“Aquí necesitamos gente que sepa lo que hace, que conozca las áreas, que pueda brindar un verdadero servicio”…
Después de Tokio y Nueva York, la Ciudad de México, es la tercera ciudad más poblada del mundo, sus 19.6 millones de habitantes, incluyendo a quienes son parte de la zona conurbada, pero que por razones laborales o de supervivencia forman parte de este número, la hacen cobrar vida los 365 días del año, es sin duda, como muchos intelectuales la han calificado, “un monstruo”, “un gigante” que jamás detiene su paso.
El volumen de la población que la recorre de norte a sur es colosal, las dimensiones rebasan la circunferencia de 3, 500 kilómetros cuadrados donde la vida simplemente multiplica individualidades y minimiza rostros. Esta orbe que ha visto su expansión durante más de cuatro siglos, es una suma de identidades que el rose cotidiano hace converger en puntos donde el paso es obligado.
El Sistema de Transporte Colectivo (STC) Metro es quizá, el mayor crucero de vidas, la única vía donde es posible movilizar a la mayor población en el menor tiempo.
El Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI), ha traducido el vaivén de este transporte en 13.6% del total de la población que se transporta en la ciudad, con lo que al día 5.1 millones de usuarios lo recorren sin descanso de lunes a domingo.
El escritor Carlos Monsiváis, ya había retratado al Metro como una entidad con personalidad propia y características que pertenecen al ámbito de lo exótico.
“El Metro es el milagro del acomodo, debería de haber un Santo Señor del Cupo que presidiese el Metro, y por otro lado, es la idea exacta de cómo se siente uno en la Ciudad de México, es esencia y es conglomeración”.
Es en este tránsito intermitente en el que, como lo mencionó alguna vez el autor, el pasajero recurre a la ceguera voluntaria.
“La demografía te ahoga el instinto… entras al vagón del metro y suprimes todos los pensamientos que no tengan que ver con el acomodo de una persona en un milímetro cuadrado, es la hazaña de la retención de un cuerpo en un espacio inexistente”.
El Metro transporta el 13.6% del total de la población que se transporta en la Ciudad de México, con lo que al día 5.1 millones de usuarios lo recorren sin descanso de lunes a domingo
El paso casi automático y repetitivo de los pasajeros, olvida el rostro de quienes hacen posible la marcha de los 362 trenes, el servicio de los trabajadores que alimentan a este gigante se ha minimizado, se ha convertido en accesorio.
Al mundo que recorre su superficie, le corresponde otro que se vive por dentro, igual de inmenso en longitud, pero en muchos casos desconocido, ahí se vive más en el anonimato, el andar subterráneo aunque no se cuenta en millones, es columna vertebral de este transporte. Son ellos, los trabajadores, la suma de todos los rostros del famoso Metro, y que en exclusiva para El Semanario Sin Límites, comparten la experiencia de vivir desde sus entrañas.
El mundo detrás del subterráneo
Gerardo González Casas, lleva 13 años laborando en el área de Talleres de Zaragoza, uno de los más grandes del sistema junto al ubicado en Ticomán, su área dedicada al mantenimiento de material rodante, es una de las más importantes de las 11 existentes en las que se divide este sistema.
“Sé que quien puede abordar el metro puede ser mi familia, y con esa responsabilidad vemos a todos los usuarios”.
Sabe que su trabajo es vital, el perfecto funcionamiento de los trenes está en sus manos, y en la de sus otros 60 compañeros que conforman el área. Su responsabilidad es enorme, tiene que asegurar que los convoyes circulen adecuadamente.
“La responsabilidad del trabajador del metro es gigante, la colocación de un sólo tornillo involucra la seguridad de los usuarios, mi trabajo les da la confianza de que al abordar un tren llegarán a su destino”.

Los talleres han sido su vida y su escuela, cuando se integró a la plantilla de trabajadores del Sindicato de Transportistas, que en la actualidad cuenta con 15 mil miembros, no conocía siquiera cómo operaba el transporte, fueron las máquinas y los trenes los que le enseñaron a trabajar, el conocimiento que tiene ha sido producto de su quehacer.
