Les miserables!… Metropolitanos

La representación material más acabada de una sociedad son sus ciudades, los contenedores de una totalidad que encarna a la sociedad en su conjunto, incluyéndola; las ciudades son los ámbitos que resguardan y preservan las instituciones sociales, económicas, políticas, religiosas y culturales, que delimitan y definen cada civilización en particular, son las construcciones históricas –tangibles e intangibles- realizadas por sus moradores, que se han convertido –y las tendencias históricas lo demuestran y prefiguran así- en los acontecimientos socio-culturales predilectos de la cotidianidad social e histórica, proclamándose, de esta forma, como los espacios de la integración –y exclusión- social, de la articulación –y desacoplamiento- urbano-ambiental, del crecimiento –y empobrecimiento- económico, del consenso –y disenso- político, en suma, de la prosperidad –y miseria- cultural.

Les miserables, de Víctor Hugo –político, poeta y literato de la desmesura y lo hiperbólico; romántico, por decir lo menos-, pone en escena, testifica y documenta, la desventura, la desgracia, adversidad, desdicha e infortunio de los desamparados de la sociedad francesa parisina de la primera mitad del siglo XIX, de aquella sociedad –representada bucólica y, por supuesto, románticamente por Víctor Hugo- que se convirtió en el artífice de La Rebelión de Junio, de 1832. Los miserables representan los desechos, el residuo, el desperdicio, los desvalidos sociales producto de la disociación entre la clase gobernante y el pueblo –la asimetría existente en la distribución de los beneficios y derechos fundamentales humanos…cualquier parecido a nuestra realidad, es pura coincidencia!!-, productos sociales del conflicto histórico existente entre la idea del bien y el mal, y de la necesidad de discurrir y reflexionar sobre la validez de la ley, la razón de la política, la preponderancia de la ética, la necesidad de justicia y el rol de la religión –preocupaciones y ocupaciones de los pensadores, escritores y pintores Románticos-,  y su relación con el estado en el que se encontraba la sociedad en su conjunto, el estatus que guardaban los beneficios y derechos de la sociedad, sobretodo, a la luz y al calor de los principios y valores dirimidos, en el siglo XVIII, por la Ilustración y la Enciclopedia y la predominancia de la razón sobre el sentir social: la búsqueda de la libertad, la fraternidad, el amor…de sus derechos fundamentales.

El valor histórico-social de Les miserables radica, además de la presentación y representación que hace de los valores esgrimidos por el romanticismo de la época –movimiento, cultural y político, revolucionario en contra del racionalismo de la Ilustración y a favor de la libertad, la individualidad y la primacía de los sentimientos humanos-, también y de manera particular, en el desvelamiento o puesta en escena de la relación existente entre la ideología esgrimida por la monarquía y la abanderada por los liberales, la asimetría de ideologías encabezadas por cada grupo, la lucha por el establecimiento de la razón de una sobre la otra, el uso y abuso de la razón ‘armada’ para la implantación de un proyecto, de una ideología, los valores cobijados a la luz del –paradójico- despotismo ilustrado, cuyo lema se sintetizaba en el clásico: “Todo para el pueblo, pero sin el pueblo”. Los miserables de Víctor Hugo son los desprotegidos, los desvalidos, los que forman parte de la sociedad por su ausencia de valor o por la incapacidad social de reconocer su valor intrínseco –humano-, por la incapacidad de quienes rigen y dirigen el destino de una sociedad, de un pueblo, de entender el valor en los sujetos –y también en los objetos, como veremos más adelante-, en los individuos que la componen, que le dan forma y de los que se alimenta y retroalimenta, la dificultad histórica del Estado de lograr poner en valor su patrimonio humano, natural y cultural.

