Filipinas sufrió una gran tragedia tras el pasó de Haiyan por su territorio. Después de seis días de la tragedia, la desesperación y caos pueden respirarse en aquel país sacudido por la naturaleza.
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El viernes pasado, Filipinas fue víctima de la violencia de la naturaleza, ésa que no mide intensidad ni consecuencias. A casi una semana del desastre aún no se tiene el número total de las personas fallecidas, se estima que son más diez mil y diez mil millones de damnificados. Éste es el desastre natural más devastador en la isla de Filipinas, y uno de los más catastróficos que ha tocado tierra firme.
Un dicho popular narra que después de la tormenta viene la calma, pero después del paso de Haiyan por su territorio, la calma no vendrá en un largo tiempo para Filipinas. El país, casi en su totalidad, se encuentra devastado, será difícil y llevará su tiempo reponer las pérdidas materiales, pero las pérdidas humanas, las irreparables, dejarán una cicatriz muy grande en la historia de esta nación asiática.
Han pasado seis días desde la tragedia, y conforme pasan los minutos la desesperación es cada día mayor; desesperación por saber el paradero de familiares y amigos; desesperación de vivir en medio del caos y de la tragedia; desesperación por conseguir alimentos. La crisis humanitaria ha cobrado sus primeras victimas, pues además de los fallecidos por el fenómeno natural, se han sumado asesinatos.
La desgracia que viven los afectados por Haiyan en Filipinas es indescriptible. No obstante, en medio de inmensa tragedia, salen a relucir problemas sociales que son en muchas ocasiones malinterpretados, y por ende se explican de maneras simples y descontextualizadas. Tal es el caso del saqueo y la violencia que se genera como consecuencia natural del caos social y económico, ese que también se dio en México después de los desastres que dejaron Ingrid Y Manuel.
El contexto en el que se encuentran inmersas las personas victimas de estos fenómenos tendría que explicarse y describirse de manera distinta, es decir, las motivaciones que mueven a las personas a realizar robos o saqueos (aunque no estaría tan segura de pudieran llamarse así), son completamente distintas, y es que se encuentran bajo una situación de vida o muerte, donde la supervivencia es los más importante. Desacreditarlo llamándolo “rapiña”, como se le llamó en nuestro país y es así como varios medios de información lo han adjetivado en el caso de la reciente tragedia filipina, es un exceso de injusticia e insensibilidad.
El pasado viernes pasará a la historia como uno de los días más tristes y oscuros de Filipinas. Y ante esto, periodistas, reporteros y medios tendrían que sensibilizarse ante las tragedias y no convertir los hechos en notas amarillistas, e informar sobre ello dentro de su justa dimensión.