Enero de 2011… Egipto… Primeras semanas de lo que muy pronto sería llamado la Primavera árabe… Un joven detiene su paso en una céntrica calle de El Cairo y, ante el aparente desdén de la multitud que avanza rumbo a la Plaza Tahrir, en ese convulso invierno egipcio, pintarrajea algo sobre un muro y sale corriendo. La cámara fotográfica se apropia del momento y nos revela su intimidad: junto a la desdibujada imagen de su autor en fuga –aún con el bote de aerosol en mano– aparece la palabra Twitter.
Con su estética tan llena de urgencias, este solitario grafitti parece al mismo tiempo epitafio de un tiempo en que las ideologías, la arenga enardecida y los liderazgos carismáticos marcaban en buena medida el ritmo de las movilizaciones sociales y también nos anunciaba el inicio de una etapa en que la agenda pública y sus muchos avatares comenzarían a tener un nuevo eje, y así como en Egipto, o dos años antes en Irán, las redes sociales y los microblogs fueron el eje de revoluciones populares, en nuestro país no es algo nuevo que aquello que se dice o se deja de decir en Twitter –ya sea por una celebridad de la farándula, algún astro deportivo o un político– es, por excelencia, la nota. En la actualidad, reviste en ocasiones mucha mayor importancia un escueto mensaje del Presidente de la República, circunscrito a los 140 caracteres de un tweet, que algunas de sus apariciones públicas.
De igual manera, el número de seguidores que la cuenta de un político sobre todo –en estos tiempos de nada encubiertas precampañas– de aquellos que anhelan hospedarse en Los Pinos a finales de 2012, es sinónimo de popularidad y da lugar a sesudos análisis de prospectiva en los think tanks y war rooms de más de un precandidato presidencial.
Baste mencionar, por ejemplo, que la semana apenas concluida tuvo entre las noticias que más expectación generó en medios nacionales, el hecho de que Enrique Peña Nieto abriera su cuenta de Twitter. De inmediato, aún sin haber redactado su primer mensaje, el ex gobernador ya tenía poco más de 20,000 seguidores. Por su parte, algunos medios nacionales se referían a la exitosa estrategia que Marcelo Ebrard ha venido desarrollando en el universo de los trinos informáticos –que, al momento, lo mantiene como el político mexicano más popular en Twitter, con poco menos de un cuarto de millón de seguidores–, como un factor determinante para mantener sus aspiraciones para encabezar la candidatura de la izquierda rumbo a la Presidencia.
Hace pocos días tuve la oportunidad de entrevistar a Dom Sagolla, cofundador de Twitter, y le consultaba si en sus inicios alguna vez llegaron a pensar que este exitoso microblog pasara a convertirse, de un recurso enfocado casi exclusivamente a la comunicación personal y espacio para el intercambio de vivencias y opiniones entre grupos reducidos de personas, a transformarse –como lo es en nuestros días– en uno de los principales referentes de la vida pública. Negó que, en efecto, se tuviera contemplado esto y, además, advirtió que era de esperar cada vez mayor protagonismo de redes sociales, blogs y demás recursos provenientes del mundo del internet, como los verdaderos rectores no sólo de la comunicación masiva, sino de la cosa pública.
Es decir, el Ágora de nuestros días está depositado –nos guste o no–, ya no en los medios masivos tradicionales, mucho menos en los foros políticos convencionales: Twitter, Facebook e internet en su conjunto es, desde ya, el verdadero factotum de la política mexicana, de la vida pública de nuestro país y, en gran medida, del mundo entero. Sin duda, jugará un papel crucial en la campaña presidencial del próximo año… Sin duda, juega ya, ahora mismo, un papel crucial en nuestra realidad que talvez no terminamos de dimensionar.
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