Los miserables metropolitanos, los que resultan de las incapacidades e incompetencias de los  procesos de administración y ejecución de los planes y programas de desarrollo urbano y ordenamiento territorial –sucesos que rebasan necesariamente la escala en la que pueden moverse los ciudadanos de a pie!-, los miserables físicos actuales –e históricos- de la ciudad son los componentes –aún incomprendidos como fundamentales- que se encuentran desprotegidos, desamparados y desvalidos cultural y económicamente de la vida urbana; son los elementos que restan –pero percibidos con inteligencia, suman al valor urbano de las ciudades- de la implantación de la nematología –“…aquellas doctrinas que se caracterizan por organizar las nebulosas ideológicas, entendidas éstas como contenidos ideológicos muy poco sistematizados…especulaciones de carácter ideológico que se organizan alrededor de instituciones…”, en la Enciclopedia Filosófica- urbana vigente, son los retazos del avance del desarrollo urbano basado en la transformación perpetua y desordenada de la ciudad, son los indefensos de los procesos de construcción de nuevas edificaciones y de la urbanización de nuevos territorios. Se les ha convertido en la secuela de la obscenidad –la puesta en escena- del proceso de implantación de la nematología inmobiliaria y urbana actual, la evidencia de sus externalidades, los miserables y desvalidos urbanos y metropolitanos: el patrimonio natural y el patrimonio cultural urbano.

México, todos lo sabemos, es una ciudad desconcertante en la que resulta difícil orientarse. Nuestros puntos de referencia desaparecen en ella con una rapidez a la que sólo se puede calificar de audazmente moderna. El señor que regresa a su casa, distraído, confiado en la costumbre, encuentra de pronto que su camión ha llegado a la terminal sin pasar frente al edificio que siempre le sirvió de referencia para advertir su parada. Fue derribado mientras él trabajaba metódicamente en su oficina y ahora es un nido de ratas. Aquel que, dispuesto a ser dueño de su destino, elige el automóvil, descubre horrorizado una buena tarde que todas las calles que conducen a la plaza donde mora tienen un solo sentido. Si se está en la plaza se puede salir; pero ya no se puede entrar a ella. Desde entonces, se resigna a dejar su coche en un estacionamiento cercano, que una mañana aparece convertido en bodega

Juan García Ponce, De la ausencia, en Desconsideraciones.

El estado de embriaguez perpetua que supone la vida en las metrópolis –conforme a lo desarrollado por Georg Simmel en su ensayo The Metropolis and Mental Life-, esa especie de coma del consciente colectivo de sus ciudadanos, patrocinado y perpetrado por muchos de los agentes del desarrollo inmobiliario y la transformación urbana –el placer narcótico materializado por la mezcla de imágenes diversas y colores del “nodo publicitario” chilango, la glorieta de los Insurgentes, la glorieta de los héroes sin honra!!-, a través de sus actuaciones en los procesos de “renovación y modernización” urbana –actuaciones perpetradas en y por la implantación de la nematología urbana compartida por sus ideólogos ejecutores-, la sociedad y el Estado han mostrado una gran incapacidad para incorporar, sustentablemente –es decir, en la búsqueda, también acordada pero internacionalmente, para avanzar hacia el acrecentamiento del valor social, ambiental y económico del territorio, dejando, a las generaciones futuras, al menos las mismas condiciones con las que contamos hoy en día: desarrollo sin destrucción!!, el Ecodesarrollo de I. Sachs-, a los desvalidos de la ciudad –sus componentes físicos-históricos y naturales-, han mostrado una insensibilidad -un letargo cultural- para lograr incorporarlos como elementos portadores y generadores de valor –y riqueza-, dejando una muestra concreta –escrita en piedra, en madera, en cristal y concreto- de la impericia del Estado para lograr la puesta –y apuesta- en valor de dichos componentes.

La embriaguez provocada por la razón nematológica urbana, la ‘razón que asiste’ a los progenitores del beneficio particular sobre el interés general, sobre sus valores histórico y natural, el arrebato de la argumentación basada en la teoría-ficción urbana abanderada y encabezada por los agentes del desarrollo urbano –promotores, inversionistas, desarrolladores, proyectistas, propietarios, autoridades, peritos, responsables y corresponsables-, en la mayoría de las ocasiones no han partido, ni han tomado partido, por una sabiduría e inteligencia que garantice su rehabilitación y aprovechamiento armónico, de conformidad con los retos que exige el transitar en los acuerdos de la sociedad global del siglo XXI; de hecho, los casos a favor del aprovechamiento sustentable del patrimonio natural y ambiental, y de la recuperación y rehabilitación del patrimonio cultural urbano de la ciudad, son excepcionales –desafortunadamente especialmente los relativos a las actuaciones realizadas en el suelo natural y de conservación ambiental de la ciudad- y escasos. Ahora bien, afortunadamente, existen algunos buenos ejemplos de rehabilitación e integración de obra nueva en inmuebles afectos al patrimonio cultural urbano, que muestran las posibilidades reales para lograr su puesta en valor en el consciente y actuante social.

