Emilio Baz Viaud: entre el cielo y el infierno

 

Entre lo cursi y lo grotesco.  Entre el tedio y el hambre, la opulencia y la miseria.  Baz Viaud entre callejones llenos de putas, de borrachines y malvivientes, y entre salones vastos de paredes enteladas y sillones en capitón.  Moverse de sur a norte.  Vivir entre polos opuestos.  Pintar la sima y la cima.  Tener acceso a lo contrapuesto.

 

Baz Viaud en los bajos mundos del México de los años cuarenta y cincuenta.  Baz Viaud en los salones de té de las señoras copetonas de las casonas de la colonia Juárez – que ya lo dijo Novo: colonia que fue de pretenciosos que alzaban las manos hacia lo europeo y bautizaron a sus calles con nombres de capitales ajenas -; Baz Viaud en un tugurio sórdido de la colonia Guerrero a las seis de la mañana, entre homosexuales que se esconden y golfas que cobran dos pesos por resolver asuntos difíciles de atender.  Entre vitroleras llenas de coca-cola con aspirinas que se disolvieron y los cantos desentonados de un trío de borrachos con guitarras de cuerdas rotas.  Baz Viaud a las once del día, cuando hay buena luz, en una casa de Las Lomas, dibujando a una niña que sostiene – inocente – una flor entre las manos.  Baz Viaud dándole la espalda a la ventana que ilumina el cuarto amueblado con chinoiserie, con tapetes persas y espejos del Segundo Imperio.

 

Emilio Baz Viaud.  Retrato de la señora Maruca Palomino.
Emilio Baz Viaud. Retrato de la señora Maruca Palomino.

 

 

 

Otra escena, desvinculada de un mundo que vive igual que la isla de uno de los mejores viajes de Gulliver, nos mete en la vida de una meretriz que llora en un cuarto.  El pobre operario que se ha gastado recién la mitad de la quincena en un acto fugaz, meramente animal y destinado a saciar un ímpetu silvestre, se amarra la corbata para irse a seguir su vidita.  La golfa llora.  Empieza su transitar por un camino enlodado al que circunstancias adversas le han arrojado sin misericordia.  No hay redención posible.

 

Emilio Baz Viaud.  En el cuarto de hotel.
Emilio Baz Viaud. En el cuarto de hotel.

 

 

 

Las hermanas Martínez del Río se acomodan de la manera en que el educado artista les pide que hagan.  Las perlas grises del Mar de Cortés, los aretes de amatista, el ámbar que brilla amielado, los peinados de dos horas, las miradas a media asta.  Contiene un suspiro la mayor.  En las manos alargadas que han tocado pianos Chickering de cola,pesan pulseras de plata infestadas de diamantes.  Los dedos manicurados; los vestidos de seda mandados a hacer a París.

 

Emilio Baz Viaud transita de ida y vuelta entre el cielo y el infierno.  Entre lo que se considera apestado y lo que debe ser vorazmente deseado.  Sale de un jardín en el que se pasean despreocupados los perros de cacería para irse a cambiar de ropa y poder llegar a beber con los amigos del cabaret de cuarta en el que esa noche canta y baila la Tongolele.

 

Emilio Baz Viaud.  Autorretrato.
Emilio Baz Viaud. Autorretrato.

 

 

 

Y luego miramos las obras.  En el polo del inframundo,la gama cromática se pelea con lo representado.  Los vivos colores ilustran un mundo gris y sepia, un espacio de pobreza y barbarie.  En el polo del mundo de la sofisticación, a las caras que serían rosadas y a los cuerpos espigados que vestirían terciopelos verdes de jade, Baz Viaud los bosqueja nomás, con lápices de gran dibujante.  Y entonces nos surge la duda, y nos confundimos víctimas de un artista poco conocido que supo capturar la frivolidad y lo turbulento, y que fue, en su técnica, de una versatilidad tan rara que su obra podría creerse proveniente de distintas muñecas.  Paseante à chevalentre dos mundos, Emilio Baz observa desde la distancia.  Luego apoya el pincel y se sacude el gesto de pretenso hombre de mundo.  Adopta la pose de quien pide un tequila blanco en la barra sucia de una cantina de la calle de la Palma.  Y es entonces que reflexiona: ¿en cuál de los dos mundos, pues, estará el verdadero infierno?  ¿Se sufre más en la pobreza sin salida o en la cómoda riqueza cuando se ha perdido razón de levantarse?  ¿Se puede sonreír teniendo hambre?  ¿Puede uno ser feliz en la vacuidad?  Lo ha visto todo, pero permanece afuera.  Se pone contento y se dispone a seguir pintando ese cuadro en el que reviven dos niños piojosos: de cualquier forma, encuéntrese donde se halle el lugar más insoportable, él podrá siempre, bienvenido en palacio y en pocilga, salir de un lado al aburrirse, para ir a meterse al otro en el que la desesperanza puede combatirse con un vasito de mezcal.

 

Emilio Baz Viaud. La calle de Cuauhtemotzin.
Emilio Baz Viaud. La calle de Cuauhtemotzin.

 

 

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Oscar lopez

Excelente descripción de este artista!!

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