Nuestro país está a punto de completar tres lustros consecutivos con crecimiento en términos reales en los recursos ejercidos en el presupuesto de egresos. Parece sencillo, pero completar quince años sin restricciones para gastar más, que no mejor, son algo para tenerse presente. Aquí el aspecto que es de risa es que esto se ha debido a un período con crecimientos sostenido en el precio internacional del petróleo, más que a un esfuerzo sistemático, planeado y consciente para elevar los ingresos de la federación. De hecho, ante el mayor gasto abrumadoramente improductivo, es de dar más risa que las agencias calificadoras sólo se han concretado a mantener las calificaciones de la deuda soberana de México, no a aumentarla, ya que como esas mismas instituciones dicen, todavía no tenemos una situación de finanzas públicas con viabilidad en el mediano y largo plazos. Con un ataque de risa, o tirados de risa en el suelo, el público aplaude a todos los actores responsables de esta situación, dentro de los que se encuentran las autoridades hacendarias, que han preferido llevar la fiesta en paz, buscando la reelección de su partido, más que la eficiencia y el bienestar general, el poder legislativo ha preferido mantener el voto de sus electores, antes que enfurecer a sus líderes y gobernadores al buscar una solución creíble ante la debilidad estructural de las finanzas públicas.
Lo malo de esta situación es que, como buenos mexicanos, nos conduce a pecar de exceso de confianza, en lugar de inspirarnos a pensar en soluciones de largo plazo para nuestra problemática. Simplemente pensemos, para cortar la risa de tajo, qué pasaría si las autoridades eclesiásticas de Irán decidieran abastecer de petróleo barato a Europa y Estados Unidos, además de invitar a muchos testigos a presenciar la destrucción definitiva de su supuesto programa nuclear. Para hacer un poco más dramática la escena, imaginemos que el señor Chávez, ya recuperado de sus males, en señal de agradecimiento al todo poderoso por su cura, decide bajar a la mitad el petróleo que le vende a Estados Unidos. Para terminar de amargarle la escena a los políticos aztecas, pensemos que Brasil empieza a extraer petróleo y gas de sus yacimientos marinos en tales cantidades, que el precio vuelve a bajar. ¿Qué nos pasaría a los pobres mexicanos? Adiós risa, adiós excedentes, adiós programas contra la pobreza y a trabajar se ha dicho señores.
Como dice el dicho popular, solemos hacer verano con la primera golondrina y a echar las campanas al vuelo, a la primera sospecha de que las cosas podrían (no que van), ir mejor. Eso al parecer nos sucede el día de hoy. Los indicadores de la evolución de la actividad de la economía, tanto en México como en el vecino del norte han sido mejor a lo esperado, lo que ya hemos utilizado aquí para decir, como cada seis años, que nunca habíamos cerrado una administración con tantos logros y con tan buenas perspectivas, al menos para el corto plazo. En contraste, en el vecino país, tanto el señor Obama como el señor Bernanke no se cansan de decir que por favor, no se vayan con la finta. Que es cierto, las cosas van mejor de lo que todos esperaban, pero que eso no basta para bajar la guardia. Hay todavía muchas asimetrías en el crecimiento y por lo que puede observarse los indicadores son todavía débiles, por lo que no hay que bajar la guardia. Además, en aquellas latitudes existe algo así como sucursales de la Reserva Federal, todas autónomas, que se encargan de poner en su lugar a quienes pecan de optimismo exacerbado; pero aquí, al parecer todo funciona como en aquella película en la que una escoba encantada se encarga de dirigir una sinfonía y hacer que muchos eventos se sucedan en cadena y aparezca todo como una serie de decisiones tomadas por alguien con algo de consciencia, o plenamente inconscientes.
Cualquiera de nosotros puede imaginar ir sobre una patineta, en un terreno descendiente, en el que la velocidad se empieza a ganar sin esfuerzo y mientras dure, uno es inmensamente feliz. El problema es cuando uno ve hacia delante y se vislumbra el inicio de la cuesta arriba. Tan sólo de imaginar el esfuerzo que habrá de realizarse para mantener la velocidad en subida, puede ser suficiente para desalentar al más pintado. No es que este sea el caso de la economía mexicana, pero alguien deberá llamar la atención al hecho de que lo que tenemos, hemos logrado y disfrutamos se debe más a una serie de hechos fortuitos, que difícilmente se mantendrán por mucho tiempo y que, cuando desaparezcan sería muy difícil que vuelvan a aparecer. Así que será mejor, aunque sea por un momento, sentarnos seriamente a planear y elaborar escenarios futuros.
Esta definitivamente no es la prioridad de la administración que termina y al parecer tampoco de ninguno de los candidatos, ni de sus partidos, por lo que será mejor estar preparados ante cualquier contingencia, antes que tengamos que ir a dar de baja a nuestros hijos en sus caras carreras en universidades privadas, vender el tercer coche, el tiempo compartido en Acapulco, vender al perro, empeñar las joyas de la abuela, o mejor irnos acostumbrando a gozar el insufrible metrobús.