“Todo lo que el trabajador de los talleres conoce es empírico, no hay nada mejor que el propio trabajo para saber cómo hacerlo y mejorarlo, claro hay gente capacitada, pero el trabajador se forja en estas paredes”.
Su perfil y el de sus compañeros, es una mezcla de “actitud y aptitud”, no basta con querer servir al Metro, hace falta saber cómo, sólo se conoce realmente al Metro desde sus entrañas.
La falta de cualquiera de estas dos cualidades, es en su opinión, uno de los puntos que ha acuñado la “mala fama” del transporte, pues muchos de los funcionarios que lo han dirigido, “tienen actitud, pero no aptitud”, y “aquí necesitamos gente que sepa lo que hace, que conozca las áreas, que pueda brindar un verdadero servicio”.
Y es que el Metro “es también mucha cuestión política, no dudo que tengan buenas intenciones, pero ellos (los funcionarios), siempre van y vienen, y nosotros los trabajadores aquí nos quedamos, a sacar esto adelante”.
Desde su perspectiva algunos de los administradores del Sistema Transporte se han preocupado poco o nada por el transporte, al menos no como la gente que lo mantiene marchando día a día.
“Hay quienes en su gestión nunca han visitado los talleres, no conocen lo que se hace aquí en material rodante”.
“Actitud y aptitud”, no basta con querer servir al Metro, hace falta saber cómo, sólo se conoce realmente al Metro desde sus entrañas.
En el 2005 se dio inicio con el “Proyecto de Rehabilitación de Trenes”, del cual Gerardo forma parte, su misión es renovar los trenes para darles 25 años más de vida útil, desde los pisos hasta la caja completa que conforma los vagones, “es mejor rehabilitarlos, que importar otros nuevos”.
Los técnicos del metro están calificados y certificados para lograr que los carros queden impecables, Gerardo se enorgullece de que la calidad del trabajo realizado en talleres ha sido reconocida en el extranjero.
Es por esta razón, que a veces las jornadas laborales exceden las ocho horas, pero el compromiso que tiene con su trabajo es mayor, la motivación de servir para este transporte es lo que impulsa el mayor esfuerzo.
“La gran familia Metro”
A la infraestructura de uno de los sistemas de transporte más utilizado en el mundo, “le hacen falta muchas cosas”, pero esta carencia que ha perdurado por años, nunca ha frenado el trabajo dentro de los talleres.
Desde que pisó las instalaciones del Mantenimiento Mayor Zaragoza, hace más de una década, no ha llegado maquinaria nueva, ni él, ni otros compañeros con más de 30 años de servicio han visto renovación alguna.
Las máquinas que se utilizan en este taller son las mismas que se importaron de Francia en 1979, trabajar con equipo que presenta fallas es habitual, porque simplemente no hay como solventar la compostura, por lo que se trabaja el doble, el personal que labora aquí hace a mano lo que la máquina no puede, “hay que hacerlo, estamos para servir”.

Aunque recalca que es necesaria la dignificación de áreas, con semblante amable asume las condiciones adversas a las que se enfrenta, “no todo es malo o bueno”.
“Los trabajadores del metro somos como sus talleres; somos viejos pero somos fuertes, nosotros tenemos esa fortaleza”.
Califica su trabajo como uno de los ejes vitales que hacen posible que los millones de usuarios viajen seguros. “Nosotros, el trabajo en talleres es el corazón del metro, claro hay otras áreas que le dan vida, pero nosotros, hacemos que siga latiendo”. “Somos una gran familia, la familia Metro”.
Todos los años de esfuerzo dedicado a los talleres, son una gran satisfacción, asegura Gerardo, entusiasmado le gustaría que el usuario conociera todo lo que hace para poner en marchar el transporte a diario.
“Nuestro compromiso es servir y hacer todo lo que se pueda”.
Por Vianey Pichardo
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