La crisis económica en la eurozona comenzó en Grecia y sigue ahí, aunque se ha extendido a otros países grandes, como España e Italia, cuyo tamaño agrega complejidad a la ya difícil situación general de la Europa del euro. El problema es que en las crisis siempre hay elementos nuevos e imprevisibles. Ahora la preocupación está centrada en las elecciones en Grecia. Existe la probabilidad de que el gobierno de coalición que se forme tras las votaciones del 17 de junio rechace los programas de ajuste ya pactados con Bruselas y que con ello se abran las puertas para la salida de Grecia del grupo de los 27. Si los griegos optan por esta decisión, se generaría una inevitable suspensión de pagos de la deuda, abriendo un panorama de incertidumbre total respecto a lo que ocurrirá con los bancos europeos más comprometidos con los papeles griegos. La simple probabilidad de que eso ocurra ha provocado una verdadera situación de pánico en los mercados financieros.
Y no está de más. A pesar de que Grecia representa únicamente el 2% del PIB de la zona euro, un cese de pagos de su deuda agravaría la situación actual en la eurozona, sobre todo porque compromete aún más la recuperación del crecimiento económico, hace más delicada la situación de algunos sistemas bancarios ya debilitados y aumenta el riesgo de contagio para otras deudas soberanas, actualmente en el ojo del huracán, como España. De hecho, si Grecia deja de pagar su deuda, cualquier banco que tenga en su balance papeles de este gobierno los tendría que tomar como una pérdida casi total, afectando probablemente la solvencia de la institución.
El temor de que Grecia pueda salir del Euro proviene de que en las próximas elecciones hay un virtual empate entre el partido Nueva Democracia, que apoya el rescate financiero y acepta las políticas de austeridad establecidas por la Troika (la Unión Europea, el Banco Central Europeo y el Fondo Monetario Internacional) y el partido Syriza, que se opone al programa de austeridad y a la implementación del rescate acordado.
De llegar al poder un gobierno que se oponga a las condiciones actuales y que decida no respetar el acuerdo con la Troika, el siguiente tramo de recursos financieros sería retenido, creando un impago por parte del gobierno heleno y forzándolo a salir del euro.
Es por ello que se tiene que analizar seriamente la salida de Grecia de la Zona Euro y sus posibles consecuencias.
Dentro de los escenarios se encuentra, en primer lugar, que Grecia salga del euro junto con un cese de pagos desorganizada. Es decir, que el gobierno elija no cumplir con la deuda que tiene con otros países, instituciones financieras y organismos internacionales. En ese caso, el riesgo entre las instituciones financieras que tienen grandes cantidades de bonos griegos aumentará considerablemente, incrementando la volatilidad de los mercados y la aversión al riesgo.
El segundo escenario es que el partido que llegue al poder se comprometa a respetar los compromisos acordados con la Troika, permaneciendo en el Euro, y se decida otorgar el próximo tramo de rescate, tranquilizando a los mercados financieros y disminuyendo la volatilidad.
Un tercer escenario es que a pesar de que Grecia permanezca en la zona euro, la aversión al riesgo se mantenga en niveles altos por el temor de que el país pueda salir en un futuro cercano. Esto complicaría la situación, la cual, a pesar de que podría no ser el peor resultado, se traduciría en un posible impacto negativo adicional en la región.
Ante una posibilidad real de la salida de Grecia de la zona euro, en la reunión de ministros de Finanzas de Europa de la semana pasada se propuso permitir que el Mecanismo de Estabilidad Europea capitalice directamente a los bancos sistémicos, además de lo que disponga la autoridad gubernamental en cada país. Asimismo, se planeó la posibilidad de que el Banco Central Europeo (BCE) apoye con garantías a los depósitos bancarios en la zona para evitar una situación de pánico por parte de los ahorradores de alguna institución bancaria. Y finalmente, se retomó la discusión sobre los eurobonos como un vehículo que permita reducir las presiones sobre el riesgo soberano de algunos países.
Estas propuestas van en la dirección correcta: proveer de liquidez a aquellas instituciones que lo necesiten, evitando el riesgo de contagio entre los diferentes actores del sistema financiero y garantizar de alguna forma los depósitos bancarios para evitar que el pánico entre los ahorradores los lleve a retirar su dinero por miedo a perder sus ahorros si su banco quiebra. Asimismo, la emisión de deuda por parte de la eurozona como una sola región reduciría las tasas de interés que los gobiernos más riesgosos deben pagar.
Sin embargo, estas medidas permanecen, al menos por ahora, como propuestas a posteriori en caso de que la situación se complique, si es que es posible hablar de una situación más compleja que la actual. Aunado a esto, aún existen varios huecos en la implementación, además de la oposición de algunos miembros de la eurozona a una o varias de las propuestas.
Mientras tanto, el tiempo corre y cada vez quedan menos días para saber qué partido ganará las elecciones y tomará la decisión del rumbo que seguirá un país y que afectará a una región. Probablemente, durante ésta crisis, Europa nunca había estado en momentos tan decisivos como los que enfrentará en las próximas semanas. En el inter, persistirá el nerviosismo y una alta volatilidad en los mercados financieros.