Como si de una muleta doctrinal –arrastrada inconscientemente- se tratara, ante la presencia de un bien cultural urbano o de un bien natural imaginan, ‘cimentados’ en su base teórica –en su estructura de pensamiento nematológico-, un lote libre y limpio, despojado de todo ‘estorbo’, transformándolo, original y conceptualmente, en el dilema, también original, de la hoja en blanco, de la necesidad ‘intelectual gremial’ de un lote baldío –nematología idílica arquitectónica y desarrollista de las urbanizaciones y transformaciones de las ciudades periféricas norteamericanas-, la necesidad inicial de contar, para el desarrollo de sus cavilaciones económicas y espaciales, con un ‘solar’ –un terreno que, al no tener nada edificado, es inundado por los rayos solares-, un espacio completamente libre, lo que ha supuesto, por lo general, en la zona central de la ciudad –la zona histórica- la demolición de lo existente y, en las zonas periféricas, la transformación urbana de predios con –o peor aún, zonas-, seguramente, valores y vocaciones ambientales, para convertirlos en bienes de consumo y, por supuesto, negando la posibilidad de integrarlos como componentes que añaden valor social, cultural, ambiental y también económico al sistema urbano-ambiental que supone la ciudad en su conjunto.

Les miserables metropolitanos exigen comprensión, entendimiento e integración como componentes fundamentales internos de los procesos de evolución y desarrollo sustentable y ordenado de la ciudad, para la construcción y materialización armónica del sistema urbano-ambiental, requiere entenderlos como factores indispensables para el tránsito hacia una ciudad sustentable, ordenada, eficiente e históricamente vibrante. Requieren: 1) Volcar el proceso de transformación, vigente y perpetuo, en el que la ciudad transita consistentemente –y, desafortunadamente, conscientemente, al menos en las mentes de sus causantes-, y que en muchos casos, a supuesto la mutilación orgánica, el cercenamiento físico y espacial de los elementos constitutivos de su Ser Ciudad, de los componentes que le dotan de su naturaleza histórica y patrimonial propia; 2) Demoler –no el patrimonio de la ciudad- la incapacidad, histórica y social, de integración armónica y sustentable de su patrimonio con la finalidad de construir las mejores relaciones, o las relaciones más armónicas entre el ámbito físico-natural y las necesidades humanas, presentes y futuras; 3)  Desplomar la teoría-ficción urbana e inmobiliaria social que, en su estado de embriaguez fáctica, ha concretado, por un lado, la pérdida –por demolición- de joyas arquitectónicas y urbanas históricas –y, desafortunadamente, en la mayoría de los casos, sólo para el beneficio particular de sus actores vs el interés general- y, por otro lado, ha puesto en riesgo el equilibrio indispensable que debe guardar el sistema urbano-ambiental –por la urbanización del suelo de conservación-, y que se ha erigido como el ideal del desarrollador ‘moderno’: la transformación del suelo libre y limpio –y, por lo tanto, con valores ambientales y naturales- en suelo propicio al desarrollo urbano e inmobiliario; retrato de la embriaguez e ignorancia de sus autores, y 4) Transformar al convicto por el reformado Jean Valjean, quien personifica, en la obra de Víctor Hugo, la mutación social y humana posible que radica en la demolición de los ideales del despotismo ilustrado, los ideales del desarrollismo destructor, los ideales del capitalismo devorador…para lograr incorporar –románticamente- a Les miserables metropolitanos en agentes de crecimiento, evolución, desarrollo –sustentable, por supuesto!-, de integración e identidad mexica!!

 

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