La ética de la violencia

“La tarea de una crítica de la violencia puede definirse como la exposición de su relación con el derecho y con la justicia. Porque una causa eficiente se convierte en violencia, en el sentido exacto de la palabra, sólo cuando incide sobre relaciones morales”.

La percepción de la violencia que tenia la humanidad cambio radicalmente tras el estallido de la Segunda Guerra Mundial. La deshumanización llegó a su clímax tras los estragos aberrantes que dejo la enajenación del sufijo “ismo”. El pensamiento del hombre se volcó a la penumbra del existencialismo y la decadencia del ser. Todo en el horizonte de la humanidad transmutó al individualismo de un ente cuya trascendencia se enfocaba en la muerte.

Así, sin darnos cuenta, nos sumergimos en la posmodernidad; una era tan vacía y superflua que los acontecimientos de violencia de cualquier tipo se volvieron parte de la cotidianidad del hombre. Si concebimos la violencia como un elemento del constructo social de los individuos, en este sentido, sería acertado afirmar que las especulaciones en torno a los actos violentos responden a una moral temporal y espacial.

Walter Benjamin, afirmó que la justificación de la violencia se gesta cuando los sujetos o las comunidades desean alcanzar un fin. Es decir, la violencia sólo es un medio especifico para llegar a un objetivo. Ahora bien, la verdadera discusión versa sobre el hecho de si violentar algo o alguien es un acto justo o injusto (tema que no será expuesto).

En el caso especifico de nuestro país, la violencia es una problemática que va más allá de una sistemática cadena de actos perjudiciales. La violencia es ahora una economía que ha llegado al grado de institucionalización partidista para perpetuar un sistema que beneficia a un puñado de entes. Bajo este sentido la justificación de actos violentos será positiva para un grupo reducido. Sin embargo, la violencia se ha desbordado al grado de no contemplar los elementos básicos del derecho natural de la mayoría de los mexicanos.

El pasado mes de octubre fue catalogado como el más violento del que se tenga registro en nuestro país. Si bien la numeraria es alarmante, es aun más preocupante la reacción de la sociedad en su conjunto. Monetizar la violencia ha sido una practica redituable para diversos rubros como los medios de comunicación, comerciantes informales, políticos, delincuencia organizada, entre otros. La violencia es tan servil para el Estado y sus anexos lícitos e ilícitos que erradicarle sería una ofensa a los bolsillos de unos cuantos. Aunque lo anterior es una realidad tortuosa, es oportuno preguntarnos, ¿existe la posibilidad de una sociedad sin violencia?

Desde la perspectiva del filósofo alemán, Walter Benjamin, el constructo del Estado en su totalidad, incluidos los parlamentos y sus miembros, presupone el acto de violencia (justo o injusto) como un medio para salvaguardar la soberanía de su territorio. Benjamin veía en la declaración de las leyes la utilidad milenaria de institucionalizar la violencia que seguían perpetuando los políticos del siglo XX. “El reforzamiento del Estado se halla en la base de todas sus concepciones; en sus organizaciones actuales los políticos (es decir, los socialistas moderados) preparan ya las bases de un poder fuerte, centralizado y disciplinado que no se dejará perturbar por las críticas de la oposición que sabrá imponer el silencio, y promulgará por decreto sus propias mentiras”.  

La violencia es y seguirá siendo un elemento metafísico innato en la esencia del humano. Antaño, los dioses eran los seres quienes disponían del hombre para llevar a cabo actos de violencia. La epopeya mítica de Homero, en la que los dioses desean la guerra entre troyanos y griegos, es un claro ejemplo de la justificación de la violencia. En la actualidad, el derecho es la entidad metafísica que trasciende más allá de la capacidad moral del hombre de discernir sobre un acto violento.

El hombre es un peón de ajedrez, el cual, siguen manipulando los dioses. Todo en el cosmos de las deidades justifica la violencia, el hombre confía en los dioses, agrede en su nombre. La violencia mítica es violencia sangrienta sobre la desnuda vida en nombre de la violencia, la pura violencia divina es violencia sobre toda vida en nombre del viviente. La primera exige sacrificios, la segunda los acepta.

Predispuesto el hombre, la violencia solo tiene que susurrar al oído incauto de un servil ser destinado a la muerte. No vale la pena profundizar en una moralidad de lo bueno o de lo malo, de lo justo o injusto. La historia nos ha enseñado que la única ética perdurable para el hombre es la violencia.

Carlos Ramírez

 

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