usted, qué opina?

0 0 voto
Calificación del artículo
Subscribir
Notificar a
guest
0 Comentarios
Comentarios en línea
Ver todos los comentarios
0
Danos tu opinión.x
()
x