El primero de mayo pasado, como cada año, los líderes sindicales se reunieron con el presidente de la República y algunos de los miembros de su gabinete. Como cada año, también, hubo discursos mutuamente elogiosos y una declaración gubernamental ponderando la importancia de los trabajadores en la economía y en la vida del país.
Este año, sin embargo, llama la atención un pequeño matiz que introdujo el presidente Enrique Peña Nieto en la reunión ritual del día del trabajo y se refiere a su aceptación de que el trabajo especializado en México se ha reducido. Ante ello, dijo, hay que promover que poco a poco el trabajo de los mexicanos sea de mayor valor agregado para que la contribución de los trabajadores a la economía sea más importante y su poder adquisitivo se amplíe lo cual, por obvias razones, hará que el mercado interno se haga más sólido.
Nada más sabio en esto que dijo el presidente. Por desgracia, no parece ser una prioridad de gobierno ni parece que los funcionarios de más alto nivel compartan esta urgencia presidencial. Basta ver que los trabajos bien remunerados inmediatamente despiertan la sospecha de ser anti-competitivos y son combatidos por todos, hasta por el resto de los trabajadores como si el que todos ganen poco sea sinónimo de bienestar o de mayor equidad y no, como es, de que la pobreza cada día nos alcanza más como país.
De acuerdo a diversos especialistas, durante el panismo en el poder la economía informal creció hasta representar hoy alrededor del 65 por ciento del total. Es decir, de cada 3 trabajadores, 2 son informales, lo cual incide directa y negativamente en la recaudación fiscal, en la seguridad social y en el conjunto de la economía. Aún más: el Estado ha ido perdiendo su peso específico en buena parte por la renuncia expresa de los panistas a ejercer el papel que le confiere al Estado la Constitución (lo cual no tiene visos de haber sido revertido hasta el momento) y en parte porque la falta de recaudación va minando las posibilidades de disponer de recursos para institucionalizar y reforzar aquellas áreas importantes del quehacer gubernamental.
Es curioso cómo en Estados Unidos, después de la furia des reguladora de fines del siglo pasado, y vistas sus consecuencias en sectores tan sensibles como la aviación, se ha re-valorado el trabajo de los profesionales de este negocio al punto que se ha vuelto a establecer la necesidad de que los tripulantes tengan un salario que les permita trabajar sin presiones de tipo económico.
Esto ocurrió una vez que la Agencia Federal de Aviación (la FAA) de ese país pudo analizar los reportes de los accidentes e incidentes graves más conspicuos de los últimos años. Ahí queda claro que el factor humano es fundamental en la seguridad de las operaciones y el hecho de que algunos de los protagonistas de los accidentes hayan tenido fatiga por su necesidad de tener más de un trabajo debido al escaso salario o por las presiones de algunas aerolíneas poco serias, logró que la autoridad aeronáutica se replanteara el problema.
Aún más, es proverbial cómo aerolíneas de bajo costo, como Southwest que es el modelo a seguir por las que sí cumplen estos requisitos, son las que pagan mejor a sus tripulantes. Parecería un sinsentido pero es claro que los administradores de este tipo de empresas sí están pensando en el consumidor y no en su bolsillo o en el desbocado apetito de los financieros pues el modelo de ahorro repercute en mejores precios pero no a costa de las seguridad que da un grupo de trabajadores bien pagados y capacitados adecuadamente.
El valor agregado de un trabajo de alta especialización va creando un círculo virtuoso en la economía, como lo sugiere el reconocimiento presidencial a lo que el trabajo de este tipo aporta a la economía nacional. Esto debería concitar el interés de funcionarios como el secretario de Trabajo porque en los últimos años lo que se ha prohijado es una marcada tendencia a reducir la importancia de la aportación de los trabajadores de la aviación.
Las empresas que nacieron como de bajo costo ( de alta eficiencia como ellos mismos se hacen llamar) se distinguen por pagar poco y tener condiciones laborales un tanto precarias, comparadas con cualquier aerolínea del mundo. Por ejemplo, despedir a un tripulante por haber firmado un desplegado en su calidad de colegiado para pugnar por la seguridad operacional del transporte aéreo nacional, no sería aceptable en ningún lugar del mundo. En algunos casos merecería, incluso, una felicitación.
Otro tema tiene qué ver con el tipo de sindicalismo que promueven los que en otros foros se escandalizan y critican el corporativismo. Como dirían los clásicos: que se haga la voluntad de Dios pero en los bueyes de mi compadre. Tenemos, pues, el tipo de sindicalismo que promovemos: aquel que es corporativo pero que no trabaja a favor de mayor profesionalización sino que resulta cómodo.
Ya se verán los resultados de estas políticas en el sector aéreo (y ojalá que eso no tenga un costo en vidas porque sería un crimen doble). Mientras tanto, soñaremos con que las palabras de Enrique Peña Nieto lleguen a hacerse una realidad.
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